Esto
no es una necrológica. Estos días se han dicho muchas y mejores palabras que las
mías en torno a la desaparición de estos dos amigos y compañeros de redacción
de Dirigido por…; sin ir más lejos,
nadie mejor que Joan Bassa para hablar de Ramon Freixas, ni mejor que Rafel
Miret para hacerlo de Jaume Genover; en este sentido, me remito a sus
artículos, publicados en el número de abril de la revista (1). Lo que viene a continuación tan solo pretende ser un pequeño y
humilde homenaje.
Conocía
a Ramon Freixas desde que empecé a colaborar en Dirigido por… en enero de 1990, y ya desde el primer momento y
hasta el día de hoy, mi impresión personal en torno a él jamás cambió: la de hallarme
ante una persona buena, afable, educada; un crítico que había visto mucho,
mucho cine, y que sabía del asunto más que muchos que, al contrario que él, no
son en absoluto ni humildes ni modestos. Porque, a pesar o, mejor dicho, con independencia
de su famosa especialización en cine erótico y pornográfico, o de sus enconadas
defensas de realizadores como, sobre todo, Jesús Franco, pero también Vicente
Aranda, Freixas no era, para nada, un hombre excéntrico ni extraño, sino una
persona cordial, culta, accesible, con un gran sentido del humor, y que jamás,
jamás, miró a nadie por encima del hombro. Ni siquiera a los principiantes que,
como Antonio José Navarro o como yo, empezábamos a publicar textos sobre cine
de manera profesional, quizá porque a fin de cuentas no nos separaban tantos
años. Recuerdo con afecto una vez que le hice reír a carcajadas, durante una
proyección del film de Roberto Gavaldón Macario
(1960) en el Festival de Sitges, cuando, a raíz de una escena en la que unos
guardias mexicanos irrumpen en una humilde vivienda forzando la entrada, al
grito –más o menos– de: “¡la justicia no
necesita ni llaves ni permisos!”, a mí se me ocurrió exclamar: “¡la ley Corcuera!”, en referencia a una
tristemente célebre “ley de la patada en la puerta” que proclamó un señor que,
vayan ustedes a saber por qué, había sido ministro en su día. Volviendo a las
personas normales, con la muerte de Ramon Freixas el mundo ha perdido a un estupendo
crítico de cine, cierto, con un estilo personal e intransferible; pero, por
encima de cualquier otra consideración, también ha perdido a un estupendo ser
humano.
En
cambio, más allá de haber coincidido con él en una única ocasión hace muchos
años, mi trato con Jaume Genover se circunscribía a encargarle cada mes, vía
correo electrónico, las fichas y las filmografías que salían en todos los
números de Dirigido por…,
especialización esta, la de la documentación, en la cual Genover tenía escasos
rivales a su altura; posiblemente, en estos momentos, ninguno. En cualquier
caso, aquí me limitaré a explicar una pequeña anécdota que probablemente
también recuerden los lectores más veteranos de Fotogramas. Muchos sabrán que, durante años, Genover colaboró
en esa revista escribiendo las fichas y, además, pequeños comentarios críticos
de las películas que iban a verse ese mes en TVE (estoy hablando de la época en
la que todavía no existían en España las televisiones privadas, o sea, aproximadamente
hacia el Pleistoceno…). Un mes, TVE programó –dentro del popular programa-ciclo
de cine de terror de Narciso Ibáñez Serrador Mis terrores favoritos– la famosa película de León Klimovsky La noche de Walpurgis (1971). Genover –cito
de memoria– comentó al respecto que el resultado de este film había sido “el habitual engendro” (sic). Al mes
siguiente se programó, dentro de ese mismo ciclo, Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970). Genover
aprovechó el comentario de este film para especificar que, dentro de sus
limitaciones, la película de Roy Ward Baker era preferible a la de Klimovsky, y
además, añadía la referencia a un airado lector, y gran admirador de La noche de Walpurgis, que le había escrito
para –decía– “meterse con mi madre” a
raíz de aquel comentario, y concluía de un modo, a mi entender, memorable: “dicho sea de paso, mi madre no tiene ninguna
culpa de que esa película sea un engendro”.
Descansad
en paz, amigos.