[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] The Amazing Spider-Man 2:
El poder de Electro (The Amazing Spider-Man 2, 2014) arranca retomando una
de las secuencias iniciales de The
Amazing Spider-Man (ídem, 2012) (1):
el momento en que Richard y Mary Parker (Campbell Scott y Embeth Davidtz) dejan
en casa de Ben y Mary Parker (Martin Sheen y Sally Field) a su pequeño hijo Peter
(Max Charles). Ello da pie a la inserción de nuevas escenas destinadas a
ahondar en torno al misterio de la desaparición de los padres de Peter Parker,
alias Spiderman (Andrew Garfield), entre ellas una aparatosa secuencia de
acción a bordo de un avión a punto de estrellarse, que no hace sino abrir
nuevas incógnitas sobre cuál fue el destino final de esos personajes, una de
las varias líneas argumentales que la película deja abiertas de cara a su
continuación en las ya anunciadas dos nuevas entregas de la renovada franquicia
en torno al lanzador de redes. Pero, a pesar de que esta segunda parte reincide
parcialmente en uno de los puntos fuertes del primer film, el cual contribuía
en no poca medida a conferirle su notable tono denso, lo que termina llamado
(desagradablemente) la atención de The
Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro es su práctica ausencia de
densidad.
Si, como ya tuve
ocasión de comentar en este mismo blog, The
Amazing Spider-Man era una mirada personal sobre el Hombre Araña en la que
el realizador Marc Webb llevó a cabo una competente labor de coordinación de talentos,
en esta ocasión el mismo cineasta se ha limitado a orquestar con corrección y
poco más un vistoso espectáculo en el que, como digo, la densidad brilla por su
ausencia, por más que se intenta encontrar a toda costa tanto en la reiteración
y relativa profundización en torno al misterio que sigue rodeando a los padres
de Peter Parker, como en lo que se refiere a la caracterización de los nuevos
villanos que se incorporan a la serie, el tímido e introvertido ingeniero
electrónico Max Dillon al cual un accidente convertirá en Electro (Jamie Foxx),
y el joven enfermo terminal Harry Osborn (Dane DeHaan) que buscando una cura
para su dolencia acabará convirtiéndose en… ¡el Duende Verde!, así como en lo
que atañe a la love story
protagonizada por Peter Parker y Gwen Stacy (Emma Stone), cuya resolución es
bien conocida por todos los lectores de las aventuras gráficas de Spiderman, en
particular el ya mítico número 121 de The
Amazing Spider-Man (junio de 1973), con guión de Gerry Conway y dibujos de
Gil Kane y John Romita Sr.
Se ha dicho,
probablemente con razón, que The Amazing
Spider-Man 2: El poder de Electro es una especie de “episodio de
transición” en el seno de la franquicia, de cara a allanar el terreno a la
incorporación, en las entregas tercera y cuarta, de los Seis Siniestros,
rivales del Hombre Araña que forman equipo para unir fuerzas a la hora de
acabar con él desde su primera aparición conjunta en el número 1 de The Amazing Spider-Man Annual (enero de
1964). De ahí que el film recupere al misterioso personaje cuyas facciones
siguen estando ocultas al amparo de la oscuridad que ya aparecía en la
secuencia post-créditos del primer film de Webb, y que aquí conversa con el encarcelado
Harry Osborn/Duende Verde de cara a formar un equipo de villanos armados con
los ingenios militares de la empresa Oscorp: los aficionados al cómic
reconocerán entre ellos los brazos articulados del Dr. Octopus y las alas del
Buitre, los cuales junto con la gigantesca armadura que convierte en las
escenas finales de la película al demente atracador de bancos ruso Aleksei
Sytsevich (Paul Giamatti) en El Rino dejan la puerta abierta a lo que nos
ofrecerá The Amazing Spider-Man 3 & 4.
¿Concurrirá a la cita el personaje de Mary Jane Watson, esté o no encarnada por
la actriz Shailene Woodley, cuyas escenas en este mismo papel fueron
descartadas en circunstancias poco claras, según dicen con vistas a no alargar
más de la cuenta un film que, por cierto, peca también de una duración
desmesurada, 142 minutos, absolutamente excesivos para la escasa entidad de lo
que narra?
Que The Amazing Spider-Man 2: El poder de
Electro sea una película de transición de cara a las entregas tercera y
cuarta no debería justificar, ni justifica, la poca sustancia de esta entrega,
que Marc Webb parece haber resuelto más por compromiso que porque se sintiera
personalmente implicado con esta secuela (y, caso de ser así, ello no se
percibe en el resultado). Dejando aparte el carácter un tanto engañoso del
subtítulo añadido al título de la película con motivo de su estreno en España,
pues como ya hemos apuntado Electro ni tan siquiera es el único villano de la
función, el film hace gala de una tibieza dramática que, en sus peores momentos,
termina por aburrir. Sobre todo, en lo que hace referencia al dibujo,
convencional y estereotipado hasta la náusea, de la relación amorosa entre
Peter Parker y Gwen Stacy, fiel al tópico esquema del chico-pierde-chica y
chico-recupera-chica, que consume más minutos de los estrictamente necesarios.
No resulta mucho mejor la descripción que se nos ofrece de Max Dillon, el
ingenuo y pusilánime empleado de Oscorp que accidentalmente se transforma en
Electro y aprovecha su nueva condición para vengarse de esa humanidad que
siempre le ha ignorado: el mejor apunte reside en ese momento, en la secuencia
del encuentro y posterior batalla contra Spiderman en pleno Times Square, en el
cual Dillon/Electro ve su rostro apareciendo en los gigantescos paneles de televisión
situados en el corazón de la Gran Manzana ,
y exclama: “¡Me ven! ¡Me ven!”. Tiene
más interés, pero no por ello la fuerza que sería de desear, todo lo que atañe
al personaje de Harry Osborn, viejo amigo de la infancia de Peter Parker y
heredero de la inmensa fortuna de su padre, Norman Osborn (un fugaz Chris
Cooper), gestionada a través de la empresa Oscorp; aquejado de la misma
enfermedad incurable que ha acabado prematuramente con la vida de su padre y
que amenaza con hacer pronto lo mismo con la suya, Harry Oborn ha llegado a la
conclusión de que lo único que podría salvarle sería inyectarse la sangre de
Spiderman (sic), y cuando este último se niega a facilitársela, temeroso de que
ello pueda tener trágicas consecuencias todavía peores, Osborn utilizará a
Electro en sus planes de venganza contra el Hombre Araña, y de paso, se
convertirá en el Duende Verde (por más que, curiosamente, en ningún momento se
le llame por ese nombre).
The Amazing Spider-Man 2: El poder de
Electro no da lo que promete, entre otras razones porque la mera corrección
de la puesta en escena de Marc Webb muestra a las claras la escasa implicación
del cineasta en el proyecto. No convence ni el carácter grotesco de Max Dillon,
quien idolatra a Spiderman después de que este le haya salvado la vida y que
luego se siente traicionado por el Hombre Araña porque no responde al nivel de
amistad que le exige, ni la faceta trágica del personaje de Harry Osborn, a
pesar de los buenos trabajos interpretativos de, respectivamente, Jamie Foxx y
sobre todo Dane DeHaan. También carece de fuerza el teóricamente sentimental
epílogo del relato, con un Peter Parker/Spiderman volviendo a la acción tras
cinco meses de ausencia para hacer frente a la renovada amenaza de Sytsevich/El
Rino. Si a ello añadimos la, reitero, aburrida love story entre Peter Parker y Gwan Stacy y el escaso relieve del
villano Sytsevich (a pesar del entusiasmo que le imprime, como siempre, Paul
Giamatti), poco, muy poco hay por rascar en esta prometedora y a la postre
fallida nueva entrega de la franquicia del lanzador de redes. Queda, pese a
todo, la buena factura y brillantez visual de las secuencias de acción (no
todas: la pelea en el avión de las primeras secuencias deja mucho que desear);
algún apunte sugestivo, tal es el caso del hallazgo por parte de Peter Parker
del laboratorio secreto de su padre, escondido en una estación de metro
abandonada (y la idea funciona más por la belleza del decorado que porque Webb
le imprima la adecuada atmósfera misteriosa); alguna bonita idea de puesta en
escena, como por ejemplo el fundido a negro que se cierra sobre la imagen del
avión del prólogo precipitándose al vacío, y que se encadena con la de
Spiderman lanzándose sobre el cielo de Nueva York, estableciendo así un
determinado vínculo dramático y emocional entre secuencias; o la subrepticia
utilización del ralentí en las secuencias de acción, destinado a reproducir
minuciosamente los ágiles movimientos del Hombre Araña que, caso de no ser
mostrados así, serían imperceptibles para el ojo humano, y que en cierto
sentido vienen a convertir esos planos a cámara lenta en homenajes a las
dinámicas viñetas del cómic original. Pero todo eso es muy poco, sobre todo si
volvemos a tener en cuenta el buen resultado de la primera película, un reboot que supo replantear con ingenio y
elegancia una franquicia prematuramente “quemada” por la tercera entrega de la
primera trilogía firmada por Sam Raimi, y que ahora, en The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro, vuelve a colocarse
en la cuerda floja.