Dejando aparte el hecho de que tanto Rebeca (Rebecca, 1940) como Los pájaros (The Birds, 1963) estén
basadas, respectivamente, en la novela y el cuento homónimos de Daphne Du
Maurier, ambas películas de Alfred Hitchcock tienen en común que sus resultados
están muy por encima de los originales literarios en los que se inspiran. Ahora
bien, siendo justos con Du Maurier, hay que reconocer que lo que hizo Hitchcock
con su cuento en Los pájaros fue únicamente tomar la idea base y acaso
un par de situaciones para crear a partir del mismo algo absolutamente
diferente. Si el relato de Du Maurier es la recreación de una situación
imposible que se convierte en inquietante realidad, la posibilidad de que todas
las aves voladoras del mundo hayan decidido unirse contra la humanidad y acabar
con su predominio sobre el planeta, el film de Hitchcock está planteado desde
una perspectiva radicalmente más subjetiva, de tal manera que el tema de la
invasión de las aves acaba siendo no un mero telón de fondo, como pudiera
parecer a simple vista, sino el contrapunto que sirve para ir marcando la
evolución de un personaje: Melanie Daniels (Tippi Hedren), la protagonista de Los pájaros.
De ahí que, como en muchas grandes
ficciones hitchcockianas, la película arranque de una manera aparentemente ligera por medio de una secuencia de
presentación del personaje de Melanie, y el dibujo del inicio de su relación/ atracción
con/ hacia Mitch Brenner (Rod Taylor), que está dominada a partes iguales por
la comedia y el misterio. Melanie entra en una tienda de mascotas de San
Francisco –de la cual, por cierto, acabamos de ver salir a Hitchcock, haciendo
su clásica aparición especial, llevando unos perros–; la muchacha se fija
entonces en Mitch, quien entra poco después de ella con la finalidad de comprar
unos periquitos; Mitch la confunde con una empleada, y Melanie, lejos de
despejar el equívoco, intenta aprovecharse del mismo para flirtear con Mitch,
si bien este último no tarda en darse cuenta de que la joven está jugando con
él y se suma a ese mismo juego de seducción y burla. Tras la, insisto, aparente
ligereza de la secuencia se esconde un sutil, densísimo juego de miradas que
convierte la cómica situación en un agudo y elegante dibujo de sentimientos
encontrados: el deseo de Melanie hacia Mitch, de qué manera el descaro de
Melanie va cautivando a Mitch, cómo Mitch consigue invertir el juego de Melanie
y usarlo en su contra, y cómo esa resistencia de Mitch a dejarse engatusar por
una mujer acostumbrada a que los hombres se rindan a sus pies no hace otra cosa
que alimentar el interés de Melanie hacia ese hombre “difícil”…
Los pájaros
arranca, por tanto, como un juego de seducción, como el preludio a una
conquista amorosa; un juego de dominación, de poder, al cual la caprichosa
Melanie se entrega con denuedo: consigue la dirección de Mitch, compra un par
de periquitos y se dirige al lugar donde el objeto de su deseo vive en compañía
de su madre viuda, Lydia (Jessica Tandy), y su hermana pequeña Cathy (Veronica
Cartwright): la localidad costera de Bahía Bodega. Más adelante, sabremos que
Melanie es una mujer de la así llamada alta sociedad que tiene cierta fama por
haber salido con frecuencia en las páginas de la prensa amarilla; en una de
esas ocasiones, se dice, fue vista bañándose desnuda en una fuente de Roma, en
lo que puede verse un avieso guiño a La
dolce vita (ídem, 1959) felliniana. Melanie, por tanto, es una mujer
acostumbrada a conseguir lo que quiere y cuando lo quiere; es, además, una
persona habituada a un modo de ver y entender la vida que nada tiene que ver
con lo que le ofrece Bahía Bodega: un espacio tranquilo, silencioso, acariciado
por la brisa y el mar; un lugar, para ella, aburrido
porque nada tiene que ver con su divertida
existencia.
Desde este punto de vista, Los pájaros es el retrato de la
evolución psicológica de Melanie, una mujer que movida por un capricho sexual
anda detrás de un hombre al que añadir a lo que se presume una larga lista de
conquistas amorosas, y que acaba abriendo los ojos a una realidad que para ella
era desconocida. Apertura a la realidad que pasa, paradójicamente, por una
violación del concepto de realidad cotidiana, por una inmersión en una
situación absurda, apocalíptica e irracional: los ataques progresivamente más
violentos de los pájaros, que amenazan con destruir Bahía Bodega y más tarde
quizá el mundo entero. La presencia,
primero, y la amenaza, después, de
las aves se erige en un contrapunto constante del dibujo del carácter de
Melanie y su evolución hacia una persona más humana y comprensiva, más sensible
hacia el dolor ajeno, en un proceso que pasa por su propio martirio personal.
Cuando la vemos en descapotable en dirección a Bahía Bodega, lo hace
conduciendo el vehículo a toda velocidad y sin reducir la marcha ni siquiera
cuando atraviesa algunas peligrosas curvas; detalle genial: los periquitos que
están en la jaula que reposa en el asiento del copiloto van moviendo sus
cuerpecitos al vaivén de las curvas (sic). El juego de seducción de Melanie,
consistente en coger una barca, atravesar la bahía, entrar a hurtadillas en la
casa de Mitch y dejarle la jaula con los periquitos termina con brusquedad y de
manera absolutamente imprevista: una gaviota cruza el cielo y la hiere con el
pico en su cabeza, haciéndola sangrar: es el primer golpe de realidad, el
primer paso hacia su humanización. Melanie se aloja en la casa de Annie
Hayworth (Suzanne Pleshette), la maestra de la clase del colegio de Bahía
Bodega donde va la hermana pequeña de Mitch; más aún: Annie fue en el pasado novia
de Mitch, y aunque su relación terminó hace cuatro años la mujer se instaló en
Bahía Bodega y en una casa al otro extremo de la bahía, frente a la de Mitch,
en lo que se intuye un claro gesto de enamoramiento no superado por parte de
Annie. Es significativo ese momento en el cual vemos a Melanie hablar por
teléfono en casa de Annie mientras esta última aparece en primer término del
encuadre, fumando, atendiendo sin mirar las palabras de Melanie, esa mujer que
se ha presentado en el pueblo, en su propio hogar, para convertirse en su más
inmediata rival en la (re)conquista del amor de Mitch; no por casualidad, la
secuencia del diálogo nocturno de ambas mujeres, en el curso del cual Annie
confiesa a Melanie sus sentimientos hacia Mitch, concluye con un nuevo contrapunto
inquietante: otra gaviota se estrella contra la puerta de la casa de Annie,
matándose con la furia del impacto… Otro golpe de realidad para Melanie,
probablemente inconsciente hasta ese momento de que, con su frívola conducta,
con su promiscuidad, ha podido hacer daño a terceras personas.
A partir de ese momento, hay por así
decirlo un doble crescendo, interior
y exterior. El interior, representado por un lado por la evolución del
personaje de Melanie; pero también del de Lydia, la madre de Mitch (otra de
esas terribles progenitoras tan frecuentes en el cine de Hitchcock: Encadenados, Atrapa a un ladrón, Psicosis…),
quien al principio no soporta la presencia de Melanie, la cual le parece una
mujer demasiado “frívola” para Mitch, hasta que descubrimos que lo que
realmente la aterra es la posibilidad de quedarse sola en sus últimos años de viudedad
y vejez; incluso Mitch poco a poco irá venciendo sus prejuicios iniciales hacia
Melanie (influidos, en gran medida, por la opinión de su madre) y se irá enamorando
sinceramente de ella cuando vaya percibiendo la evolución positiva de la
muchacha.
Crescendo
interior que se complementa a la perfección con el crescendo exterior formado a su vez por los progresivamente más
violentos ataques de las aves. No es casual que uno de los más feroces, el que
se produce mientras los niños celebran una fiesta en el jardín, tenga lugar
poco después de que Melanie y Mitch se hayan sincerado en lo alto de una colina
que, como es proverbial en su autor, Hitchcock filma en un decorado que destaca
su irrealidad, su artificio: su carácter de paréntesis espacial
donde los personajes, aislados del mundo, dan rienda suelta a sus sentimientos;
el ataque de los pájaros que tiene lugar a continuación incide en la idea de la
destrucción de la inocencia: las aves atacan a los niños y, en otro detalle
genial, hacen reventar con sus picos los globos que decoran la fiesta infantil.
El siguiente ataque de las aves reincide en la idea de la destrucción de la
inocencia, de la idea que del mundo y de la vida tenía hasta entonces Melanie,
por mediación de otro terrible encarnizamiento sobre los niños de la escuela de
Bahía Bodega; es de señalar, asimismo, que Melanie deja de ser un personaje pasivo
y se implica activamente en lo que ocurre, arriesgando su propia vida
con tal de recoger a la pequeña Cathy del colegio sitiado por las aves. La siguiente
agresión de los pájaros tiene ya resonancias universales: Melanie queda aislada
dentro de una cafetería donde una serie de pintorescos personaje secundarios (entre
ellos, una mujer experta en ornitología y un borracho que va exclamando: “¡el fin del mundo!”) van mostrando
diferentes puntos de vista en torno a lo que ya tiene todas las trazas de ser
una amenaza a nivel mundial; tampoco es casual, asimismo, que el ataque de las
aves se centre en un símbolo del poder del hombre civilizado (la gasolinera),
ni que dicho ataque sea la confirmación de la destrucción de la perspectiva del
mundo que hasta ahora tenía Melanie (véanse esos extraordinarios primeros
planos como “congelados”, de una increíble modernidad, que recogen la mirada de
Melanie observando aterrorizada el imparable camino de las llamas que prenden
el reguero de gasolina).
El excepcional tercio final de Los pájaros en el hogar de los Brenner,
donde Melanie, Mitch, Lydia y Cathy resisten las nuevas oleadas de aves
enloquecidas, confirma lo que hemos estado exponiendo hasta ahora: la casa
deviene una prisión de la que no se puede escapar; los gritos de los pájaros
que golpean paredes, puertas y ventanas en el exterior enloquecen a sus
ocupantes (la magistral utilización del sonido, pues el film entero carece de
música, está fuera de toda discusión); incluso la chimenea, símbolo de confort
hogareño, deviene la entrada de acceso a una asfixiante bandada de gorriones…
El proceso de humanización de Melanie culmina en cierto sentido con su
anulación como personaje: gravemente herida por los pájaros que la han atacado
en la habitación del piso superior, Melanie queda conmocionada, silenciosa,
absorta, debiendo recibir la ayuda de Mitch e incluso de Lydia, cuyo afecto ha
aprendido a ganarse. Melanie simbólicamente “muere”, desaparece como el
personaje que era, para convertirse tan pronto como se recupere de sus heridas
quizá en otra persona, acaso mejor, en cualquier caso, alguien distinto a quien
era; una mujer diferente en un mundo que ahora, dominado por los pájaros,
también será diferente… No olvidemos asimismo que el personaje de Lydia,
el polo opuesto del de Melanie, acabará revelando sus auténticos temores (su
miedo a la soledad) tras una experiencia traumática relacionada, también, con
las aves: el descubrimiento del cuerpo sin vida del vecino, cuyos ojos han sido
vaciados por los picos y garras de sus asesinos voladores, en una secuencia no
menos moderna e impactante en su concepción: un montaje corto de tres planos
progresivamente cerrados sobre el rostro ensangrentado del cadáver que anticipa
los tres planos que luego emplearía Stanley Kubrick en una escena clave de 2001: Una odisea del espacio.