Contrariamente
a lo que pueda parecer a simple vista, Muchas
gracias, Mr. Scrooge (Scrooge, 1970, Ronald Neame) no es una adaptación al
cine de ninguna versión musical escénica previa del Cuento de Navidad (1843) de Charles Dickens, a pesar de estar
escrita, producida (en calidad de productor ejecutivo) y contar con música y canciones
de Leslie Bricusse, un compositor británico estrechamente vinculado a algunas
producciones cinematográficas musicales de aquellos años, tales como El extravagante doctor Dolittle (Doctor Dolittle,
1967, Richard Fleischer), Adiós, Mr.
Chips (Goodbye, Mr. Chips, 1969, Herbert Ross) y Un mundo de fantasía (Willy Wonka & the Chocolate Factory,
1971, Mel Stuart). Por el contrario, como digo, sería Muchas gracias, Mr. Scrooge la que daría pie, veintidós años
después, a una versión para el teatro, Scrooge:
The Musical (1992).
Acaso
eso explique que, contrariamente a lo usual en otras películas musicales de la época
basadas en éxitos del teatro musical londinense o de Broadway –cf. El violinista en el tejado (Fiddler on
the Roof, 1971, Norman Jewison)–, en las cuales la acción dramática se “interrumpía”
en virtud de los números musicales, a modo de paréntesis (que dichas “interrupciones”
y/ o paréntesis musicales fuesen o no pertinentes, o estuviesen o no insertados
y resueltos con gracia, ya es harina de otro costal), en Muchas gracias, Mr. Scrooge las canciones y los números musicales no
tengan ese carácter de “interrupciones”, o que por lo menos no lo tengan de una
forma tan descarada como en otros films musicales. De hecho, si algo llama la
atención –positivamente– de los números musicales de esta estupenda película es
que tienen un carácter eminentemente subjetivo y psicológico: brotan, o parecen
brotar, de la subjetividad y la idiosincrasia de los personajes, en función de
sus características, circunstancias y perfil psicológico. Es el caso, sin ir
más lejos, de la canción “I Hate People”, que interpreta el avaro Ebenezer
Scrooge (Albert Finney) camino de su casa, y que vendría a expresar los
pensamientos del personaje, esto es, su desprecio hacia las personas y las celebraciones
navideñas, su amargura y su soledad; o la canción “Christmas Children” que,
inmediatamente antes que Scrooge, interpreta su humilde escribiente, Bob Cratchit
(David Collings), mientras compra los ingredientes para la comida de Navidad
junto con dos de sus cinco hijos.
Muchas gracias, Mr. Scrooge me
parece una feliz conjunción de talentos. Por un lado, el del ya mencionado
Bricusse, responsable no solo de un brillante ramillete de canciones –por más
que él tan solo fuera el letrista de las mismas, dado que la partitura propiamente
dicha corrió a cargo, dictada por Bricusse (que no sabía escribir música), de
Ian Fraser y Herbert W. Spencer–, sino también, y como guionista, de una
notable adaptación del original de Dickens, muy fiel al mismo en sus líneas
generales, pero del que también en ocasiones se aparta para introducir alguna nada
despreciable novedad. Es el caso de la divertida secuencia en la que, tras ser
arrojado dentro de la fosa por el Fantasma de las Navidades Futuras (Paddy
Stone), Scrooge va a parar a un pintoresco Infierno que parece sacado de un péplum
de Mario Bava, y allí le está esperando el espectro de su antiguo socio Jacob Marley
(Alec Guinness), quien le conduce a sus aposentos: una réplica de la oficina de
préstamos que ambos dirigían, pero tan helada y cubierta de nieve como la casa
de campo de Doctor Zhivago (ídem,
1965, David Lean) –“el único lugar frío
del Infierno”, como apostilla Marley–, donde Scrooge trabajará durante toda
la eternidad para Lucifer, cargando sobre sus hombros la gigantesca cadena que
se forjó en vida con su ruindad hacia sus semejantes. Anotemos, a título de
curiosidad, que dicha secuencia en ocasiones ha desaparecido con motivo de la
emisión del film por televisión, si bien se encuentra en las actuales ediciones
en formato doméstico.
A
Bricusse hay que añadir, forzosamente, al genial director de fotografía Oswald
Morris, quien, curiosamente, repite y perfecciona un efecto estético que había
ensayado previamente el propio realizador de Muchas gracias, Mr. Scrooge, Ronald Neame, en uno de sus primeros
trabajos como operador a las órdenes de David Lean, Un espíritu burlón (Blithe Spirit, 1945): el sutil empleo de un foco
de luz vagamente azulado –en Un espíritu burlón, verdoso–, y proyectado sobre
el actor Alec Guinness, con vistas a conferirle esa particular cualidad pálida
y etérea al fantasma de Marley que interpreta. A Morris hay que sumar al
diseñador de producción Terence Marsh, responsable de unos extraordinarios
decorados de ambientación victoriana erigidos en los estudios de Shepperton,
que brillan a gran altura tanto en lo que se refiere a las escenas ambientadas
en exteriores –las que tienen lugar en las calles de Londres– como, sobre todo,
en interiores; destacar, a este respecto, el decorado frío y desnudo, y a pesar
de todo sombrío e inquietante, de la vivienda de Scrooge, suerte de mansión
gótica donde el protagonista camina, paradójicamente, cual alma en pena todavía
con vida. Es de justicia mencionar la aportación de los, para la época e incluso
a ojos de hoy, notables efectos especiales creados por Wally Veevers: los vuelos
de los personajes en las escenas de Scrooge y el Fantasma de las Navidades
Presentes (Kenneth More) parecen un anticipo de aquellos en los que el mismo
Veevers colaboraría para Superman (ídem,
1978, Richard Donner). Y, por descontado, la magnífica labor de los
intérpretes, donde destacan fácilmente un histriónico pero entregado Albert
Finney –encarnando al viejo Scrooge (y, en los flashbacks, al joven) con tan solo 33 años de edad–, Alec Guinness,
Kenneth More y Edith Evans, esta última intérprete del Fantasma de las
Navidades Pasadas.
No
obstante, si todo eso funciona es gracias a la labor de coordinación de talentos
del no menos interesante Ronald Neame, otro de estos tantos nombres ignorados,
olvidados y/ o menospreciados de la cinematografía británica de entre los años
40 y 70 (y van…), que –al igual, poco más o menos, que J. Lee Thompson o John
Guillermin–, suele ser, ejem, analizado a la luz de sus últimos y mediocres
trabajos tras las cámaras rodados en los Estados Unidos –cf. Meteoro (Meteor, 1979)–, o simplemente
recordado por la popularidad de, sobre todo, uno de ellos –La aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, 1972); dicho sea
de paso, la mejor película de catástrofes de los setenta junto con El coloso en llamas (The Towering
Inferno, 1974), de… Guillermin–, pasando por encima del variado interés de
muchas de sus otras películas: La
salamandra de oro (Golden Salamander, 1950), El millonario (The Million Pound Note, 1954), El hombre que nunca existió (The Man Who Never Was, 1956), Alarma en Extremo Oriente (Windom’s Way,
1957), Un genio anda suelto (The Horse’s
Mouth, 1958), Fuga de Zahrain (Escape
from Zahrain, 1962), Podría seguir
cantando (I Could Go on Singing, 1963), Mujer
sin pasado (The Chalk Garden, 1964), El
aventurero de Kenya (Mister Moses, 1965), Espías en acción (A Man Could Get Killed, 1966), Ladrona por amor (Gambit, 1966), Los mejores años de Miss Brodie (The Prime
of Miss Jean Brodie, 1969) y, en particular, su magnífica Whisky y gloria (Tunes of Glory, 1960), film que en su momento se
ganó la admiración de nada menos que Alfred Hitchcock.
A
pesar de la presencia, característica del cine del momento de su realización,
de determinados “borrones” visuales de moda como los planos con teleobjetivo (por
suerte, muy escasos), la labor de Neame en Muchas
gracias, Mr. Scrooge resulta en todo momento eficaz y, a ratos, muy
elegante. Llama la atención, como digo, el carácter subjetivo y psicológico del
tratamiento de las escenas musicales, en virtud del cual las canciones sirven
como vehículos narrativos que expresan, en voz alta, los pensamientos
interiores de los personajes. A los ya mencionados ejemplos de la resolución de
las escenas que giran en torno a las canciones “Christmas Children” y “I Hate
People”, podemos añadir fácilmente “You… You”, que expresa el lamento de
Scrooge al recordar, junto al Fantasma de las Navidades Pasadas, el grave error
que cometió al dejar marchar al gran amor de su vida, llamada Belle en el
relato de Dickens y rebautizada en la película como Isabel (Suzanne Neve); y “Happiness”,
interpretada por esta última y que, como su título indica, expresa el amor que
siente Isabel hacia el joven y todavía amable Scrooge.
Pero,
además, los números musicales colectivos tienen una viveza y vitalidad que
reflejan magníficamente la alegría de unos personajes que cantan y bailan de
manera espontánea y sin virtuosismo. Por más que guardan ecos de la celebrada
coreografía de Onna White para otro famoso film musical inspirado en Dickens, Oliver (Oliver!, 1968, Carol Reed), dichos
números musicales se diferencian de los de este último, como digo, porque son
menos “coreográficos” y sí, en cambio, más (aparentemente) “espontáneos”, a tono,
vuelvo a insistir, con la humildad de los personajes. Es el caso del número musical
“A Christmas Carol”, interpretado por el grupo de golfillos que cantan
villancicos de portal en portal y que se dedican a perseguir a Scrooge para
burlarse de él por su tacañería; “December the 25th”, protagonizado por el
viejo jefe de Scrooge, el Sr. Fezziwig (Laurence Naismith), cuando celebraba el
día de Navidad con sus empleados y su esposa (una, por cierto, irreconocible
Kay Walsh); el gran número musical de la película, “Thank You Very Much”, en el
que Tom Jenkins (Anton Rodgers) y el resto de antiguos clientes sangrados por
Scrooge celebran la muerte del avaro cantando y bailando mientras acompañan su
ataúd al camposanto… sin que un despistado Scrooge se dé cuenta de ello; y el
gran número musical del final, “I Like Life”, que retoma la misma canción que
le enseñó a Scrooge el Fantasma de las Navidades Presentes y que, ahora, interpretada
de nuevo por un pletórico Scrooge tras haber aprendido la lección de vida que
le han impartido los tres fantasmas, supone la expresión de su cambio de
actitud.
Llama
la atención, asimismo, la fuerza que tienen los momentos fantastiques, en la frontera misma del cine de terror. Es el caso
del rostro del fantasma de Marley que se aparece en el pomo de la puerta de la
vivienda de Scrooge cuando el protagonista está a punto de abrirla; la
atmósfera tétrica que precede a la aparición del fantasma de Marley, como ya he
mencionado en la casi gótica casa donde vive Scrooge, y donde no falta la
utilización de determinados detalles sonoros y visuales destinados a crear esa
atmósfera macabra (el humo que, de pronto, brota de la chimenea al lado de la
cual Scrooge está cenando; el sonido exagerado, crispante, de las campanas de una
iglesia); el vuelo de Scrooge y el fantasma de Marley sobre Londres, en el
curso del cual se cruzan con los espíritus de los condenados a vagar siempre
por el Infierno; el impactante momento en el cementerio, cuando el protagonista
descubre su propia lápida y, a continuación, como ya he mencionado, es arrojado
por el Fantasma de las Navidades Futuras a una fosa de infinita caída que le
conduce al Averno… Muchas gracias, Mr.
Scrooge funciona estupendamente, pues, a varios niveles: como adaptación de
Dickens, como espectáculo musical, como fábula fantástica de trasfondo
moralista, y como película navideña brillante y entendida sin prejuicios.
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo