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lunes, 9 de junio de 2014

Apuntes, apuntes: “JIMMY P.” – “EL GRAN HOTEL BUDAPEST” – “EL DESCONOCIDO DEL LAGO” – “CAPITÁN AMÉRICA: EL SOLDADO DE INVIERNO” – “SNOWPIERCER (ROMPENIEVES)”

[ADVERTENCIA: SE REVELAN DETALLES DE ESTOS FILMS.] Hace tiempo que, como ando metido en diversos menesteres, no actualizo este blog con la frecuencia de antaño, y no por falta de ganas sino, sencillamente, de tiempo. Pese a todo, y para compensarlo, he querido hacer una entrada un tanto especial, a base de apuntes, o si lo prefieren, pequeñas impresiones personales sobre algunas películas vistas en estos últimos meses y que no comento en las páginas de Dirigido por… e Imágenes de Actualidad, y escritos como hago siempre aquí por el mero placer de hacerlo. Allá vamos.


Jimmy P. (ídem, 2013), de Arnaud Desplechin.- Estrenada en España casi de incógnito hace meses, la pésima recepción en nuestro país del segundo largometraje que estrena en cines españoles el francés Arnaud Desplechin —el primero fue Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, 2008), su anterior trabajo tras las cámaras (1)—, no ya a nivel de público (era difícil que fuera una película popular) como sobre todo de crítica, es de las que producen vergüenza ajena, y disculpen la franqueza. Sorprende que los que siempre están exigiendo un cine denso, adulto, arriesgado y riguroso hayan arrugado la nariz, salvo honrosas excepciones, ante un film tan interesante y bellamente realizado como es Jimmy P., por más que no han sido los primeros en hacerlo: el varapalo empezó en Cannes 2013, donde los “refinados” ya la pusieron a caldo; y, ya se sabe, si en Cannes, el mejor-festival-de-cine-del-mundo, dicen que una película es mala, pues será que lo es… ¿o no? En fin. Sea como fuere, Jimmy P. me parece una bella apuesta por parte de Desplechin a favor de un cine reflexivo que, cierto es, se apoya mucho en los diálogos, o si se prefiere, en la palabra; mas, a diferencia de tantos y tantos films actuales en los cuales lo que se dice importa más bien poco, o nada, al menos en esta ocasión los diálogos son interesantes y dicen cosas. Es bien sabido a estas alturas que la película gira en torno a la relación de amistad que se establece entre dos hombres de lo más dispar, el piel roja Jimmy Picard (Benicio del Toro), combatiente en Europa durante la Segunda Guerra Mundial afectado de unos taladrantes dolores de cabeza cuyo origen los médicos son incapaces de diagnosticar, y Georges Devereaux (Mathieu Amalric), un psicólogo francés aficionado a la paleontología que se encarga del caso de Picard, “Jimmy P.”. Sobre esta base dramática, Desplechin construye un sobrio y sombrío melodrama de factura aparentemente “clásica” (siempre comillas bien grandes), pero que en el fondo no deja de ser, como ya lo era Un cuento de Navidad o sobre todo la que me parece su obra maestra de entre todo lo que le conozco, la maravillosa Rois et reine (2006), una brillante digresión sobre los mecanismos del relato. En este caso, tanto los elegantes flashbacks que ilustran momentos del pasado de Picard, o esa bellísima lectura de una carta de cara a la cámara, “a lo Bergman”, de Madeleine (Gina McKee), la novia de Devereaux, cuando se despide de este último probablemente para siempre, van construyendo un complejo entramado narrativo, de tal manera que esos flashbacks o la lectura de esa carta no son tanto una mera “representación” de lo que Picard está recordando o de lo que Devereaux está leyendo respectivamente como, sobre todo, una “especulación”, que pone en evidencia la fragilidad, ergo relatividad, de lo que se está narrando: tanto la subjetividad de los recuerdos de Picard como la propia “subjetividad” del propio film. Extraordinariamente interpretada por Benicio del Toro y Mathieu Amalric, Jimmy P. me parece una magnífica película, que bien merece una segunda oportunidad.        



El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), de Wes Anderson.- Debo confesar de entrada que soy poco amigo del cine de Wes Anderson, de quien me interesan, sin apasionarme, Bottle Rocket (1996), Rushmore (1998), Los Tenenbaums. Una familia de genios (The Royal Tenenbaums, 2001) y sobre todo Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007), esta última su mejor película hasta la fecha; no he visto Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox, 2009) —lo lamento, pero me dio mala espina; la recuperaré cuando esté de humor—, y en cuanto a Life Aquatic (The Life Aquatic with Steve Zissou, 2004), más me valdría no haberla visto nunca… De ahí que, tras la decepción que me llevé con Moonrise Kingdom (ídem, 2012), un film del que me esperaba mucho más, he vuelto a sentirme defraudado ante la visión de El Gran Hotel Budapest, otra película que, a mi entender, está muy, pero que muy por debajo de lo que inicialmente promete. Vaya por delante que ni Moonrise Kingdom ni El Gran Hotel Budapest me parecen malas películas; es más, no faltan en ellas ni los suficientes elementos de interés ni los buenos momentos; pero tengo claro que ambas están lejos, muy, muy lejos de ser esas obras maestras que hoy en día se proclaman más alegremente que nunca. Desde luego que, y centrándonos ya en El Gran Hotel Budapest, resulta admirable el sentido de la estética de su realizador, de tal manera que el establecimiento hotelero donde transcurre, si no toda, sí buena parte de lo narrado (y el hecho de que el film “salga” fuera de ese decorado me parece uno de sus más graves defectos), llama poderosamente la atención. El problema, serio problema, es que una vez presentados el hotel y sus pintorescos personajes, es como si Anderson, confiando en exceso en la fuerza estética del decorado y la caracterización de las figuras que pueblan el relato (servidas, todo hay que decirlo, por un espléndido elenco de intérpretes, entre los cuales sobresale, por su inesperada vis cómica, un magnífico Ralph Fiennes), da por hecho de que poco más hay que hacer, y se equivoca de cabo a rabo. De ahí, como digo, que una vez presentado ese excelente decorado, Anderson lo desaprovecha con una planificación muy pobre y mucho menos imaginativa de lo que alardean sus admiradores, de modo que el plano fijo acaba convirtiéndose no ya en la principal figura de estilo…, sino prácticamente en la única, algo terrible en un film que se promociona como sofisticado y elegante pero que en la práctica acaba siendo más rutinario y desganado de lo que sería de desear. Ello no obsta, vuelvo a insistir, para que haya buenos momentos que justifican, hasta cierto punto, el prestigio de esta obra, pero no lo suficiente: las buenas ideas se hacen esperar, y el aburrimiento asoma su triste semblante en más de una ocasión. 


El desconocido del lago (L’inconnu du lac, 2013), de Alain Guiraudie.- La expectación generada en torno a esta película me parece, directamente, de juzgado de guardia, y más a la vista de la completa nulidad de sus teóricas propuestas artísticas. A falta de conocer otras películas de su realizador, quien estrena por primera vez en España, El desconocido del lago me parece el típico, y tópico, “prestigio de festival”, una pompa de jabón dentro de la cual no hay absolutamente nada y que, a poco que se analiza con un mínimo de rigor, se desinfla sin más. Puedo entender que la manera franca de mostrar la homosexualidad le resulte chocante a más de uno, pero de ahí a alabar las presuntas bondades de esta insignificante obra dista un abismo. El presunto mérito de esta pequeña y sencillísima película no es otro que el de mostrar una serie de personajes y acontecimientos desde una perspectiva, digamos, “natural” o “naturalista”, con vistas a extraer de los mismos un determinado potencial abstracto: un decorado único (un lago y el bosque que lo circunda), un puñado de hombres que acuden allí para dar rienda suelta a su sexualidad, y más tarde un asesinato y una investigación policial. Lo primero, el decorado, carece de fuerza, entre otras razones por la aburrida forma que el realizador lo muestra en su planificación; en este sentido, los planos del coche del protagonista, Franck (Pierre Deladonchamps), aparcando cerca del lago, que Alain Guiraudie repite hasta la extenuación, quieren ser el reflejo de una determinada rutina, pero lo que acaban siendo es la expresión de la propia rutina de un cineasta que no se plantea excesivos problemas de puesta en escena. Los personajes, asimismo, son unidimensionales, cuando no descritos mediante no pocos estereotipos del mundillo gay: muchos de los diálogos de los personajes parecen, directamente, sacados de la peor fotonovela que imaginarse pueda. ¿Y qué decir del terrible, penoso, increíble personaje del inspector de policía a cargo de Jérôme Chappatte, pésimo actor donde los haya que cree que basta con salir andando petulantemente con las manos a la espalda para parecer un agente de la ley? ¿O de la horrible escena de la muerte de este personaje a manos de Michel (Christophe Paou), de una torpeza difícil de superar? Hacía tiempo que no me echaba a los ojos un bluff de semejantes proporciones, y ahora mismo no dudaría en considerar El desconocido del lago la peor, más ridícula y burdamente pretenciosa película estrenada en lo que va de año en nuestro país.


Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), de Anthony y Joe Russo.- La más reciente película de los Marvel Studios me produce sentimientos un tanto encontrados. Por un lado, todo lo que se refiere a su entramado dramático me parece positivamente magnífico, hasta el punto de que me atrevería a afirmar que el guión de Capitán América: El Soldado de Invierno es el mejor que hasta la fecha haya salido de la división cinematográfica de la Casa de las Ideas. Pero, ay, creo que muchas de las excelentes propuestas teóricas del film, si no se estrellan, cuanto menos quedan relativizadas y casi minimizadas por la labor tras las cámaras, correcta aunque algo gris, del dúo de realizadores formado por Anthony y Joe Russo. Una pena porque, como digo, la idea de combinar en esta película una aventura de superhéroes con una trama digna del thriller político estadounidense de los 70 —y no es casual, en este sentido, la presencia en el elenco de Robert Redford— es harto atractiva. Desde luego que lo mejor de esta segunda e inesperadamente politizada nueva peripecia del superhéroe patriótico de Marvel por excelencia reside en lo que sugiere entre líneas, esto es, la idea de que una célula nazi de Hydra, los viejos enemigos del “Capi” durante la Segunda Guerra Mundial, se encuentre “dormida” en el corazón de S.H.I.E.L.D., la agencia secreta que defiende a los Estados Unidos y al mundo entero de amenazas planetarias. Dicho de otra manera, no cuesta nada ver en S.H.I.E.L.D. una versión magnificada de la CIA, y en los neo-nazis ocultos en ella una caricatura acaso poco sutil, pero efectiva, de las “guerras sucias” de la Central de Inteligencia Americana; o, si se prefiere, que esa presencia de neo-nazis no es sino una mirada satírica y a la vez una crítica soterrada a los métodos fascistas de la propia CIA. La idea tiene gracia, e insisto, está mostrada con cierta energía, resultando convincente y dándole a Capitán América: El Soldado de Invierno personalidad propia en el contexto de las producciones de los Marvel Studios en particular y del cine de superhéroes en general. La pena, vuelvo a insistir, es que Anthony y Joe Russo se limitan a cumplir con corrección y efectividad con el encargo, y nada más. Era esta una película que requería a un cineasta robusto a lo Paul Verhoeven o John McTiernan, o incluso el nada despreciable Joe Johnston de Capitán América: El primer Vengador (Captain America: The First Avenger, 2011) (1); cierto es que el film hace gala de una secuencias de acción notables, pero a pesar de ello incluso estas últimas funcionan más por su hábil acumulación de efectos visuales y dinámicas coreografías en las peleas cuerpo a cuerpo que porque hagan gala de estilización alguna. Aunque superior a la mediocre última entrega de las aventuras de Spider-Man (2), creo que a Capitán América: El Soldado de Invierno, aun dando mucho, podía exigírsele más.



Snowpiercer (Rompenieves) (Snowpiercer, 2013), de Bong Joon-ho.- La nueva película del director de la magnífica Memories of Murder (Salinui chueok, 2003) y de la meramente correcta y muy, muy sobrevalorada The Host (Gwoemul, 2006) me ha supuesto una considerable decepción. Desde luego que no es un mal film: está hecho con estilo, y eso hace que se sostenga su interés durante la mayor parte del metraje, aunque no todo. Mas lo peor no es eso: lo peor es que, a poco que se analice con detenimiento, la película no hace otra cosa que plantear una fábula “distópica” de ciencia ficción que, con escasas variaciones de fondo, no es más que la enésima reformulación de un mundo del mañana donde las diferencias entre los humildes y los poderosos, los pobres y los ricos, se han acentuado más que nunca. Nada que Metrópolis (Metropolis, 1927, Fritz Lang) o Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973, Richard Fleischer) no nos hubiesen explicado cien veces mejor. En este sentido, las escenas de Snowpiercer (Rompenieves) en las que, cerca del final, la película literalmente se detiene para mostrarnos las motivaciones ocultas que se ocultan en el teórico héroe del relato, Curtis (Chris Evans), quien esconde bajo sus nobles intenciones un pasado sucio-y-oscuro, o en particular el pesado discurso del jerarca Wilford (Ed Harris) sobre la necesidad de que haya pobres a los que aplastar para que el sistema no se derrumbe (sic), acaban produciendo un sonoro bostezo. Se dice que los tristemente célebres hermanos Bob y Harvey Weinstein pretendían cortar esta película de cara a su estreno en los Estados Unidos; dejando aparte el hecho de que cortar cualquier film sin el consentimiento de su director es y será siempre una aberración, no es menos cierto que a Snowpiercer (Rompenieves) —y lo lamento— no le hubiese sentado mal una reducción de su metraje, pues la película es muy larga, demasiado, y no mantiene en todo momento el interés de sus mejores instantes. Mucho mejor resulta en el terreno estrictamente visual, que es donde se percibe el esfuerzo de Bong Joon-ho de imprimirle interés a base de golpes de estilo. Hay que reconocer, en este sentido, que el film se beneficia enormemente del trabajo del director de fotografía Hong Kyung-pyo y del director artístico Ondrej Nekvasil, quienes han logrado captar a la perfección las ideas del realizador a la hora de mostrar, por ejemplo, los diferentes decorados, tonos de color y atmósferas de cada uno de los vagones que componen ese súper-tren futurista donde viajan los últimos supervivientes de la raza humana tras una nueva época glacial provocada artificialmente para combatir el proceso de calentamiento del planeta. Bong Joon-ho intenta, asimismo, combinar distintos estilos de filmación en función de cada nuevo y teóricamente sorprendente decorado; pero, incluso en sus buenos momentos, Snowpiercer (Rompenieves) transmite la sensación de que sus ideas funcionan mejor en la teoría que en la práctica, y que el resultado intenta ser brillante a toda costa pero que al final solo consigue ser artificial y pintoresco.

jueves, 5 de junio de 2014

“DIRIGIDO POR…” de JUNIO 2014, ya a la venta



Dirigido por… dedica la portada de su núm. 445 a la segunda entrega del dossier de dos partes que hemos dedicado a Francis Ford Coppola, y que se compone de los siguientes artículos: Ascenso y caída de un imperio. Un mundo de neón es posible, de Ricardo Aldarondo; Sigues siendo oro, Ponyboy. El acercamiento de Coppola al universo de Susan E. Hinton, de Tonio L. Alarcón; Tiempos inciertos. A propósito de “Cotton Club”, “Peggy Sue se casó” y “Jardines de piedra”, de Ramon Freixas y Joan Bassa; Coppola en formato corto. Cortos, series, films de episodios, de Beatriz Martínez; Tucker: Un hombre y su sueño. De coches, sueños y cine, de Ángel Sala; Drácula de Bram Stoker. El vampiro posmoderno, de Antonio José Navarro; La última supervivencia en Hollywood. El adiós a la industria, de Quim Casas; La diáspora. La reinvención de Coppola en la era digital, de Israel Paredes Badía; y Twixt. Regreso al terror de serie B, de un servidor.


La actualidad cinematográfica del mes está marcada, en primer lugar, por una extensa crónica del Festival de Cannes 2014, que firma Ricardo Aldarondo. A ello hay que añadir los comentarios destacados de films como Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), de Jim Jarmusch, que rubrica Quim Casas, quien también firma los de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, con motivo de su reciente reedición en formato Blu-ray, dentro de la sección Flashback; y de la 1ª temporada de la serie Believe (ídem, 2014- ), para la sección Televisión. A ello hay que sumar las críticas asimismo extensas de El sueño de Ellis (The Immigrant, 2013), de James Gray, que comenta Aurélien Le Genissel; y X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014), analizada por Ángel Sala. Dentro de la sección Paralelismos, Christian Aguilera aborda la figura del recientemente fallecido director de fotografía Gordon Willis, lo cual viene a complementar, de manera inesperada, el dossier Coppola. La sección Televisión también incluye el análisis de la 2ª temporada de la serie Hannibal (ídem, 2013- ), elaborado por Tonio L. Alarcón. Completan el número las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, que este mes recupera The Seventh Cross (1944), de Fred Zinnemann, reseñada por Antonio José Navarro.  


Ya he avanzado que mi contribución a este número consiste, en primer lugar, en un artículo para el dossier Coppola, el dedicado a la para mí (y sospecho que para muy pocos más) muy interesante última película hasta la fecha de este realizador, Twixt (2011), que ya tuve ocasión de comentar extensamente en este mismo blog (1): “El proceso de creación artística, el gran tema de fondo que recorre las extrañas imágenes de “Twixt”, es lo que da pie a Coppola a llevar a cabo una puesta en escena a ratos naíf, a ratos poética, que se apoya en sus mejores momentos sobre unas imágenes deliberadamente artificiales y en el límite de lo ingenuo (¿de lo inocente?), que realzan la valentía de una propuesta iconoclasta y de un indiscutible encanto”.


También firmo la crítica de una película, vayan ustedes a saber por qué, harto celebrada, y en mi opinión de una llamativa mediocridad: Big Bad Wolves (ídem, 2013), de Aharon Keshales y Navot Papushado.


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