[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Las características que han rodeado el estreno en salas
comerciales de Nymphomaniac (ídem, 2013)
son especiales, y por tanto condicionan irremediablemente cualquier análisis
que se haga del nuevo film de Lars von Trier. Con un metraje original completo
de alrededor de 330 minutos, cinco horas y media, la película llega de momento
al espectador dividida en dos partes de alrededor de dos horas cada una, y
parece ser que la versión íntegra con todas sus escenas de carácter
pornográfico al completo, ya famosas antes de que nadie las haya visto salvo
von Trier, sus montadores y sus productores, se proyectará en el Festival de
Berlín. Mientras tanto, aterriza en nuestras salas la primera parte de las dos
que componen el, digamos, “montaje comercial” de Nymphomaniac, adecuadamente subtitulada Volumen 1 al igual que un célebre artefacto de Quentin Tarantino de
infausto recuerdo, a la espera de que se estrene el Volumen 2 el próximo 24 de enero. Huelga decir que, por tanto, las
siguientes líneas no son sino una aproximación forzosamente parcial a una obra
que, por ahora, nos llega mutilada e incompleta por decisión de sus
productores, los cuales, tal y como advierte un rótulo inicial, han elaborado
con el consentimiento expreso de von Trier este montaje en dos partes pero en
el cual su realizador, se dice, no ha intervenido expresamente. Algo parecido
ocurrió en su momento con otro film del mismo cineasta, Dogville (ídem, 2003), del cual a partir de su metraje original de
178 minutos se llevó a cabo una edición “comercial” reducida en 45 minutos y
asimismo autorizada y aprobada por von Trier. A lo que se ve, y parafraseando a
un director norteamericano por el cual siento poca estima pero al que por una
vez y sin que sirva de precedente hay que darle la razón, Robert Altman, existe
una especie de ley no escrita en virtud de la cual las duraciones de las
películas están condicionadas por algo así como el tiempo máximo que puede
aguantar un espectador un visionado antes de que le venza la necesidad de tener
que ir al lavabo…
Nymphomaniac forma parte de lo que el
propio von Trier ha definido como su “trilogía de la depresión”, junto con Anticristo (Antichrist, 2009) (1) y Melancolía (Melancholia, 2011) (2).
Al menos en lo que a este Volumen 1
se refiere, Nymphomaniac vuelve a
ser, como sus compañeras de trilogía, una nueva y todavía más audaz exploración
de los límites convencionales del relato cinematográfico. Como en Anticristo, el Volumen 1 de Nymphomaniac
incluye entre sus agradecimientos finales uno dedicado a Andrei Tarkovsky; lo
cierto es que las primeras escenas del nuevo von Trier no pueden menos que
recordar al Tarkovsky más atmosférico y pantanoso de Stalker (ídem, 1979): la pantalla se abre en negro, mientras oímos
en off el sonido de la lluvia y un
goteo durante alrededor de dos minutos; de ahí pasamos a las imágenes de un
callejón; una serie de planos de detalle se detienen a mostrarnos las gotas de
rocío mojando paredes y ventanas o deslizándose por cañerías y salientes; en un
momento dado, la cámara “descubre” el cuerpo de una mujer (Joe: Charlotte
Gainsbourg), tumbada en el suelo, aparentemente sin sentido y con la nariz
sangrando. A poco que se observe este arranque con un mínimo de detenimiento, queda
claro el carácter no-narrativo, ergo no-convencional, del mismo; sobre todo, en
lo que se refiere al “descubrimiento” de Joe en el suelo del callejón: la cámara
recorre en lentos travellings
laterales el escenario, “pasa” cerca de Joe y continúa su misterioso itinerario;
es decir, el propósito del movimiento de la cámara no es centrar la acción y la
mirada del espectador en Joe sino, más bien, sugerir que el personaje forma
parte de un entramado narrativo no-lineal, algo que las siguientes secuencias
se encargarán de confirmar. Más aún: ¿acaso no puede interpretarse ese arranque
“en negro” de una película, se dice, “escandalosa” y repleta de sexo explícito,
como una especie de guiño frustrante para el espectador que viene a ver el film
atraído por esa aureola morbosa y que, por el contrario, se encuentra de bruces
con una película en la cual, para empezar y literalmente, no se ve nada, y que además le obliga a mirar en otras direcciones
acaso más incómodas que unos genitales masculinos y femeninos entrando en
contacto físico?
Joe es,
asimismo, descubierta (en este caso, literalmente) por Seligman (Stellan
Skarsgard), quien la ve en el suelo y se acerca a socorrerla. La mujer se niega
a que Seligman llame a una ambulancia o a la policía, pero acepta su
ofrecimiento de llevarla a su casa y darle una taza de té mientras se recupera.
En pijama, metida en la cama y saboreando ese té caliente, Joe empieza a
relatarle a Seligman la historia de su vida, o mejor dicho, la historia de su
vida como ninfómana. Pero, desde el primer momento, von Trier traza un singular
paralelismo entre, por un lado, las explicaciones de Joe y su detallismo a la
hora de especificar cómo se las ha ingeniado siempre para seducir a los hombres
que necesita para intentar satisfacer su insaciable apetito sexual, y por otro,
las que, punteando el relato de Joe, proporciona a su vez Seligman a propósito
de su afición a la pesca con mosca. De este modo, y más allá del evidente
paralelismo y comparación entre los métodos de Seligman para pescar con mosca y
los de Joe para “pescar” hombres, a partir de este instante Nymphomaniac (al menos, insisto, en lo
que a este Volumen 1 se refiere) se
convierte en un apasionante experimento audiovisual en el cual, por medio de
una brillantísima conjunción de imagen, diálogo y música, Lars von Trier
reinventa y al mismo tiempo pone en evidencia los límites no ya de “su” relato
(el que ha escrito y dirigido), sino incluso los del concepto mismo de “relato”
en general. Véase, por ejemplo, ese momento magistral en el cual Seligman
interrumpe la narración de Joe en el mismo momento en que von Trier visualiza,
mediante uno de los enésimos flashbacks
que giran alrededor del relato de la protagonista femenina, el momento en que
la joven Joe (Stacy Martin) se reencontró en un parque con su antiguo amante
Jerôme (Shia LaBeouf): las circunstancias en las cuales se produce ese
reencuentro son, literalmente, increíbles
desde un punto de vista lógico —Joe explica que, paseando casualmente por ese parque, se encontró, asimismo casualmente, con fotos rotas de Jerôme y
su antigua secretaria y ahora exesposa Liz (Felicity Gilbert), y al cabo de un
momento se tropezó, ¡también casualmente!,
con el propio Jerôme—; en consecuencia, Seligman interrumpe lo que Joe le está
contando porque tanto él como el espectador son incapaces de seguir creyéndose
la suspensión de la incredulidad
propuesta por Joe en su relato. Llegados a este punto, podemos considerar que
todos los flashbacks que no están
“ilustrando” las explicaciones de Joe sobre su ninfomanía no son sino una
fantasía. De hecho, hay un momento en el cual Joe le explica a Seligman cómo
fue el inicio de su etapa con estudiante; entonces, von Trier inserta unas
escenas imaginarias, una por plano, en las cuales vemos a la joven Joe vestida
de colegiala y masturbándose con distintos objetos ante una pizarra de la
escuela; de pronto, descubrimos que esas imágenes no son ilustraciones de lo
que Joe está contando, sino fantasías de
Seligman al albur del relato de la mujer, tal y como esta última le recrimina
en un momento dado, pidiéndole que no se distraiga…
A falta de ver,
vuelvo a insistir, lo que nos deparará el Volumen
2, Nymphomaniac. Volumen 1 me
parece el mejor y más bello ejercicio narrativo de su autor, hasta el punto de
que prácticamente desde los primeros minutos y hasta el final del metraje de
esta, repito, primera entrega o si se prefiere primera toma de contacto, la
película hace gala de una inventiva que supera con creces la del que, hasta la
fecha, me parecía el mejor trabajo de su firmante, Anticristo. Asimismo, viene a demostrar que lo más meritorio del
cine de von Trier no reside en sus planteamientos puramente temáticos sino en los
formales. No puede sino entenderse de otro modo que un film que, vuelvo a
insistir, viene precedido de fama de “escandaloso”, acabe demostrando de manera
práctica, y sobre todo muy cinematográfica, que lo que pretende su principal
responsable no es tanto sacudir los cimientos morales y éticos del espectador
como, principalmente, los cimientos de lo que en cine conocemos como “narrativa
convencional”.
Desde este punto
de vista, resulta difícil para que el suscribe tener que elegir solo uno entre
los múltiples aciertos de esta película extraordinaria, dado que hay mucho
donde escoger. Aparte de la ya mencionada relación temática y visual entre los
métodos de pesca con mosca de Seligman y las artes de seducción de la promiscua
Joe, cabe apuntar momentos como la inserción, a lo Peter Greenaway, de números
sobreimpresionados en la pantalla, que recuentan el número de veces que la
adolescente Joe fue desvirgada por Jerôme vaginal y analmente, en lo que puede
verse un nuevo mecanismo de advertencia para el espectador atento destinado a
hacerle notar que lo que está viendo es, a fin de cuentas, un “relato” ante el
cual debe adoptar una especie de prudente “distancia”; o ese fragmento genial,
construido alrededor de tres acciones simultáneas de la joven Joe con otros
tantos amantes, que von Trier visualiza por medio de la partición en tres de la
pantalla y contraponiéndolo a la explicación de Seligman en torno a los otros
tantos acordes musicales que componen una polifonía de Bach. Si Nymphomaniac. Volumen 1 no es, a nivel
narrativo, una obra maestra del cine, se le parece mucho…
Dejando aparte
todo este virtuosismo formal y narrativo, otro aspecto que llama poderosamente
la atención, y que por sí solo debería desmontar toda la monserga “escandalosa”
que viene rodeando a esta hermosa película desde el momento mismo del anuncio
de su producción (por más que el propio von Trier haya sido el primero en
promocionarla de este modo), es de qué modo el sexo es utilizado como mecanismo
narrativo y elemento de introspección psicológica de los personajes. Más allá
del hecho obvio de que Nymphomaniac
es el relato en primera persona de una mujer que vive por y para el sexo (y eso
tan solo puede escandalizar a personas que hayan nacido ayer), el film hace
gala de un sensible conocimiento de la naturaleza humana por medio, repito, de
un relato discontinuo e inconformista en el cual la evolución de la
protagonista femenina viene marcada por una constante interrelación entre su
insaciable deseo sexual y sus emociones personales. Del mismo modo que, tal y
como se apunta en el ya mencionado arranque de la película con su puesta en
relación entre el agua de lluvia y una Joe inconsciente, golpeada y arrojada a
un callejón como si fuera un trapo, que dibuja así una singular asociación
entre dos elementos naturales, el rocío y el cuerpo de la protagonista, la
evolución de Joe a lo largo del relato va estableciendo una serie de
contrapuntos entre su inacabable apetito
de sexo y su proceso de madurez, no solo sexual, por descontado, sino también
emocional y afectivo.
De esta manera,
vemos cómo Joe le explica a Seligman que su primera práctica sexual, precedente
de su actividad ninfomaníaca de adulta, consistía en un juego infantil con su
amiga, consistente en hacer “la rana” sobre el suelo mojado del cuarto de baño:
de nuevo, el agua como elemento asociado a la “humedad” natural de la
protagonista. Más adelante, la adolescente Joe y su amiga de la infancia —ahora
una muchacha no menos promiscua que ella, B (Sophie Kennedy Clark)—, llevan a
cabo una apuesta de índole sexual…, consistente en jugarse una bolsa de
caramelos rellenos de chocolate que ganará la que logre tirarse más tíos en el
curso de un trayecto en tren; la secuencia, construida de una manera que me
parece modélica, culmina en la felación que Joe le practica a un pasajero que
viaja en primera clase (Clayton Nemrow) y que se resistía a las directas
insinuaciones eróticas de la protagonista alegando su condición de hombre
casado: es —al menos, no me cansaré de repetirlo, en la versión que hemos visto
hasta ahora— el primer momento sexualmente más explícito de todo el film, en
cuanto es aquel que muestra con claridad (tal y como la propia Joe reconoce) el
poder de seducción de la protagonista, marcando por tanto el instante en que
ella pasa a tomar conciencia y posesión de lo que será su futura existencia
como ninfómana. Resulta coherente, en este sentido, esa secuencia en la que Joe
narra, y von Trier lo resume “visualmente”, otra etapa de su existencia en la
que logró conciliar su vida cotidiana y horarios laborales con una furiosa
cadena de hasta diez amantes diarios, y que se expresa, como digo, por medio de
una serie de primeros planos de genitales masculinos, hombres sin rostro que
para la protagonista no son más que pollas destinadas a satisfacerla.
¿Satisfacción?
Lo cierto es que, a pesar de la naturaleza sexual de las memorias de Joe y de
su incontable riada de amantes penetrándola, según afirma ella misma, a diario
(con todo lo que de relativa tiene, como hemos visto, la sinceridad y
verosimilitud de este relato eminentemente subjetivo), la visión que del sexo
ofrece Nymphomaniac. Volumen 1 no es en
absoluto complaciente. Por el contrario, en más de una ocasión el sexo está
asociado al sufrimiento: de la primera vez que fue penetrada por Jerôme, Joe
recuerda sobre todo el dolor en su cuerpo; cuando la protagonista rememora la
agonía en el hospital de su padre (Christian Slater) —el único, de todos los
bloques o “capítulos” en los cuales se divide el relato, rodado en blanco y negro—, Joe busca un fugaz consuelo en un
par de hombres que se tira en ese mismo centro hospitalario, a modo de
paliativo de la angustia que le provoca ver a su amado progenitor devorado por
la enfermedad, abandonado por su madre (Connie Nielsen) en sus últimos días de
vida, y convertido en alguien que necesita asistencia para que le limpien las
necesidades fisiológicas que se hace encima (¿hace falta recordar que la
protagonista femenina de Anticristo
se lanzaba vorazmente sobre el sexo de su esposo para intentar aliviar así su
dolor por la pérdida de su hijo?); a mayor ahondamiento, el hecho de que este
episodio sea como digo el único de todo el film, o de esta parte que conocemos
del mismo, que está rodado en blanco y negro sugiere el estado anímico de una
Joe afectada ahora por una dramática situación familiar y personal cuya
simplicidad contrasta con su “colorido” mundo de amantes en cadena; este
episodio se cierra con una imagen bellísima: el plano de las piernas de Joe, a
través de las cuales vemos el cadáver de su padre en su cama del hospital, y
cómo una gota de flujo vaginal baja por una extremidad, como si fuera una
lágrima… Pero sin duda el momento más intenso reside, en este sentido, en la
espléndida secuencia en la que Joe y su amante H (Hugo Speer) reciben la
incómoda e inesperada visita de la esposa de este último (Uma Thurman), la
cual, acompañada por sus tres hijos pequeños, quiere enseñarles de primera mano
a la mujer por la cual su padres les ha abandonado, y el lugar “donde ocurrió todo”: la cama de Joe. No
por casualidad, la protagonista de Nymphomaniac.
Volumen 1 es consciente de que su perpetua insatisfacción sexual ha acabado
arrastrándola al lugar donde Seligman la ha encontrado: a un callejón sin
salida; “me lo tengo merecido”,
comenta cuando Seligman le pregunta quién le ha pegado en la cara; “soy una mala persona”, dice en más de
una ocasión. Los títulos de crédito finales del Volumen 1 incluyen escenas de un Volumen 2 lleno, a simple vista, de un dolor físico y emocional más
acentuado, si cabe, por la vía del masoquismo y la vejación. Esperemos que su
nivel de creatividad esté a la misma altura.