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viernes, 28 de junio de 2013

Viaje a Grecia: “ANTES DEL ANOCHECER”, de RICHARD LINKLATER



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] En 1995 el realizador norteamericano Richard Linklater estrenaba Antes del amanecer (Before Sunrise), película que nos mostraba el romance entre Jesse (Ethan Hawke), un estudiante norteamericano, y Celine (Julie Delpy), una joven francesa, tras conocerse casualmente en un tren y recalar durante unas horas en Viena. Nueve años después, Linklater y los mismos actores volvían a encontrarse en Antes del atardecer (Before Sunset, 2004), glosando precisamente el reencuentro asimismo casual de unos treintañeros Jesse y Celine en París, donde ambos se ponían al día el uno al otro de las vicisitudes vividas en esa última década, incluyendo el matrimonio fallido de Jesse, del cual había nacido un hijo. Precisamente Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) arranca, otros nueve años más tarde, mostrándonos a un Jesse de cuarenta años despidiéndose de su hijo de 13 Hank (Seamus Davey-Fitzpatrick) en el aeropuerto de la localidad griega en cuyas inmediaciones el chico acaba de disfrutar de su parte de vacaciones de verano en compañía de su padre (su custodia legal sigue en manos de su madre), así como de la de la actual pareja de Jesse, que no es otra que Celine (una vez consolidado el lazo afectivo que se intuía se iba a consumar en la abierta escena final de Antes del atardecer), y sus hermanastras, las gemelas Ella y Nina (Jennifer y Charlotte Prior), fruto de la relación de Jesse y Celine. Por tanto, Antes del anochecer sorprende a los protagonistas de Antes del amanecer y Antes del atardecer veraneando con sus hijas en la casa de Patrick, un viejo escritor griego que les ha invitado porque admira la obra literaria de Jesse, papel que corre a cargo del veterano director de fotografía Walter Lassally.


No es esta la única referencia cinematográfica indirecta que hallamos en esta película: en el papel de Ariadni, otra de las amistades de Patrick que veranea en su casa junto al mar acompañada de su marido Stefanos (Panos Koronis), descubrimos a la realizadora Athina Rachel Tsangari, firmante de Attenberg (2010), uno de los buques insignia del nuevo cine griego; por si fuera poco, interpretando a la joven Anna, la cual también disfruta del verano en el mismo lugar con su novio Achilleas (Yiannis Papadopoulos), está Ariane Labed, protagonista de Attenberg y Alps (ídem, 2011), esta última de Giorgos Lanthimos, el mismo director de otro moderno y reputado título heleno, Canino (Kynodontas, 2009). Pero hay otra referencia, que planea suavemente en el primer tercio del metraje y que se hace más o menos explícita a través de una línea de diálogo: la que se formula a Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), la mejor y más bella película de Roberto Rossellini. Llegados a este punto, podría parecer por tanto que Antes del anochecer es el enésimo artefacto posmoderno o, como decía hace poco Quim Casas a propósito de El gran Gatsby, de Baz Luhrmann —Dirigido por…, núm. 424 (junio 2013)—, (re)posmoderno, en particular si comenzamos a considerar que la posmodernidad, denominación actual para un fenómeno ya añejo, empezó con el Godard de Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960) y por tanto, dado el tiempo transcurrido, ya ha dejado de ser posmodernidad, por más que el término acabara poniéndose de moda a raíz sobre todo del éxito de Quentin Tarantino. Disquisiciones de este tipo aparte, Antes del anochecer no es un film que haga del guiño cinematográfico su razón de ser. Por no hacer, ni siquiera depende en exceso de Antes del amanecer y Antes del atardecer, por mas que no resulte descabellado ver el conjunto, más que como la típica (y tópica) “trilogía”, como una misma película de casi seis horas, dada la admirable fluidez, maduración y coherencia que desprende dicho conjunto. Eso no quiere decir que nos hallemos ante una obra fresca y original a nivel estrictamente temático, habida cuenta de que el cine está lleno de historias de parejas que sufren el desgaste de su amor como consecuencia del paso del tiempo tal y como ocurre en Antes del anochecer, empezando por la misma Te querré siempre y acabando, por citar ejemplos cogidos al vuelo, con Dos en la carretera (Two for the Road, 1967, Stanley Donen) o Con los ojos cerrados (The Happy Ending, 1969, Richard Brooks).


A pesar de ello, si una virtud tiene Antes del anochecer (y tiene muchas otras) es que no pretende ni mucho menos ser “original” (acabamos de ver que no lo es), sino que más bien busca erigirse en una especie de homenaje a la tradición cultural que la precede y respalda. No es ninguna casualidad, en este sentido, que la acción transcurra en Grecia, la cuna de la civilización occidental, como tampoco lo es que este hecho se haga explícito en algunos diálogos, en particular la referencia verbal que efectúa Jesse en relación a Eurípides, en cuanto padre de la dramaturgia clásica. Pero Antes del anochecer tampoco pretende ser un artefacto enciclopédico a lo Peter Greenaway, dado que toda sus referencias culturales en muchas ocasiones están colocadas en primer término del relato pero sin que sean el auténtico objetivo del mismo. Es el caso, por ejemplo, de la secuencia en la que Jesse conversa con Patrick y Achilleas sobre la trama y el contenido de la nueva novela que está preparando, o en particular, la espléndida de la comida de Jesse y Celine en la mesa presidida por Patrick alrededor de la cual se sientan todos sus invitados, donde la conversación empieza girando en torno a temas culturales, para no tardar en derivar hacia las relaciones amorosas —todos los personajes presentes en la secuencia representan, de un modo u otro, los distintos estadios del amor: la juventud, la madurez, la vejez, la viudedad…—, y como no podía ser de otra manera, aquello que le pone fin a todo: la muerte. Llegados a este punto resulta relativamente fácil pensar en Eric Rohmer, Woody Allen o, si me apuran, Ingmar Bergman, pero Linklater tampoco pretende emparejarse con estos cineastas, por más que haya en sus métodos de trabajo cierto grado de proximidad.


Un detalle de puesta en escena que resume muy bien las intenciones y los resultados de este excelente film —el mejor de la “trilogía Antes del…” y el mejor de su irregular pero casi siempre interesante realizador— es el que se produce prácticamente en mitad de la no menos magnífica secuencia en la que, inmediatamente después de haber dejado a Hank en el aeropuerto, Jesse y Celine regresan en coche a la casa de Patrick: Linklater resuelve la conversación de los protagonistas dentro del vehículo, mientras sus niñas duermen en el asiento trasero, en virtud de dos excelentes planos medios de larga duración con la cámara colocada sobre la capota del mismo y enfocando directamente al parabrisas delantero. Acabo de mencionar que son dos planos cuando, en puridad de conceptos, son (o parecen) uno solo, a modo de largo plano-secuencia de casi 15 minutos de duración, que en un momento dado “se parte” en dos en virtud del detalle al que quiero referirme. En medio de su conversación, el coche de Jesse y Celine pasa muy cerca de una antiguas ruinas; entonces, Linklater “rompe” ese plano largo para insertar un breve plano de esas ruinas, desde el punto de vista de los ocupantes del vehículo; a renglón seguido, Jesse y Celine se lamentan por no haber aparcado cerca de esas ruinas para que las niñas pudiesen verlas, diciéndose cosas como “es cultura” o “somos unos padres horribles”. Puede verse en ello una simbólica síntesis del trasfondo de la película, entendida como crónica de unos seres humanos que son lo que son, sienten lo que sienten y viven lo que viven tanto por aquello que han aprendido y experimentado por sí mismos como por el hecho de ser los últimos receptores de una cultura que por ahora termina en ellos. Es más: ese inserto de las ruinas, colocado rápidamente en medio de un plano-secuencia (o si se prefiere, en medio de dos planos largos), puede interpretarse a modo de sutil llamada de atención sobre el papel que juega la cultura en el momento actual, convertida literalmente en algo que o bien se aprecia de pasada, o bien se deja de lado por culpa de la así llamada “velocidad de la vida moderna”, y no creo que haga falta citar de nuevo a Zygmunt Bauman.


Desde cierto punto de vista íntimamente relacionado con lo que acabamos de explicar, puede verse en el desarrollo posterior de los acontecimientos una compleja digresión sobre los mecanismos de representación de los sentimientos humanos en conflicto, es decir, a partir de que Jesse y Celine dan un paseo en solitario hasta el pueblo, en el cual la visita a una antiquísima capilla de frescos medio borrados vuelve a evocar la atmósfera melancólica de Te querré siempre —la misma que, acaso casualmente, evoca Olivier Assayas, en la escena de la visita a las ruinas de Pompeya de su también recientemente estrenada Después de mayo (Après mai, 2012)—, y sobre todo el momento culminante del relato, el “fin de semana romántico” también a solas de los protagonistas en un hotel, invitados por Ariadni y Achilleas, que deriva en una amarga discusión sobre su relación de pareja: las escenas del dormitorio pueden verse, fácilmente, como una variante corregida y perfeccionada de las desarrolladas por el propio Linklater en el motel que centraba la acción principal de Tape (2001). Hemos mencionado que Linklater pone en boca de Jesse a Eurípides; en cierto sentido, esto último, unido a la referencia a la asimismo citada película de Rossellini y al paisaje griego, entendido a su vez y de manera amplia como “paisaje cultural”, dota a Antes del anochecer de un soterrado carácter de representación de una especie de “drama universal” en el que Jesse y Celine no son sino las últimas piezas, los últimos sedimentos, de algo que viene “representándose” desde el inicio de los tiempos (unos tiempos que, según la convención que aquí se maneja con conciencia de serlo, arrancaron simbólicamente en la Grecia Clásica), y que primero el teatro (Eurípides) y ahora el cine reinterpretan una y otra vez en virtud de esa herencia cultural a la que la recurrencia ha acabado convirtiendo en algo parecido a un rito.


Resulta muy significativo de esto último que, en la última secuencia, tan abierta como la que cerraba Antes del atardecer, Jesse lleve a cabo un conato de (re)aproximación y recuperación del amor de Celine por medio de una especie de “representación teatral” (esa invención de Jesse, diciéndole a Celine que es un emisario venido del futuro que viene a advertirle que esa noche va a disfrutar del mejor sexo que haya tenido nunca con el hombre al que, pese a todo, ama y que, también a pesar de todo, la ama); asimismo es muy significativo que Antes del anochecer se cierre con ese bello travelling en retroceso que abandona a Jesse y Celine en la terraza del puerto mezclándolos así con el resto de parejas sentadas esa noche en la misma terraza, cada una de ellas con una historia en potencia que forma parte de ese drama universal o “cósmico” al que nos hemos referido líneas arriba; un movimiento de cámara que, conscientemente o no, evoca el carácter integrador del travelling en retroceso y con apertura de campo que concluía la extraordinaria ...Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), de otro cineasta norteamericano con sentido de la universalidad, King Vidor.

jueves, 27 de junio de 2013

Forastero en tierra extraña: “EL HOMBRE DE ACERO”, de ZACK SNYDER



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Mal que les pese a sus principales responsables, los guionistas y coproductores Christopher Nolan y David S. Goyer y el realizador Zack Snyder, el arranque de El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013) no puede ser más convencional, en el contexto de lo que la película es: otra adaptación del célebre personaje del cómic creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. Ese arranque consiste en un nuevo y breve paseo (demasiado breve) por el planeta Krypton, sorprendido en un momento particularmente conflictivo: la guerra civil emprendida por el general Zod (Michael Shannon) contra los más altos mandatarios del planeta, con el propósito, característico de todos los fascistas, de “arreglar las cosas” según su único y exclusivo criterio. Es en este contexto donde el científico kryptoniano Jor-El (Russell Crowe) y su esposa Lara (la maravillosa Ayelet Zurer, que por desgracia sale poco) ponen en marcha un desesperado plan para salvar la vida de su hijo recién nacido Kal-El, conscientes de que al planeta le queda poco tiempo de existencia. La importancia de este “prólogo kryptoniano”, al parecer tan inevitable a la hora de mostrar los antecedentes del personaje de Superman como el asesinato de los padres de Bruce Wayne en el caso de Batman o el del tío Ben Parker en el de Spiderman, no reside en su resolución, tan deficiente como la de buena parte del resto del film, sino en el hecho de que sienta las bases dramáticas de toda la acción posterior: no solo proporciona la explicación de los futuros superpoderes de los que gozará el bebé Kal-El tan pronto empiece a crecer en la Tierra, su mundo de adopción, bajo los efectos, vigorizantes para la genética de un kryptoniano, de nuestro “sol amarillo” (aquí no se hace referencia alguna al “sol rojo” de Kypton), hasta que acabe convirtiéndose en el Superman que todos conocemos (ahora bajo los rasgos de Henry Cavill), sino que también apuntala los cimientos de los problemas que el futuro superhombre vivirá más adelante: primero, cuando sea consciente de que es radicalmente diferente al resto de la población de la Tierra, y más tarde, con la llegada a nuestro mundo, procedentes de la Zona Fantasma, del general Zod y su séquito de acólitos, inesperados supervivientes de la destrucción de Krypton y que en su vagabundeo de treinta años (treinta y tres, exactamente) han acabado llegando a nuestro mundo para conquistarlo.


Hasta aquí, la oferta de El Hombre de Acero no se diferencia en exceso, a nivel dramático, de la brindada en su día por el hoy muy respetado —en su época, no tanto— Superman (ídem, 1978) de Richard Donner y el hoy en día acaso menos venerado —en su época, en exceso— Superman II (ídem, 1980) de Richard Lester y Richard Donner (este último, como luego se supo, responsable de la mayor parte de su metraje), del cual recupera al personaje del general Zod (cuyos orígenes se remontan a los propios cómics de Superman, en concreto a abril de 1961, fecha de su primera aparición pública en el núm. 283 de Adventure Comics). Pero es tras ese “prólogo kryptoniano” cuando la película de Snyder empieza a marcar diferencias narrativas con sus predecesoras: apenas la cápsula que transporta al pequeño Kal-El penetra la atmósfera de nuestro mundo, la acción se “corta”, dando un salto hacia delante y mostrándonos al ya adulto Kal-El, conocido con el nombre terrestre de Clark y antes de convertirse en Superman, intentando pasar desapercibido a bordo de un barco de pesca, donde faena como uno más (incluso con exagerada torpeza: un compañero tiene que empujarle para salvarle la vida, ignorando, claro está, que la jaula metálica que se precipita encima de Clark sería incapaz de hacerle daño alguno). A partir de este momento, sobre todo en la primera mitad de sus muy largos 143 minutos de metraje, la trama se desarrolla mostrándonos por un lado las andanzas de un Clark empeñado en salvaguardar su condición de extraterrestre y deambulando por el mundo hasta encontrar una explicación sobre sus orígenes alienígenas, paralelamente a la exhibición de sus primeras pero todavía anónimas hazañas superheroicas —el rescate de unos obreros atrapados en una plataforma petrolífera en llamas; la escena en la que le “da una lección” a un pendenciero que trata de provocarle en el bar de carretera donde trabaja temporalmente como camarero (claramente inspirada en otra, mejor, de Superman II)—, la investigación llevada a cabo por la periodista del Daily Planet Lois Lane (Amy Adams) sobre su persona, y en particular, una serie de flashbacks que nos van mostrando episodios de la infancia y adolescencia de Clark (Cooper Timberline a los nueve años, Dylan Sprayberry a los trece), ilustrándonos sobre esos años de juventud vividos en Kansas junto a sus padres terrestres de adopción, Jonathan y Martha Kent (Kevin Costner y Diane Lane).


De este modo, y sobre todo en el primer tercio del relato, Nolan, Goyer y Snyder muestran las cartas de su replanteamiento (perdón: reboot) de Superman, esforzándose en marcar distancias narrativas y estéticas con el Superman de Donner y sus secuelas, entre ellas la firmada por Bryan Singer, Superman Returns (ídem, 2006). Hay que reconocer que, a nivel estrictamente narrativo, lo consiguen, y no solo por el hecho de que los mencionados flashbacks revelen el gusto de Nolan, Goyer —recuérdese su serie de televisión titulada, explícitamente, FlashForward (ídem, 2009-2010)— y también Snyder —véanse Watchmen (ídem, 2009) y Sucker Punch (ídem, 2011)— por los relatos discontinuos, sino ante el hecho, palpable, de que el clasicismo de Donner y (mal que pese) la elegancia de Singer han sido pasados por el filtro de la modernidad. Aquí es donde la película empieza a flojear. Si, como digo, la intención era marcar distancias con los films de Donner y Singer —no digamos con el firmado por Lester ya en solitario (Superman III, ídem, 1983), y con, Dios mío, el de Sidney J. Furie (Superman IV: En busca de la paz, Superman IV: The Quest for Peace, 1987)—, ese propósito se ha conseguido plenamente… pero para mal. Haciendo gala de una fealdad visual hasta la fecha inédita en él, Zack Snyder plantea su puesta en escena no solo a modo de inversión radical del lenguaje empleado por Donner y Singer, sino por el utilizado por él mismo hasta la fecha, decantándose por la cámara en mano, el zoom/reencuadre, los barridos de cámara y un montaje bastante corto, lo cual, unido a la larguísima cadena de escenas de destrucción que se adueña de la aproximadamente última hora de metraje, ha permitido establecer (fáciles) paralelismos con la labor del Michael Bay de la trilogía (pronto, cielos, tetralogía) Transformers.


El replanteamiento de Superman me parece perfecto en teoría: no hay ninguna obligación de repetir lo que ya hicieron en su día Donner y Singer (por más que les rinda homenaje a ambos insertando un plano del vuelo de Superman alrededor de la órbita terrestre que ya forma parte de la iconografía cinematográfica del personaje). No se trata, por tanto, ni de purismo ni de nostalgia, sino de la constatación de que el equipo Nolan-Goyer-Singer se ha equivocado, puesto que El Hombre de Acero, en sus líneas generales, no funciona. Ya he apuntado que el prólogo de Krypton me resulta excesivamente breve y acelerado, más que nada porque parece más preocupado en marcar esas distancias con el del Superman de Donner (la base de todos los errores del film) que en conferir espesor a una película que, en ese mismo prólogo y sin ir más lejos, “rediseña” el mundo de origen del superhéroe de una manera muy diferente a la del primer film, cierto…, pero el resultado es un híbrido nada original y poco atractivo entre las franquicias de Star Wars y Star Trek con toques a lo Dune (ídem, 1984), versión David Lynch, y carente de la más mínima densidad, más allá de la esforzadamente aportada por los actores; la fealdad de la fotografía (responsable: Amir Mokri), también marcando distancias, y de la planificación (esa penosa pelea cuerpo a cuerpo entre Jor-El y Zod), no dejan lugar a dudas de cuál será la pauta que, lamentablemente, domina la mayor parte del resto del relato. Tan pronto como la acción se traslada a nuestro planeta, el film continúa mostrándose igual de titubeante y ligeramente confuso. Los flashbacks no confieren densidad ni fuerza a la caracterización del personaje de Kal-El/ Clark/ Superman, y en el caso de que la película hubiese sido narrada de forma lineal, ergo convencional, el resultado hubiese sido el mismo; en cualquier caso, esos flashbacks se limitan a transmitir una apariencia de densidad, insisto, muy del gusto de sus autores, pero aquí en absoluto conseguida. Por ejemplo, las por algunos celebradas apariciones retrospectivas del personaje de Jonathan Kent a cargo de Kevin Costner no hacen otra cosa que entorpecer el desarrollo del relato, salpicándolo con las “ejemplares” lecciones de moral y ética que el granjero Kent trata de inculcarle a su superpoderoso hijo adoptivo para que emplee sus asombrosas cualidades en beneficio de sus semejantes: no puede evitarse la sensación de estar asistiendo a una especie de sermón. Para más inri, y como si a estas alturas todavía quedase gente en el mundo que aún no se ha dado cuenta de los evidentísimos paralelismos entre el personaje de Superman y la figura de Cristo, los responsables de El Hombre de Acero insertan una corta pero execrable escena en la que un dubitativo Clark acude a un sacerdote católico (el padre Leone: Coburn Gross) para aclarar sus dudas sobre lo que debe hacer, y aquél le contesta con el inapelable argumento de la fe… [Nota bene: No resisto la tentación de recomendar, al hilo de esta argumentación, el cuento de mi amiga Carme Tierz El martirio de San Superman, incluido en su volumen de relatos El libro de los milagros. Siete cuentos irreverentes (Jekyll & Jill. Zaragoza, 2012), donde se ironiza con algo asimismo apuntado en El Hombre de Acero: la educación recibida por el superhéroe de parte de sus padres en la Tierra: “he sido criado en Kansas; no puedo ser más americano…”, afirma Superman al respecto en la película.]


Evidentemente, el problema de El Hombre de Acero reside en su irregular puesta en escena, que por sí sola destroza la mayoría de las teóricamente interesantes ideas que el film presenta con respecto a sus precedentes fílmicos, tal cual es la presentación de Superman desde el punto de vista de su condición de alguien ajeno a la Tierra, es decir, la visión del hijo predilecto de Krypton como un alienígena con dificultades para adaptarse a vivir entre los humanos. No se trata solo de que los flashbacks se hagan farragosos, en el sentido de que se limitan a apuntar pinceladas superficiales sobre la soledad del joven Kal-El y los traumáticos recuerdos que han acabado forjando su personalidad: el aguantar una paliza de uno de los grandullones de su pueblo porque sabe que, en caso contrario, podría destrozar al agresor con facilidad; la secuencia del salvamento del autobús escolar (un vehículo que, asimismo, ya aparecía en el Superman de Donner); el momento de la muerte de Jonathan Kent, sin que Clark pueda evitarlo (equivalente, asimismo, al “tanto como puedo hacer, y no pude salvarle” que pronunciaba el adolescente Clark Kent/ Jeff East tras la muerte, víctima de un ataque cardíaco, de Jonathan Kent/ Glenn Ford, en la película de Donner). La cuestión reside en que la realización de Snyder hace gala aquí de un efectismo que estropea muchas atractivas sugerencias, tal es el caso del momento, alargado hasta el ahogo, en que el pequeño Clark empieza a ver los esqueletos y los órganos de las personas que tiene a su alrededor gracias a su descontrolada visión de rayos X; o las poco trabajadas secuencias que transcurren en el interior de la nave kryptoniana en el ártico, donde Clark indaga sobre sus orígenes extraterrestres y se produce su primer encuentro con Lois Lane (bastante inverosímil incluso en el contexto de un relato inspirado en un cómic de superhéroes); por no hablar, claro está, de la forzadísima historia de amor entre ambos: su  beso final resulta aquí más “obligado” que nunca; o las nada atractivas reapariciones —vía holograma— del difunto Jor-El, que como ya ocurría en la película original parecen una mera excusa para sacar el máximo partido a la cara estrella que lo interpreta, Marlon Brando en aquel caso y Russell Crowe en esta.


Todo lo afirmado no obsta para que haya algunos aspectos positivos, en particular en relación a los intérpretes: Henry Cavill resulta un convincente Hombre de Acero, a medio camino de la caballerosidad que transmitía el llorado Christopher Reeve y la inexperiencia del Tom Welling de la serie de televisión Smallville (ídem, 2001-2011), y sabe transmitir el desamparo que siente el superhéroe ante su peculiar situación de forastero en un planeta que le resulta extraño, resultando superior al blando Brandon Routh de Superman Returns (por más que este sea el único aspecto en el cual El Hombre de Acero supera al subvalorado film del ahora no menos injustamente devaluado Bryan Singer…); Crowe, Costner, Shannon y Laurence Fishburne (como el director del Daily Planet Perry White) aportan solidez a sus personajes, beneficiándolos; lo mismo puede decirse de Amy Adams, siempre convincente a pesar de que su Lois Lane carece de relieve y personalidad propia: podría ser cualquier otra periodista de cualquier otro medio de comunicación, y funcionaría con los mismos rasgos convencionales con los cuales está dibujada. Queda para el final el comentario de las secuencias de acción, en particular las que glosan las peleas de Superman contra el general Zod y sus esbirros, primero en las calles de un pueblo (en una secuencia que, de nuevo, vendría a ser una versión corregida y aumentada de otra muy parecida de Superman II), y luego en las de Nueva York, no Metrópolis (nunca se la menciona así), provocando una cadena de destrucción en la línea de otras secuencias de batalla del cine “superheroico”, como la que constituía el clímax de la sobrevalorada pero, a pesar de todo, mejor resuelta Los Vengadores (The Avengers, 2012, Joss Whedon). Snyder hace gala de su pericia para este tipo de secuencias que, si bien excesivamente largas, me parecen, dentro de lo malo que resulta su carácter repetitivo, lo más consecuente y coherente de un film que, antes de llegar a ese punto, ha fracasado previamente a la hora de conferir relieve a sus personajes y atractivo a lo que desarrolla. La acción es lo único que le queda para que, por paradójico que suene, el desastre no sea absoluto.

   

martes, 25 de junio de 2013

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, JULIO-AGOSTO 2013, ya a la venta

Imágenes de Actualidad llega a su núm. 337, ofreciendo su tradicional número bimestral de verano, destacando en su portada uno de los estrenos más esperados del estío: Guerra Mundial Z (World War Z, 2013), de Marc Forster.
No es, ni mucho menos, el único título hollywoodiense de gran espectáculo que veremos de aquí al mes de septiembre: al mismo hay que añadir otros alrededor de los cuales se ha ido creando una gran expectación, tal es el caso de Pacific Rim (ídem, 2013), de Guillermo del Toro; Elysium (ídem, 2013), de Neill Blomkamp; El Llanero Solitario (The Lone Ranger, 2013), de Gore Verbinski, cuyo reportaje se complementa con una entrevista a su principal protagonista, Johnny Depp; Lobezno inmortal (The Wolverine, 2013), de James Mangold; y el más inminente Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013), de J.J. Abrams, acompañado a su vez de una entrevista con el cada vez más reputado intérprete del villano de la función, Benedict Cumberbatch. Más estrenos destacados: Expediente Warren (The Conjuring, 2013), de James Wan; Juerga hasta el fin (This Is the End, 2013), de Seth Rogen y Evan Goldberg; The Purge: La noche de las bestias (The Purge, 2013), de James DeMonaco; El hipnotista (Hypnotisören, 2012), de Lasse Hallström; Red 2 (ídem, 2013), de Dean Parisot; Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), de Richard Linklater; The Collection (ídem, 2011), de Marcus Dunstan; y R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal (R.I.P.D., 2013), de Robert Schwentke [la cual, justo al cierre de esta edición, anunciaba que su estreno se atrasaba hasta el mes de septiembre]. Todo ello acompañado por las secciones Primeras Fotos, dentro de la cual se incluyen avances de los films Paranoia (2013), de Robert Luketic, The Family (2013), de Luc Besson, y Machete Kills (2013), de Robert Rodriguez; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.
El estreno en España, el próximo 5 de julio, de Star Trek: En la oscuridad me ha dado pie para dedicar el Cult Movie de este mes a un título de la franquicia trekkie que guarda una estrecha relación con aquélla, Star Trek II: La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), de Nicholas Meyer: “una de las películas preferidas de esta franquicia. A ello cabe unir que, al contrario que el primer largometraje de la misma, esta segunda peripecia fílmica del Enterprise es más modesta en todos los sentidos, no solo en el presupuestario, y se encuentra espiritualmente más cerca del concepto asimismo pequeño del original televisivo”.

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martes, 4 de junio de 2013

“DIRIGIDO POR…”, JUNIO 2013, ya a la venta

Dirigido por… alcanza su número 434 dedicando su portada a un avance del así llamado cine veraniego, cuyo estreno en España tendrá lugar el próximo 5 de julio: Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013), de J.J. Abrams, de quien además se publica una entrevista. Firma la crítica Ángel Sala, quien asimismo hace otro tanto con la reseña destacada de Trance (ídem, 2013), de Danny Boyle.
La segunda y última parte del dossier dedicado a Howard Hawks se lleva la mayor cantidad de páginas de este número, ofreciendo aproximaciones a su cine desde el punto de vista de su aportación a la comedia; al cine bélico, esta última escrita por Antonio José Navarro; a sus contribuciones al cine musical, a cargo de Rafel Miret; a aquellas películas en las cuales Hawks participó parcialmente en la realización o solo como productor, comentadas por Juan Carlos Vizcaíno Martínez; se habla también de la famosa “mujer hawksiana”, y lo hacen Ramon Freixas & Joan Bassa; de la influencia de Hawks en la obra de realizadores modernos, faceta que aborda Ángel Sala; y finalmente, dos artículos, sobre los temas y elementos característicos del cine de Hawks, y sobre sus films más inclasificables y/u olvidados, ambos escritos por Quim Casas. Además, como complemento de los artículos dedicados a la comedia y el bélico chez Hawks, hay una serie de antologías: La fiera de mi niña (Jordi Batlle Caminal), Luna nueva (Beatriz Martínez), Bola de fuego (Ricardo Aldarondo), Me siento rejuvenecer (Lluís Satorras), La escuadrilla del amanecer (Quim Casas), The Road to Glory (Antonio José Navarro), El sargento York (Aldo Viganò) y Air Force (Jordi Batlle Caminal).
Un segundo bloque de gran contenido lo ocupa una minuciosa crónica del Festival de Cannes 2013, firmada entre Quim Casas, Ricardo Aldarondo y Carles Matamoros. Pero también hay más cosas interesantes: un extenso comentario del film de William Friedkin Killer Joe (ídem, 2011), con motivo de su reciente edición española en formato doméstico, dentro de la sección Flashrecent; otro sobre la 3ª temporada de la famosa serie Juego de tronos (Games of Thrones, 2011- ), que rubrica Tonio L. Alarcón para la sección Televisión; y uno sobre el ciclo de películas proyectadas en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya con motivo de la celebración del 69º Congreso de la FIAF (Federación Internacional de Archivos Fílmicos). Completan el número las secciones Pantalla Digital, de José María Latorre, Banda Sonora, de Joan Padrol, Críticas y Cinema Bis, este mes dedicada a Thriller: En grym film (1973), de Bo Arne Vibenius, que comenta Ramon Freixas.
Mi contribución a este número de Dirigido por… se ha centrado principalmente en el extenso artículo que he escrito sobre la comedia en el cine de Howard Hawks: “Un poco como John Ford, a Howard Hawks le gustaba insertar escenas o intermedios humorísticos en no pocas de sus producciones inscritas en otros géneros, tal es el caso, para mal, de “¡Hatari!” o, para bien, de “El Dorado”. Si consideramos que, para Hawks, los géneros codificados que abordó (“western”, aventuras, policíaco/«negro», bélico, musical) solían tener un carácter instrumental, en cuanto vehículos para unas obsesiones sólidamente expuestas y reconocibles a lo largo de su filmografía, podríamos ver que la comedia, que de un modo u otro impregna el resto de géneros tocados por Hawks, era el que le daba mayor juego a nivel narrativo, no solo por ese carácter de macro-género que flota alrededor de los demás sino sobre todo porque atesora de forma intrínseca un componente anárquico que casaba perfectamente con su particular sentido del humor”.
También firmo la crítica de un magnífico film de reciente estreno sobre el cual quiero efectuar una llamada de atención, pues me temo que corre el riesgo de pasar injustamente desapercibido: 360: Juego de destinos (360, 2011), del siempre interesante Fernando Meirelles.

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