[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] En lo que a su
estructura narrativa se refiere, Wonder
Woman (ídem, 2017) no presenta grandes novedades en materia de cine de
superhéroes (mal que les pese a Fernando Trueba o a Olivier Assayas, el de
superhéroes también es cine). La
única, pequeña, diferencia es que, al contrario que la película que estableció
–brillantemente– el por así llamarlo patrón clásico dentro del género, el
estupendo Superman (ídem, 1978) de
Richard Donner, esta crónica de la infancia-vocación-primeras experiencias de
la princesa amazona Diana de Temiscira (Gal Gadot) empieza con una corta
secuencia ambientada en época actual, y a partir de la misma se construye el
larguísimo flashback que ilustra los
recuerdos de la protagonista, en vez de seguir el iter cronológico convencional. Dicha secuencia, en la que vemos a
Diana en la actualidad, consultando unos viejos archivos del museo del Louvre,
entre los cuales se halla la ya popular fotografía de la protagonista y sus
compañeros de aventuras durante la Primera Guerra Mundial: la misma imagen que
ya aparecía, recordemos, en Batman v
Superman: El amanecer de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice,
2016, Zack Snyder) (1) –y que, de
paso, emparenta a Wonder Woman con
otra epopeya superheroica con guerra mundial como telón de fondo, la Segunda en
este caso: Capitán América: El primer
Vengador (Captain America: The First Avenger, 2011, Joe Johnston) (2)–, sirve para enlazar Wonder Woman con el Universo
Cinematográfico DC al que pertenece: recordemos que la película firmada por
Patty Jenkins forma parte del plan de producción de Warner Bros. en torno a los
superhéroes de los cómics DC en el que también se engloban El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013, Snyder) (3) y las futuras Liga de la Justicia (Justice League, 2017, Snyder) y Aquaman (James Wan, 2018).
La
cámara se acerca, en un lento zoom,
al primer plano de Diana en esa foto y, por encadenado, del mismo pasamos a
otro primer plano, el de una Diana de ocho años (Lilly Aspell) que corretea por
la mitológica isla de Temiscira, el paraíso de las amazonas, gobernado por su
madre, la reina Hipólita (Connie Nielsen), y custodiado por su tía y hermana de
la anterior, la general Antíope (Robin Wright). A pesar de una secuencia
didáctica un tanto engorrosa pero necesaria para situar al espectador, en la
que a base de animación digital se nos explica la guerra mitológica del dios
olímpico Zeus contra su propio hijo Ares, el dios de la guerra, este primer
bloque narrativo situado en Temiscira no solo no funciona mal, sino que, a
ratos, es incluso bastante atractivo, pese a sostenerse –como, de hecho, todo
el film– sobre convenciones mil veces vistas. En este primer tercio, Patty
Jenkins lleva a cabo una dinámica y sincera revisión del género del peplum que tiene cierto encanto gracias,
en parte, a la solidez interpretativa de Robin Wright y Connie Nielsen, y al
tono novelesco del planteamiento dramático: la reina Hipólita se niega a que su
hija Diana reciba instrucción como guerrera amazona, porque considera que no la
necesita; pese a ello, la pequeña Diana admira las habilidades y destreza
marciales de su tía Antíope y del resto de amazonas a las que adiestra; y, a
espaldas de su hermana, Antíope empieza a entrenar a Diana, convencida de que
tarde o temprano necesitará esos conocimientos bélicos. Cuando Diana tiene doce
años (ahora con los rasgos de Emily Carey), Hipólita descubre que está siendo
adiestrada en secreto por Antíope, pero pese a su resistencia, termina
accediendo a que su hija continúe recibiendo entrenamiento militar, pero con la
condición de que sea entrenada más duramente que a cualquier otra amazona,
acaso para disuadirla. Pese a que en todas estas escenas de Temiscira asoma la
sombra del kitsch, como siempre que
se aborda en cine la mitología grecorromana –y a pesar, todo hay que decirlo,
de las notables licencias que se toman los guionistas con la misma–, el
resultado no solo no chirría, sino que incluso adopta un agradable y bien
controlado tono de relato clásico de aventuras.
Una vez que Diana llega a adulta, y se convierte en la más poderosa e invencible de todas las amazonas de la isla, un inesperado acontecimiento da pie al auténtico nudo del relato. Un norteamericano llamado Steve Trevor (Chris Pine) atraviesa, con el avión de combate que ha robado a los alemanes, el muro de invisibilidad que mantiene a la isla de Temiscira aislada del mundo, descubriéndonos que nos hallamos en el último año de la Primera Guerra Mundial. El barco de guerra alemán que estaba persiguiendo a Steve atraviesa ese mismo muro invisible, y eso provoca el desencadenamiento de una batalla de los soldados germanos contra las amazonas. Steve es interrogado por Hipólita y revela que trabaja como espía para los ingleses; que, infiltrado en el ejército alemán, ha descubierto –y Jenkins lo visualiza mediante el preceptivo flashback– que el general alemán Ludendorff (Danny Huston) y su ayudante, la Dra. Maru (Elena Anaya), han desarrollado un gas mostaza contra el cual sería imposible protegerse ni tan siquiera con máscaras antigás; y que el mundo lleva casi cuatro años enfrascado en una guerra en la que ya han fallecido millones de inocentes.
Al
igual que el superhéroe protagonista del Superman
de Donner, Diana de Temiscira es una ingenua, una criatura inocente que nada sabe ni de la humanidad ni de la guerra. “¡Qué cándida era entonces!”, le hemos
oído exclamar en el ya mencionado prólogo parisino. De acuerdo con su educación mitológica, Diana cree
sinceramente que la humanidad es buena
porque así fue creada por Zeus; que fue Ares quien, envidioso de la creación de
su padre, inventó la guerra, y la inculcó a los seres humanos por mero despecho;
y, sabedora de que Zeus expulsó a Ares a la Tierra con su último suspiro, Diana
está firmemente convencida de que bastará con que encuentre a Ares, se enfrente
a él y le mate con una espada mágica de Temiscira (la “matadioses”), para que
la humanidad se vea libre del influjo del dios de la guerra y vuelva a vivir en
paz. Esta es, sin duda, la idea más interesante de esta película, y la que da
pie a sus mejores momentos. Diana de Temiscira es, aquí, una pacifista pura que empieza abrazando, sin saberlo,
la filosofía de Jean-Jacques Rousseau en torno a la bondad intrínseca del ser
humano, hasta que termina dándose cuenta de que la realidad de la humanidad se
encuentra, por desgracia, más cerca de Thomas Hobbes y su célebre sentencia en
torno a que el hombre es un lobo para el
hombre.
Ha
circulado estos días cierta polémica en torno al contenido feminista de esta
versión de Wonder Woman en base al
hecho de que William Moulton Marston, creador del personaje en el año 1941,
quiso plasmar en ella las ideas feministas del momento (4). Y, cierto es, el film contiene algunos apuntes al respecto:
las habitantes de la isla de Temiscira viven en un reino sin hombres, como es preceptivo entre las amazonas; Diana está
convencida de que fue creada por su madre usando una arcilla a la que luego se
le insufló mágicamente la vida; la primera vez que Diana ve a Steve desnudo,
saliendo del estanque donde acaba de darse un baño, no muestra la menor
incomodidad ante él, por más que es notorio que, como suele decirse, ella
todavía no ha conocido varón; más
tarde, conversando en la embarcación en la cual ambos parten hacia Londres,
Diana le explica a un asombrado Steve que conoce perfectamente cómo funciona la
reproducción entre los seres humanos y sabe de la existencia –dice– de “los placeres de la carne”, pero que nada
de eso contradice su convicción amazona de que los hombres son “innecesarios”; una vez en Londres, Diana
tiene que ponerse ropa “de mujer” para que su atuendo de amazona no llame la
atención, y probándose un vestido con falda y enaguas, se pregunta “cómo pueden las mujeres luchar con esto
puesto…” (sic), mientras ensaya una patada ante el espejo del probador. Pese
a todo, la idea del pacifismo es en el film más importante que la del
feminismo, entre otras razones porque la primera condiciona tanto la trama como
la propia puesta en imágenes del relato. Si el Superman de Donner era, en cierto sentido, la historia de un
personaje “irreal”, en el borde mismo de lo angelical –recuerden: nunca
mentía–, Wonder Woman le sigue los
pasos de cerca: Diana de Temiscira es otra criatura “irreal”, perfecta, hermosa
en cuerpo y alma que, como el Hombre de Acero, también se da de bruces contra
la “realidad”, representada en este caso por una Gran Guerra que,
efectivamente, no se detiene ni tan siquiera después de que Diana haya matado a
quien creía que era el dios Ares porque la guerra no es el resultado de la
influencia de ninguna divinidad maléfica sobre el ser humano, sino una parte
intrínseca de este.
En
consecuencia, la planificación –en la que es, asimismo, la mejor idea de puesta
en escena de la película, para nada innovadora, pero al menos bien resuelta–
sabe diferenciar muy bien los movimientos de Diana y el resto de las amazonas de
los movimientos de los seres humanos. Ya en las secuencias de acción
desarrolladas en Temiscira, Jenkins utiliza la cámara lenta para mostrar las
increíbles acrobacias de Diana y las demás las mujeres guerrero. El ralentí
establece un claro contraste con el tono visual de las secuencias relacionadas
con la Primera Guerra Mundial, rodadas con un sentido de la imagen que evoca,
por enésima vez, la estética semi-documental instaurada en el género bélico por
Steven Spielberg en Salvar al soldado
Ryan (Saving Private Ryan, 1998). El contraste que se da resulta sugerente,
y a ratos brillante, sobre todo en aquellos momentos en los que ambos estilos
aparecen juntos: es el caso de la ya mencionada secuencia de la pelea de las amazonas
contra los alemanes en la playa de Temiscira; o en particular, en la mejor
secuencia de acción, y probablemente, la mejor de todo el film: el primer
combate de Diana contra los alemanes en las trincheras.
Es
verdad, como se ha dicho estos días, que Wonder
Woman reincide en algunos de los defectos de las dos principales películas
del Universo Cinematográfico DC que la preceden, El Hombre de Acero y Batman v
Superman: El amanecer de la Justicia. Se ha hecho expresa mención de la
excesiva duración de su inevitable “batalla final”; pero, a decir verdad,
dichas críticas me parecen injustas, no solo porque el clímax no me parece tan
largo como el de las anteriores (sobre todo, la aburrida hora final de El Hombre de Acero), sino incluso más interesante
a nivel de construcción. Un detalle resulta llamativo: como consecuencia de la
detonación de una bomba, Diana se queda temporalmente sorda; en ese preciso
instante, Steve le dice algo que, como consecuencia de que el film adopta
momentáneamente el punto de vista de Diana, resulta asimismo casi inaudible
para el espectador; será más tarde cuando Diana recordará y comprenderá las
últimas palabras de Steve, en un breve flashback
que se inserta, precisamente, justo en medio del combate final de la heroína
contra –ahora sí– el auténtico Ares. Esta “interrupción” que, asimismo,
ralentiza la batalla climática de la función vuelve a ser una nueva expresión
de que Diana no solo se mueve, sino que también piensa, a una velocidad que no es la humana. Pese a estos y otros
apuntes de interés, Wonder Woman está
lejos de ser una maravilla (y perdón por el chiste fácil); pero, con todos sus defectos,
más de guion que de otra cosa, el resultado acaba siendo bastante más simpático
de lo esperado: hay personajes secundarios –los compañeros de armas de Diana y
Steve: Sameer (Saïd Taghmaoui), Charlie (Ewen Bremner), el Jefe (Eugene Brave
Rock)– que están retratados con cariño; momentos resueltos con elegancia (la
elipsis en la escena de amor entre Diana y Steve); y, lo que es más importante,
Gal Gadot sabe transmitir la inocencia de la protagonista de una manera sincera
y convincente, sin la cual el personaje carecería por completo de sentido.
(4) Los interesados
pueden profundizar en esta temática gracias al libro de la amiga Elisa
McCausland Wonder Woman. El feminismo
como superpoder recientemente publicado por Errata Naturae.