Hay
dos maneras de ver Star Trek (La conquista del espacio) (Star Trek,
a.k.a. Star Trek: The Motion Picture, 1979)
(puede haber muchas más, naturalmente).
La primera consiste en su
condición de película concebida y ejecutada para dar satisfacción al notable
sector de aficionados a la serie de televisión Star Trek (idem, a.k.a.
Star Trek: The Original Series, 1966-1969), popularmente conocidos como trekkies
o trekkers, que veían por primera vez adaptado al cine su amado serial,
que en España fue conocido, en sus primeras emisiones por TVE, como La
conquista del espacio, de ahí el subtítulo, hoy prácticamente olvidado, que
acompañaba al título de este film de Robert Wise cuando se estrenó en cines en
nuestro país. Desde este punto de vista, es indiscutible que Star Trek (La
conquista del espacio) –en adelante, Star Trek– se encuentra
supeditada a lo desarrollado antes por la serie de televisión, de ahí que la
trama esté planteada como una especie de secuela de aquélla: habían
transcurrido diez años entre la emisión en los Estados Unidos de la última
temporada de la serie y el estreno de la película, y el film recoge a los tres
personajes principales del serial y sus respectivos intérpretes –el capitán
Kirk, aquí almirante (William Shatner), el vulcaniano Sr. Spock (Leonard Nimoy)
y el Dr. “Bones” (huesos) McCoy (DeForest Kelley)–, y hace otro tanto con los
personajes/ intérpretes de reparto: el jefe de máquinas Scott (James Doohan),
el oficial de armamento Chekov (Walter Koenig), la oficial de comunicaciones
Uhura (Nichelle Nichols), el navegante Sulu (George Takei), la Dra. Chapel
(Majel Barrett) y la técnico en teletransporte Rand (Grace Lee Whitney). Concretamente,
Kirk comenta a Scott que lleva dos años y medio apartado del mando de una nave
estelar.
Es muy posible que quien no estuviera o siga sin
estar familiarizado con la franquicia Star Trek no terminara o no
termine de comprender algunas cosas que se mencionan en la película de Wise. La
primera aparición de Spock es en Vulcano, el planeta donde nació: el film
sorprende al famoso vulcaniano luciendo ropas de su mundo y con el cabello
largo, una imagen nada habitual en el personaje que connota que lleva tiempo
alejado de la Flota Estelar y su disciplina de corte militar; Spock hace
meditación a fin de alcanzar lo que los vulcanianos llaman el Kolinahr, la
ausencia total de emociones, punto culminante de la educación para los
implacablemente lógicos vulcanianos, como bien saben los seguidores de la
serie. Precisamente uno de los puntos fuertes del guion de la película reside
en la estupefacción inicial que provoca la excesiva frialdad de Spock ante sus
viejos colegas del Enterprise cuando se presenta a bordo de la NCC-1701
Enterprise comandada por Kirk, que no es sino la misma nave estelar con la cual
navegaba por el espacio junto con su tripulación en la serie de televisión: por
más que en la serie Spock se mostraba distante en su trato con los demás, a
tono con su lógica inquebrantable, en ocasiones cedía a las emociones humanas,
fruto del hecho de ser hijo de padre vulcaniano y madre terrícola, asunto este
que se exploraba particularmente en la película-precuela que realizaría J.J.
Abrams en 2009 (1); quien desconozca este dato puede encontrar extraña o
confusa la actitud de Spock en el film. También a quien no conozca o no
recuerde la vieja serie pueda resultarle raro la habilidad que tienen los
vulcanianos para dejar sin sentido a alguien mediante una suave presión en la
base del cuello con un par de dedos, tal y como hace Spock con un miembro de la
tripulación cuando roba una escafandra. La película también retoma uno de los
detalles de guion habituales en la construcción de los episodios del serial
catódico (en aquella época, todavía era catódico): las anotaciones de Kirk en
el diario de a bordo, indicando la “fecha estelar” en las que se llevan a cabo,
expresadas en muchas ocasiones en voz en off, tal y como se hace en un
par de momentos del film.
Nada de lo mencionado es ni bueno ni malo en sí
mismo considerado: a fin de cuentas, estamos hablando de una película que no es
sino la adaptación (y continuación) de una serie de televisión, y el hecho de
que haya que conocer siquiera mínimamente esta última para entender mejor
determinados aspectos del film para el cine es, a estas alturas, un hecho
normalizado en un momento como el actual, en el que el cine hecho para el cine
y el cine hecho para la televisión son fenómenos condenados a entenderse, por más
que no lo fueran en 1979 cuando se estrenó la película de Wise. Puede, por
tanto, que el paso del tiempo haya otorgado a este film cierta pátina de obra
pionera aun sin pretenderlo y ni tan siquiera planteárselo. Pero, dejando
aparte estas cuestiones, lo cierto es que lo peor de Star Trek reside en
su dependencia de la serie madre, y, sobre todo, que esa pleitesía se haga
notar en exceso. Un ejemplo muy claro lo tenemos em la secuencia en la que Kirk
y Scott sobrevuelan el embarcadero que orbita alrededor de la Tierra dentro del
cual se encuentra, atracada y en fase de puesta a punto, la Enterprise: la
secuencia, larguísima, busca emocionar al público trekkie mostrando con
delectación encuadres desde todos los ángulos de la nave, a tono con la felicidad
que experimenta en ese preciso instante Kirk, quien acaba de recuperar el mando
de la nave; pero, más allá de los para la época excelentes efectos visuales
–Douglas Trumbull, John Dykstra, Richard Yuricich–, y de la brillante partitura
musical de Jerry Goldsmith, la secuencia es aburrida hasta decir basta.
He dicho al principio de estas líneas que hay dos
maneras de aproximarse a esta película. Ya hemos visto la primera. La segunda
consistiría en ver Star Trek olvidándose de su pertenencia/ sumisión a
la franquicia creada por Gene Roddenberry y como lo que, en puridad de
conceptos, es: un film de ciencia ficción. Por este lado, la película está
repleta de apuntes interesantes, unos bien desarrollados y otros no tanto. Nos
hallamos en el siglo XXIII. En la primera secuencia, una nube de dimensiones
planetarias recorre el espacio llenando la pantalla. La nube es interceptada
por tres naves pertenecientes a los klingon, villanos habituales de la serie de
televisión antes de convertirse en aliados de la Flota Estelar a raíz de la
posterior serie Star Trek: La próxima generación (Star Trek: The Next
Generation, 1987-1994), pero tanto da si se conoce ese dato como si no, pues el
mismo no altera el sentido de la secuencia: los klingon disparan misiles de
fotón contra la nube, la cual los absorbe sin inmutarse y, a continuación, destruye
las tres naves con suma facilidad. Recordemos que hablamos de un film realizado
al albur del colosal triunfo de La guerra de las galaxias (Star Wars,
1977, George Lucas), momento en el cual todos los grandes estudios de Hollywood
se lanzaron a producir sus propias space operas; de hecho, el plano en
el que una nave klingon parece volar por encima de la cámara recuerda vagamente
el célebre encuadre inicial del crucero imperial de la película de Lucas.
La mencionada nube, de la cual se sospecha que en su
interior alberga una nave de colosales dimensiones, se dirige hacia la Tierra;
por el camino, destruye una estación espacial, aniquilando a toda su
tripulación. En tres días llegará a nuestro mundo. La misión de la Enterprise
es interceptar dicha nube, averiguar sus intenciones y, si estas son dañinas,
impedírselas. Llegados a este punto, señalar que en el guion de Star Trek
participaron dos guionistas con un amplio currículo profesional en materia de
ciencia ficción: Alan Dean Foster, autor del argumento, y Harold Livingston,
firmante del guion definitivo (coescrito, según parece, junto con Gene
Roddenberry); nada menos que Isaac Asimov figura como asesor técnico. Ello da
como resultado una trama repleta de terminología astronómica y tecnológica
bastante complicada para el profano –cf. la referencia a los agujeros de
gusano, o agujeros negros; los viajes a la velocidad de la luz; la
teletransportación–, y que desemboca en una inesperada digresión sobre la
inteligencia artificial y el sentido filosófico de la existencia: la mente que
se encuentra en el interior de la nube gigante responde al nombre de V’Ger, el
cual resulta ser, como se desvela en las secuencias finales, nada menos que…
¡un satélite enviado por la NASA al espacio en el siglo XX!: el Voyager VI. Una
humilde máquina terrestre de exploración que, perdida por el espacio, recaló en
un planeta de máquinas vivientes, quienes la remodelaron y reprogramaron para
que recorriera todo el universo y, una vez almacenada toda la información, regresara
a la Tierra para transmitírsela a su Creador: el hombre. Pero la cosa va más
allá: en su largo viaje de trescientos años por el cosmos, V’Ger, el Voyager
VI, ha adquirido conciencia propia, convirtiéndose asimismo en un ser viviente,
y se niega en el último momento a comunicar sus conocimientos al Creador…,
porque desea dar un paso adelante en su evolución ¡uniéndose a él!
El
hecho de que la nube se aproxime a la Tierra para “encontrar al Creador”
(¡encontrar a Dios!), y al final resulte ser un antiguo satélite de la NASA que
busca a quien le fabricó y le envió al espacio (es decir, al ser humano), plantea
una curiosa paradoja que estrecha lazos con 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968, Stanley Kubrick), estrenada
tan solo nueve años antes que Star Trek, en la que también se especulaba
con la posibilidad de que la humanidad evolucionara hacia una forma superior de
vida tan pronto como hubiese conseguido alcanzar el espacio:
como comentara en su momento
José Luis Guarner en una añeja reseña publicada en Fotogramas (cito de
memoria), el clímax de Star Trek consiste en “una insólita cópula sideral”
entre el comandante Decker (Stephen Collins), por la parte del Creador, y el
androide creado por V’Ger que duplica exactamente a la teniente del planeta
Delta Illia (Persis Khambatta), examante de Decker cuya vieja historia de amor con
el primero constituye uno de los puntos dramáticos secundarios de la trama. No
por casualidad, Spock afirma, sentencioso: “Hemos asistido a un parto”. Todo
ello, unido a la estética inequívocamente “setentera” de la que hace gala el
producto y a su escasa proliferación de escenas de acción, convierte a este
primer Star Trek para la gran pantalla en una producción que, por más
que fuera realizada aprovechando el filón abierto por La guerra de las galaxias,
tiene muy poco que ver con esta última y sí, en cambio, con el estilo reflexivo
y especulativo que caracterizó a buena parte del cine de ciencia ficción
norteamericano de las décadas de los sesenta y setenta, del cual Star
Trek, primero en la televisión y luego en el cine, fue una
consecuencia directa.
Hay momentos en los cuales el trasfondo
fanta-científico característico de este tipo de relatos funciona con eficacia:
véase, por ejemplo, la escena –acaso la más inquietante de la función– en la
que un hombre y una mujer son destrozados como consecuencia de un mal
funcionamiento de la máquina de teletransportación, profiriendo horribles
alaridos de dolor distorsionados antes de morir; o cuando la Enterprise es
atrapada accidentalmente por la tracción de un agujero negro, lo cual da pie a
una rara secuencia con la imagen y el sonido distorsionados, a tono con la
alteración de las reglas espaciotemporales que están sufriendo la nave y sus
ocupantes; o, más adelante, cuando V’Ger introduce una “sonda”, la cual
consiste en una especie de potente columna de luz chisporroteante que recorre
el puente de mando de la Enterprise y termina desintegrando a la teniente
Illia, en una secuencia que destaca por el “quemado” tratamiento fotográfico de
la misma; y la secuencia en la que la Enterprise se introduce, temerariamente,
dentro de la nube y navega lentamente hasta alcanzar la nave que la genera
situada en su centro, casi tan excesivamente larga como la ya mencionada de la
presentación de la Enterprise en el embarcadero, pero que al menos hace gala de
una atmósfera entre misteriosa y expectante (puedo dar fe de que, vista en el
cine en el momento de su estreno, esta secuencia resultaba de una sorprendente
espectacularidad).
La planificación de esa secuencia, con abundantes
planos en travelling frontal desde el punto de vista de la proa del
Enterprise, guarda ecos, cierto, del mítico “viaje cósmico” de 2001: Una
odisea del espacio, aunque dicha influencia se nota, sobre todo, en otra
secuencia desvergonzadamente parecida a la citada de la obra maestra de Kubrick,
y con una planificación asimismo similar: el momento en que Spock, equipado con
un traje presurizado, sale de la Enterprise y penetra en el interior de V’Ger, protagonizando
un arriesgado vuelo en solitario dentro del banco de memoria de la misteriosa nave que deviene una experiencia entre onírica y
surrealista para el espectador. Apuntes de interés que impiden que Star Trek
sea únicamente una película para trekkies, pero que tampoco logran que se
erija en el gran film de ciencia ficción que pudo haber sido y que tanto adoran
sus “incondicionales”, lo cual es una pena viniendo de un director que tiene en
su haber un buen puñado de excelentes títulos inscribibles en diversos márgenes
del cine fantástico de terror/ gótico/ de ciencia ficción: a falta de no haber
vuelto a ver Las dos vidas de Audrey Rose (Audrey Rose, 1977) desde hace
mucho tiempo (y no guardo de ella un recuerdo muy feliz), merecen destacarse La
venganza de la mujer pantera (The Curse of the Cat People, 1944, codirigida
con Gunther von Fritsch), El ladrón de cuerpos (The Body Snatcher,
1945), Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951), The
Haunting (1963) y La amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain,
1971) (2).
(1) Star Trek: la conquista del espacio según J.J. Abrams: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2009/05/star-trek-la-conquista-del-espacio.html
(2) El virus que
vino del espacio: “La amenaza de Andrómeda”, de Robert Wise: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/03/el-virus-que-vino-del-espacio-la.html