[NOTA PREVIA: ESTE ARTÍCULO ES UNA
REVISIÓN DEL QUE PUBLIQUÉ EN “IMÁGENES DE ACTUALIDAD” N.º 317 (OCTUBRE 2011),
SECCIÓN CULT MOVIE.] Originalmente publicada en los Estados Unidos en 1969,
La amenaza de Andrómeda fue el impactante primer gran éxito editorial
del novelista y realizador Michael Crichton. En el mismo, el futuro autor de Parque
Jurásico proponía una verosímil trama de ciencia ficción en torno a la
posibilidad de que la Tierra sufriera un peligro global de consecuencias
devastadoras como consecuencia de un virus accidentalmente traído del espacio
por un satélite, el Scoop 7, en su regreso a nuestro mundo. El aparato aterriza
en las inmediaciones de Piedmont, Arizona, aniquilando misteriosa y
silenciosamente a toda la población; por cierto, Piedmont es un “pueblo
fantasma” real que fue expresamente escogido por Crichton para ambientar en él
esa primera parte de su novela. El gobierno de los Estados Unidos ordena una
inmediata investigación secreta, llevada a cabo por los miembros del equipo de
científicos que componen el Proyecto Wildfire: el profesor de bacteriología
Jeremy Stone, encarnado en la película por Arthur Hill; el profesor de
patología Charles Burton, que en el film se llama Charles Dutton y está
interpretado por David Wayne; el médico y cirujano Mark Hall, que corre a cargo
de James Olson; y el microbiólogo y epidemiólogo Peter Leavitt, que en su
versión cinematográfica fue convertido en un personaje femenino, la Dra. Ruth
Leavitt, siendo encarnada por la actriz canadiense Kate Reid. Estas cuatro
eminencias científicas son confinadas en un gigantesco laboratorio subterráneo
y esterilizado del Proyecto Wildfire, donde descubren que el responsable de la
muerte de los habitantes de Piedmont es una especie de virus, o, mejor dicho,
una forma de vida microscópica con base de cristal que se adhirió al satélite a
su paso por la galaxia de Andrómeda. Los protagonistas tratan de hallar una
manera de neutralizar al Andrómeda, que es como bautizan al virus
extraterrestre, dado que su pavorosa facilidad para contagiarse y matar a
cualquier ser viviente en cuestión de segundos podría suponer el fin de la vida
sobre la Tierra. Las únicas pistas con las que cuentan residen en dos
inesperados supervivientes de Piedmont: un bebé (en la película, el pequeño
Robert Soto) y el borracho del pueblo, Jackson (George Mitchell).
Al poco de la publicación de La amenaza de
Andrómeda, el veterano productor y realizador Robert Wise, un cineasta que
cuenta en su haber con algunas incursiones en el cine fantástico –suyas son The
Curse of the Cat People (1944, codirigida con Gunther von Fritsch), Ultimátum
a la Tierra (1951), The Haunting (1963) y Star Trek (La conquista
del espacio) (1979)–, se interesó por la novela y adquirió los derechos
para el cine, con vistas a producir y dirigir el film, que sería distribuido
por Universal. Puede que, tal y como afirma Ricardo Aldarondo en su libro sobre
este cineasta para Filmoteca Española y el Festival Internacional de Cine de
San Sebastián, “más que la “science-fiction”, a Wise le interesaba la
“science-fact”, como él la denomina, una aproximación a lo que el futuro puede
deparar, pero a través de la ciencia abordada de la manera más realista posible”.
Quizá ello explique que Wise confiara el guion de La amenaza de Andrómeda
(1971), a Nelson Gidding, guionista neoyorquino que, además de ser de su
absoluta confianza y haber trabajado con él en diversas ocasiones –Para ella
un solo hombre (1957), ¡Quiero vivir! (1958), Odds Against
Tomorrow (1959), Hindenburg (1975) y la mencionada The Haunting–,
confería una perspectiva realista a sus libretos, incluso a los más
fantasiosos. La única discrepancia que surgió entre los dos viejos colegas fue
la idea de Gidding de convertir el personaje de Peter Leavitt en una mujer; a
Wise le disgustaba la idea, porque temía que Gidding lo transformara en un
personaje decorativo, como –en sus propias palabras– el de Raquel Welch en otra
famosa película de ciencia ficción, Viaje alucinante (Richard Fleischer,
1966), pero el guionista logró convencerle de la validez de su enfoque al
dárselo a una actriz de las características físicas de Kate Reid. Wise quedó
tan contento con el resultado, que acabaría considerando a la Dra. Leavitt “el
personaje más interesante de la película”.
La amenaza de Andrómeda se rodó en su mayor parte en unos brillantes
decorados futuristas diseñados por Boris Leven, que se construyeron en el plató
número 12 de los estudios de la Universal y cuyo coste ascendió a los 300.000
dólares de la época; uno de los más llamativos era el del foso, de unos 25
metros de profundidad y 10 metros de diámetro, el cual ocupaba por sí solo todo
un estudio de sonido de la Universal y donde se produce la climática secuencia
de suspense del final, cuando el Dr. Hall tiene que desactivar manualmente el
mecanismo de autodestrucción del laboratorio, esquivando los rayos láser que
tratan de impedírselo. En el momento de su estreno, esos decorados fueron
motivo de no pocos elogios, dada su verosimilitud y realismo: “uno de los
más elaboradamente detallados que se hayan construido”, se dijo por aquel
entonces. Las escenas en exteriores se filmaron a su vez en el parque estatal
de Red Rock Canyon (California) y Shafter (Texas), lo cual significa que la
auténtica población de Piedmont no aparece en el film. Los efectos especiales
corrieron a cargo de Douglas Trumbull, el celebrado autor de los trucajes de
clásicos de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio
(Stanley Kubrick, 1968), Encuentros en la tercera fase (Steven
Spielberg, 1977) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Trumbull, quien
volvería a trabajar con Wise en la asimismo mencionada Star Trek (La
conquista del espacio), creó las escenas centradas en el virus Andrómeda,
las cuales se llevaron por sí solas unos 250.000 dólares del presupuesto. Veamos
a continuación algunas curiosidades.
La película, más que en hechos reales, se basa en
datos reales. Ya hemos
apuntado que el pueblo de Piedmont en Arizona existe realmente. Crichton partió
para su novela de estudios auténticos en torno a las formas de vida con base de
cristal. El 25 de noviembre de 1969, el presidente de los Estados Unidos
Richard Nixon autorizó la creación de un departamento especial del ejército
norteamericano especializado en armas biológicas que entró en funcionamiento en
marzo de 1975. Michael Crichton hace un cameo: es un joven ayudante de
quirófano con barba que aparece justo en la escena en la cual los hombres que
envía el ejército interrumpen una operación quirúrgica que está a punto de
iniciar el Dr. Hall. Por cierto, y aunque parezca mentira, hay quien afirma
que, el primer día que Crichton visitó las dependencias de los estudios de la
Universal, lo hizo acompañado de un joven director de televisión que trabajaba
allí y a quien se le encargó que le enseñara el lugar. Su nombre: Steven
Spielberg. El doblaje español de la época alteró una frase de diálogo: en
la escena en la que, al igual que a sus compañeros de aventuras, el Dr. Stone
es interrumpido por miembros del ejército que vienen a buscarle durante una
fiesta que da en su casa con su esposa, y cuando oye que alguien le reclama, en
la versión doblada al castellano el personaje bromea al respecto, diciendo: “Seguro
que ha llegado el LSD”. En cambio, en la versión original en lengua
inglesa, lo que dice es: “The SDS has arrived, no doubt”. Es una
referencia al Students for a Democratic Society (SDS), un movimiento
estudiantil de protesta de la Norteamérica de los años sesenta. El mono que
muere al exponerse al virus Andrómeda no fue sacrificado realmente. Dicha
escena, supervisada por W.M. Blackmore, de la American Humane Association, se
filmó dejando al animal inconsciente haciéndole respirar dióxido de carbono, y
apenas hecha la toma fue reanimado de inmediato mediante un aparato de
respiración. ¿A qué se refiere el dígito 601 con el cual termina el film?
601 se supone que es el código informático que advierte de la realización de un
error en los ordenadores que mantienen controlado al Andrómeda. La cifra es la
mitad de 1202, que era a su vez el código informático de error que se utilizó
en el primer descenso del hombre a la Luna. La referencia al número 601
reaparece en la serie animada de la televisión japonesa Neon Genesis
Evangelion (1995-1996).
La amenaza de Andrómeda optó a algunos premios importantes: una candidatura
al Globo de Oro a la Mejor Banda Sonora, obra de Gil Mellé y considerablemente
avanzada para la época; y dos nominaciones al Oscar, a la Mejor Dirección
Artística (Boris Leven, William H. Tuntke y Ruby R. Levitt) y al Mejor Montaje
(Stuart Gilmore y John W. Holmes). Pero, más allá de dichos reconocimientos, ha
quedado en el recuerdo como un buen ejemplo de cine de ciencia ficción adulta y
elaborada, bastante difícil de encontrar hoy en día. En 2008, Mikael Salomon
dirigió una nueva versión para televisión, en formato de miniserie de 174
minutos de duración: La amenaza de Andrómeda, con Benjamin Bratt como el
Dr. Jeremy Stone, Eric McCormack como Jack Nash, Christa Miller como la Dra.
Angela Noyce, Viola Davis como la Dra. Charlene Barton, y Daniel Dae Kim como
el Dr. Tsi Chou. Mediocre y aburrida hasta la saciedad, no borrará el recuerdo
dejado por la película original de Robert Wise, exponente de una manera de
entender el cine de ciencia ficción –y me refiero a la producción llevada a
cabo entre, aproximadamente, 2001: Una odisea del espacio y hasta la
exitosa irrupción de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977)–,
que todavía sigue siendo una de las páginas más atractivas, y pendiente de la
adecuada reivindicación, dentro del cine de género norteamericano de estas
últimas décadas.
Uno de los aspectos más notables de esta película
–el cual, en no pocas ocasiones, ha sido utilizado para criticarla severamente–
reside en su a mi entender deliberada frialdad narrativa. A falta de conocer
por mí mismo la novela de Crichton en la que se inspira, especulo con la
posibilidad de que dicha frialdad de exposición ya se encuentre previamente en
el libro del firmante de El hombre terminal, Esfera, Congo,
Sol naciente, Acoso o la propia Parque Jurásico, quien era
muy amigo de combinar elementos de alta tecnología con tramas de aventuras y de
intrigas conspiratorias, de lo cual solían resultar unas novelas que conjugaban
hábilmente los datos científicos con la caracterización de unos personajes, por
lo general, “expertos” en la materia de la cual se trataba. En el caso de La
amenaza de Andrómeda: the movie, funciona muy bien la caracterización más
bien impersonal de los cuatro protagonistas, excelentemente interpretados por
Arthur Hill, David Wayne, James Olson y Kate Reid, quienes los encarnan como
profesionales sin tacha, mas no por ello carentes de defectos humanos (sobre
todo la Dra. Leavitt), gracias a los cuales el espectador se introduce, de su
mano, en un complejísimo mundo de datos técnicos, gráficos, microscopios y
pantallas de ordenador que, por momentos, parece salido de otro mundo. No
resulta casual, en este sentido, que una de las mejores y más significativas
secuencias se produzca dentro del primer tercio del film: aquella en la cual
vemos a los cuatro científicos sometiéndose a un largo, exhaustivo, irritante,
casi inhumano proceso de descontaminación, previo a su entrada en el
esterilizado recinto del laboratorio del Proyecto Wildfire, en un proceso
concebido, filmado y montado de tal manera que los protagonistas parecen, ellos
mismos, bacterias sometidas a examen, “bichos” ajenos al concepto de humanidad.
Esa frialdad en el tono se traduce en una implacable
puesta en escena que, en sus mejores instantes, parece un cruce entre la
sequedad de exposición de Fritz Lang y el formidable estilo de Richard
Fleischer en El estrangulador de Boston (1968), en lo que a la
utilización de la pantalla múltiple se refiere. Resulta extraordinaria al
respecto la secuencia de la exploración de Stone y Hall, ambos con equipos
presurizados, por las calles del pueblo que ha sido víctima del ataque
bacteriológico de Andrómeda: el recorrido de los personajes por tan macabro
lugar, plagado de cadáveres de hombres, mujeres y niños por doquier, incluye
unos vistosos encuadres panorámicos en negro en los cuales, a la izquierda del
mismo, vemos en un plano insertado los movimientos de Stone y Hall mirando por
puertas y ventanas de las casas en busca de supervivientes, mientras que, a la
derecha del mismo encuadre, Wise va insertando tenebrosos planos fijos de los
cadáveres de las personas que se encuentran en el interior de dichas viviendas
(una de ellas, por cierto, es una mujer joven con el pecho desnudo, y de cuyo
cuello cuelga el emblema hippie –sic–, lo cual teóricamente justificaría la
desnudez de la chica: dicho plano no se vio en España en el momento del estreno
del film, si bien se halla en las actuales ediciones en formato físico). Esta
manera de planificar, de mirar al horror de la situación, corre pareja de este
modo a la mirada científica, “objetiva”, de los personajes que exploran tan
pavoroso escenario y lo hacen reprimiendo sus emociones y sus miedos, con el
ánimo de ser lo más “científicos” posible.
No resulta de extrañar, en este mismo sentido, que
tan pronto como la acción se concentra en el interior del laboratorio del
Proyecto Wildfire, Wise extraiga un provecho óptimo de los excelentes decorados
puestos a su disposición, convirtiendo un lugar que, se supone, es la última
maravilla tecnológica de la raza humana, un teórico triunfo científico de la
humanidad, en una especie de infierno de frías paredes metálicas y muebles de
plástico: un prodigio científico que no esconde sino (nunca mejor dicho) el
germen del horror. Ahondando en este mismo sentido, no cuesta demasiado ver en La
amenaza de Andrómeda un claro precedente de otras adaptaciones al cine de
Michael Crichton; y no me refiero solamente al hecho anecdótico de que se trate
de la primera versión oficial al cine de una novela suya, sino a que la
película ya contiene, en esencia, algunos elementos propios de otros libros de
Crichton, de sus versiones para la pantalla e incluso de alguno de sus trabajos
como realizador. Como digo, el planteamiento dramático en torno a un pequeño
grupo de personas encerradas en un único decorado que representa lo máximo en
tecnología y que, de repente, se transforma en una trampa mortal (en La
amenaza de Andrómeda, la posibilidad de que el virus alienígena se escape
de donde está aislado puede suponer la sentencia de muerte de los
protagonistas), supone un claro anticipo de Almas de metal (Michael
Crichton, 1973) y Parque Jurásico (Spielberg, 1993).
Ese tono “frío” en apariencia, en el fondo de lo más
incómodo y turbulento, adquiere una notable fuerza dramática en aquellos
momentos en los cuales esos cuatro científicos, esas brillantes mentes “objetivas”,
empiezan a flaquear, a revelar su propia y natural humanidad, cuando creen que
no podrán vencer al Andrómeda. Destacan, en este sentido, el dibujo sutil pero
preciso de la cierta competitividad que se da entre los personajes de Stone y
Hall, cada uno ardiente defensor de su punto de vista; la escena en la cual
Ruth Leavitt se desmaya, como consecuencia de un ataque epiléptico, y provoca
el pánico entre el personal del laboratorio, convencido de que se ha contagiado
del Andrómeda; el momento de suspense en que Dutton queda encerrado en el
laboratorio, y con Andrómeda suelto en el aire que respira, y cómo Hall
consigue gracias a ello descubrir el punto débil del virus; o la eficaz
secuencia en la que Hall tiene que desactivar la bomba que amenaza con destruir
el laboratorio –y, de paso, propagar el Andrómeda por todo el planeta–, en la
cual el joven médico tiene que poner a prueba sus habilidades, digamos, “animales”
con tal de sobrevivir.
Aunque suscriba hasta cierto punto la opinión de TFV, y valore positivamente algunos apuntes de puesta en escena -como el plano de la luz parpadeante que provoca el ataque epiléptico de la doctora, con ella al fondo-, tengo que decir que la manera de narrar de Wise acaba pudiendo conmigo, me termina pareciendo demasiado mecánica y fría.
ResponderEliminarCoincido en que la miniserie posterior producida por los hermanos Scott es una mierda bien grande.
Me gustaron mucho dos grandes películas de Robert Wise de las que se habla poco, "Blood on the moon" y "El Yang-Tsé en llamas", en mi opinión dos de las mejores de una filmografía francamente interesante.
ResponderEliminarMe encanta ésta película, un gran Wise y un título de lujo de la SF setentera
ResponderEliminarMuy acertado el análisis de la película, mis felicitaciones. En cuanto a la película, es un clásico imprescindible, obra maestra que he disfrutado en repetidas ocasiones; ciertamente ya no se hacen ni se harán películas así. Por otra parte, felicitar el magnífico doblaje y elenco de voces en español el cual, para mí, supera con creces a la versión original.
ResponderEliminar