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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Las locas aventuras del Dios del Trueno: “THOR: RAGNAROK”, de TAIKA WAITITI



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No es que Thor (ídem, 2011), de un cada vez más despistado Kenneth Branagh –veremos a ver qué nos depara su Asesinato en el Orient Express (Murder on the Orient Express, 2017)–, ni sobre todo la mediocre y aburrida Thor: El mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013, Alan Taylor), fuesen gran cosa, pero al menos tuvieron la honestidad de no gozar de tanto beneplácito como el que está disfrutando la tercera entrega de la franquicia cinematográfica de Marvel dedicada al superhéroe inspirado en el Dios del Trueno de la mitología germánica. Thor: Ragnarok (ídem, 2017), película que hace bueno aquello de que más vale caer en gracia que ser gracioso, está en estos momentos en lo más alto del pódium de la, ejem, excelencia cinematográfica, y no son pocos quienes ya la consideran la mejor, ¡la mejor!, de las películas de los Marvel Studios. Opinión respetabilísima, por descontado, pero que a la vista de las “maravillas” que depara el film en cuestión me resulta imposible compartir.


Thor: Ragnarok se inscribe dentro de lo que podríamos llamar la línea “ligera” de los Marvel Studios, dentro de la cual podríamos englobar las dos entregas de Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014-2017, James Gunn) (1), Ant-Man (ídem, 2015, Peyton Reed) (2), Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016, Scott Derrickson) (3) y la reciente Spider-Man: Homecoming (ídem, 2017, Jon Watts) (4). Es decir, aventuras súper-heroicas situadas en la periferia del que, por ahora, sigue siendo el núcleo “fuerte” de las producciones cinematográficas de Marvel –el formado por las epopeyas, juntos o por separado, de Iron Man, el Capitán América y el resto de los Vengadores–, y caracterizadas por un sentido del humor por encima de lo habitual, si bien sin llegar a los extremos de Deadpool (ídem, 2016, Tim Miller) (5), el cual, recordemos, es un personaje de los cómics Marvel pero su película estaba producida por la Fox. No me parece casual, en este sentido, la elección del actor, guionista y realizador neozelandés Taika Waititi, artísticamente forjado en el terreno de la comedia, para ser puesto al frente de una nueva odisea del Dios del Trueno que, a diferencia de las firmadas por Branagh y Taylor, incide sobremanera en el humor.


El problema de Thor: Ragnarok no es que pretenda ser divertida. La dificultad estriba en que ni todo resulta tan gracioso como se pretende, y lo que es peor, no aporta absolutamente nada de especial al personaje de Marvel. A no ser, claro está, que veamos una “humanización” del mismo –ya apuntada, con algo más de destreza, en Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015, Joss Whedon) (6)– en someter a Thor (Chris Hemsworth) a toda una extensa serie de putadas aparentemente impropias de ser sufridas por alguien súper-poderoso como él. Nada más empezar el film, el Dios del Trueno aparece burlescamente encadenado, y girando lentamente sobre sí mismo, mientras se encara con el gigantesco Surtur (voz de Clancy Brown en la v.o.). El inesperado ataque de Hela (Cate Blanchett), una hechicera hermana de Thor y Loki (Tom Hiddleston) que se presenta violentamente en Asgard para reclamar el trono de Odín (Anthony Hopkins), hace que el protagonista dé con sus huesos en un planeta llamado Sakaar. Despojado de su mítico martillo Mjolnir, Thor se verá sometido a un continuo vapuleo que consistirá en cortarle su famosa cabellera –lo cual favorece el inevitable cameo de Stan Lee–, convertirle en gladiador y enfrentarle en la arena contra el mismísimo Hulk (Mark Ruffalo).


Thor: Ragnarok se mueve en una línea similar a la de un cineasta hoy olvidado pero que, en su momento, estaba considerado un número uno entre los críticos y los cinéfilos: el norteamericano afincado en el Reino Unido Richard Lester. En cierto sentido, el humor “desmitificador” de la película de Waititi no anda lejos de las payasadas que tanto le gustaba a Lester meter en sus films, tanto si venían a cuento como si no; pienso, sobre todo, en la popular Superman III (ídem, 1983), segunda incursión en el cine de superhéroes por parte de un realizador que aseguraba que nunca leía cómics ni le gustaban (sic). La burlesca presentación del personaje de la guerrera Valkiria (Tessa Thompson) –que, de tan borracha como anda, lo primero que hace al salir de su nave es… arrearse un (previsible) batacazo–, o el momento en que Thor se golpea en la cabeza con el rebote de un balón lanzado por él mismo contra el cristal de una ventana, son dos ejemplos elegidos al azar de un relato de aventuras fantásticas cuya estética futurístico-kitsch lo aproxima al terreno de la asimismo semi-paródica Flash Gordon (ídem, 1980, Mike Hodges), una película que resultaba ferozmente divertida porque no se daba cuenta de que lo era; justo lo contrario de lo que ocurre con Thor: Ragnarok, típico caso de film que, a fuerza de querer ser divertido a toda costa, no consigue sino hacerse cansino: sus 130 minutos acaban pesando.


Otro problema inherente a ese exceso de humor es que, cuando la trama intenta, por fin, ponerse “seria”, el torrente de comicidad que la envuelve anula la teórica carga dramático-emocionante del resto del relato. Ello se hace patente en todo lo relacionado con la implantación de la tiranía de Hela en Asgard –sorprende, desagradablemente, que hasta una gran actriz como Cate Blanchett esté aquí menos convincente que de costumbre: no se cree el papel… y probablemente con razón–, y con los esfuerzos en paralelo de Heimdall (Idris Elba), el guardián del puente de acceso a Asgard, con tal de salvar a la población de la ciudad a la espera del regreso del Dios del Trueno para volver a poner las cosas en su sitio. Lo afirmado hasta aquí no obsta para que, como casi siempre en el “cine marvelita”, no haya en Thor: Ragnarok detalles llamativos y escenas de acción de gran espectacularidad: del, por así llamarlo, “proceso de puteo” de Thor, sorprende que aquí no solo se le despoje de su martillo, destruido por Hela con pasmosa facilidad, o de su cabellera, sino que también pierda un ojo en su feroz pelea final contra su hermana la hechicera, y que acabe luciendo un parche que le aproxima física y espiritualmente a su padre Odín. Pero todo eso, aunque estimable, no son más que apuntes y detalles que proporcionan algo de brillo a un conjunto más bien desangelado y demasiado infantilizado: la emoción de la aventura, de la auténtica aventura, brilla, lamentablemente, por su ausencia.   

(6) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2015/05/superheroes-reciclados-vengadores-la.html

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