[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La construcción
narrativa de Día de patriotas
(Patriots Day, 2016) no anda muy lejos, salvando las distancias, de la del que
fuera conocido como cine de catástrofes. En montaje paralelo, y en el caso
concreto de Día de patriotas, primero
vamos viendo el quehacer cotidiano de una serie de personajes sin ninguna
relación aparente entre sí, y cuyas vidas acaban convergiendo alrededor de un
hecho traumático: nos hallamos en Boston y en el 13 de abril de 2013, lugar y
fecha en los cuales los hermanos Tamerlán y Dzojar Tsarnaév atentaron contra la
Maratón de la ciudad con dos artefactos explosivos, provocando tres víctimas
mortales y 282 heridos, a los cuales hay que añadir una víctima mortal más y
otras 16 personas heridas en posteriores tiroteos relacionados con la búsqueda
y captura de los terroristas.
Esos
personajes, como digo, son: el sargento de la policía de Boston Tommy Saunders
(Mark Wahlberg) y su esposa Carol (Michelle Monaghan); el joven matrimonio
formado por Jessica Kensky y Patrick Downes (Rachel Brosnahan y Christopher
O’Shea); Steve Woolfenden (Dustin Tucker) y su pequeño hijo Leo (Lucas Thor
Kelley); el sargento de la policía de Watertown, Boston, Jeffrey Pugliese (J.K.
Simmons); y los autores del atentado: Tamerlán (Themo Melikidze), el hermano
mayor, Dzojar (Alex Wolff), el menor, y Katherine Russell (Melissa Benoist),
esposa del primero. Una vez producida la tragedia, otros relevantes personajes
se añaden a la trama, la cual continúa construida alrededor del efecto
asociativo creado por el montaje en paralelo: el agente del FBI Richard
DesLauriers (Kevin Bacon), el jefe de la policía de Boston Ed Davis (John
Goodman), el alcalde de la ciudad Thomas Menino (Vincent Curatola), el
gobernador del estado de Massachusetts Deval Patrick (Michael Beach), y Dung
Meng (Jimmy O. Yang), un estudiante de nacionalidad china que fue secuestrado
por los Tsarnaév, así como diversos personajes más secundarios (o, mejor dicho,
con menos aparición en pantalla).
Lo
primero que llama positivamente la atención de Día de patriotas es que ese montaje en paralelo, que se mantiene a
lo largo del extenso metraje de la película (133 minutos), no solo no resulta
cansino ni reiterativo sino, por el contrario, acaba siendo la esencia de un
film excelente. A falta de haber visto los dos anteriores trabajos tras las
cámaras de Peter Berg, realizador de Día
de patriotas –me refiero a El único
superviviente (Lone Survivor, 2013) y Marea
negra (Deepwater Horizon, 2016)–, y de no haberlo hecho por culpa de la
apabullante mediocridad de las otras cinco películas que le conocía hasta la
fecha –Very Bad Things (ídem, 1998), El tesoro del Amazonas (The Rundown,
2003), La sombra del reino (The
Kingdom, 2007), Hancock (ídem, 2008),
Battleship (ídem, 2012): ¡menudo
lote!…–, Berg exhibe en esta ocasión unas dotes como cineasta que, esperemos,
no sean fruto de la casualidad, sino de una madurez de ideas que se ha ido
forjando poco a poco y aún a costa de hacer, primero, tantos malos films.
He
mencionado que el montaje en paralelo acaba siendo la esencia de Día de patriotas. Berg, también guionista
de la película –junto con Matt Cook y Joshua Zetumer, sobre un tratamiento
previo suyo y de Cook, Paul Tamasy y Eric Johnson–, y con la inestimable
colaboración de dos excelentes montadores –Gabriel Fleming y Colby Parker Jr.–,
construye en este sentido un virtuoso mecanismo de relojería narrativa. El
estilo semi-documental de filmación de Día
de patriotas, bien dosificado y trabajado a nivel visual (nada que ver ni con
el peor Paul Greengrass ni con el temible “cine de cogotes”, en feliz
definición del amigo Diego Salgado), consigue de este modo expresar y
transmitir una lograda sensación de cotidianeidad, muy patente, sobre todo, en
las también citadas escenas previas al atentado. Una atmósfera cotidiana que no
se rompe –lo cual es muy notable– cuando Berg pasa de la descripción de la vida
hogareña de los personajes, digamos, “positivos”, a la de los, sigamos
diciendo, “negativos”: la cámara del realizador retrata a los hermanos Tsarnaév
en su casa sin alterar el tono, sin subrayados innecesarios, a pesar de que les
“sorprende” en el momento en el que están discutiendo los últimos preparativos
del atentado. Se logra de este modo un vibrante retrato coral, una visión de conjunto, que casa muy bien
con el mencionado tono semi-documental de un relato que prefiere mostrar a juzgar, se inclina por enseñar en vez de por moralizar y antepone
la descripción al sermoneo.
Otra
interesante (y lograda) particularidad de Día
de patriotas es que el montaje en paralelo no solo se utiliza para trazar
(brillantes) contrastes entre los personajes y las situaciones que
protagonizan. Ese mismo montaje en paralelo se halla presente dentro de las
propias secuencias en sí mismas consideradas, de tal manera que cada una de
ellas se divide, a su vez, en múltiples pequeñas escenas contempladas desde una
amplia diversidad de puntos de vista. Ello resulta particularmente meritorio en
la extraordinaria secuencia del atentado, y sobre todo, en los momentos
inmediatamente posteriores al estallido de las bombas: los puntos de vista de
los principales personajes no solo convergen y culminan aquí, sino que además
Berg logra hacer la secuencia más rica, más compleja, introduciendo puntos de
vista anónimos mediante la inserción de nuevos encuadres tomados desde la
perspectiva de las videocámaras o los dispositivos de grabación de los teléfonos
móviles y las cámaras de televisión, bien sea insertando imágenes reales de la
tragedia, o bien imágenes rodadas ex profeso para el film.
Podrá
reprochársele a la película que sus personajes parezcan obedecer a determinados
estereotipos muy clásicos dentro de la narrativa audiovisual norteamericana.
Pero, tal y como Berg lo plantea todo, Día
de patriotas acaba siendo por encima de todo un film coral, y en particular,
un film de situaciones, que de
personajes. Un ejemplo pequeño pero definitorio de lo que la película pretende
ser reside, insisto, en el tratamiento de los mal llamados personajes
secundarios. Tomemos, sin ir más lejos, el del joven agente de policía Sean
Collier (Jake Picking), quien perecerá a manos de los hermanos Tsarnaév cuando
estos intentan robarle la pistola; el personaje de Collier no tendría en sí
mayor relevancia dramática si no fuera porque antes le hemos visto flirtear con
Li (Lana Condor), una joven científica de la universidad; desde luego que esa
incipiente love story, en sí misma
considerada, no tendría más valor que una anécdota, pero desde el punto de vista
dramático, y teniendo en cuenta el carácter coral de la trama y el estilo de
montaje fragmentado con el que está narrada, el apunte sirve para recordarnos
que Collier es un personaje, cierto, “pequeño” (secundario), pero también un
ser humano, y una pieza más, no menos importante, de lo narrado.
Esa
atención a los secundarios también opera, en sentido inverso, a la hora de
realzar en un momento dado a otros que, de buen principio, aparecen tan solo
como telón de fondo o que apenas acaban de incorporarse a la trama y que, de
repente, alcanzan una relevancia, un protagonismo casi, del todo inesperados.
Ello resulta patente en el caso de Katherine Russell, la esposa de Tamerlán
Tsarnaév, y la agente del FBI (Khandi Alexander) que se encarga de interrogarla
tras ser detenida: esta última adquiere una notoriedad inusitada gracias a la
dureza y entereza con la que interroga a Katherine, lo cual tiene su réplica en
la frialdad y seguridad que exhibe a su vez la interrogada, convencida de sus
ideales yihadistas y de que las autoridades carecen de prueba alguna contra
ella para demostrar su participación en los atentados; además, las dos actrices
están espléndidas en esta secuencia, otra de las mejores de la película.
Día de patriotas
concluye, acaso inevitablemente, con una selección de imágenes documentales,
estas sí completamente reales, en las
cuales aparecen los auténticos protagonistas del drama a cuya representación
hemos asistido. Naturalmente que puede verse como una oda patriótica, o si se
prefiere patriotera, desde un punto de vista ideológico. Pero ese recurso final
a las imágenes verdaderas de las víctimas del atentado y de los supervivientes
del mismo en la actualidad también puede interpretarse como una consecuencia
lógica del estilo con el cual está narrado el film. Un estilo, vuelvo a
insistir, fragmentado y semi-documental que acaba dejando paso, cediendo la
palabra, a las auténticas imágenes documentales elaboradas con un estilo
similar a las de ficción. Un contraste no tanto entre esa realidad y esa
ficción como, sobre todo, una sugerencia sobre las notables similitudes que
existen entre los mecanismos narrativos audiovisuales del cine de ficción y los
del cine de reportaje.