[NOTA PREVIA: Conferencia impartida
en catalán en la biblioteca Caterina Albert – Camp de l’Arpa de Barcelona el 14
de febrero de 2018, dentro del ciclo de las Biblioteques de Barcelona “Frankenstein,
mite i cultura popular”, para conmemorar el 200 aniversario de la publicación
de la primera edición de la novela de Mary Shelley. (1)] Frankenstein,
o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, es una de las novelas más adaptadas
de la historia del cine y la televisión. Pero también es una de las más “traicionadas”
cuando se ha adaptado al audiovisual. ¿A qué se debe esa dificultad?
En primer lugar, a la naturaleza intrínseca del libro. Frankenstein, o el moderno
Prometeo es una de las piezas maestras de la literatura universal, un
clásico incontestable, de aquellos que no se agotan con una sola lectura y que
ha dado, continúa dando y seguirá dando pie a muchas interpretaciones. Su
complejidad es, en principio, una dificultad añadida a la hora de transferirlo
a imágenes. En segundo lugar, y no menos importante, es que la
mayoría de las adaptaciones cinematográficas y también para la televisión de la
novela se han caracterizado, por regla general y con algunas excepciones, por
su infidelidad a la trama del libro.
Esa infidelidad al libro comenzó ya en los primeros
años en que se hicieron las primeras versiones del teatro, es decir, mucho
antes de que existiera el cine. Téngase en cuenta que la primera edición de la
novela es de 1818. La primera versión para el teatro de Frankenstein se
hizo tan solo tres años después de la publicación de la primera edición, en
1821, una versión francesa que nunca se estrenó en los escenarios y que se
conserva incompleta. De hecho, la primera adaptación oficial de Frankenstein
fue la que se estrenó en Londres en 1823 bajo el título de Presumption, or
The Fate of Frankenstein. ¿Y por qué nos detenemos en las versiones teatrales de
Frankenstein? Porque muchas de las libertades que años más tarde se
tomaron muchas películas con la novela de Shelley fueron una herencia directa
de las que se tomaron antes los dramaturgos con el libro. Por
lo tanto, muchas de las “imprecisiones” que se tomaron después el cine y la
televisión con Frankenstein ya estaban allí, en las adaptaciones
teatrales. Adaptaciones teatrales por las que, por cierto, Mary Shelley nunca cobró
un céntimo, ya que a principios del siglo XIX la legislación de derechos de
autor seguía siendo algo prácticamente inexistente, lo que significa que
cualquier autor podía adaptar Frankenstein sin necesidad de pedir
permiso ni pagarle nada a su legítima autora.
Por lo tanto, el cine sacó muchas cosas del teatro,
que, a la hora de la verdad, no estaban en la novela. Por ejemplo, en la
versión teatral inglesa de 1823, Presumption, or The Fate of Frankenstein,
ya aparece el ayudante del Dr. Frankenstein, que aquí se llama Fritz, y que en
las películas a veces también se llama Fritz, o especialmente Igor, y suele ser
un jorobado. Pues bien, no busquen este personaje en el libro de Shelley. No
existe: es una invención del teatro, luego adoptada por el cine. Es más: en
esta misma obra de teatro de 1823, el Dr. Frankenstein también exclama el
famoso: “¡Está vivo!”, cuando da vida al Monstruo. Es exactamente lo
mismo que exclama el doctor interpretado por Colin Clive en la famosa película
de James Whale El doctor Frankenstein (Frankenstein) de 1931. De
hecho, ya en 1915 hallamos una especie de versión teatral cómica, The Last Laugh,
en la que el uso de la electricidad ya está muy presente como un sistema para
dar vida al Monstruo, algo que en la novela de Shelley solo está insinuado pero
que en el cine nos hemos hartado de ver. También hay que tener en cuenta que, a
la inversa de lo que acabamos de explicar, el cine también influyó en muchas
adaptaciones teatrales que se hicieron después de las primeras películas
famosas basadas en Frankenstein, es decir, las que se hicieron en los Estados
Unidos, producidas por la productora Universal, entre los años 30 y 40.
Pero, antes de las versiones de la Universal, las primeras
versiones de Frankenstein se hicieron en la época del cine silente y en
los Estados Unidos. La primera, Frankenstein’s Trestle, de 1902, es en
realidad una falsa película de Frankenstein, porque no es más que un pequeño film
hecho en un pequeño pueblo de New Hampshire llamado... Frankenstein. La auténtica
primera versión es el Frankenstein que en 1910 produjo el famoso
inventor estadounidense Thomas Alva Edison, dirigido por J. Searle Dawley y
protagonizada por Charles Ogle, como el Monstruo, y August Phillips, como
el Dr. Frankenstein. Aunque solo dura 16 minutos, el Frankenstein de
Edison resume brevemente algunas de las ideas esenciales del libro, como la
identificación entre el Monstruo y el doctor, como si ambos fueran las dos
caras de una misma moneda.
Otras dos versiones silentes de Frankenstein
son la también americana Life Without Soul, de 1915, dirigida por Joseph
W. Smiley, y la italiana Il mostro di Frankenstein, de 1921, dirigida
por Eugenio Testa. Ambas están actualmente desaparecidas, y también adaptan el
libro tomándose muchas más libertades que la producida por Edison.
Llegamos al cine sonoro, y también a las primeras
versiones famosas de Frankenstein, producidas por
Universal Pictures y dirigidas por el cineasta británico James Whale. Estamos
hablando, por supuesto, de El doctor Frankenstein, de 1931, y de La novia
de Frankenstein (Bride of Frankenstein), de 1935, que lanzaron a la
fama a uno de los mejores actores de la historia del cine fantástico, el
intérprete del Monstruo de Frankenstein Boris Karloff. Destaquemos que, dejando
aparte la gran interpretación de Karloff, buena parte del éxito de El doctor
Frankenstein se debió al maquillaje creado por Jack Pierce, que aunque no
tiene nada que ver con el Monstruo tal y como describe Mary Shelley en su
novela, destaca por su genial sencillez: por ejemplo, los tornillos en el
cuello, por los cuales se supone que pasa la corriente eléctrica que le da
vida; o esa cabeza plana, concebida a partir de la idea de que se podría abrir,
como una caja, para colocar el cerebro en el Monstruo.
El doctor Frankenstein está basada tanto en la novela de Shelley como, sobre
todo, en una exitosa versión teatral de Frankenstein escrita por Peggy
Webling y estrenada en 1927, lo cual explica que el libro no esté muy presente
en la película e incluya gran parte de la tradición teatral en lo que se
refiere a los personajes, como el jorobado Fritz, interpretado por Dwight Frye;
el grito de: “¡está vivo!”, que lanza el doctor que interpreta Colin
Clive; o el famoso experimento eléctrico, aquí ya muy sofisticado. Como
adaptación de Shelley, lo más importante que hay que decir sobre El doctor
Frankenstein es que estableció para siempre la imagen del Monstruo
concebido como una especie de autómata (aquí no habla, aunque comenzará a
hacerlo en La novia de Frankenstein), una máquina de matar que no
parece tener sentimientos humanos, a pesar de la fuerza poética de la famosa
secuencia en la que mata, inocentemente, a una niña junto al lago, convencido
de que la pequeña flotará en el agua como las flores que momentos antes ambos estaban
lanzando. Aunque a veces se ha acusado a El doctor Frankenstein
de recoger la tesis conservadora y puritana que la propia Mary Shelley propagó
en la segunda edición de su libro de 1831, según la cual el hombre nunca
debería atreverse a desafiar a Dios, no es menos es cierto que, desde una
perspectiva estrictamente cinematográfica, El doctor Frankenstein es una
película notable, especialmente gracias a su maravillosa atmósfera gótica y
barroca, inspirada en gran medida por la estética del expresionismo alemán.
El éxito de El doctor Frankenstein llevó a
James Whale a realizar una continuación, La novia de Frankenstein,
considerada unánimemente, y con razón, mejor que El doctor Frankenstein.
La novia de Frankenstein sigue tomándose todo tipo de imprecisiones con respecto
al libro, a pesar de tener el descaro de incorporar en su primera secuencia al
personaje de la mismísima Mary Shelley, interpretado por la actriz Elsa
Lanchester. Pero precisamente el hecho de que Lanchester interprete a Mary
Shelley y también al monstruo femenino, “la novia de Frankenstein” que el
médico crea para que sea la compañera de su primer Monstruo, nos permite
entender mejor la sutileza de esta película, que, además de ser visualmente aún
más sofisticada que El doctor Frankenstein, va más allá de los hallazgos
de la primera película, erigiéndose en un magnífico poema gótico que acaba
siendo más fiel al espíritu Shelley que el primer film, porque se adentra
en temas de la novela como la soledad del Monstruo o la falta de comprensión
del doctor hacia su creación, a la cual lanza al mundo sin darle protección, y
recoge otros aspectos del libro, como la famosa secuencia del Monstruo y el anciano
ciego que le acoge en su cabaña, y que muchos años más tarde sería objeto de una
aguda parodia en El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein,
1974). En La novia de Frankenstein, el Monstruo exhibe, por fin,
sentimientos humanos, tal y como se lee en la novela original.
El éxito de El doctor Frankenstein y La novia
de Frankenstein animó a la Universal a hacer más películas sobre el doctor y su Criatura. De todas ellas, la más interesante es La sombra de
Frankenstein (Son of Frankenstein), dirigida por Rowland V. Lee en
1939, con Boris Karloff como el Monstruo por tercera vez, y Basil Rathbone interpretando
a un hijo del Dr. Frankenstein Todas las demás continuaciones, aunque tengan su
gracia, no están ni mucho menos a la altura de las tres primeras: este es el
caso de El fantasma de Frankenstein (The Ghost of Frankenstein)
de Erle C. Kenton, de 1942, con Lon Chaney Jr. interpretando al Monstruo; Frankenstein
y el hombre lobo (Frankenstein Meets the Wolf Man), de Roy William Neill,
de 1943, donde el Monstruo está a cargo de Bela Lugosi, mientras que aquí Lon Chaney
Jr. repite su famoso papel de licántropo; La zíngara y los monstruos (House
of Frankenstein), de 1944, y La mansión de Drácula (House of Dracula),
de 1945, ambas también de Erle C. Kenton, donde el Monstruo está interpretado
por Glenn Strange, y en las cuales ya se hizo más que evidente la fórmula de la
Universal consistente en mezclar a los monstruos clásicos de las películas de terror,
hasta llegar a la degeneración de esta misma fórmula con la comedia Contra
los fantasmas (Abbott and Costello Meet Frankenstein), dirigida por
Charles T. Barton en 1948, y protagonizada por los cómicos Bud Abbott y Lou
Costello. Tenemos que darnos cuenta, llegado a este punto, que
en ese momento e incluso todavía hoy se produce la famosa confusión consistente
en llamar al monstruo “Frankenstein”, olvidando que Frankenstein es el apellido
de su creador, el Dr. Victor Frankenstein, a veces renombrado Henry
Frankenstein en algunas de las películas. Esto se debe en parte a la enorme
popularidad que tuvo Boris Karloff gracias a su extraordinaria creación del Monstruo,
lo cual dio pie a una asociación incorrecta entre su personalidad
cinematográfica y el apellido Frankenstein. Esto es también otro antiguo legado
del teatro británico del siglo XIX, donde por ejemplo un actor de esta época
llamado O. Smith, que se hizo famoso por interpretar al Monstruo de
Frankenstein en los escenarios, fue bautizado con el apodo popular de “Mr.
Frankenstein”.
Las películas de la Universal no fueron las últimas
que el cine norteamericano hizo sobre el tema. Entre los años 50, 60 y 70 se
hicieron varias producciones de bajo presupuesto, películas de serie B, con
resultados por lo general muy pintorescos, pero también muy mediocres. Es el
caso, por ejemplo, de I Was a Teenage Frankenstein, 1957, de Herbert L. Strock,
que además de ser un desastre intenta adaptar el mito creado por Mary Shelley al
“cine juvenil”, entre comillas, de la época; también hallamos Frankenstein
70 (Frankenstein 1970), de 1958, dirigida por Howard W. Koch, que al
menos ofrece algunas pinceladas curiosas relacionando a Frankenstein y su Monstruo
con la energía atómica, y con Boris Karloff interpretando en esta ocasión al
doctor; o de Frankenstein's Daughter, 1958, dirigida por Richard Cunha.
A partir de los años 60, el tema Frankenstein comenzó
a degenerar rápidamente dentro del cine estadounidense de bajo presupuesto de
la década, con bodrios como Frankenstein Meets the Space Monster,
dirigida en 1965 por Robert Gaffney; o
incluso incursiones dentro del llamado cine nuddie, un tipo de película de bajo presupuesto y temática erótico-sexual, con desnudos pero sin
sexo explícito, y a una de estas producciones fue a parar el pobre Monstruo de
Frankenstein, la titulada House on Bare Mountain, dirigida por Robert L.
Bare en 1962.
En los años 70, la calidad de las películas no mejora
ni a tiros, como demuestra la existencia de subproductos como Drácula contra
Frankenstein, de Al Adamson, realizada en 1971 (no confundir con el Drácula
contra Frankenstein de Jesús Franco), aunque en esta misma década se hizo
uno de los enfoques más divertidos del mito que se recuerdan junto con El
jovencito Frankenstein. Me refiero a The Rocky Horror Picture Show,
de Jim Sharman, realizada en 1975 y basada en la obra musical de Richard
O'Brien The Rocky Horror Show, estrenada en 1973, que se convirtió en un
fenómeno inusual de culto después de que su proyección en las sesiones de medianoche
se convertía en un espectáculo donde el público participaba activa y espontáneamente,
cantando y bailando las canciones de la película.
Mientras tanto, ¿qué había pasado en la vieja Europa? Pues
algo muy interesante, pero para verlo hay que retroceder hasta la mitad de los
años 50. En ese momento, una productora británica de cine de bajo
presupuesto llamada Hammer Films había logrado un inusual éxito comercial a
nivel internacional con una pequeña pero notable película de ciencia ficción titulada
El experimento del Doctor Quatermass (Quatermass), dirigida por
Val Guest en 1955. Este triunfo, que tuvo su continuidad en nuevas contribuciones
de Hammer a la ciencia ficción, animó a los responsables del estudio a probar
suerte con el cine de terror gótico. Y la primera prueba que hicieron, después
de adquirir los derechos cinematográficos sobre Frankenstein que estaban
en manos de la Universal, fue una película titulada La maldición de
Frankenstein, (Curse of Frankenstein), dirigida en 1957 por uno de
los mejores directores de la historia del cine: el británico Terence Fisher. El
éxito mundial de La maldición de Frankenstein convirtió a Hammer Films, hasta principios de los años 70, en la productora especializada en cine
fantástico más importante de su tiempo, como demostró con sus nuevas y
brillantes versiones de mitos del género como el conde Drácula, el hombre lobo,
la momia o el Fantasma de la Ópera, la mayoría de ellas realizadas, no por
casualidad, por el mencionado Terence Fisher.
La maldición de Frankenstein supuso un cambio fundamental en el enfoque realizado
por el cine sobre la novela de Mary Shelley. Si, hasta ese momento, el Monstruo,
o la Criatura como también se la llama, era el eje fundamental de las
producciones norteamericanas, la versión de Fisher recupera el peso del
personaje del Dr. Frankenstein, aquí llamado Barón Frankenstein, el cual se
beneficia extraordinariamente del trabajo de su intérprete, uno de los mejores
actores de la historia del cine: el británico Peter Cushing. Y, aunque es verdad
que ni La maldición de Frankenstein ni las películas posteriores que produjo
Hammer sobre el mito tampoco son fieles al libro de Shelley, no es menos
cierto que el ciclo Hammer sobre Frankenstein es, a día de hoy, la exploración
más profunda hecha por el cine sobre los temas planteados en el libro y la
versión más cercana al espíritu de las ideas de Shelley. Por lo tanto,
el ciclo Frankenstein de Hammer Films se caracteriza por la personalidad que supo
imprimir Peter Cushing al personaje del Barón Frankenstein, y también
por la inteligencia de los guiones: La maldición de Frankenstein fue
escrita por Jimmy Sangster, quien más tarde firmó el guion de una de las
mejores películas fantásticas de todos los tiempos: la versión de Drácula
dirigida en 1958, también, por Terence Fisher. Pero todo esto, a pesar de ser notable,
no tendría el peso específico que tiene si no fuera por el gran trabajo de Fisher,
cineasta con una extraordinaria capacidad que supo convertir todos sus enfoques
sobre los clásicos mitos del terror hechos para Hammer en sinfonías macabras
caracterizadas por un uso dramático del color, el sentido de la profundidad de
los encuadres y un concepto dinámico de la composición visual.
Fisher dirigió un total de cinco películas del ciclo Frankenstein. La maldición de Frankenstein, en 1957; Revenge of Frankenstein,
en 1958; Frankenstein Created Woman, de 1966; El cerebro de
Frankenstein, de 1969; y Frankenstein and the Monster from Hell, de
1973, película que cerró, prematuramente, la carrera de Fisher como director. Todas
ellos ofrecen un magnífico retrato del Barón Frankenstein; en La maldición...,
Frankenstein en un noble arrogante y ambicioso que está convencido de su
superioridad intelectual y de que su propósito de crear al monstruo –monstruo,
por cierto, interpretado por el luego famoso intérprete del Drácula de
Hammer, Christopher Lee–, se erige, como digo, en un objetivo ante el cual no
se detendrá ante nada y ante nadie, aunque ello suponga violar la moral y la ética de su tiempo; en Revenge..., Frankenstein continúa con ese empeño, y lo lleva lo más lejos posible, ya que
al final el Barón se convierte en su propio monstruo, cuando un ayudante lo
resucita de entre los muertos trasplantando su cerebro a otro cuerpo; en Frankenstein
Created Woman, el Barón fabrica un monstruo muy especial, una mujer muerta
que se suicidó, y a la que ha resucitado colocándole el cerebro de su amante
asesinado, el cual usará ahora el cuerpo de su amada para vengarse de los hombres
que les llevaron a la muerte a ambos; en El cerebro de Frankenstein, el
Barón es un personaje furioso y violento que reacciona con crueldad y
contundencia contra la ciencia de su tiempo, a la que considera mediocre porque
es incapaz de entender la audacia de su experimento y la innovación que
implica; y en Frankenstein and the Monster from Hell, el Barón trabaja
en secreto en un manicomio, que se convierte en un reflejo macabro y grotesco del
mundo y de la sociedad a los cuales el protagonista se enfrenta.
Hammer FIlms hizo un par más de películas de
Frankenstein no dirigidas por Fisher, y que, aunque inferiores, también
son muy interesantes: Evil of Frankenstein, dirigida por Freddie Francis
en 1964, asimismo con Cushing como el Barón, y que tiene la curiosa peculiaridad
de que recupera, en parte, la estética del Monstruo de la Universal; y El
horror de Frankenstein, de 1970, dirigida por Jimmy Sangster y con el actor
Ralph Bates encarnando a un nuevo y más joven doctor Frankenstein, en una
película de un humor negro muy notable.
En los
años 60 y 70, el mito de Frankenstein dio pie a producciones de todo tipo en
todo el mundo, a menudo tan exóticas con la japonesa Furakenshutain tai
chitei kaijû Baragon/ Frankenstein Conquers the World, dirigida por Ishiro
Honda en 1965, y que cuenta con un monstruo de Frankenstein de colosales
proporciones, característico del subgénero japonés de monstruos gigantes, el kaiju
eiga. (No olvidemos que Honda fue el director de la famosa primera película
sobre Godzilla, conocida en España como Japón bajo el terror del monstruo).
En Italia, sin ir tan lejos, se hicieron varias producciones sobre
Frankenstein, la mayoría de ellas bastante deplorables, aunque hay que
mencionar, como curiosidad, Carne para Frankenstein (Flesh for
Frankenstein), de 1973, dirigida a medias (no hay mucha unanimidad al respecto)
por el estadounidense Paul Morrissey y el italiano Antonio Margheriti, y que
dentro de sus discretos resultados destaca, en primer lugar, por el uso de 3D,
y segundo, por su extraña estética, en un conjunto que se caracteriza por su
frialdad pero que, por esa misma razón, resulta moderadamente atractiva.
Entre los años 70 y 90, ha habido varios títulos que
de una manera u otra han intentado, por un lado, respetar la tradición
cinematográfica del mito, y por otro, intentar aproximaciones lo más personales
posible. El primero de ellos, ya mencionado, es la famosa parodia de Mel Brooks El
jovencito Frankenstein, de 1974. Hay que decir que, aun tratándose de una
parodia, y muy divertida, la película de Brooks demuestra un gran conocimiento sobre
el mito y todos sus tratamientos cinematográficos anteriores. La película fue
rodada imitando la estética de las viejas películas del Universal, de ahí que
fuera filmada en blanco y negro, y el argumento viene a ser una nueva versión
de La sombra de Frankenstein, de Rowland V. Lee, de la que recuperó el
personaje del hijo del doctor Frankenstein, interpretado aquí por Gene Wilder,
así como el del jorobado Igor, que interpreta un memorable Marty Feldman, y la
parodia de la secuencia del ciego de la cabaña de La novia de Frankenstein,
solo que aquí el ciego, que interpreta Gene Hackman, se lo hace pasar
horriblemente mal al monstruo, que encarna un no menos magnífico Peter
Boyle.
De 1976 es Victor Frankenstein (ídem), una rara
coproducción británico-sueca dirigida por Calvin Floyd, con Leon Vitali interpretando
al doctor y Per Oscarsson como la Criatura, que fue publicitada como la más
fiel a la novela de Mary Shelley que se había hecho. Lo mismo se dijo de una
miniserie de televisión dirigida por Jack Smight en 1973, Frankenstein: The
True Story, de tres horas de duración, y que fue estrenada en los cines de
España en una versión abreviada con el título de La verdadera historia de
Frankenstein. Lo cierto es que Victor Frankenstein también es tan
solo relativamente fiel al libro de la Shelley, y aunque sus resultados son
interesantes, vuelve a demostrar la gran dificultad existente a la hora de
adaptar la novela tal cual es.
Muy curiosa es La prometida, dirigida en 1985 por
Franc Roddam, y con Sting interpretando al doctor Frankenstein. Su curiosidad,
como digo, reside en que esta película es, más o menos, una especie de remake de La novia de Frankenstein,
ya que empieza con el Monstruo, interpretado por Clancy Brown, ya creado, y justo
en el momento en que el doctor está construyendo a su novia, que interpreta Jennifer
Bels, la protagonista de la famosa Flashdance. No es necesario decir que la creación femenina
del doctor es tan bella que este decide quedársela para sí, y al Monstruo, que
lo zurzan... Bromas aparte, La prometida hace alarde de una atmósfera
atractiva, entre romántica y decadente, de lo que resulta una película a la que
vale la pena dedicar un recuerdo.
En 1990, el veterano productor y director
estadounidense Roger Corman dirigió por sorpresa la película con la que retiró
del cine como realizador. Estamos hablando de Frankenstein Unbound, que en
España ha circulado en formato doméstico como La resurrección de
Frankenstein. Como su título original sugiere, Frankenstein Unbound
no es una adaptación de la novela de Shelley, sino de un excelente libro del escritor
de ciencia ficción Brian Aldiss titulado precisamente Frankenstein
desencadenado. Sin embargo, pese a sus simpáticos resultados, la película
de Corman desaprovecha en gran medida la novela de Aldiss, que es muy superior
a la película, y no se toma la molestia de desarrollar ideas tan interesantes
como la un viajero del tiempo, interpretado en la película por John Hurt, que
viaja al pasado y descubre que la novela de Mary Shelley, aquí interpretada por
Bridget Fonda, no es un libro de ficción, sino una obra basada en hechos
reales, y que el Dr. Frankenstein, que interpreta Raúl Julia, y el Monstruo, encarnado
por Nick Brimble, existieron realmente...
En 1994, y con ganas de aprovechar al máximo el éxito
alcanzado con su película de 1992 Drácula de Bram Stoker, Francis Ford
Coppola produjo un remake de la novela de Mary Shelley explícitamente titulado
Frankenstein de Mary Shelley (Mary Shelley’s Frankenstein).
Dirigida por el cineasta irlandés Kenneth Branagh, en ese momento famoso por
sus brillantes adaptaciones de obras de William Shakespeare, como Enrique V
o Mucho ruido y pocas nueces, el propio Branagh asumió el papel del doctor,
mientras que el Monstruo no era otro que Robert De Niro. Muy discutida en el
momento de su estreno, Frankenstein de Mary Shelley decepcionó a los fans
de las películas de terror porque se encontraron ante un producto que no estaba
concebido para ser aterrador, sino que más bien pretendía ser un melodrama
gótico suntuoso, filmado de una manera muy operística y que recalca el gusto de
Branagh por hacer películas donde el cine y el teatro convergen en un estilo
que podría llamarse, precisamente, cine-teatro, es decir, un cine que utiliza de manera cinematográficamente recursos formales y características estilísticas sacadas del
teatro. Solo es necesario ver, sin ir más lejos, su reciente versión de Asesinato
en el Orient Express. Aunque también se promocionó como la versión más fiel
al libro de Shelley, y si bien se toma algunas libertades, Frankenstein de
Mary Shelley es un inesperado homenaje a la novela original y está lleno de
sutiles referencias a la historia personal de la escritora.
Desde el año 2000 hasta ahora, el Dr. Frankenstein y
su criatura no han dejado de aparecer regularmente en el cine. Desafortunadamente,
y salvo excepciones, ambos personajes se han convertido, más que nunca, en
iconos pop posmodernos, lo que explicaría, tal vez, que haya habido intentos de
llevar el mito creado por Shelley a formas populares de expresión como los
cómics, y que estas versiones posmodernas han dado paso a sus apariciones en películas como Van Helsing (ídem), dirigida por Stephen Sommers en 2004, donde el Monstruo, que
interpreta Shuler Hensley, forma parte de una especie de cómic gigantesco pero insustancial; o como Yo,
Frankenstein (I, Frankenstein), dirigida en 2014 por Stuart Bettie, donde
el Monstruo, interpretado por Aaron Eckhart, es, directamente, una especie de superhéroe.
Esto no significa que no se hayan hecho algunas
contribuciones valiosas al mito. Está, por ejemplo, el muy interesante Frankenstein
(ídem) dirigido por Bernard Rose en 2015, una pequeña producción independiente
que ambienta la novela de Mary Shelley en la actualidad, en la cual el Monstruo,
que interpreta Xavier Samuel, se llama Adam, “Adán”, como el primer hombre,
y es descrito como un marginal que ha sobrevivido en la calle como puede, convertido
en un sintecho. En cierto sentido, podríamos decir que el mito de Frankenstein
también es ahora mismo como un “sintecho” en el cine de hoy, esperando a que
alguien le dé comida y cobijo, es decir, alguien que lo resucite
apropiadamente. Tampoco podemos olvidarnos del interesante Victor
Frankenstein (ídem) dirigido por Paul McGuigan también en 2015, con James McAvoy
como el doctor y un inusual Daniel Radcliffe como Igor, su ayudante; esta vez,
la historia se cuenta desde el punto de vista de Igor, lo cual introduce una
perspectiva fresca y renovada a esta historia clásica, en la que incluso el Monstruo
es aquí muy secundario (2). También ha habido contribuciones interesantes al mito hechas
para la televisión, pero este es un tema tan largo como las adaptaciones para
el cine y daría pie para otra conferencia. Sin embargo, está muy claro que los
mitos clásicos de la literatura y el cine no desaparecen fácilmente; que los
mitos, como dijo Italo Calvino, son siempre modernos, siempre frescos, siempre
vivos, y no se agotan con una versión, y otra, y otra... El futuro, sin duda,
nos traerá nuevas perspectivas sobre esa novela inagotable que es Frankenstein,
o el moderno Prometeo. En su libro Frankenstein desencadenado, Brian
Aldiss lo expresó mejor que nadie, en un momento en que el propio Monstruo de
Frankenstein explica que nunca morirá, porque, aunque logren destruirlo, la
misma humanidad que ha acabado con él llevará a cabo renovados esfuerzos para
resucitarlo, ya que, una vez que ha sido desencadenado, el Monstruo de
Frankenstein, el monstruo del progreso tecnológico, ya no puede volver a ser
encadenado. Muchas gracias.