Las vicisitudes de la producción de Los vampiros del mar (Piraña II) son muy conocidas y han servido en muchas ocasiones para justificar lo que todo el mundo considera –junto con su participación en el guión de Rambo: acorralado, 2ª parte (Rambo: First Blood II, 1985, George P. Cosmatos)— un desliz o una suerte de “pecado de juventud” del luego brillante realizador de Aliens: el regreso (Aliens, 1986) o Abyss (The Abyss, 1989). Nacida a modo de secuela de Piraña (Piranha, 1978), la exitosa imitación del Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg producida por Roger Corman y dirigida por Joe Dante, Los vampiros del mar (Piraña II) es una producción eminentemente italiana, si bien con cierta participación estadounidense (algo patente sobre todo en sus principales intérpretes), que financió el productor de origen egipcio y afincado en Italia Ovidio G. Assonitis, quien por aquellos años también había desempeñado funciones como realizador bajo el seudónimo de Oliver Hellman, con el cual firmó, sin ir más lejos, otra popular consecuencia italiana del éxito de Tiburón titulada Tentáculos (Tentacoli, 1977). Cameron, quien también se había iniciado con Corman en diversos cometidos técnicos para producciones como Los siete magníficos del espacio (Battle Beyond the Stars, 1980, Jimmy T. Murakami) o La galaxia del terror (Galaxy of Terror, 1981, Bruce D. Clark), se hizo cargo de la realización de Los vampiros del mar (Piraña II), si bien según su versión de los hechos fue despedido por Assonitis antes de acabar la filmación, la cual tuvo lugar íntegramente en Jamaica, siendo Assonitis quien se encargó de terminar el film y de montarlo; Cameron añadía al respecto una pintoresca anécdota, según la cual por las noches se colaba en el laboratorio de la producción y montaba la película a su gusto, pero al día siguiente Assonitis se encargaba de remontar todo el material que había editado. Cuando Los vampiros del mar (Piraña II) se estrenó, no causó demasiado revuelo; el que suscribe recuerda haber leído una reseña publicada en una revista francesa especializada en cine fantástico (puede que fuera L’écran fantastique, Mad Movies o Impact) que se preguntaba qué realizador italiano debía esconderse bajo el apelativo James Cameron (sic), el cual sonaba al típico seudónimo anglófilo al que recurrían los cineastas de cine de género del país en forma de bota, como por ejemplo Antonio Margheriti (Anthony M. Dawson), Aristide Massaccesi (Joe D’Amato) o Luigi Cozzi (Lewis Coates).
Ciertamente, no resulta de extrañar que, tanto si no la filmó y/o la montó toda él, Cameron abomine de esta ópera prima que, en sí misma considerada y con independencia de la fama posterior de quien figura acreditado como su realizador, es francamente mala; aceptando incluso la “autoría” de Cameron, es sin duda alguna lo peor de su director, y eso que el que suscribe sigue sin ser amigo de Mentiras arriesgadas (True Lies, 1994), pero cuya superioridad respecto a Los vampiros del mar (Piraña II) resulta a todas luces patente, y no me refiero, claro está, a una simple cuestión de presupuesto y acabado técnico. Ahora bien, valoraciones cualitativas al margen, la pregunta del millón es: ¿Los vampiros del mar (Piraña II) es una película “de” James Cameron? Este último, quizá por la cuenta que le trae, es el primero en afirmar que no; otras muchas personas son del mismo parecer. ¿Todos ellos tienen razón? ¿O sencillamente se confunde el hecho de que el film sea “de” Cameron (es decir, una película reconocible) con el hecho de que sea un mal film (o sea, una película reconocida)? Porque, con todos sus abundantísimos defectos, e incluso admitiendo la posibilidad de que todo él no sea de Cameron sino también de Assonitis, lo cierto es que Los vampiros del mar (Piraña II) atesora, mal que pese y ni que sea en bruto, muchas características del cine del creador de Titanic.
Está en primer lugar un rasgo de estilo que, justo es reconocerlo de la manera más pública posible que permite el difundir libremente una información en un blog de Internet, fue esbozado por primera vez por mi amigo Frederic Soldevila en su inédita monografía sobre el director de Avatar. Me refiero a la presencia de un personaje femenino fuerte, tanto o más que un hombre, que es de hecho el verdadero motor de la acción o como mínimo uno de sus principales elementos impulsores; en el caso de Los vampiros del mar (Piraña II), se trata de Anne Kimbrogh, la instructora de buceo para turistas que, sintiéndose responsable de la muerte en extrañas circunstancias de uno de los componentes de su grupo de submarinismo (en realidad, devorado por pirañas… ¡voladoras!), es la que da los primeros pasos para averiguar el misterio que rodea a esa defunción, descubre la verdad, hace todo lo posible con tal de impedir que se produzcan más muertes, y al no conseguirlo se encarga de destruir la amenaza aún a riesgo de su propia vida. No resulta difícil ver en ella un precedente de la aguerrida Ripley de Aliens: el regreso, así como en su valerosa resolución final, la de bucear hasta el corazón del barco naufragado que las pirañas usan como refugio diurno, un avance de la celebrada secuencia en la que Ripley desciende al refugio de los aliens para rescatar a la niña y destruir su nido. Yendo más lejos: ¿acaso no hay un razonable parecido físico entre Tricia O’Neil, la intérprete de Anne en Los vampiros del mar (Piraña II), y la Sigourney Weaver de Aliens: el regreso?
Por otro lado, en la secuela de Piraña también aparece Lance Henriksen, presente cinco años después en el reparto de Aliens: el regreso. Más aún: en Los vampiros del mar (Piraña II), Henriksen interpreta al jefe de policía de la isla y, atención, ex marido de Anne, Steve Kimbrough, de la cual se encuentra actualmente separado por más que en el fondo ambos sigan queriéndose, relación que recuerda mucho a la que luego se dará entre los personajes encarnados por Ed Harris y Mary Elizabeth Mastrantonio en Abyss y, algo menos, al matrimonio distanciado de Arnold Schwarzenegger y Jamie Lee Curtis en Mentiras arriesgadas. Vayamos más lejos aún: el guión de Los vampiros del mar (Piraña II) viene firmado por un tal H.A. Milton, nombre un tanto misterioso tras el cual se oculta vayan ustedes a saber quién, y que de hacer caso a la base de datos The Internet Movie Database jamás volvió a firmar guión alguno; ¿H.A. Milton era en realidad Assonitis, algún guionista no acreditado contratado por este último…, o James Cameron? Está, finalmente, la obsesión de Cameron por la imagen submarina, presente tanto aquí –la fotografía subacuática de Los vampiros del mar (Piraña II) es quizá su aspecto técnico más relevante— como en Abyss, Titanic, sus documentales de temática marítima o ese proyecto largo tiempo anunciado sobre la historia real de la pareja que formaban el cubano Pipín Ferreras y la francesa Audrey Mestre, buceadores especialistas en la peligrosísima modalidad de apnea cuya relación terminó trágicamente cuando ella falleció en su enésimo intento de batir un récord de inmersión. En la secuencia más decente, o menos mala, de Los vampiros del mar (Piraña II), aquélla en la que Anne y Tyler (Steve Marachuk) tienen que huir del acoso de las pirañas buceando por el estrecho interior del barco hundido, se produce una situación de suspense más o menos parecida a otra de Abyss: Anne se ve obligada a abandonar sus bombonas de aire y contener largo rato el aliento hasta atravesar la ventanilla que le permitirá escapar de las mandíbulas de los peces asesinos y de la explosión que acabará con ellos.
Del mismo modo que parece claro que Los vampiros del mar (Piraña II) es un film característico de su autor, no es menos cierto que la película es una versión en negativo del cine de James Cameron, además de convencional hasta la médula y llena de grotescas escenas de humor las cuales, dicho sea en descargo del realizador canadiense, parecen efectivamente filmadas por Assonitis…, hasta que no se demuestre lo contrario (entre estas últimas, “destacan” las relacionadas con un par de chicas que engatusan con sus bikinis a un cocinero del hotel con ganas de juerga, o los penosos episodios secundarios centrados en diversos personajes que pululan por el mismo establecimiento: como viene siendo tradicional en este tipo de producción, el sexo es la principal motivación de los movimientos de todos ellos). La secuencia que precede a los títulos de crédito resulta delirantemente pintoresca: una pareja hace submarinismo en el interior del barco donde se refugian, ya lo hemos dicho, las pirañas; en un arranque de excentricidad sexual, se desprenden de todo su equipo y empiezan a copular, hasta que los peces asesinos interrumpen sanguinariamente su pequeña fiesta subacuática; dejando aparte el exotismo de la escena, su planificación sigue las reglas narrativas de cualquier psycho-killer al uso: un montaje en paralelo de planos de la pareja y planos subjetivos de las pirañas acercándose a los despistados incautos. Las restantes escenas de los ataques de los peces tampoco se distinguen ni por su imaginación ni por la brillantez de sus efectos especiales, creados para la ocasión por el maquillador Giannetto De Rossi, un habitual del cine de terror italiano contemporáneo, aunque el hecho de que se trate en esta ocasión de pirañas voladoras (Cameron afirmaría, irónico, que éste es “el mejor film sobre pirañas voladoras que se haya hecho”) da pie a algún pequeño golpe de efecto –una enfermera es atacada por el pez que se encuentra alojado dentro del cadáver del primer submarinista devorado— y a alguna referencia clásica dentro del subgénero de la, digamos, “naturaleza agresiva”: la secuencia del ataque de las pirañas a las personas que participan en un estúpido entretenimiento para turistas en la playa evoca, lejanamente, a Los pájaros (The Birds, 1963), de Alfred Hitchcock.