[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Acaso porque no me esperaba nada especial de ella, puesto que
ni me cuento entre los admiradores de, cielos, Vin Diesel, ni tampoco soy un
incondicional de lo que hasta ahora era un díptico, el formado por Pitch Black (ídem, 2000) y Las crónicas de Riddick (The Chronicles
of Riddick, 2004), y a pesar incluso de tratarse de un título insatisfactorio
en sus líneas generales, lo cierto es que Riddick
(ídem, 2013), la película que convierte en trilogía la saga del antipático
antihéroe galáctico realizada por David Twohy, no es un título despreciable.
Contrariamente a lo que se ha dicho estos días (y, como siempre digo aunque
quizá no se me crea, no es una actitud adoptada de antemano), me parece un
acierto que Riddick recupere el tono
y el espíritu rayanos en la antigua serie B de Pitch Black, alejándose voluntariamente del fallido tono de
superproducción de Las crónicas de
Riddick. Desde este punto de vista, se le podrá reprochar a esta nueva
película su patente falta de originalidad, pero creo que a cambio se presenta
como una producción honesta y directa, de presupuesto por debajo de la actual e
hipertrofiada media hollywoodiense
(38 millones de dólares) y que luce con cierto descaro su condición de
producción se diría que íntegramente rodada en estudio y frente a pantallas
verdes que, claro está, no se ven, pero casi se “huelen”.
Nada más
empezar, el film despacha con celeridad las circunstancias que llevaron a
Riddick (Diesel) del trono donde acababa Las
crónicas de Riddick y que le conducen, vía la traición de Vaako (un fugaz Karl
Urban), puerta abierta a una posible cuarta entrega, a un árido planeta sin
nombre donde el protagonista es abandonado a su suerte. Se nota, a juzgar por
esa prisa inicial (también, probablemente, porque tampoco hay necesidad de alargar ese prólogo más de
la cuenta), que Twohy, asimismo guionista, tiene ganas de llegar cuanto antes a
ese mundo desértico y lleno de peligros, tanto da que sean estanques de agua
envenenada, como una fauna particularmente hostil en forma de cánidos parecidos
a las hienas o repugnantes criaturas “lovecraftianas” que se ocultan
deliberadamente bajo la cenagosa superficie de los pocos abrevaderos de agua
potable, y que (curiosa idea) se desplazan por la seca superficie del planeta
al amparo del húmedo abrigo que les proporcionan las amenazadoras tormentas con
gran aparato eléctrico capaces de arrasar la seca superficie de un lugar que
parece rechazar la vida, en el cual Riddick sobrevive valiéndose de todo su
ingenio para adaptarse al medio, improvisar armas y buscar refugio (en sus
propias palabras, recuperando su “lado
animal”). Casi huelga añadir que, asimismo como se ha dicho estos días
hasta la saciedad y que no tengo problemas en suscribir, lo mejor de Riddick se sitúa en los aproximadamente
veinte primeros minutos de su metraje, los que describen la llegada y primeros
movimientos del protagonista por el planeta sin nombre, en los cuales Twohy
hace gala de sus mejores recursos como realizador: los mismos de sus agradables
¡Han llegado! (The Arrival, 1996), Below (2002) y la mencionada Pitch Black; no he visto Timescape (1992) ni Escapada perfecta (A Perfect Getaway, 2009). Eso no quiere decir
que el interés de Riddick concluya
una vez pasados esos veinte minutos, si bien es verdad que el mismo se resiente
con lo que viene a continuación: la llegada a ese mismo planeta de dos grupos
de cazadores de recompensas, uno al mando del irascible Santana (Jordi Mollà,
quién lo ha visto y quién lo ve) y otro comandado por el más sereno pero no
menos violento Johns (Matt Nable), ambos advertidos de la presencia de Riddick
en el planeta por el propio protagonista, quien ha logrado activar una señal de
alarma y está a la espera de que alguien venga a darle caza para intentar conseguir
así una vía de escape en la nave o naves que transportarán a los cazadores.
Digo que el film se resiente con la llegada de estos personajes porque no solo reduce
la fuerza e intensidad visual del principio (aún sin perderla por completo),
sino porque, como hasta cierto punto era previsible, el dibujo de los cazadores
de recompensas da pie para tamizar el relato con todo tipo de tópicos y
convenciones heredados del actioner
de los ochenta, y antes, del western.
No anima la función de un modo excesivamente particular el hecho de que uno de
los componentes del equipo de Johns sea una mujer, Dahl, descrita, cómo no,
como alguien tan-dura-como-cualquier-hombre con tal de hacerse respetar en un
entorno fuertemente masculinizado (a pesar, empero, del atractivo que imprime
al personaje la simpática Katee Sackhoff, luciendo aquí prácticamente el mismo
vestuario de la serie de televisión Galáctica:
Estrella de combate).
Pese a todo, y recuperando, como digo, parte del
espíritu pero también del planteamiento dramático de Pitch Black, la introducción de los cazadores de recompensas en la
trama da pie a que, durante una considerable parte del metraje central de la
película, el principal protagonista casi desaparezca, convirtiéndose en una
amenaza en segundo término del relato, el cual pasa a adoptar principalmente el
punto de vista de los mercenarios. Más allá de la anécdota de que ello
contribuya a la desaparición de Vin Diesel de la pantalla durante unos cuantos
buenos minutos (se agradece), de este modo el personaje de Riddick adquiere más
relevancia y peso dramático: por así decirlo, es más interesante lo que los
demás explican de Riddick que ninguna de sus reflexiones en voz over (las que acompañan aquellos veinte
primeros minutos del metraje); como ya ocurría en Pitch Black, el personaje es mejor como presencia de fondo que como
protagonista que lleva la voz cantante, pues tampoco da mucho más de sí (acaso
este fuera el error de Las crónicas de
Riddick), a pesar de que ese efecto dramático queda aquí algo diluido por
el hecho de tratarse ya de la tercera película sobre el mismo: el espectador no
acude “virgen” a su visionado. Dejando aparte la insistencia de emparentar a Riddick con Pitch Black, tanto a nivel de guión —Johns busca a Riddick no
porque le interese el precio puesto a su cabeza…, sino porque es el padre de
William J. Johns (Cole Hauser), personaje presente en la primera película, y
quiere exigirle explicaciones sobre las circunstancias de su muerte en aquélla—
como de puesta en escena —el plano general en el cual, a la luz del fogonazo de
un relámpago, Riddicjk descubre la masa de monstruos que le acechan al pie de
la ladera donde está encaramado: en Pitch
Black había otro de construcción muy similar—, el film llama la atención,
positivamente, por la física solidez de las escenas de acción, no solo las de
los repetidamente mencionados primeros veinte minutos, sino buena parte de las
que acontecen alrededor de los cazadores de recompensas y el bastante logrado
clímax que relaciona a todos los personajes, unidos en la causa común de salvar
el pellejo frente al ataque del ejército de monstruos. También resulta
llamativo el hecho de que, a pesar de su tópica caracterización, los personajes
consigan la nada despreciable hazaña de parecer antipáticos, dibujando así, y
fuera o no intención de Twohy, un contexto que invita a adoptar cierta
distancia hacia el relato, favoreciendo de este modo la descripción de un
universo despiadado.