[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La primera y grata
sorpresa que depara Aquaman (ídem,
2018) es que, contrariamente a lo que afirma su lanzamiento publicitario, no es,
realmente, una película “de
superhéroes”, o perteneciente al género/ subgénero/ tendencia genérica de las
adaptaciones al cine de superhéroes del cómic, en este caso el personaje de DC
Cómics creado por Mort Weisinger y Paul Norris, sino más bien un film de
aventuras fantásticas, o si se prefiere, una película de género fantástico
pasada por el tamiz de lo aventurero. Dicho de otro modo, y para entendernos,
el Arthur Curry/ Aquaman encarnado por Jason Momoa está espiritualmente más
cerca de Hércules, Maciste, Ursus o cualesquiera otros personajes/ héroes de la
mitología grecorromana y/ o del género péplum, de los cuales hay en el film que
ha realizado James Wan más de una referencia, que del Universo DC. La prueba de
esto es que, más allá de una brevísima referencia verbal a los acontecimientos
narrados en Liga de la Justicia
(Justice League, 2017, Zack Snyder) (1),
Aquaman funciona con completa
independencia con respecto a los personajes con los que, se supone, comparte
“universo”, esto es, Superman, Batman, Wonder Woman y Flash. Vaya por delante
que con esta afirmación no pretendo decir que Aquaman esté bien porque no parece “cine de superhéroes”, y con
ello caer en el consabido tópico de que el-cine-de-superhéroes-es-malo por el
mero hecho de serlo. Me limito a constatar algo que se desprende de la propia
película en sí misma considerada.
Al
igual que ocurría, pongamos por caso y salvando las distancias, con uno de los
más interesantes films de superhéroes de Marvel, Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016, Scott
Derrickson) (2), el hecho de poner
al frente de Aquaman a un realizador
especializado en cine fantástico pero que, además, ha demostrado tener también
muy buena mano para las escenas de acción/ el cine de acción –Sentencia de muerte (Death Sentence,
2007) (3), Fast & Furious 7 (Furious Seven, 2015) (4)–, es algo que se nota, positivamente, en el resultado.
Explicándolo en términos muy generales, el grueso del cine de superhéroes de
Marvel –el protagonizado por Iron Man, Spider-Man, Black Panther, Ant-Man, la
Avispa, los Vengadores, los Guardianes de la Galaxia, Hulk o los X-Men–, y DC
–el que gira alrededor de los ya mencionados Superman, Batman y la Liga de la
Justicia–, beben, sobre todo, del género de la ciencia ficción, y en concreto
de un estilo de ciencia ficción tecnológica, para entendernos, “a lo” James Cameron.
Pero, dejando aparte la personalidad intrínseca y el mayor o menor acierto de
cada film, también hay excepciones a esta regla. Los dos primeros Batman de Tim Burton eran, recordemos,
fantasías góticas; los dos siguientes que realizó Joel Schumacher eran… de Joel
Schumacher. La conocida como Trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan
oscilaba entre el híbrido gótico de Burton y la ciencia ficción –Batman Begins (ídem, 2005)–, el thriller policíaco de los 70-80 –El caballero oscuro (The Dark Knight,
2008) (5)– y de nuevo la ciencia
ficción –El caballero oscuro: La leyenda
renace (The Dark Knight Rises, 2012) (6)–,
si bien en el primer y el último caso se trata de una ciencia ficción más
metafórica y filosófica, más pesimista incluso, que la practicada luego por
Marvel. Las dos primeras películas sobre el Capitán América, la excelente Capitán América: El primer Vengador
(Captain America: The First Avenger, 2011, Joe Johnston) (7) y Capitán América: El
Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014, Anthony y
Joe Russo) (8), bebían a tragos
largos del cine bélico y el thriller
“conspiranoico”, respectivamente; en cambio, Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, 2016,
Anthony y Joe Russo) (9) regresaba
al estilo de ciencia ficción impuesto por las franquicias Iron Man/ Los
Vengadores. Un punto y aparte fue Escuadrón
suicida (Suicide Squad, 2016, David Ayer) (10), una película que por eso mismo me imagino que nos gusta a muy
pocos, dado que no era sino una reformulación del cine de realizadores ya “viejos”
para el público joven de hoy en día, John Carpenter y Walter Hill, antes que
“cine de superhéroes” al uso. Logan
(ídem, 2017, James Mangold) (11) se
desmarcaba de todas ellas ofreciendo una extraordinaria aproximación al
personaje de Lobezno desde la perspectiva del Americana. Desde este punto de
vista, los únicos films de superhéroes que comparten el trasfondo mítico-mitológico-legendario
que exhibe Aquaman serían las tres
entregas dedicadas a las aventuras de Thor –si bien cada vez menos: sobre todo,
la horrible y paródica Thor: Ragnarok
(ídem, 2017, Taika Waititi) (12)– y
la simpática Wonder Woman (ídem,
2017, Patty Jenkins) (13).
Por
tanto, más que “cine de superhéroes”, que como acabamos de ver es una especie de
“macrogénero” que engloba o puede englobar a muchos otros, Aquaman es un film de aventuras fantásticas, o un film fantástico
de tono aventurero. Ambas tonalidades, la fantástica y la aventurera, no se
excluyen mutuamente, y están muy marcadas, y unidas con armonía, a lo largo de
todo el metraje. Al igual que Hércules, Arthur Curry/ Aquaman es hijo de un
dios y un humano, en su caso hijo de una “diosa” o más bien semidiosa, la reina
atlante Atlanna (Nicole Kidman), y un humilde farero, Tom Curry (Temuera
Morrison), y por tanto, él mismo una especie de semidiós. Una vez llegado a
adulto, y convertido en miembro activo de la Liga de la Justicia –por más que,
insisto de nuevo, apenas se hace referencia a la pertenencia del personaje a ese equipo superheroico y a los DC Cómics–,
Aquaman se ve envuelto en una intriga palaciega que transcurre en las
profundidades del océano, más concretamente en Atlantis: su hermanastro por
parte de madre, el rey Orm (Patrick Wison), aspira a convertirse en monarca
único de todos los reinos de seres, humanos unos, otros no, que respiran y
viven debajo del agua, con vistas a lanzar luego un ataque masivo contra la
humanidad que habita la tierra firme, para castigarla por la contaminación de
los mares. Y lo cierto es que, a pesar de que este detalle ecológico está
incluido con vistas a darle a la trama un toque de actualidad, James Wan pasa
bastante por encima para centrarse, sobre todo, en lo que el relato tiene de
invocación a lo maravilloso.
La
narración en off que abre el film, la
del propio Aquaman relatando sus orígenes, incluye una referencia verbal a
Jules Verne (añado rápidamente que la narración del origen del héroe no es en
absoluto ni una invención ni algo exclusivo de los cómics de superhéroes); en
un momento dado, vemos un ejemplar de La
sombra sobre Innsmouth (1936), la novela de H.P. Lovecraft que tanto
influyera en Albert Sánchez Piñol, y lovecraftianos parecen los hombres peces
que, en un momento dado, atacan ferozmente a Aquaman y la princesa atlante Mera
(Amber Heard); Aquaman y Orm tienen un primer enfrentamiento cuerpo a cuerpo en
el centro de un gigantesco coliseo bajo el mar situado justo encima de un mar
de lava en ebullición; en su huida de Atlantis, Aquaman y Mera se esconden dentro de las fauces de una ballena (“como Pinocho”, puntualiza Aquaman a una Mera que desconoce al personaje de Carlo Collodi); la película incluye una parada en un rincón de la costa
de Sicilia plagado de ruinas del imperio romano, y en concreto, de los restos
de la estatua de un dios que proporcionarán una clave para hacer avanzar la
trama; el principal propósito de Aquaman para enfrentarse y derrocar a Orm
consiste en hallar el misterioso paradero del legendario tridente de Atlan
(Graham McTavish), el primer gran rey de Atlantis, en lo cual puede verse una
clarísima referencia al dios del mar griego Poseidón, Neptuno para los romanos
(por no faltar, no falta a la cita el flashback,
con estética de péplum pasada por el filtro de la imagen CGI, que nos muestra el
antiguo esplendor y posterior hundimiento de Atlantis); y, por descontado, el
film es un festival de reinos imaginarios poblados por atlantes, criaturas
fabulosas y monstruos gigantescos, todo visualizado con lujosos medios y que
Wan presenta, asimismo, desde la perspectiva de la maravilla.
A
pesar de que, en sus líneas generales, el guion de Aquaman resulta bastante convencional, cuando no demasiado
efectista en lo que se refiere a su desarrollo dramático –como bien señala el
amigo Diego Salgado en su crítica de film para Dirigido por…, hay un exceso de escenas que son interrumpidas,
bruscamente, por una explosión destinada a anunciar el arranque de una nueva
secuencia de acción–, sus defectos quedan sobradamente compensados por el
caudal de imaginación y fantasía que ofrece a cambio en sus mejores momentos.
Es el caso de la memorable escena en la que el Arthur niño (Kaan Guldur) es
acosado por dos chicos mayores en el acuario, y cómo los animales marinos al
otro lado del cristal amenazan con romper el mismo con tal de defenderlo. A
renglón seguido, el “imposible” travelling
submarino que pone en relación el final de esta secuencia con el inicio de la
siguiente, pasando del interior del acuario al fondo del océano donde navega el
submarino ruso que será objeto del ataque de los piratas. El plano fijo que relaciona
a Arthur y su padre Tom en la furgoneta aparcada en el muelle del pueblo con la
princesa Mera, surgiendo del mar al fondo del encuadre, en una elegante manera
de combinar y armonizar, en un mismo encuadre, lo excepcional y lo cotidiano,
la realidad y la fantasía. El momento en que Mera salva a Tom de morir ahogado,
extrayéndole mágicamente, gracias a
sus poderes, el agua que el hombre tiene en sus pulmones; la escena en la que
Mera logra activar la llave que abre el secreto del rey Atlan usando esos
mismos poderes para extraer una gota de sudor de la frente de Aquaman,
necesaria para activar el mecanismo; ese instante en que, a falta de agua,
Mera emplea el vino de una bodega como arma contra los asesinos enviados por
Orm para matar a Aquaman y a ella en Sicilia. El ataque de los mencionados
hombres peces al pequeño barco en el que navegan Aquaman y Mera, en una escena
deudora, cómo no tratándose de Wan, de la iconografía del cine de terror. Poco después, hay unos bellos planos submarinos de Aquaman y Mera, descendiendo al
oscuro interior de una fosa alumbrados con la única luz de unas bengalas rojas
y rodeados de cientos de esos mismos hombres peces…
También
hay bonitos detalles auspiciados por la brillantez de la escenografía: ese
barco antiguo cuyo interior se mantiene seco gracias a una cámara de aire,
donde se reúnen en secreto Aquaman, Mera y el visir atlante Vulko (Willem
Dafoe) antes de ser atacados por los hombres de Orm. E, incluso, detalles de
humor afortunados: en la pelea en Sicilia, el capitán atlante Murk (Ludi Lin)
ve roto de un golpe el cristal del casco lleno de agua que necesita para
respirar cuando está en tierra firme y, para no ahogarse, mete la cabeza en un
inodoro… Wan tiene muy claro que un relato protagonizado por personas que
pueden respirar bajo el agua y que proceden de una civilización milenaria
escondida en las profundidades del océano tan solo puede ser un relato fantástico. En consecuencia, la
planificación está en consonancia con esta idea, confiriendo a la película una
tonalidad completamente fantasiosa.
Tono
que se halla presente, asimismo, en la mayoría de las escenas de acción.
Gracias al CGI, el cual no es, ni mucho menos, esa maldición que ha venido a
acabar con el cine sino una herramienta más con posibilidades de expresión
artística si sabe utilizarse con talento, la mayoría de las secuencias de
acción tienen esa misma cualidad fantastique
a la que me estoy refiriendo todo el rato. Es el caso del momento en que
Atlanna lucha contra los guerreros atlantes que irrumpen en la vivienda junto
al faro que comparte con Tom y su pequeño hijo Arthur, el futuro Aquaman: como
ya hiciera en su momento Bryan Singer, ese buen director hoy maldecido y
arrinconado a pesar del éxito popular de Bohemian
Rhapsody (ídem, 2018), en X-Men 2
(X2, 2003), Wan resuelve la pelea empleando planos generales trucados
digitalmente que siguen, sin cortar, los ágiles movimientos de la reina atlante
dentro del encuadre “despachando” a sus enemigos; algunos de esos planos
trucados, que prolongan digitalmente los movimientos de los personajes dentro
del encuadre con un dinamismo que una cámara convencional no puede registrar
siguiendo al unísono esa misma dinámica, reaparecen en la mencionada pelea de
Aquaman y Orm en el coliseo de Atlantis y en su pelea final sobre la cubierta
de la nave atlante en medio del océano; por no hablar de los espléndidos planos
de larga duración, prácticamente planos-secuencia, que jalonan diversos
momentos de la brillante pelea de Aquaman y Mera contra los guerreros atlantes
en el pueblecito siciliano: incluso en algo así, Aquaman busca distinguirse y diferenciarse del film de acción/ de
superhéroes al uso, recurriendo, como digo, a una planificación “fantástica”.
Por otra parte, cuando Wan recurre a la planificación fragmentada y el plano
corto en las escenas de acción, lo hace adoptando un significativo cambio de
perspectiva: es el caso de la secuencia del asimismo mencionado asalto al
submarino ruso por los piratas, que a continuación es rescatado por Aquaman: en
esta ocasión, quienes luchan, matan y mueren no son atlantes, sino hombres
normales y corrientes, y el atlante justiciero que ataca a los piratas es,
desde el punto de vista de estos últimos, un “monstruo” dotado de una fuerza
sobrehumana y capaz de resistir el impacto de balazos y granadas.
Aquaman,
repito una vez más, es una buena película de aventuras fantásticas, a pesar,
por descontado, de que no está exenta de defectos. El principal de ellos es la
incorporación de Manta Negra (Yahya Abdul-Mateen II), un personaje metido con
calzador cuya eliminación de la trama no hubiese afectado a esta en absoluto, y
que se limita a dar pie, en la consabida secuencia post-créditos, al anuncio de
una más que posible segunda parte, dado el excelente funcionamiento comercial
del film en el momento de escribir estas líneas. Los demás personajes tampoco
resultan particularmente brillantes, empezando por el propio Aquaman, cuyas
“frases graciosas” a ratos resultan algo cargantes (más allá del inesperado
sentido del humor demostrado por Jason Momoa). Tampoco puede evitarse la
sensación de que, a pesar de la fantasía de su diseño de producción, la
película es, casi me atrevería a decir que inevitablemente, deudora de
anteriores logros visuales y estéticos de franquicias como Star Wars, Indiana Jones o El Señor de los
Anillos/ El hobbit, lo cual
coarta un poco la creatividad demostrada en sus mejores instantes. Pero acaso
esto último no deje de ser algo consubstancial al cine de James Wan, un
realizador que, incluso en sus excelentes producciones inscritas dentro del
cine de terror (Insidious, Silencio desde el mal, Expediente Warren 1 & 2), ha
demostrado ser antes un renovador que un innovador, un hábil manipulador de
formas preestablecidas que un auténtico creador de formas. Tiempo al tiempo.