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sábado, 10 de diciembre de 2016

“DOCTOR STRANGE (DOCTOR EXTRAÑO)” + “ANIMALES FANTÁSTICOS Y DÓNDE ENCONTRARLOS”

[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]



Magos (I): Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016), de Scott Derrickson. Adecuadamente subtitulada Doctor Extraño –para refrescar la memoria de quienes conocimos por ese apelativo al personaje creado por Steve Ditko en las primeras ediciones españolas de los cómics Marvel a cargo de la desaparecida Ediciones Vértice–, lo peor de Doctor Strange, más que en su convencional construcción dramática, destinada a mostrarnos de nuevo, como suele decirse, “el origen” del personaje, reside en su a ratos excesivamente chirriante sentido del humor, patente, sobre todo, en un exceso de réplicas “graciosas” puestas en boca de su personaje protagonista. Se ha dicho hasta la saciedad que, dentro de la actual producción superheroica hollywoodiense, las películas de Warner o de Fox basadas en personajes de DC Cómics o de Marvel hacen gala de una severidad, una sombría seriedad, que las películas superheroicas producidas por Marvel y distribuidas actualmente por Disney intentan evitar/ contrarrestar mediante mayores dosis de humor. Eso puede estar bien a la hora de tratar personajes “ligeros” como Spiderman, o para suavizar y/ o relativizar las connotaciones políticas de otros tan espinosos como el Capitán América, pero cuadra mal con uno como el quiromántico Doctor Strange. Más teniendo en cuenta que, dejando aparte todas esas pinceladas de humor (barato) diseminadas aquí y allí en los diálogos del protagonista –y que, si se hacen mínimamente soportables, es porque al menos se ha tenido el cuidado/ la decencia/ la astucia de ponerlas en boca de un actor tan excelente como Benedict Cumberbatch–, el trasfondo de un personaje como el Doctor Extraño es, mal que pese, inquietante, macabro y siniestro, por mucho que se disfrace de ligereza. Así parece haberlo entendido el realizador a cargo de la función, el estimable Scott Derrickson, quien, tras una sólida trayectoria previa en el terreno del cine fantástico, variantes terror –El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005), Sinister (ídem, 2012), Líbranos del mal (Deliver Us from Evil, 2014)– y ciencia ficción –su nada despreciable remake de Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 2008)–, afronta con firmeza esta incursión en el cine de superhéroes, pero sin olvidar las lecciones aprendidas en su paso previo como director, y también como guionista, por los terrenos del fantastique.


Consciente de estar metido en otro juego y con otras reglas, Derrickson factura la que, con todos los defectos mencionados, me parece una de las más interesantes películas superheroicas de Marvel (las cuales, mal que pese, mejoran considerablemente cuando hay un realizador con talento/ habilidad/ astucia para sacar provecho de producciones tan estandarizadas como las de Kevin Feige: ahí están el Joe Johnston de Capitán América: El primer Vengador/ Captain America: The First Avenger, 2011 –1–, y el Peyton Reed de Ant-Man/ ídem, 2015, quienes han firmado los films de los Marvel Studios mejor dirigidos allí donde fracasaron Jon Favreau, Louis Leterrier, Kenneth Branagh, Shane Black, Joss Whedon, Alan Taylor, James Gunn o los hermanos Russo). Doctor Strange brilla en particular en todas sus escenas fantásticas, que son las que ocupan la mayor parte del metraje, lo cual consigue que la balanza se incline bajo el peso de lo positivo. No le falta razón al amigo Diego Salgado cuando comentó, en su crítica de este film publicada en Dirigido por…, que, por más que a simple vista la influencia más notoria de determinadas secuencias de Doctor Strange sea Origen (Inception, 2010, Christopher Nolan) y sus famosos “edificios plegables”, la referencia más notoria de la película de Derrickson es, en realidad, la saga Matrix de los Wachowski. Tanto esta última como Doctor Strange comparten un substrato muy parecido, esto es, el cuestionamiento de la noción de realidad, la posibilidad de vivir y explorar en dimensiones paralelas a la nuestra, y en definitiva, el muy cuestionable sentido de nuestra existencia en función de ese engaño que ha venido en llamarse el ser dueño del propio destino. La diferencia, fundamental, es que Derrickson y su coguionista, Jon Spaihts, exponen este discurso de una forma más directa y más mordaz, menos pretenciosa, que como lo hacían los Wachowski. En este sentido, la evolución del personaje de Stephen Strange, un médico cirujano tan brillante como pretencioso, tan eficiente como pagado de sí mismo, y su conversión en algo más allá de sus sueños, más allá de su imaginación, tras haber sufrido un aparatoso accidente automovilístico que le abre las puertas a un cambio radical en su existencia, me parece un discurso sobre esa relatividad del sentido de la vida al que me refería líneas arriba mucho más eficaz, y humano, que el expuesto en Matrix. Además, me gusta la ligereza –esta sí– con la que Derrickson trata las escenas de acción, convirtiendo los combates entre Strange, su colega Mordo (Chiwetel Ejiofor) y su maestro, la mujer paradójicamente llamada El Anciano (Tilda Swinton), contra el malvado hechicero Kaecilius (Mads Mikkelsen) y sus esbirros, en un festival de poderes mágicos repleto de una gran inventiva visual: la primera batalla del Anciano contra Kaecilius y sus seguidores, el primer combate de un inexperto Strange contra el mismo villano en la sede oculta de los magos en Londres, o el clímax en las calles de Hong Kong, son extraordinarios. Asimismo tiene gracia –esto también– la utilización cómica, pero con humor de buena ley, del interés amoroso de Strange, la doctora Christine Palmer (Rachel McAdams): lo que, para Strange, es algo que ahora forma parte de su actividad “normal” como mago –abandonar su cuerpo mediante el viaje astral–, es para Christine lo que sería para cualquier persona normal y corriente, es decir, una experiencia aterradora: de ahí que Derrickson planifique desde el punto de vista de Christine las escenas del hospital de la segunda mitad del film, como si pertenecieran a una genuina película de terror.  



Magos (II): Animales fantásticos y dónde encontrarlos (Fantastic Beasts and Where to Find Them, 2016), de David Yates. Nunca he sido un fan de la saga Harry Potter. En lo que se refiere a los libros, tan solo he leído uno, el último, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, que me pareció una actualización del estilo de literatura juvenil practicado en su momento por la, entonces, muy popular (hoy, quizá, ya no tanto) Enid Blyton, autora de las famosísimas novelas (hoy, quizá, tampoco tanto) protagonizadas por Los Cinco. Y, en cuanto a la franquicia cinematográfica, los ocho films que lo componen me parecen en sus líneas generales excesivamente largos, a ratos aburridos (sobre todo, los firmados por David Yates) y, desagradable sorpresa, no demasiado imaginativos, lo cual es grave teniendo en cuenta que giran alrededor de la magia, esto es, la imaginación por excelencia. De ahí que, sin pretender tampoco lanzar las campanas al vuelo, me he llevado otra sorpresa, en este caso más agradable, con Animales fantásticos y dónde encontrarlos, que, como es bien sabido a estas alturas, no es sino un spin-off de la saga literario/ fílmica de Harry Potter, el cual parte de un guion original de la misma autora de los libros de Potter, J.K. Rowling, inspirado a su vez en una premisa ya presente en aquéllos: las aventuras de Newt Scamander (Eddie Redmayne), un joven mago que, en la década de 1920, escribió, a partir de sus propias experiencias como –se nos dice– “magizoólogo”, experto en animales fantásticos, el volumen que da título tanto a esta nueva película como a, recordemos, una de las obras de consulta de Potter mientras estudiaba en Hogwarts. La sorpresa es doble teniendo en cuenta que Animales fantásticos y dónde encontrarlos viene firmada por el citado (y temible) David Yates: el mismo que, hace poco, estrenó una de las más aburridas películas jamás realizadas a partir de la creación de Edgar Rice Burroughs, La leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan, 2016).


Con todos sus defectos, Animales fantásticos y dónde encontrarlos depende menos de lo que cabía esperar de la previa franquicia literario-cinematográfica de Harry Potter. Hay un importante cambio no solo de época, sino también de escenario (del Reino Unido y Hogwarts a Nueva York), y, sobre todo, de personajes, que ahora no son niños, sino adultos. Y, si bien es verdad que, pese a esto último, el relato mantiene un tono ligero, en correspondencia con su carácter de superproducción familiar, el resultado es menos blando de lo esperado. Ayuda sobremanera el hecho de que, en esta ocasión, la perspectiva de los seres humanos normales y corrientes, los no-magos –llamados “muggles” en el universo potteriano previo, y “nomajs” en su acepción típicamente estadounidense–, esté más acentuada que en las anteriores peripecias de Harry Potter & Cia., un “universo” cerrado en sí mismo y solo apto para iniciados y/ o interesados cuyas adaptaciones al cine tan solo interesaban a ratos a esos no iniciados/ no interesados (pero eso, claro está, era un problema derivado de las deficiencias de las películas). En este sentido, un personaje que acaba siendo fundamental es el “nomaj” Jacob Kowalski, un humilde ser humano que intenta que el banco le financie su modesta pastelería, no solo gracias a la magnífica labor de Dan Fogler (el mejor del reparto), sino también a que su presencia parece estimular la calidez humana del resto de personajes “mágicos” que le rodean, y en cuyas aventuras mágicas se ve involucrado a la fuerza: no es el caso del excéntrico Newt Scamander –al cual Eddie Redmayne, histriónico, le confiere una cualidad que no es de este mundo–, pero sí el de sus compañeras de aventuras, las magas Tina Goldstein (Katherine Waterston) y su hermana Queenie (Alison Sudol), cuyas actitudes transmiten mayores cargas de humanidad a ras de suelo. Otro tanto puede afirmarse del resto de personajes adultos del relato, en particular lo que atañe a los “villanos”: por un lado, el director de seguridad Percival Graves (Colin Farrell), y por otro, el freak Credence Barebone (Ezra Miller), que ejerce de espía para el primero: las escenas que comparten a solas sugieren, contra todo pronóstico, un poso de sordidez en su relación que, dado el contexto de fantasía para-todos-los-públicos del film, resulta como mínimo chocante. Cierto es que la blandura es la que se impone: el conato de romance entre Newt y Tina, o sobre todo el que se da entre Kowalski y Queenie (a los cuales se dedica un epílogo “reconfortante”), así como la ambigüedad de la relación entre Graves y Credence, nunca va más allá de lo planteado. Pero, contra todo pronóstico, los personajes y su descripción se erigen en lo mejor de una función menos infantilizada de lo que cabía prever, sin perjuicio de que ceda a la tentación del gran despliegue final de efectos visuales, reiterando la ya a estas alturas muy tópica demolición de edificios gracias a la “magia” de la imagen digital.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2011/08/apuntes-sobre-el-cine-del-verano-el.html

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