Permiso para matar durante doce horas: The Purge: La noche de las bestias (The Purge, 2013), de James DeMonaco.- [ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hacía tiempo que no veía cómo se malograba una idea teóricamente interesante y repleta de posibilidades como la que sustenta este pequeño e inesperadamente exitoso film escrito y dirigido por el hasta ahora desconocido James DeMarco, y cómo lo hace por culpa exclusivamente de este último, responsable de un libreto que, aún partiendo de una premisa atractiva, se estropea a base de ineptitud en su desarrollo, y de una puesta en escena que contribuye al destrozo con generosas dosis de rutina y vulgaridad. Esa premisa, ampliamente difundida en el momento de su estreno y sin duda alguna lo único que puede haber justificado el tirón comercial de esta producción estadounidense de segunda fila (más de 64 millones de dólares en los Estados Unidos hasta el pasado 21 de julio, sobre un presupuesto de tan solo 3 millones), consiste en lo siguiente. Nos hallamos en los Estados Unidos de un futuro inmediato (año: 2022). El nuevo gobierno ha implantado una asombrosa política de cara a la reducción de la delincuencia y el paro (sic), consistente en que una noche al año está establecida lo que se conoce como la Purga: doce horas de impunidad legal total y absoluta, entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana del siguiente día, durante las cuales está permitido el asesinato, garantizándose además la nula asistencia de las fuerzas del orden (policía, bomberos, hospitales) mientras dure la Purga. De este modo, se nos dice, los Estados Unidos han logrado reducir el paro hasta un mísero 1% (¡), sumergiendo a la nación en una renovada etapa de prosperidad económica que parte de la base de que, durante la noche de la Purga anual, se eliminan los “parásitos” que lastran el estado del bienestar, es decir, principalmente a criminales, en la práctica a los “sin techo”: a los pobres.
Esta premisa, que como digo ni siquiera llega a la categoría de tesis, dada la pobreza de su planteamiento y la nulidad de su desarrollo, se sostiene alrededor de un relato construido en torno a una serie de personajes que, en este contexto “distópico” a lo George Orwell (originalidad cero), pertenecen a las así llamadas clases pudientes: la familia que forma James Sandin (Ethan Hawke), un tecnócrata que, a mayor ahondamiento, es el diseñador y primer vendedor del mejor sistema de seguridad para viviendas de ricos de la ciudad (la jornada laboral inmediatamente anterior a la Purga, James recibe un ascenso), su no menos tópica y despreocupada esposa Mary (Lena Headey), su hija adolescente Zoey (Adelaide Kane) —la cual, siguiendo con los estereotipos, es presentada en el film besuqueándose a escondidas en su propia habitación con su “noviete” Henry (Tony Oller)—, y su hijo más joven, Charlie (Max Burkholder), un joven genial y “raro” —más estereotipos—, capaz de convertir uno de sus juguetes en una sofisticada cámara móvil teledirigida. A río revuelto, ganancia de pescadores: James Sandin, se nos dice, se ha enriquecido gracias a las ventas del sistema de seguridad anti-Purga de la empresa para la que trabaja y que tiene instalado en su propio hogar; en un momento dado, le vemos mirando un catálogo de compra de yates, y comentando a Mary: “ahora estamos pensando en comprarnos un yate, y hace diez años pensábamos en cómo pagar el alquiler…”. Desde este punto de vista, James es un firme defensor de la Purga, no solo porque considera que, por desgracia pero efectivamente, funciona (las cifras de descenso de la delincuencia y el desempleo así lo corroboran), y trata de inculcárselo a sus hijos (¿hace falta señalar que tanto Zoey como Charlie muestran su desagrado ante las ideas de papá?), sino también porque (si bien esto no lo dice) se ha enriquecido a costa de la misma, facilitando protección a los “pudientes” que, una noche al año, se encierran como él y su familia en casas fuertemente blindadas mientras siguen la Purga por televisión, a la espera de que al día siguiente las cifras de víctimas mortales sobre las que nunca nadie hará justicia garanticen el status quo de los Sandin y de todos aquellos que tienen la suerte de no ser o haber nacido pobres…
The Purge: La noche de las bestias se construye, por tanto, en forma de pequeño cuento moral(ista), en virtud del cual los privilegiados protagonistas del relato tendrán que vérselas de cerca con esa violencia callejera que hasta ahora miraban de lejos desde la comodidad de sus sofás a través de fríos monitores que muestran una selección —en encuadres lo más abiertos y distantes posible— de las matanzas que acontecen en su propio e impoluto barrio de ricachones. El detonante de la acción, como no podía ser menos, viene de la mano de la juventud: la de Charlie, quien tiene un gesto de piedad hacia un hombre joven de raza negra (Edwin Hodge) procedente, claro está, de uno de los barrios pobres y que, herido y asustado, suplica que alguien le dé cobijo de sus perseguidores, un grupo de niñatos que, con los rostros cubiertos con unas grotescas máscaras de feria y armados hasta los dientes, dedican la noche de la Purga al asesinato de homeless. Charlie deja entrar al joven negro en su casa, la cual a partir de ese momento es objeto de un tenaz acoso por parte de los niñatos sedientos de sangre, encabezados por el psicópata de (asimismo, tópicas) suaves maneras que les lidera (Rhys Wakefield).
James DeMonaco, a quien deseamos suerte en futuros cometidos profesionales que se le den mejor que el cine, articula la premisa que sostiene el relato sobre una primera secuencia de supuesto tono documental a base de imágenes aparentemente extraídas de auténticos noticiarios televisivos, destinados a dibujarnos algo archisabido: la violencia gratuita que asola las calles de muchas grandes ciudades del mundo, entre ellas pero no exclusivamente las de los Estados Unidos. El apólogo moral que sostiene la trama no es sino el proceso de aprendizaje y reconocimiento de los efectos nocivos de la violencia, tanto da si es la descontrolada como la supuestamente acotada en el período de doce horas que dura la Purga, a la que es sometida la familia Sandin, en particular el cabeza de familia: apenas empiezan esas doce horas, el joven Henry, que se ha colado en su casa antes de que se activara el sistema de seguridad, intenta asesinarle a tiros, obligándole a defenderse de igual manera; luego, y ante la perspectiva de que los niñatos con caretas irrumpan en su vivienda y acaben con toda la familia, James y su esposa Mary se aprestan a dar caza al negro que se ha refugiado en su casa para entregárselo a los jóvenes que les cercan; dicho de otro modo, James y Mary se ensucian las manos de sangre por primera vez en sus vidas, y eso les lleva a un punto límite a partir del cual “reflexionan” hasta acabar adoptando una decisión: hacer frente a los fanáticos seguidores de la Purga tan pronto entren en su no por caro menos sacrosanto hogar. La toma de conciencia de James y Mary, empero, está pésimamente planteada y resuelta, hasta el punto de resultar completamente inverosímil; incluso buenos actores como Lena Headey y un aquí despistadísimo Ethan Hawke resultan incapaces de conferir carne a semejante disparate.
El relato va de mal en peor con el asalto de los jóvenes enmascarados (aburridamente planificado), una inesperada “sorpresa” (los vecinos de los Sandin se aprestan a defenderles, en lo que parece una espontánea reacción ciudadana ante toda esa violencia gratuitamente tolerada), que al final resulta que no es tal (en realidad quieren aprovechar la ocasión para dar rienda suelta a la envidia que sienten hacia ellos por ser los más ricos del barrio), y un final demagógico como pocos, en el cual el joven de raza negra es quien, agradecido, salva la vida de Mary, Zoey y Charlie. Apuntes tales como el ya mencionado hecho de que los asaltantes usen idénticas máscaras, convirtiéndoles así en una masa uniforme con un mismo rostro, no compensan el sublime ridículo de una producción de la que acaso John Carpenter hubiese podido sacar mucho más jugo, empezando por reescribir un libreto que el autor de La noche de Halloween quizá hubiese afrontado de una manera más cínica y mucho menos superficial y demagógica, pues lo que empieza con el planteamiento de la denuncia del peligro de la hipotética caída de la sociedad entera en un proceso de radical reaccionarismo acaba desembocando en otro planteamiento no menos reaccionario: la defensa del propio hogar, caiga quien caiga y pese a quien pese. Lamentable, muy lamentable.
Un mutante en Japón: Lobezno inmortal (The Wolverine, 2013), de James Mangold.- [ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] A falta de haberme leído Lobezno: Honor, el relato gráfico de Chris Claremont (guión) y Frank Miller (dibujos) que parece ser que se encuentra en la base de esta nueva entrega cinematográfica de las aventuras del mutante Logan al que apodan Lobezno (Hugh Jackman), nada puedo decir con respecto al valor de Lobezno inmortal en cuanto adaptación de aquél. Partiendo, pues, de esa ignorancia por mi parte, la película escrita por Mark Bomback y Scott Frank y realizada por el a veces interesante James Mangold me recuerda más bien a cualquiera de los films de lo que a grandes rasgos y en términos muy generales podríamos definir como el género, subgénero o variante genérica de los “americanos en Japón”: una corriente temática muy querida por el cine estadounidense, que se remonta a los tiempos de títulos como Sayonara (ídem, 1957, Joshua Logan) o El bárbaro y la geisha (The Barbarian and the Geisha, 1958, John Huston), y que prosigue con otros ya más cercanos al substrato de film-de-acción de Lobezno inmortal al estar inscritos en los márgenes del policíaco, tal es el caso de La casa de bambú (House of Bamboo, 1955, Samuel Fuller), Yakuza (The Yakuza, 1974, Sydney Pollack) —sin duda la mejor de este lote— o Black Rain (ídem, 1989, Ridley Scott).
No obstante, y antes de que la acción se centre en el así llamado País del Sol Naciente, la trama de Lobezno inmortal se entretiene a dejarnos claro que: 1) el hilo argumental no continúa de la anterior entrega de la franquicia dedicada al mutante de las garras de “adamantium” —la olvidable X-Men orígenes: Lobezno (X-Men Origins: Wolverine, 2009, Gavin Hood)—, sino de la dedicada a los componentes de la entrañable Patrulla X (o “ixs-men”, como ya hemos aprendido a decir aquí), tal y como queda claro por la vía de las subrepticias (y agradecidas) apariciones de la siempre estupenda Famke Janssen (en las pesadillas de un siempre atormentado y enfurecido Logan) como la mutante Jean Grey, ya difunta, tal y como vimos en el clímax de X-Men: La decisión final (X-Men: The Last Stand, 2006, Brett Ratner); 2) en el pasado —más concretamente, el 9 de agosto de 1945—, y estando en un campo de prisioneros japonés en Nagasaki, Logan salvó la vida de un joven oficial nipón, Yashida (Hal Yamanouchi), porque intentó sacarle de su cautiverio en un pozo momentos antes de que detonara la segunda bomba atómica arrojada por los norteamericanos sobre una población civil; y 3) convertido en una especie de homeless, si bien bastante menos indefenso que los de The Purge: La noche de las bestias, Logan recibe la inesperada visita de Yukio (Rila Fukushima), una joven nipona con adiestramiento de samurái que trabaja para el ya anciano Yashida, quien le pide que la acompañe a Japón porque su moribundo jefe quiere verle antes de morir. Nada de lo contado hasta este momento es particularmente interesante, pero nada desmerece en absoluto gracias en gran medida a la labor sólida aunque impersonal del realizador James Mangold, mejor aquí que en sus últimas propuestas hollywoodienses —El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 2007), Noche y día (Knight and Day, 2010)—, por más que en sus líneas generales Lobezno inmortal apenas se sitúe un poco por encima de X-Men orígenes: Lobezno.
Lobezno inmortal acaba haciendo gala de una llamativa carencia de tono “superheroico”; o dicho de otra manera, si no fuera porque su protagonista es el conocido mutante con zarpas, así como por un clímax, este sí, más deudor de las convenciones del cómic de superhéroes, casi podríamos decir que nos hallamos ante otro policíaco de “americanos en Japón” a lo Yakuza o Black Rain. El resultado es un film en el que nada está completamente mal, pero nada termina de estar completamente bien. Por un lado, resulta de agradecer el intento de exploración de la psicología del superhéroe protagonista: un nihilista desencantado que, pese a comportarse en ocasiones como un animal salvaje (sobre todo, cuando lucha), no puede resistirse a un impulso de “hacer justicia”, bien sea vengar a un oso “grizzly” al que se ha visto obligado a rematar con sus zarpas porque el animal sufría bajo los efectos de una flecha envenenada disparada por un cazador desaprensivo, o bien lanzarse sin pensárselo a la protección de Mariko (Tao Okamoto), la nieta de Yashida, que sufre un intento de secuestro por parte de yakuzas durante el funeral de su abuelo. Ayuda a esta digresión el hecho de que, en esta ocasión, y como consecuencia del vaho ponzoñoso que le arroja una tal Viper (Svetlana Khodchenkova) por su boca —más o menos como la Hiedra Venenosa de los cómics de Batman para DC—, nuestro héroe ve reducidos sus poderes de regeneración, de tal manera que golpes, cuchilladas o disparos producen en su cuerpo heridas que sangran y no se curan si no es mediante cuidados médicos: Lobezno hace frente, por tanto, a su lado más humano y menos “animal” por medio de una aventura marcada por la experimentación del dolor. A pesar de estos apuntes, que en su conjunto no están nada mal, la película no desarrolla a partir de los mismos nada de especial; incluso, cuando conviene a las exigencias de espectacularidad de la producción, se dejan momentáneamente a un lado con vistas a no estropearle a nadie la diversión: ahí está la secuencia de la pelea de Lobezno en el techo del famoso tren-bala de Tokio contra unos yakuzas saltarines que, si no son mutantes como él, lo parecen…
Es por todo ello que Lobezno inmortal acaba siendo un film desigual. Si, por un lado, llama la atención e incluso se agradece el intento del realizador de situar los márgenes del relato dentro de un marco genérico más cercano al policíaco que al “superheroico”, acaso con vistas a conferirle así a la película una cierta personalidad propia y diferenciada en el contexto del actual “cine de superhéroes”, el conjunto se resiente a ratos de la tensión existente entre el atractivo de las ideas que maneja y la desigualdad de la poco satisfactoria resolución. Hay secuencias atractivas, es verdad, tal es el caso de la ya mencionada del flashback/sueño de Lobezno en Nagasaki, bastante lograda en sus líneas generales, y determinados momentos de acción conseguidos, tales como la escaramuza de Yukio contra los cazadores en la cantina donde se encuentra por primera vez con Logan, o la pelea de Lobezno contra el hijo de Yashida y padre de Mariko, Shingen (Hiroyuki Sanada), que funcionan bien gracias a una aceptable combinación de cuidada planificación y brillante textura fotográfica (responsable: Ross Emery). Pero, en contraposición a todo ello, también hay apuntes que hubiesen merecido un mejor desarrollo, tales como la idea de comparar a Lobezno con un ronin —un samurái sin amo—, lo cual, vuelvo a insistir que a falta de haberme leído Lobezno: Honor, parece una idea muy grata a Frank Miller (autor, no lo olvidemos, de un relato gráfico explícitamente titulado Ronin), pero la cosa no va más allá de ese apunte; o, en el clímax del relato, la batalla final del superhéroe contra el monstruoso samurái gigante y robotizado, con ecos a lo RoboCop: recordemos que Miller, nuevamente, fue guionista de la virulenta y muy reivindicable RoboCop 2 (ídem, 1990, Irvin Kershner), si bien también lo fue de la mucho más mediocre RoboCop 3 (ídem, 1993, Fred Dekker). Todas las escenas de acción tampoco brillan a la misma altura: frente a alguna de concepción brillante, como la singular captura de Lobezno a flechazos a manos de los ninjas negros, hay otras menos logradas, caso de la ya mencionada del intento de secuestro de Mariko durante el funeral de Yoshida, de más bien confusa planificación. Lobezno inmortal se mueve hábilmente y con cierta elegancia formal entre lo bueno y lo malo, pero sin terminar de tener la altura que podría haber tenido. Nota para cinéfilos: el gag de la piscina está copiado del film de James Bond Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, 1971, Guy Hamilton). Advertencia para impacientes: no se levanten de sus asientos cuando empiecen los títulos de crédito finales: hay entonces una secuencia llena de sorpresas que poco le falta para erigirse en lo mejor de la función… justo cuando la película ya ha acabado.