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domingo, 23 de noviembre de 2014

JOSÉ MARÍA LATORRE en el recuerdo



Recuerdo que la primera vez que vi a José María Latorre… ¡no le reconocí! Era la época en que él acababa de publicar su ya clásico libro El cine fantástico para la colección Serie Mayor de Dirigido por…, y yo, por aquel entonces ávido lector de la revista y sobre todo de las críticas de Latorre, fui a hacerme con un ejemplar a la misma redacción de la revista (cuando todavía estaba ubicada en la Rambla Catalunya de Barcelona). Latorre en persona me atendió, pero sin que yo supiera que era él y sin que él tampoco se identificara, enseñándome un ejemplar del libro, y me lo cobró. Fue luego, al llegar a casa, quitar el plástico que envolvía el volumen y fijarme en la foto del autor en la solapa cuando me di cuenta. ¡Mierda, y yo sin pedirle que me lo dedicara! Cosa curiosa, nunca le pedí que lo hiciera con ninguno de sus libros.


La segunda vez que le vi fue en un pase especial que hizo la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya con motivo del estreno del último (y horrible) film de Samuel Fuller, Calle sin retorno (Street of No Return, 1989), al cual asistió el propio Fuller y buena parte de la plantilla de Dirigido por…, entre ellos Latorre. Cosas de la vida, pocos meses después, en enero de 1990, empezaba yo a colaborar en la revista, primero en Imágenes de Actualidad, donde publiqué mi primera crítica —Melodía de seducción (Sea of Love, 1989, Harold Becker)—, y poco después en Dirigido por…, si bien antes, por así decirlo, pasé una especie de “examen”: me pidieron que escribiera una crítica para la revista, y me recalcaron que “Latorre se la va a mirar con lupa”. Era la crítica de El escándalo Blaze (Blaze, 1989, Ron Shelton). Pasé el “examen”, y a partir de ese momento empecé a colaborar en ambas revistas todos los meses. Ya han transcurrido desde entonces casi veinticinco años.


Sé que en ocasiones se me ha reprochado el ser una especie de “discípulo” de José María Latorre. Es una herencia que asumo sin problemas, habida cuenta de que tanto antes como ahora, y dicho sea con el debido respeto a mis compañeros (y excompañeros) de Dirigido por…, Latorre ha sido el mejor crítico que ha pasado por la revista y uno de los mejores críticos de cine de España de su generación, si no el mejor. No se me caen los anillos a la hora de reconocer que aprendí mucho de sus textos sobre cine, los que publicó en Dirigido por… y los que hizo para otras editoriales, como su excelente ensayo sobre cine y literatura Los sueños de la palabra o su imprescindible Nino Rota. La imagen de la música, dedicado, huelga decirlo, a un compositor que fue siempre una de sus “filias” más reconocidas y difundidas.


De Latorre asimilé muchas de las intuiciones que luego me sirvieron a la hora de ver cine. “Cosas” que, para muchos a los cuales ahora se les llena la boca con palabrería indefinida que ni dice nada ni sabe a dónde va del tipo hay-otras-maneras-de-ver-el-cine (pero sin aclarar cuáles…), probablemente tampoco significan nada, pero que a mí me han resultado de enorme utilidad a la hora de establecer e ir creando y (espero) perfeccionando mi propio criterio. “Cosas” que, dicen esos mismos, ya están superadas (pero sin presentar la más mínima prueba ni el menor argumento sólido al respecto), como el concepto de puesta en escena, o como a Latorre le gustaba decir en algunos de sus últimos textos, puesta en imágenes, en virtud del cual la calidad de un film se desprende de la calidad de su planificación: del sentido que imprime el realizador sobre lo que está narrando mediante la elección de un determinado encuadre o la inserción de un movimiento de cámara: de su mirada. “Cosas” como que una película puede tener un buen guión y a pesar de eso ser un mal film por culpa de la falta de pericia de quien está tras las cámaras, y al revés, cómo en ocasiones un buen director es capaz de sacar provecho de un libreto convencional o hasta mediocre en virtud de su trabajo creativo tras esas cámaras. “Cosas” como la valoración de la novela u obra de teatro, y su conocimiento de las mismas, a la hora de determinar qué ideas de una película son aportación de los autores de los originales literarios que las inspiran y cuáles pertenecen al director, o también, a su guionista o guionistas. “Cosas” como que el valor de un film no se mide en virtud de sus cualidades “temáticas” (“el tema”: ¡el puto “tema”!), sino que a veces se encuentra en texturas enfocadas más bien hacia las emociones y la sensibilidad más recónditas del espectador: ese conjunto de entelequias de difícil o a veces imposible definición, pero al mismo tiempo perfectamente claras a simple vista, que se conoce genéricamente como atmósfera. “Cosas” como que el cine de género no es un código preestablecido a partir del cual elaborar ficciones fílmicas convencionales sino, por el contrario (y siempre y cuando se haga con talento), una herramienta de expresión en virtud de la cual los así llamados géneros codificados —el cine fantástico, el western, la comedia, el cine de aventuras, el melodrama— eran caudales repletos de arte y talento.


Si aceptar esto significa ser un “discípulo” de Latorre, sin duda alguna lo soy. Y, como yo, muchos otros compañeros de oficio cuyos nombres resulta ocioso mencionar, incluyendo en no pocos casos a algunos de los detractores del propio Latorre, cuya opinión acaso podían no compartir —yo mismo no siempre la compartía—, pero que a pesar de ello le tenían por un referente, aunque pudiese ser uno de tipo negativo: un ejemplo de lo que no les gustaba de la crítica de cine pero al que les resultaba imposible dejar por completo de lado. Según como se mire, Latorre ha tenido y tiene dos clases de “discípulos”, los que han disfrutado con sus textos sobre cine y los que no, pero de un modo u otro todos ellos han acabado convirtiéndolo en ese referente. Gustaran o no, las críticas de cine de Latorre eran un portento de excelente redacción, desarrollo minucioso de sus argumentos y ejemplos prácticos de lo que afirmaba; es decir, estaban argumentadas, y además regadas con sus grandes conocimientos en materia de literatura, arte y música, no solo la de Nino Rota, por descontado. Críticas eruditas escritas por alguien muy culto, pero con una enorme capacidad de comunicación, perfectamente comprensibles para cualquier lector.


Contrariamente a lo que mucha gente pueda creer, nunca tuve mucho trato personal con Latorre en estos veinticinco años. La mayor parte de nuestras conversaciones eran de tipo profesional y por teléfono. Recuerdo haber asistido a algunas de las presentaciones de sus libros, coincidir en el Festival de Sitges, hacerlo una vez al mes en la redacción de Dirigido por… e Imágenes de Actualidad, en los consejos de redacción y poco más. No presumo en absoluto de haberle conocido bien ni de ser uno de sus mejores amigos. Él y yo éramos muy distintos. No soy un “continuador” de su obra ni nada por el estilo; que carguen otros con ese papel, si quieren, o pueden. Pero la importancia que ha tenido en mí como crítico de cine está fuera de toda duda, y si eso no gusta —me consta—, basta con no leer lo que escribo: yo suelo ser el primero en decir que hay cosas mejores que leer. Las necedades de este estilo hace tiempo que no hacen otra cosa sino aburrirme.


Me consta que la devoción de Latorre por Rota (entre otras muchas cosas) iba más allá de lo intelectual y entraba, de lleno, en el terreno de lo sentimental, algo que un profesional del escepticismo como él jamás habría querido reconocer. Un escéptico que se miraba con respeto, pero también con prudente distancia, la creencia en la vida ultraterrena, algo que dejó en evidencia en una necrológica que escribió para Dirigido por… sobre su admirado (y admirable) Peter Cushing, a quien le dedicó su libro de cine fantástico, donde se hacía eco de la famosa creencia del actor según la cual confiaba que, cuando muriera, se iba a reencontrar con su querida esposa y su viejo amigo Terence Fisher (realizador que, huelga decirlo, debe no poco a Latorre su posterior reconocimiento entre la crítica de cine de nuestro país). ¿Se imaginan ustedes un encuentro en el otro barrio entre Latorre y Rota? Caso de haberse producido —chi lo sa?—, seguro que tienen cuerda para rato.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

La asombrosa Amy: “PERDIDA” (+ “EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON”), de DAVID FINCHER



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Vaya por delante que Perdida (Gone Girl, 2014) me parece una buena película, a ratos excelente, no siempre brillante pero casi en todo momento interesante. Vaya por delante, asimismo, que a pesar de sus méritos, los cuales están por encima de otras obras de su director con las que no termino de comulgar —pienso en Alien 3 (en su montaje para cines; el director’s cut ya es otra cosa, o mejor dicho, otra película), La habitación del pánico, la meramente correcta Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, ya comentada en este blog en el momento de su estreno (1), o la horrenda The Game—, Perdida no es, ni por asomo, esa obra maestra absoluta que se está pregonando estos días mediante unos arrebatos de entusiasmo que, por descontado, respeto aun considerándolos desproporcionados. Basta con jugar al juego de las comparaciones (“odioso”, como lo llaman algunos, pero altamente instructivo) para darse cuenta de que, aún siendo un film atractivo, Perdida está por debajo de Seven, El club de la lucha, Zodiac, El curioso caso de Benjamin Button y La red social. A su lado, no da la talla.


El problema de Perdida —si es que de “problema” puede hablarse— reside en que casi todas sus mejores ideas ya se encontraban previamente en la novela homónima de Gillian Flynn que le sirve de base y que ha sido adaptada al cine por su misma autora. Al contrario que en Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, aquí Fincher ha partido de un buen libro y eso se nota en el resultado, sensiblemente superior, pues se advierte que el realizador hace gala aquí de un vigor y una energía en la puesta en escena que connotan un mayor grado de interés que el exhibido en su lectura de la endeble novela de Stieg Larsson. Cierto: que Fincher se haya —por así decirlo— “limitado” a seguir un buen libro no supone de entrada un descrédito para su labor, y más si tenemos en cuenta que lo ha hecho bien. También cierto: hay que tener muy en cuenta que no es de recibo atribuirle a Fincher las mejores ideas de Perdida: the movie, habida cuenta la notabilísima fidelidad de la película a la novela (si todavía no han visto el film pero conocen el libro, no hagan caso de las informaciones que han circulado, previas al estreno, que afirmaban que Flynn había cambiado el final de la película con respecto al de su libro: no son ciertas). Lo digo porque he leído u oído ciertos comentarios estos días alabando el film por lo que tiene de aguda disección del matrimonio —lo cual es verdad: la imagen que proporciona de esta institución es durísima—, pero mencionándolo como si formara parte de los méritos que tienen que atribuírsele forzosamente a Fincher, cuando esa mirada cruel y despiadada sobre la institución matrimonial, así como, vuelvo a insistir, muchas de las mejores ideas de la película estaban previamente expuestas, y muy bien desarrolladas, en el original literario: la alternancia de los puntos de vista subjetivos y en primera persona de los dos protagonistas: Nick Dunne (Ben Affleck) y su esposa Amy (Rosamund Pike); el giro radical que experimenta la trama hacia la mitad del relato, dándole una perspectiva completamente diferente; la acidez con que se observa el trabajo de investigación policial y el sensacionalismo de los medios de comunicación.


Dejando aparte que muchos de los méritos del film residan en la novela de Flynn, ello no obsta para que Fincher haya hecho, por méritos propios, una buena película. Lo que ocurre es que el resultado, aunque estupendo, no tiene la excelencia que se le pregona, y ello se debe a que el grado de interés del cineasta hacia lo que está narrando no se mantiene de manera uniforme a lo largo de todo su extenso metraje (149 minutos), dando por resultado una obra irregular. Llama la atención el hecho de que, durante la aproximadamente primera mitad de la proyección, Fincher imprima a la trama una notoria frialdad; tanta, que hay serias razones para creer si, sencillamente, le ha salido así, o por el contrario se trata de una opción deliberada. Me explico: a pesar de que toda esa primera mitad debería ser impactante, al menos en teoría, en la práctica el relato no termina de prender con toda la fuerza que sería de desear en función del efecto “distanciador” de una puesta en escena fría que a ratos hace pensar en Fritz Lang, pero con la diferencia de que esa gélida temperatura narrativa no es “dolorosa”, como sí lo era la del autor de Más allá de la duda, sino apática.


Puede argumentarse en descargo de Fincher que haberse leído primero la novela, y conocer de antemano sus “sorpresas” y/o “golpes de efecto”, contribuye a reducir el impacto que pueda tener en quien no conozca el libro, y por tanto acuda a ver el film dispuesto a dejarse arrastrar por su efectismo argumental, “jugando”, por tanto, con desventaja. Desde luego que puede verse así, pero dejando aparte el hecho de que conocer la trama del libro precisamente debería servir para potenciar los teóricos méritos de la labor de puesta en escena de Fincher en detrimento de los golpes de efecto del guión, eso no justifica ese exceso de frialdad de la primera mitad de la película. La pregunta más bien es: ¿Fincher pretende de este modo que nos miremos con distancia al personaje de Nick, de forma que asistamos desde una perspectiva lejana al proceso de degradación social de un hombre sobre el cual van recayendo todas las sospechas de haber asesinado y haberse deshecho del cadáver de su esposa el mismo día de su quinto aniversario de boda? ¿Una “pobre chica rica” que ha ido recogiendo en su diario —que Fincher visualiza con unos convencionales (y tramposos) flashbacks acompañados por voz en off— cómo se ha ido deteriorando su matrimonio con un escritor fracasado, hasta el extremo, ha dejado escrito, de verse obligada a comprar una pistola y tenerla cerca porque teme-que-su-marido-podría-matarla?


Si la intención era que nos mirásemos desde la lejanía el drama de Nick, y de paso, los sufrimientos de Amy por culpa de su desconsiderado marido, hay que reconocer que, en este sentido, Perdida sería una película realmente conseguida, si no fuera porque este procedimiento narrativo termina provocando más bien que esa primera mitad se siga con decreciente interés: el aburrimiento está tan solo a un paso. Baste, por ejemplo, con ver qué poca fuerza tienen —sobre todo, comparándola con la que tienen en el libro de Flynn— los personajes que pululan alrededor de la intriga, caso de la hermana gemela de Nick, Margo (Carrie Coon), los agentes de policía Rhonda Boney (Kim Dickens) y Jim Gilpin (Patrick Fugit), los padres de Amy, Rand y Marybeth Elliott (David Clennon y Lisa Banes), el abogado Tanner Bolt (Tyler Perry), la joven amante de Nick, Andie (Emily Ratajkowski), y hasta la necia “calientapollas” Ellen Abbott (Missi Pyle). Llama la atención, negativamente, el tono que de tan frío roza lo soporífero de momentos cruciales como las primeras escenas del descubrimiento de indicios de violencia en el hogar de los Dunne por parte de Nick; el rápido dibujo en retrospectiva del inicio de la relación de Nick y Amy en Nueva York cinco años atrás; la escena en la que el protagonista masculino, agobiado por la tensión y el nerviosismo, sonríe estúpida y temerariamente frente a los flashes de los periodistas junto a la foto de su esposa desaparecida (“la sonrisa de un asesino…”); o sobre todo, la secuencia de la visita al centro comercial abandonado, convertido ahora en un improvisado refugio para mendigos y homeless: la ausencia de sordidez de dicha secuencia resulta pasmosa proviniendo del hombre que filmó Seven.


Pero, sea porque Fincher ha pretendido hacerlo así —es su opción, y como tal es legítima, del mismo modo que es mi opción, también legítima, no estar conforme con aquella—, o simplemente porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, lo cierto es que, llegada su segunda mitad, Perdida lleva a cabo un giro argumental (“una sorpresa”, como se dice coloquialmente), a partir de la cual el interés no solo remonta mucho, sino que es a partir de este momento cuando el film alcanza, aunque un poco tarde, las cotas de intensidad pretendidas. Por más que esto establezca otra notable diferencia con la novela a nivel de tonalidad y fuerza dramática, pues en el libro el suspense se mantiene desde la primera hasta la última página, es a partir de ese giro que la película realmente empieza a parecer de David Fincher. Y no me refiero únicamente a lo más obvio: a la revelación de que Amy Dunne no solo no ha sido secuestrada ni asesinada por su marido, sino que es una psicópata que ha urdido un elaborado “plan diabólico” destinado a castigar a Nick por haberla desatendido durante su vida en común; es decir, que la Amy de Perdida podría hacer buenas migas con el John Doe de Seven, el asesino del Zodíaco o el despiadado Mark Zuckerberg de La red social. Me refiero más bien a que es a partir de ese momento en que la novela de Flynn deja de ser un mero soporte y pasa a convertirse en un apoyo en el cual el autor de El curioso caso de Benjamin Button se reconoce, sirviéndose del libro para elaborar un nuevo y acerado retrato de una sociedad enferma. Aquí reaparece la sombra de Lang, pero en el mejor sentido de la expresión.


La segunda mitad de Perdida ya es otra cosa, haciendo comprensibles —por más que me sigan pareciéndome exagerados— los calurosos halagos hacia un film que en este segundo acto no solo muestra las ideas de Flynn de forma excelente, sino que lo hace aportando además una mirada personal sobre ellas que se traduce, a la postre, en mayores cotas de intensidad. Se produce entonces una fusión de intereses Flynn-Fincher, que da pie a momentos tan afortunados como las escenas en las que Amy se lanza a congeniar con Greta (Lola Kirke), una chica a la que ha conocido mientras se oculta bajo una falsa identidad en un motel de tercera fila; sobre todo, esa escena en la que, viendo juntas un sensacionalista programa de televisión en torno a la desaparición de Amy, Greta le comenta a esta última —que ignora, insisto, su verdadera identidad— que Amy Dunne no le parece sino una ricachona caprichosa que no le inspira lástima ni simpatía alguna; contrariada por sus palabras, la vengativa Amy aprovecha una breve ausencia de Greta para escupir en su refresco… El detalle está literalmente tomado del libro, pero el gesto del personaje —espléndidamente interpretado por una magnífica Rosamund Pike— tiene aquí la fuerza revulsiva propia del mejor Fincher.


Es Amy, o mejor dicho La Asombrosa Amy, protagonista de los libros infantiles-juveniles que sus propios padres escribieron inspirándose, dicen, en las grandes cualidades de su-maravillosa-hija, la que parece centrar el interés de Fincher. Una demente despiadada y egoísta hasta límites enfermizos, que siempre tiene que decir la última palabra y que, como hemos visto, no soporta que la contraríen, dada su totalmente asumida “perfección”. Una enferma que vive y “triunfa” dentro de una sociedad que esconde a monstruos de hermosa apariencia como esta Amy bella y elegante, en realidad cruel y sin sentimientos. La mordacidad que aflora a partir de esta segunda mitad en el relato —por más que ese aspecto también está mejor expresado en el libro— se hace patente cuando Amy “reaparece” públicamente tras haberse deshecho, de cara a sus propósitos, de su examante Desi Collings (Neil Patrick Harris), y regresa-a-los-brazos-de-su-amado-marido: a pesar de que la detective Rhonda Boney no ve nada claras las circunstancias que rodean a la reaparición de Amy, su voz es silenciada por esa mayoría que tan solo sabe ver en la protagonista femenina a una-pobre-chica que ha-sufrido-mucho y que al final ha regresado junto a su esposo comme il faut. La estupidez generalizada de un estado de opinión forjado alrededor de prejuicios e ideas preconcebidas, y debidamente difundido a través de televisión e Internet, es la mejor manera para que un monstruo como Amy pase desapercibido entre nosotros.


No es de extrañar, insisto, que sea La Asombrosa Amy y todo su retorcido despliegue de maldad lo que realmente interesaba a Fincher, y eso se nota en los buenos momentos de la segunda mitad de Perdida: la secuencia en la que Amy sufre el atraco a manos de Greta y su novio Jeff (Boyd Holbrook), quienes la han reconocido y le roban el dinero que lleva encima con la confianza de que ella no les denunciará a fin de no descubrirse; y, por descontado, todo lo relativo al obsesivo dibujo de la relación de Amy con Desi: su reencuentro en el drugstore, con Amy ganándose su confianza fingiéndose una mujer desvalida-y-maltratada; las escenas en la mansión de Desi, donde Amy no tarda en sentirse prisionera en manos de ese examante que la perdió en el pasado y que ahora está más dispuesto que nunca a no volver a perderla, aunque Amy pronto descubrirá cómo sacar partido del sistema de cámaras de seguridad que, según Desi, la protege, pero que como ella bien sabe, la vigila. Especialmente, la dura secuencia del asesinato de Desi a manos de Amy, que cual araña negra ha atraído sexualmente a su víctima a su red de engaños, y a la que degüella dejándose empapar convenientemente en su sangre, en una mezcla de Eros y Tanathos como no habíamos vuelto a ver desde el famoso arranque de Instinto básico, y que Fincher resuelve mediante un sugestivo montaje de planos cortos cerrándose sobre fundidos en negro. Como en la novela de Flynn, Nick se ve condenado a purgar sus debilidades y pecados volviendo a convivir junto a la perversa mujer que va a ser la madre de su hijo, por más que en el libro queda más claro que lo que mueve también al protagonista a aceptar ese infierno en vida junto a la araña negra que tiene como esposa es el hecho de que permanecer con ella es la única manera de detenerla e impedir que siga haciendo daño a más personas. “Pero sé que nunca volveré a dormir. No puedo cerrar los ojos cuando estoy a su lado. Es como dormir con una araña”, escribe Flynn en su novela.  

Adenda: Con motivo de la publicación de este comentario de Perdida, aprovecho la ocasión para recuperar un texto dedicado a otro film de David Fincher, El curioso caso de Benjamin Button, originalmente publicado en la desaparecida primera versión de mi blog, en Blogspot.es, el 14 de  febrero de 2009.



El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008), de David Fincher.- A falta de haber leído el relato homónimo de Francis Scott Fitzgerald en el que se inspira, cosa que espero hacer en breve, la nueva película de David Fincher me parece su mejor trabajo hasta la fecha. [Nota bene a posteriori: Tuve ocasión de leer poco después el relato de Fitzgerald, y todo que curioso, está por debajo del film, el cual asimismo, y una vez vistas sus posteriores “La red social”, “Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres” y “Perdida”, sigue pareciéndome por ahora su mejor película.] Cineasta tan interesante como irregular, sobre todo en sus primeros años alternó productos fallidos, aunque curiosos, como Alien 3 (ídem, 1992) —el director’s cut que circula en las actuales ediciones en DVD es infinitamente superior—, y títulos mediocres, por muy vistosos que fueran, como The Game (ídem, 1997) o La habitación del pánico (Panic Room, 2002), junto con dos obras extremadamente interesantes: Seven (ídem, 1995) y El club de la lucha (Fight Club, 1999). Gracias a la excelente Zodiac (ídem, 2007), Fincher dio un gran paso adelante, demostrando que, sin perder ni un ápice de su capacidad para ofrecer ficciones turbadoras y sugestivas, además había pulido sus dotes como narrador, sin abusar de los efectismos que en algún pequeño momento perjudicaban a Seven y El club de la lucha en su propósito de impresionar.


Con El curioso caso de Benjamin Button, Fincher ha alcanzado una madurez narrativa insospechada en el hombre que empezó con Alien 3 (la cual, insisto, con todos sus defectos no me parece lo peor de su director, ni siquiera en su fallido montaje para cines), demostrando además una gran inteligencia al saber estar a la altura de las circunstancias para narrar una historia cuyo tono nostálgico, sentimental y melancólico rehuye el tratamiento impactante de Seven, El club de la lucha y, en parte, Zodiac, por más que en El curioso caso de Benjamin Button atesore unas considerables dosis de dureza y menos complacencia de cara al espectador de lo que pueda parecer a simple vista. Hay tantos elementos magníficos en este film, que abordarlos aquí en su integridad desbordaría sobradamente las pretensiones de esta entrada en este blog; además, los interesados pueden encontrar en el reciente número 386 de Dirigido por… un detallado análisis de cuatro páginas a cargo de Antonio José Navarro.


Únicamente me limitaré a apuntar un par de aspectos que me han llamado la atención en particular. El primero, el refinado tratamiento estético de la película, mediante el cual Fincher retoma, sutilmente, el estilo de “relato(s) dentro del relato” con el que ya experimentara en El club de la lucha y, parcialmente, en Zodiac; aquí, el excelente tratamiento fotográfico (responsable: Claudio Miranda) no solo sirve para marcar los cambios temporales de la narración, de tal manera que, por ejemplo, escenas como las del arranque de la película, con la anciana Daisy (Cate Blanchett) postrada en su lecho de muerte en el hospital y acompañada por su hija Caroline (Julia Ormond), tienen una iluminación fría, azulada, “real”, que contrasta sobremanera con las escenas del nacimiento y primeros años de Benjamin (Brad Pitt) en la residencia para ancianos, filmadas con tonos dorados o resplandecientes pero siempre cálidos, un tanto “irreales”, de cara a contraponer las vivencias finales de Daisy en tiempo presente con el recuerdo ensoñador de un bello pasado que quizá solamente existe en su memoria.


El tratamiento fotográfico es, asimismo, un reflejo poético de las sensaciones y sentimientos de los personajes, de tal manera que la belleza de la fotografía se corresponde armoniosamente con el tono dramático que está en juego: no es mero esteticismo, sino una estética con un sentido y un contenido concretos; pienso, al respecto, en la hermosa secuencia nocturna en la que Benjamin y Daisy conversan en la glorieta del parque, donde la muchacha se descalza y se pone a bailar mientras el hombre la contempla inmóvil: una magnífica manera de contrastar la diferente percepción de la vida que en ese momento todavía tienen los personajes y que todavía no es el momento de su encuentro definitivo (ya que, paradójicamente, Benjamin todavía no es lo suficientemente “joven” ni Daisy lo suficientemente “madura” para compartir su amor). Señalo, asimismo, la extraordinaria secuencia de la muerte del padre de Benjamin, el Sr. Button (Jason Flemyng), a la luz de un lánguido amanecer a la orilla del mar. O la visualización, en formato de “película casera” gastada y parcialmente descolorida, de la simbólica historia del relojero (Elias Koteas) que tras perder a su hijo en la Gran Guerra construyó un gigantesco reloj cuya segundera avanzaba en dirección contraria, y que funciona a modo de contrapunto poético del periplo vital de Benjamin; incluso los divertidos insertos, rodados con estética de cine mudo, que visualizan el relato del anciano que explica que ha sido alcanzado por un rayo en siete ocasiones (¿acaso un homenaje a Buster Keaton, al igual que Benjamin una especie de niño-hombre, u hombre-niño, que hace frente a las adversidades de la vida con impasibilidad?).


El segundo aspecto al cual quiero referirme, brevemente, es el relativo al tratamiento subjetivo de la narración, el cual está, desde luego, muy ligado al tratamiento estético que acabo de mencionar. Dejando aparte el hecho de que el relato se desarrolle a base de los flashbacks que va evocando, a partir de la lectura de un diario, una moribunda, ese sentimiento nostálgico queda reforzado por el talento demostrado aquí por Fincher a la hora de sumergir al espectador en el insólito punto de vista de un personaje que vive la vida “al revés”, de ahí la atmósfera de intimidad que impregna la narración incluso en sus momentos más ásperos (por ejemplo, la espléndida secuencia del combate naval contra el submarino alemán, planificada desde el punto de vista de los tripulantes del barco donde Benjamin presta su servicio de armas). El curioso caso de Benjamin Button es una exaltación de la vida, la madurez y la experiencia iluminada desde el umbral mismo de la muerte, entendida aquí como culminación del hecho de vivir.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/01/david-fincher-vs-stieg-larsson.html

martes, 4 de noviembre de 2014

“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2014, ya a la venta



La película del momento, Interstellar (ídem, 2014), ocupa la portada del núm. 449 de Dirigido por…, anunciando una entrevista exclusiva con su realizador, Christopher Nolan.


El contenido más extenso del mes vuelve a ocuparlo la segunda parte del dossier Terror USA: Generación de los 70, compuesta por una serie de artículos dedicados a los realizadores Tobe Hooper. Más acá del arco iris [Ramon Freixas y Joan Bassa], Wes Craven. El hombre a quien nunca le interesó el terror [Israel Paredes Badía], Joe Dante. Pirañas, aullidos, gremlins… “cartoons”, comedias y relatos cortos [Quim Casas] y William Lustig. La oveja negra de la familia [Tonio L. Alarcón], además de otros textos centrados en Los “otros” clásicos del cine de terror americano de los setenta [Antonio José Navarro] y la serie de televisión Masters of Horror [Quim Casas], y una selección de antologías de los cineastas destacados en primer lugar: La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) [Beatriz Martínez], La casa de los horrores (The Funhouse, 1981) [Quim Casas], Poltergeist (Fenómenos extraños) (Poltergeist, 1982), La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972) [Diego Salgado], Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977) [Tonio L. Alarcón], Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984), Piraña (Piranha, 1978) [Tonio L. Alarcón], ¡Aullidos! (The Howling, 1981), Maniac (ídem, 1980) [Quim Casas] y Maniac Cop (1988) [Roberto Alcover Oti].


Otros destacados contenidos del número son: la crítica de [Rec] 4 (2014), de Jaume Balagueró, a cargo de Antonio José Navarro; las crónicas de los festivales de San Sebastián, Sitges y Valladolid, respectivamente firmadas por Beatriz Martínez, Roberto Alcover Oti y Àngel Comas; y un comentario de la reciente edición en Blu-ray de la serie de televisión de David Lynch Twin Peaks (ídem, 1990-1991), abordado por Quim Casas dentro de la sección Flashback. El número se completa con las secciones habituales Banda Sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, espacio que este mes ocupa el comentario de Escape (1948), de Joseph L. Mankiewicz, a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martínez. Resulta obligado destacar un par de novedades: en primer lugar, que la sección Travelling ha sido ligeramente remodelada, incluyendo una nueva sub-sección, Cine online, que comentará películas estrenadas directamente en plataformas digitales, y que debuta con la crítica de Frank (ídem, 2014), de Lenny Abrahamson, escrita por Tonio L. Alarcón; y luego que este mes, y durante una pequeña temporada, la sección Pantalla Digital la firma Juan Carlos Vizcaíno Martínez, mas un par aportaciones de, en este caso, Israel Paredes Badía y Antonio José Navarro.  
  

Mi contribución a la revista de este mes consiste, en primer lugar, en tres antologías pertenecientes al dossier Terror USA: Generación de los 70, las ya mencionadas de Poltergeist (Fenómenos extraños), de Tobe Hooper,…


Pesadilla en Elm Street, de Wes Craven,…


…y ¡Aullidos!, de Joe Dante.


También firmo otras tantas críticas: las de El juez (The Judge, 2014), de David Dobkin,…


Serena (ídem, 2014), de Susanne Bier,…


… y Drácula: La leyenda jamás contada (Dracula Untold, 2013), de Gary Shore.

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