[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Las similitudes entre Jack
Reacher (ídem, 2012) y Harry el sucio
(Dirty Harry, 1971) saltan a la vista. No se trata solo del hecho de que ambos
films empiecen su acción mostrándonos las actividades criminales de dos asesinos
a sangre fría amantes de disparar a distancia sobre personas indefensas con un
rifle dotado de mirilla telescópica, el apodado Escorpión (Andy Robinson) en la
magnífica película de Don Siegel y aquel al que acabaremos conociendo como
Charlie (Jai Courtney) en la dirigida por Christopher McQuarrie; o que en las
dos tenga un notable peso específico la geografía urbana de las localidades
norteamericanas en las cuales se ubica la acción, San Francisco en Harry el sucio y Pittsburgh en Jack Reacher, sobre todo a partir del
momento en que se nos especifica que ambas tienen rincones que pueden ser
perfectos para la comisión de delitos de sangre: la azotea de un rascacielos en
Harry el sucio, o el piso de un parking e, hipotéticamente, un puente
sobre el río, en Jack Reacher, pierden
aquí su función cotidiana y se convierten en emplazamientos idóneos para un
francotirador. El parecido entre ambos films tampoco se limita al hecho de que los
dos arrojen miradas escépticas sobre la policía y la así llamada administración
de justicia —escepticismo que guarda ecos del Fritz Lang de la extraordinaria Más allá de la duda (Beyond a Reasonable
Doubt, 1956)—, expuesta en Jack Reacher
a través de la premisa argumental que precipita la entrada en la intriga del
personaje protagonista cuyo nombre da título a la película y a quien da vida
Tom Cruise: una masacre de cinco personas inocentes, asesinadas cada una de
ellas por un metódico disparo del francotirador situado en ese parking al otro lado del río que
atraviesa Pittsburgh, provoca la apertura de una investigación policial que
concluye rápidamente con la detención de un sospechoso “perfecto”: James Barr
(Joseph Sikora), exmilitar y excombatiente en la guerra de Iraq, donde ejerció
precisamente como francotirador, dueño de la furgoneta cuya matrícula captaron
las cámaras de seguridad del parking,
que fabrica los mismos cartuchos utilizados en la matanza, y cuya huella
dactilar se encuentra en la moneda depositada en el parquímetro del mismo piso
del parking donde se detuvo la
furgoneta antes de que quien la conducía se situara allí para disparar.
Todo esto
bastaría para emparentar Jack Reacher
con Harry el sucio, pero todavía hay
algo más importante que los relaciona: el hecho de que ambas películas están
protagonizadas por personajes solitarios e inconformistas que, cada uno a su
manera y en virtud de sus propias e intransferibles circunstancias personales,
han decidido colocarse, como suele decirse, “al margen de la ley”. En el caso
de Harry el sucio, se trataba de un
detective del departamento de policía de la ciudad de San Francisco, Harry
Callahan (Clint Eastwood), un viudo cuya esposa murió como consecuencia de un
estúpido accidente automovilístico provocado por un conductor borracho, y cuya
tenacidad a la hora de cumplir con sus obligaciones profesionales como
agente-de-la-ley-y-el-orden le conducen de una frustración a otra, al ver que
el asesino Escorpión se le escapa constantemente como consecuencia de ardides
legales que imposibilitan su detención, lo cual le llevará al final a ejecutar
por su propia mano al delincuente y a renunciar a su profesión mediante ese
simbólico gesto, a lo Solo ante el
peligro (High Noon, 1952, Fred Zinnemann), de arrojar su placa de policía
(en un relato cuyo carácter conclusivo, cierto es, luego fue puesto en cuestión
por las cuatro secuelas que conoció, en las cuales Callahan proseguía con su
trabajo como oficial de policía). De ahí que, en cierto sentido, el personaje
de Jack Reacher venga a ser una especie de actualización del Harry Callahan de Harry el sucio, con la diferencia de
que, al contrario que este, se trata de alguien que ya ha dejado atrás su etapa
como profesional de la violencia institucionalizada —al igual que el sospechoso
James Barr, es un exmilitar: expolicía militar, para más señas—, aunque sigue
viviendo de las rentas de esa profesión —una cuenta bancaria donde cobra cada
mes su pensión y su número de la seguridad social son sus únicos documentos
oficiales—, y que por tanto hace tiempo que “arrojó la placa” para vivir su
vida, voluntariamente, como una especie de paria de la sociedad, o como a él
mismo le gusta definirse, como “un nómada”:
carece de residencia fija; de relación sentimental estable (al principio del
relato le vemos junto a una mujer semidesnuda que se está vistiendo en una
habitación de hotel con toda la apariencia de haber sido el escenario de un
encuentro sexual); su expediente le avala como un brillante investigador
mientras sirvió en el ejército, carece de antecedentes penales pero le persigue
cierta fama de amigo de “meterse en líos”
(sic); y, encima, ¡no tiene teléfono móvil ni correo electrónico!, esos atributos
de “normalidad” impuestos por el modo de vida del siglo XXI.
Así como el
protagonista de Harry el sucio
vendría a ser alguien que está a un paso de “salirse del sistema” y aplicar la
justicia por su cuenta y riesgo (algo que finalmente no hizo, pero única y
exclusivamente en virtud de la mecánica comercial de las secuelas que mostraban
nuevas aventuras de Callahan como detective de la policía), el de Jack Reacher hace tiempo que se salió de
ese “sistema”, y así es como lo encontramos al principio del film de
Christopher McQuarrie, quizá como consecuencia de que la película es la
adaptación de Un disparo, la novena
de las nada menos que diecisiete novelas que lleva publicadas el escritor
británico Lee Child (seudónimo de Jim Grant) en torno al personaje de Reacher (1). Pese a todo, el film no descuida
en absoluto el dibujo del perfil de su protagonista; por el contrario, lo
potencia de cara a establecer un agudo contraste con el resto de principales
personajes del relato, no por casualidad todos ellos parapetados, según sus
circunstancias y decisiones personales y como también suele decirse, “a ambos
lados de la ley”: la abogada defensora de Barr, Helen Rodin (Rosamund Pike); el
fiscal del distrito Rodin (Richard Jenkins), encargado de la acusación y padre
de la anterior; el inspector de policía Emerson (David Oyelowo); y el
misterioso mafioso de origen ruso apodado “El Zec”/“El Preso” (un rol a cargo,
sorprendentemente, del gran realizador alemán Werner Herzog), jefe del asesino
francotirador conocido como Charlie y, asimismo, “el cerebro” tras toda la
intriga criminal encargada de vertebrar el relato. Insisto en el hecho de que
estos personajes están a esos “dos lados” de la ley establecidos por décadas de
literatura y cine “negros” porque, como digo, el contraste que establecen con
el de Reacher contribuye a enriquecer el perfil de este personaje, sin duda el
mejor descrito de toda la función (más allá del hecho de que ese cuidado en su
descripción sea una consecuencia de las exigencias de Tom Cruise, también
productor de la película).
Aunque las
únicas palabras que el fiscal Rodin y el agente Emerson consiguen arrancarle a
James Barr tras ser detenido son por escrito: “Traigan a Jack Reacher” (cosa difícil de conseguir porque sin
residencia fija, teléfono ni e-mail a su nombre resulta imposible localizarle),
a pesar de ello el protagonista se persona en Pittsburgh poco después de
enterarse de la noticia de la detención de Barr y su acusación por asesinato
múltiple gracias al televisor de la habitación de hotel que compartía con aquella
mujer. Reacher es la única esperanza de Barr de probar su no culpabilidad (que no es lo mismo que inocencia: el personaje, como luego sabremos, no es inocente); pero
cuando Reacher llega a Pittsburgh, lo hace convencido de que Barr es el autor
de los hechos y dispuesto a no mover un dedo por él: como luego le cuenta a
Helen, Barr es responsable de al menos cuatro asesinatos de otros tantos
iraquíes a los que abatió en el último día de su servicio militar en Iraq; a
pesar de darse la (relativa) circunstancia atenuante de que sus víctimas eran
terroristas amantes del asesinato y la violación sistemática de mujeres de
entre 11 y 60 años (sic), para Reacher lo determinante de la culpabilidad de
Barr es su certeza inicial de que puede ser el responsable de los asesinatos de
Pittsburgh porque, le consta, a Barr le gusta matar. ¿Hace falta recordar ese
momento de Harry el sucio en el cual
Callahan sabía que Escorpión iba a cometer nuevos asesinatos “porque le gusta”? Sin embargo, Helen
consigue interesar a Reacher para que investigue los hechos apelando a un punto
flaco de este último: su vanidad; Reacher investigará el caso Barr para Helen a
fin de confirmar ante todo el mundo de que su certeza en torno a la
culpabilidad de aquél es correcta. Juega a favor de la descripción del
personaje la sobria interpretación de Tom Cruise, en uno de sus mejores papeles
de estos últimos años, imprimiéndole ese aire ligeramente “achulado”, propio de
muchos papeles característicos de este actor, que en esta ocasión contribuye
positivamente al perfil de Reacher y su condición de lobo solitario. No hace
falta ser un lince para intuir que, tan pronto como Reacher empiece a
profundizar en el caso, empezarán a surgir dudas razonables que le harán
cambiar de opinión; esta estrategia narrativa, la del detective o investigador
privado que husmea un asunto en principio “fácil” hasta que descubre que el
mismo reviste una insospechada complejidad, no tiene nada de novedoso, pero lo
relevante no es eso sino cómo esa investigación va añadiendo matices al
personaje de Reacher.
En una de sus
primeras noches en Pittsburgh, Reacher rechaza las insinuaciones de una
jovencísima muchacha en un bar (Sandy: Alexia Fast), viéndose por ello mezclado
en una pelea callejera; pero ese altercado no es lo que parece: Reacher intuye
que no era sino una encerrona destinada a apartarle de la investigación que ha
emprendido, y un posterior interrogatorio de Sandy se lo confirma. De este modo,
cada acción de Reacher lleva aparejada una reflexión: tras visitar por sí mismo
el parking desde el cual el
francotirador efectuó sus disparos, acaba sospechando que ese escenario era
demasiado “perfecto”: que estaba “diseñado” con la finalidad de garantizar la apariencia
de culpabilidad de Barr; y, cuando indaga en los historiales de las víctimas
del francotirador, llega a la conclusión de que posiblemente no todas ellas
eran tan “inocentes” como pudieran parecer a simple vista (un hombre y una
mujer abatidos por los disparos podrían estar manteniendo un lío extraconyugal).
Incluso el aspecto más convencional de la descripción de Reacher, su relación
estrictamente profesional pero veladamente amorosa con Helen, lleva aparejados
nuevos matices. Algunos afloran por la vía del humor: Reacher y Helen están en
la habitación de un motel alquilada por el primero discutiendo los pormenores
del caso; Reacher se ha quitado la camisa y la lava en el fregadero del cuarto
de baño, paseándose con el torso desnudo; Helen, perturbada por la visión del
protagonista sin camisa, le pide que se la ponga…, cosa que Reacher no puede
hacer porque viaja sin equipaje y esa es la única camisa que lleva consigo.
Otros vuelven a ser, de nuevo, resultado de la reflexión: tras llegar a la
convicción mutua de que Barr no es responsable de los asesinatos que se le imputan,
Reacher le pide a Helen que mire por la ventana de su oficina; en el edificio
contiguo, se ven a otras personas trabajando en sus despachos; esa imagen de
rutina, de tedio, da pie a una digresión de Reacher en la que explica y se
ilustra el porqué de su vida de nómada: su negativa a vivir “encerrado”.
Esta habilidad
para describir a su principal protagonista no es el único mérito de esta buena
película policíaca que es Jack Reacher,
la cual debe mucho a la cuidada labor como guionista y tras las cámaras de
Christopher McQuarrie, en su segundo y mejor trabajo como realizador tras Secuestro infernal (The Way of the Gun,
2000), quien brinda aquí un thriller
de estética setentera, excelentemente
servida, por un lado, por el brillante director de fotografía Caleb Deschanel,
y además por un impecable sentido de la planificación y el uso del formato
panorámico, que da como resultado momentos tan sugestivos como la secuencia
inicial de los asesinatos cometidos (lo vemos desde el principio) por Charlie; luego,
la sutil relación que se establece entre esta primera secuencia de violencia y
la posterior presentación del personaje de Reacher: ambas establecen un
“suspense” y al mismo tiempo una equiparación
en torno a la identidad del francotirador y la de Reacher (quien en todos los
planos iniciales en los que aparece siempre está colocado de espaldas a la
cámara, o lo que es casi lo mismo y como ya hemos explicado, “de espaldas al
sistema”); o el inteligente uso de los planos de inserto, bien sea de detalles
que ayudan a comprender los métodos de razonamiento de Reacher (secuencia de la
inspección ocular del parking), o en
forma de cortas escenas que “visualizan” las deducciones del protagonista, las
cuales contribuyen a reforzar la notable atmósfera de ambigüedades que se va
trenzando a medida que avanza el relato. De este modo, nadie es completamente
“inocente”: no ya los auténticos responsables que se encuentran tras la
matanza, sino como ya hemos apuntado quizá ni siquiera las víctimas de la
misma, ni por descontado el “falso culpable” James Barr; ni el fiscal Rodin,
del cual Reacher y su propia hija acaban sospechando como posible implicado en
el complot; ni el agente Emerson; ni Cash (Robert Duvall), el viejo propietario
del campo de tiro y exsargento del ejército también amigo de “los jaleos”, que
no renunciará al placer de “darle al gatillo” si con ello echa una mano a
Reacher; ni tan siquiera el propio Reacher, como demuestran las políticamente
muy “incorrectas” escenas finales.
A pesar de
cierta timidez a la hora de mostrar determinados excesos de violencia —esa
escena en la que se evoca el asesinato de la canguro de 22 años que fue abatida
por Charlie mientras huía con la pequeña que cuidaba en sus brazos: su muerte
se “suaviza” mediante un oportuno fundido en negro—, Jack Reacher ofrece a cambio interesantes apuntes que contribuyen
al dibujo de un submundo turbulento: véase la presentación del personaje de El
Zec, quien explica ante un aterrorizado sicario que ha fallado en el cometido que
le ha encargado cómo se arrancó él mismo los dedos de sus manos, congelados
durante su estancia como preso en una gélida prisión siberiana, antes de que se
le gangrenaran; o la crueldad del asesinato de Sandy a manos de Charlie y su
secuaz Vlad (Vladimir Sizov), quienes previamente juegan con sadismo al gato y
al ratón con la desdichada muchacha antes de acabar con ella. Incluso cuando la
película lleva a cabo la típica concesión a la comercialidad bajo la forma de
la inevitable persecución
automovilística, además de filmarla con solvencia McQuarrie consigue introducir
en ella matices que enriquecen el perfil de los personajes implicados en la
misma: véase ese apunte, tan westerniano
—otra herencia de Harry el sucio—,
del momento en que Reacher y el agente Emerson cruzan sus miradas, como en un
“duelo”, antes de que el primero emprenda una rápida huida al volante de su
coche y el segundo desenfunde su arma para intentar detenerle.