[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Con todas sus
irregularidades, que las tiene, el realizador norteamericano Walter Hill es un
cineasta más que interesante y, sin duda alguna, merecería mejor crédito del
que parece gozar en la actualidad; sobre todo, si se tiene en cuenta el elevado
nivel medio de calidad de una filmografía en la que, cierto es, hallamos
algunas mediocridades –El gran
despilfarro, Cruce de caminos, 48 horas más o, en particular, la
desdichada película de ciencia ficción Supernova
(El fin del universo), firmada con el seudónimo de Thomas Lee–, pero que a
cambio arroja un saldo más que positivo gracias a un puñado de títulos de
variado interés –Límite: 48 horas, Calles de fuego (1), Danko: Calor rojo, Johnny el Guapo, El tiempo de los intrusos, Gerónimo,
una leyenda, El último hombre, Una bala en la cabeza (2)–, cuando no, en el mejor de los
casos, realmente excelentes: El luchador,
Driver, The Warriors (Los amos de la noche) (3), Forajidos de leyenda,
La presa, Traición sin límites, Wild
Bill, Invicto o la westerniana miniserie de televisión Los protectores. The Assignment (2016), su más reciente largometraje para el cine
–es bien sabido que, en estos últimos años, Hill ha realizado algunos trabajos
esporádicos para la televisión: además de la mencionada Los protectores, las series Deadwood
y Goliath–, como digo, su último
trabajo para la “gran pantalla”, no ha conocido el “honor” (cada vez más y más
dudoso) de ser estrenado en cines en España, habiéndose editado en formato
doméstico con un título español de una estupidez extrema, Dulce venganza (sic), que, no obstante, utilizaremos para
referirnos a este film.
Muchas
cosas llaman la atención de esta singular película. Una de ellas, en particular,
reside en el hecho de que Hill recurra a una serie de imágenes en foto fija y
con iconografía de cómic, vagamente a lo Frank Miller, a modo de planos de
transición entre secuencias. Puede pensarse que ello se debe a que el film
quizá se base en un relato gráfico, pero ello no es así: Dulce venganza es un guion original de Hill coescrito con Denis
Hamill (independientemente de que el mismo luego haya conocido una adaptación
gráfica, Cuerpo y alma (Norma
Editorial), con guion de Matz y dibujos de Jef) (4). Salta a la memoria el dato del director’s cut de The
Warriors (Los amos de la noche), que también incluye transiciones
inter-secuenciales con formato de viñetas de cómic. Bajo ese punto de vista, tampoco
resulta descabellado ver en Dulce
venganza una especie de cómic en imágenes: la fotografía, firmada por James
Liston, hace gala de cierta estilización en materia de iluminación y colores
que hace pensar en ello. Pero también podemos interpretar estas referencias al
relato gráfico como una determinada pauta visual destinada a indicar cuál es el
tono que preside Dulce venganza, un
extraño relato policíaco en el borde mismo de la ciencia ficción que, además,
hace gala de una singular construcción narrativa.
La
trama gira alrededor del largo relato que la doctora Rachel Jane (Sigourney
Weaver, excelente), encerrada en una institución psiquiátrica, le desgrana al
médico psiquiatra encargado de evaluarla, el doctor Ralph Galen (Tony
Shalhoub). A través de dicha conversación, descubrimos que la Dra. Jane fue
hallada en su clínica secreta, gravemente herida de un disparo de bala en el pecho,
junto a los cadáveres de sus tres ayudantes, todos asesinados a tiros. Las
sospechas y los indicios probatorios recaen en la doctora, pero ella asegura
haber sido víctima de una encerrona por parte de alguien que, en el pasado, fue
su “paciente”: Frank Kitchen (Michelle Rodriguez), un asesino a sueldo que fue
contratado por uno de los contactos de la Dra. Jane, un mafioso que respondía
al apodo del Honesto John (Anthony LaPaglia), para que “despachara” a alguien.
Una vez cumplido el “encargo”, alguien ordenó el secuestro del propio Frank, en
principio con la finalidad de matarle, pero en realidad para convertirle en
objeto de una cirugía experimental de cambio de sexo de la Dra. Jane, en virtud
de la cual Frank fue operado y transformado, en contra de su voluntad… ¡en una mujer!
A
pesar de que una serie de puntuales flashbacks,
al hilo del relato de la Dra. Jane, nos ilustran visualmente las andanzas de
Frank, primero como hombre y luego como hombre con cuerpo de mujer, la ya
mencionada estilización de las mismas, unida a la asimismo citada utilización
de las viñetas de cómic como enlace de algunas secuencias, refuerzan una
sensación que se va apoderando de la trama a medida que avanza: que el relato
de la Dra. Janes no es sino el desvarío de una demente que intenta eludir la
prisión o el confinamiento en el psiquiátrico mediante un relato “fantástico”
en torno a un asesino a sueldo transexual al cual nadie ha visto y sobre el que
no existe registro policial alguno. La ambigüedad se apodera de la narración,
no tanto por los inesperados giros que ponen seriamente en duda su
verosimilitud, como por la manera sugerente como el veterano Walter Hill los
muestra. En un momento dado, Frank se graba a sí mismo con una videocámara, a
modo de diario personal, introduciendo una subjetividad en lo narrado que
parece concordar con la aparente “locura” de la historia que la Dra. Jane le
está contando al Dr. Galen. Una de las escenas de los interrogatorios de este
último a la doctora es empezada por Hill con un “falso” plano general de ambos
personajes, sentados cara a cara en la mesa donde suelen conversar, y que, en
virtud de un rápido barrido lateral de la cámara, descubrimos que no es sino un
reflejo en una superficie reflectante de ese mismo interrogatorio, sugiriendo
de este modo que las apariencias engañan: que lo que parece real puede ser
falso, y lo falso, real.
Hay
momentos en los que la ambigüedad narrativa desplegada por Hill se superpone a
la ambigüedad sexual sobre la cual se mueve el propio relato. En este sentido,
el realizador juega de manera aviesa con la imagen cinematográfica que
transmiten sus actrices protagonistas, en un juego ficción/ realidad que no
hace sino enriquecer, y al mismo tiempo “enturbiar”, el trasfondo de lo
narrado. Ver a Michelle Rodriguez con barba y pelo en el pecho al principio de
la trama, y poco después, seduciendo y haciéndole el amor “como un hombre” a la
enfermera que interpreta Caitlin Gerard (la cual, por si fuera poco, responde
al ambiguo nombre de pila de Johnnie), tiene mucho de perverso, sobre todo si
se tiene en cuenta la (reconocida) bisexualidad real y la apariencia un tanto
hombruna de Rodriguez. Otro tanto ocurre con Sigourney Weaver, cuya Dra. Jane
se comporta con una dureza, digamos, “masculina”, y, en uno de los momentos
culminantes de la trama –su declaración ante los fiscales–, se presenta vestida
con una indumentaria típicamente “de hombre”, esto es, con traje, camisa y
corbata.
Los
detalles son muy francos y directos, de una visceralidad y energía pocas veces
vista en una película de estos últimos años. La escena en la que Frank ve por
primera vez su cuerpo femenino debajo de los vendajes guarda ecos de un famoso
momento de Dr. Jekyll y su hermana Hyde
(Dr. Jekyll & Sister Hyde, 1971, Roy Ward Baker). Frank huye del hotel
donde le ha encerrado la Dra. Jane y corre descalzo(a), con los zapatos de
tacón en la mano, no tanto por la prisa como porque… no sabe andar con tacones.
Más adelante, cada vez que se prepara para salir, Frank oculta meticulosamente
sus senos femeninos bajo ceñidas tiras de esparadrapo negro. Antes de la pelea
final contra la Dra. Jane y sus pistoleros, Frank se maquillará “de mujer”, con
un pintalabios exagerado y una peluca rubia que, paradójicamente, le hacen parecer
más “masculina” de lo que en realidad pretendía, palpable demostración del
hombre que en realidad se oculta bajo su fachada femenina.
Incluso
lo que a simple vista parece un defecto de guion, el hecho de que Johnnie se
reencuentre con Frank, acepte sin ningún problema el cambio de sexo de su
amante y abrace a continuación los placeres de Safo, adquiere todo su sentido
cuando el (la) protagonista descubre que, en realidad, Johnnie ha sido siempre
una espía de la Dra. Jane que se dedica a informar a esta de los progresos de
su “monstruo de Frankenstein”. Un “monstruo” que acabará vengándose de su
carnicera de una manera no menos sádica y cruel: en la escena final,
descubrimos que Frank le cortó a la Dra. Jane casi todos los dedos de sus
manos, excepto los pulgares, para que nunca más vuelva a perpetrar otra
carnicería en ningún otro ser humano (lo cual explica que, a lo largo del film,
Hill ponga siempre mucho cuidado en no mostrar las manos de la doctora, la cual
o bien las tiene escondidas bajo la camisa de fuerza que debe llevar en sus
charlas con el Dr. Galen, o bien ocultas dentro de las largas mangas de su
jersey). A pesar de alguna que otra imperfección, más que nada de guion –cf.
está cogido por los pelos que los secuaces de la Dra. Jane no tomen la
precaución de cachear a Frank y, así, no descubran la pistola que lleva
escondida pegada al muslo–, Dulce
venganza me parece la mejor película para el cine que nos ha proporcionado
Walter Hill desde Invicto.
A mí también me ha recordado a Frank Miller esta última película de Walter Hill... en mi caso, más que por la forma visual -aunque la fotografía apagada pueda recordar a la adaptación de Robert Rodríguez de "Sin City", también en "casi B/N"- por la fórmula. Igual que Miller en "Sin City" Hill emplea una variante de cine negro, casi "pulp", para conducir una trama pasadísima de rosca. Y también me pareció ver en la forma de rodar y montar de Hill -parecida a la de "Una bala en la cabeza"- una variante más depurada de sus thrillers más convencionales, igual que el estilo de Miller podría serlo de otros cómics de la misma temática.
ResponderEliminarNo me dí cuenta, eso sí, de lo que comentas sobre la falsedad del testimonio del personaje de Sigourney Weaver, aunque es verdad que hoy día casi cualquier película narrada por uno de sus propios personajes se presta a ello. Lo mismo me pasó con un caso todavía más claro, el de "La vida de Pi", dónde también Ang Lee da bastantes pistas al respecto que no cacé hasta después de un par de visionados.