[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Hace muchos años que no he vuelto a ver The Loveless (1982), su ópera prima codirigida con Monty
Montgomery, pero si por algo destaca siempre el cine de Kathryn Bigelow es por
su intención de querer demostrar algo,
y demostrándolo llevando a cabo películas de género “diferentes”, tanto da que
sea una película de vampiros que viajan en una furgoneta con las ventanas
tapadas con cinta adhesiva para impedir el paso del sol que les abrasa —Los viajeros de la noche (Near Dark,
1987)—, un film policíaco con una heroína como protagonista —Acero azul (Blue Steel, 1989)—, un actioner en un contexto inhabitual —el
mundo del surf en Le llaman Bodhi
(Point Break, 1991)—, una película de ciencia ficción “adulta” —Días extraños (Strange Days, 1995)—, un
híbrido entre melodrama romántico y relato criminal —El peso del agua (The Weight of Water, 2000)—, un film-de-submarinos
con actores norteamericanos interpretando a héroes anónimos de la antigua Unión
Soviética —K-19: The Widowmaker
(ídem, 2002)— o una película bélica “profunda” en torno a la adicción al
peligro de un especialista en desactivación de explosivos —En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008)— (1). Nada hay más encomiable en el cine, en el arte y en la vida
misma que el valor de la diferencia, y hasta ahí nada habría que reprocharle a
Bigelow en lo que a intenciones se refiere, si no fuera porque ese afán teóricamente
loable de querer ser “diferente” en su caso se estrella una y otra vez contra
la vulgaridad de la resolución, de manera que sus pobres resultados nunca están
a la altura de sus elevadas pretensiones. En cierto sentido, y con la excusa
(más teórica que real) de querer aportar una mirada distinta (“femenina”, dicen
algunos, opinión que estoy lejos de compartir), los films de Bigelow acaban
siendo una mera demostración, en el borde mismo del exhibicionismo, de que ella
es capaz (o se cree capaz) de hacer un cine, insisto, que dice “algo”, o mejor
dicho, que pretende demostrar “algo”. Pero esas intenciones acaban chocando en
segunda instancia con la paradoja de que, intentando ser diferente, Bigelow
acaba haciéndolo tan mal como los demás hombres, o mujeres, que se colocan tras
las cámaras sin más pretensión que la de hacer honesto (y modesto) cine de
género.
La noche más oscura (Zero Dark Thirty)
(Zero Dark Thirty, 2012) no constituye una excepción, por más que, a diferencia
del grueso de su filmografía, la nueva película de la cineasta parece una
especie de consecuencia directa de la a todas luces exagerada buena acogida que
se le dispensó a En tierra hostil. Si
en esta última, como es bien sabido, se trataba del dibujo del perfil
psicológico de un soldado norteamericano en Irak, alienado por la guerra hasta
el punto de que es incapaz de soportar los así llamados tiempos de paz y solo
se siente realmente vivo cuando desempeña la peligrosísima profesión de
desactivación de artefactos explosivos, en La
noche más oscura nos hallamos ante un relato indirectamente relacionado con
el argumento de En tierra hostil, si
bien corregido y aumentado: aquí no se trata de una peripecia individual en un
contexto inspirado en tristes hechos reales, por más que el desarrollo de este
nuevo relato pivote principalmente alrededor de un personaje —Maya (Jessica
Chastain)—, y asimismo el dibujo de su perfil psicológico sea uno de los
centros de atención de lo narrado, sino que se trata de ahondar en un contexto
todavía más amplio y causante directo del esbozado en En tierra hostil: la historia de los casi diez años que
transcurrieron entre los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y
la eliminación, el 1 de mayo de 2011, del líder de la organización terrorista islámica
Al Qaeda responsable del 11-S: Osama Bin Laden. La noche más oscura llega precedida, así, de cierta aureola, más
teórica que real, de película “importante”, y eso por el mero hecho de que
aborda —que no tiemble mi mano al escribir la gran palabra— un TEMA considerado
asimismo “importante”. A ello hay que añadir otra característica de las que
asimismo en cine suelen impresionar: está basada-en-hechos-reales. La pregunta
que cabe hacerse, una vez visto el film, es: ¿y qué? Dado que el valor de una
película o de cualquier otra creación artística no se mide por la teórica
importancia de sus contenidos temáticos (dicha “importancia” es aleatoria y
varía en función de los intereses creados por la coyuntura), ni tampoco es más
valiosa por el mero hecho de estar inspirada en acontecimientos que ocurrieron
realmente (pocas cosas hay más relativas y sujetas a discusión que los así
llamados “hechos reales”, cuya interpretación varía en función de los puntos de
vista y, de nuevo, los intereses particulares de quienes los difunden o
esgrimen), al final ¿qué queda? Pues el film en sí mismo considerado, el cual
debe valerse por él solo para defender su validez.
Como muchas de
las películas de Kathryn Bigelow —Acero
azul, Le llaman Bodhi, Días extraños, El peso del agua, En tierra
hostil—, La noche más oscura gira
en torno a una obsesión, en este caso la del personaje de Maya, una agente de la CIA que forma parte del equipo
de investigación dedicado en exclusiva a localizar el paradero secreto de Osama
Bin Laden tras el 11-S, y que primero de manera incipiente, y luego hacia la
mitad del relato, y a raíz de un terrible incidente que le afecta de manera directa
—la muerte de una compañera de trabajo (Jessica: Jennifer Ehle), víctima de un
atentado a manos de un contacto con Al Qaeda con el que iba a parlamentar—,
acaba convirtiendo la caza de Bin Laden en una cuestión personal. El peso de la
trama se descarga sobre los hombros de Maya, la cual se erige probablemente en
el perfil peor dibujado de toda la filmografía de una realizadora muy amiga de
la psicología de brocha gorda. Hay, al principio, algo de misterioso en Maya;
nada más llegar a su nuevo destino, presencia la tortura que un colega de la CIA (Dan: Jason Clarke)
inflige a un sospechoso de pertenecer a Al Qaeda (Ammar: Reda Kateb), y su
actitud parece denotar que no está acostumbrada
a contemplar el dolor ajeno (¡y quién lo está!); no obstante, en una
posterior conversación entre Dan y su superior (Joseph Bradley: Kyle Chandler),
este último le dice al primero que, según sus informes, Maya está considerada
dentro de la CIA
como “una fiera” (sic). Ciertamente,
al poco la vemos trabajar con decisión, e incluso asistir a nuevas sesiones de
tortura de ese mismo o de otros sospechosos sin inmutarse. Pero si con todo eso
se trataba de demostrar cómo hasta una persona teóricamente sensible como Maya
es capaz de habituarse a la práctica de la tortura sobre un ser humano
indefenso, esa evolución no está en absoluto bien desarrollada. También se nos
insinúa que Maya carece de pareja sentimental (o sexual), pues elude con cierto
embarazo el hablar de esta cuestión, y jamás la vemos con nadie a lo largo de
los, recordemos, diez años que abarca todo el relato: hablando en plata, Maya es
(tópico) una-tía-mal-follada, que solo vive por y para su trabajo.
Se produce, como
digo, un punto de inflexión dentro del relato a raíz del asesinato de Jessica y
otros compañeros de la CIA
y soldados del ejército norteamericano, como consecuencia de un atentado con
bomba por sorpresa en lo que tenía que ser una simple conversación secreta con
un posible contacto con Al Qaeda: vemos a Maya, primero, afectada por la
tragedia (esos planos, también muy tópicos, de la protagonista, sentada en el
suelo y sufriendo en silencio); y luego, adoptando una gran determinación: a la
pregunta de un colega (Jack: Harold
Perrineau) sobre qué piensa hacer, responde: “mataré a Bin Laden” (sic). Dejando aparte que esta réplica no puede
menos que recordar esa otra que decía: “No
te preocupes: los mataremos a todos”, pronunciada en otra lindeza racista y
rencorosa de similar calibre titulada La
sombra del reino (The Kingdom, 2007, Peter Berg), la frase de marras es un
ejemplo de la brusquedad y simplonería demostrados a la hora de describir a un
personaje que “avanza” (es un decir) a base de golpes de efecto como este, o de
comentarios tan altisonantes y gratuitos como “yo soy la hijaputa que lo ha descubierto” —que suelta, sin venir a
cuento, en la reunión que preside el director de la CIA (James Gandolfini)—, o de
gestos que pretenden describirnos hasta qué punto llega su determinación y que
no consiguen otra cosa que lograr que el personaje se haga no ya odioso para el
espectador, sino directamente cargante: véase la escena, repetida hasta la
náusea, en la que Maya va escribiendo furiosa en el cristal del despacho de
George (Mark Strong) los días que transcurren sin que nadie emprenda una acción
militar sobre el lugar que ella ha
identificado como aquél donde se encuentra escondido Bin Laden, convicción a
la que ha llegado tras diez años de investigación y que, con su mente fría y
robotizada, valora con un porcentaje de acierto de —otra frase célebre suya— “el 100%”; ni siquiera una buena actriz
como Jessica Chastain, y sus lágrimas finales para expresar el vacío de Maya
una vez que la caza del terrorista ha llegado a su fin, y con ello el propósito
que ha regido su existencia durante toda una década, son capaces de arreglar
semejante estropicio.
Sorprende
también desagradablemente en una cineasta que se ha labrado fama, dicen, por el
vigor de su puesta en escena (otra opinión que tampoco comparto), que se
muestre aquí relativamente más sobria y contenida que en En tierra hostil. Por un lado, se agradece que Bigelow no nos
castigue las retinas con sus piruetas esteticistas habituales. Pero lo hace a
cambio de ofrecernos la puesta en escena más sosa e impersonal que le recuerdo;
gusten o no sus películas, guste o no su estilo, aquéllas siempre suelen hacer
gala de este último; aquí, por el contrario, podríamos jurar que este film no
lo ha dirigido Kathryn Bigelow, sino cualquier otra persona, y nos lo
creeríamos (indirectamente ello viene a demostrar, a quien así quiera verlo,
que en el cine de Bigelow no queda absolutamente nada apenas se desprende del frágil
celofán que lo recubre). Dejando aparte la para mi gusto escasamente
imaginativa resolución del atentado del 11-S con que se abre la película,
tantas veces visualizado, cierto, que Bigelow opta sencillamente por no
mostrarlo: la pantalla en negro y las grabaciones (reales) de esa funesta
jornada (una idea que, comprendo, puede gustar, aunque a mí me parece más bien
una forma cómoda de escurrir el bulto); que la realizadora —y su guionista,
Mark Boal— recurra a la convención mil veces vista, y extraída de la literatura
tipo best-seller, de los rótulos que nos van situando en distintos lugares del
mundo a fin de que no nos “perdamos” (y sin que tampoco se aprecie en la
inserción de esa rotulación una intención, digamos, “literaria” como la que se
percibe, por ejemplo, en la curiosa Tabú/Tabu,
2012, de Miguel Gomes); o que, de vez en cuando, intente “despertarnos” y
animar el tedio de una narración principalmente sostenida a base de planos de
bustos parlantes soltando tecnicismos mediante la inserción de un atentado
terrorista (como la reconstrucción, bastante pobre, del de Londres, o la bomba
que interrumpe la comida de Maya con Jessica en el restaurante: ¡con Al Qaeda
ni siquiera puedes comer tranquilo!); dejando aparte, incluso, la llamativa
ausencia de tensión y suspense en secuencias que parecían demandarlo a gritos,
como la ya mencionada del atentado sorpresa que pone fin a la vida de Jessica y
sus colaboradores, la bastante torpe de la detención de un sospechoso a manos
de un grupo de personas armadas con metralletas y disfrazadas con “burkas”, o
el fragmento convencional en el que el agente Larry (Édgar Ramírez) y sus
hombres siguen el rastro de otro sospechoso mediante GPS; o que, en la
celebrada secuencia final, la del asalto de los marines a la vivienda de Bin
Laden para “liquidarlo”, Bigelow necesite entre cuatro y seis planos para
mostrarnos la destrucción de un helicóptero, algo más bien impropio de una
cineasta con su experiencia profesional, y un arranque de espectacularidad
innecesario que va en contra de la teórica “seriedad” de la propuesta. Incluso
dejando aparte todo eso, sorprende la tibia “incorrección política” de la cual
acaba haciendo gala una realizadora que parece que quisiera ser algo así como
la heredera natural de John Milius pero sin haber heredado ni un ápice de su
genética guerrera en lo que a puesta en escena se refiere. En cierto sentido,
puede afirmarse que la oferta de La noche
más oscura se limita a dos secuencias, la de la tortura del principio y el raid nocturno del final; pero incluso estos
dos momentos culminantes acaban resultando tan largos y aburridos (sobre todo
el segundo), que su eficacia queda anulada. Lo que queda en medio de estas dos
secuencias es una descripción del mundo contemporáneo que se pretende directa,
cruda y aterradora, pero que por el camino se olvida de ser algo fundamental en
una película: cinematográfica.
Tomás; magnífica lectura de un film adrenalínico. Yo lo he visto como un mix del otrora film bélico “Black Hawk Dow” 2001 de R.Scott, con una serie de culto del canal de cable Showtime, “Sleeper Ceel” (2005). Ésta última, es una sugerencia nada desdeñable. Algunas pinceladas en la trama de aquel cine de Pakula y la siempre agradecida incorrección de su directora. Repite en el guión Mark Boal (todavía sigue la polvareda a la temática del mismo), sabemos que la película iba a ser estrenada unos meses antes, pero se pospuso la premier por la campaña electoral de Romney Vs Obama ... El affaire Ben Laden es un icono en nuestra cultura contemporánea del nuevo S.XXI, y este filma subraya las líneas de lo que es el territorio de la era postparanoia de la guerra del terror en Afganistán con todo su jugo. No obstante, pienso que su mejor obra de K. Bigelow hasta la fecha, fue el policiaco “Acero azul” (1989) olvidada en las estanterías de los videoclubs—ex paternaire de Cameron—se vio a un extraordinario Ron Silver tras una poli novata —Jamie Lee Curtis— con atisbos de ese buen cine de los 70 al cual no renuncia, como tampoco se aleja de dopamina. No en vano el paralelismo con el ínclito Milius, es evidente— que pena no verlo dirigir de nuevo— una mujer al límite, que en España y la vieja Europa se le consideraría algo reaccionaria. A mí me parece que es una fémina muy valiente, enamorada del western y el cine clásico. No se arruga a la hora de poner firme a una compañía de Delta Force de asesoramiento militar. “Los rodajes, por dentro son para verlos”, recuerdo una vieja charla con JL Escolar hablando de Spielberg. Sus 1,82 centimetros de altura con casi 60 años (está en plena forma, nadie lo diría. Hacen de KB, un nombre en la historia de la cinematografía moderna en un mundo donde la testosterona manda. Lo dicho, un buen film de género dirigido por una mujer, que no se arruga en un mundo donde mandamos los hombres,guste o disguste pero es así...Ojalá, la paridad fuera la lógica universal. De momento es lo que hay. Lo dicho, puede que “En tierra hostil” se viera un ejercicio más introspectivo de la angustia del ser humano y el absurdo de la guerra. No obstante, “Zero Dark Thirty” es más película en su conjunto. Un placer venir a este espacio, saludos cordiales JCA
ResponderEliminarJo, llamar adrenalínico a "La noche más oscura" me parece tan desproporcionado (por no decir disparatado) como imputarse ese calificativo al cine de Rohmer. Ni siquiera la escena de la caza de Bin Laden es excitante; de lo cual no me quejo: es muy posible que el hecho real concreto sea tan frio como se representa en la película. Hay que pensar que está llevado a cabo por auténticos profesionales en lo suyo, que seguramente no disparan ni un solo tiro de más, ni hacen un aspaviento que no sea absolutamente necesario. Por lo demás, me parece que esta señora está MUY sobrevalorada y que le sobran a la película tranquilamente tres cuartos de hora. Y "Black Hawk Dow" sí es adrenalínica y una película extraordinaria, infravalorada por ser cine puro supustamente sin mensaje; o dicho de otro modo, carente del mensaje que muchos quisieran que transmitiera; y no lo hace.
ResponderEliminarLo que tu ves como fallos Tomas, a mi me parecen aciertos. Bien cierto es que ha renunciado a su estilo urgente, pero el tono que ha querido dar a la película lo pedía. Y en cuanto a su labor como directora, a mí me ha gustado y me ha generado tensión cuando era necesario, como en los seguimientos y atentados. Es una pena que no la hayan vuelto a nominar como directora.
ResponderEliminarSaludos
Una puesta al día de publireportajes propagandísticos al estilo "FBI contra el imperio del crimen" (Mervyn LeRoy, 1959) o "Brigada 21" (William Wyler, 1951), realizada a mayor gloria de la CIA y de la política exterior del Imperio. Realmente, después de la brillantez de "The hurt locker" no me esperaba de su directora este poco verosímil retrato de una "mamá coraje" de todo el pueblo estadounidense en su lucha sin cuartel contra el Mal.
ResponderEliminar