Al contrario que en el musical homónimo
de Frederick Loewe y Alan Jay Lerner estrenado en 1960, la versión
cinematográfica de Camelot (ídem,
1967, Joshua Logan) no está narrada sobre la base de un largo flashback, en el cual el rey Arturo (a
cargo de Richard Harris en el film) rememora su vida en la corte de Camelot
antes de librar la batalla definitiva contra el ejército de Mordred (David
Hemmings), ya que la trama de la película sigue un orden lineal. La primera secuencia transcurre en
un bosque nevado en las inmediaciones de Camelot, por donde pasea un solitario
Arturo, vestido con ropajes nada ostentosos, y allí mismo se produce su primer
encuentro con Guenevere (Vanessa Redgrave), que acaba de llegar al lugar junto
a su séquito para unirse a Arturo en un matrimonio concertado. La evidente
falsedad del decorado de ese bosque hecho en estudio y espolvoreado con nieve
artificial proporciona, de entrada, la atmósfera como de cuento de hadas que va
a predominar a lo largo del relato, a la cual cabe añadir el tono de comedia de
enredo que domina esta secuencia, construida alrededor de una clásica situación
equívoca: Guenevere abandona subrepticiamente el séquito que la escolta, para
meditar (cantando la canción The Simple
Joys of Maidenhood) en torno a su enlace matrimonial con ese rey al que
todavía no conoce y al que, por eso mismo, teme; se tropieza con Arturo, quien
en vez de identificarse como el monarca, le dice que se llama “Verruga” (sic),
y le glosa las maravillas del reino de Camelot (interpretando a su vez la
canción homónima), descubriéndose al final de la secuencia, y tras arrojar
bolas de nieve a los soldados que intentan apresarles, la condición regia del
personaje. Ni que decir tiene que el Camelot
de Joshua Logan está más cerca del tono naíf
de Los caballeros del rey Arturo (Knights of the Round Table, 1953,
Richard Thorpe) que de la sobriedad del Lancelot
du Lac (ídem, 1974) del francés Robert Bresson o de la atmósfera sombría y
crepuscular del Excalibur (ídem,
1981) del británico John Boorman. Pero tampoco lo pretende.
En este sentido, Camelot es una honesta muestra de los métodos más clásicos y
habituales a la hora de adaptar al cine un musical concebido inicialmente para
el teatro. Se percibe el esfuerzo de Logan con tal de conseguir –al igual que
ya hiciera en dos de sus mejores trabajos no-musicales, Picnic (ídem, 1955) y Bus
Stop (ídem, 1956)– que la
película sea lo más cinematográfica posible, sin por ello renunciar al empleo
deliberado de determinados recursos teatrales; véase, por ejemplo, cómo
resuelve frontalmente el monólogo en
el cual el rey Arturo (magnífico Richard Harris, en una de sus mejores
interpretaciones), tras haber descubierto el amor adúltero de Guenevere y
Lancelot (Franco Nero), rechaza la tentadora idea de vengarse de ellos y acepta
con resignación el triste papel que el destino le ha reservado a causa del amor
que siente, a pesar de todo, hacia la esposa infiel y el amigo que ha traicionado
su confianza. Salvo esta excepción, y la de alguna que otra secuencia musical
que está rodada respetando la perspectiva teatral de la “cuarta pared” –por
ejemplo, los números musicales The Simple
Joys of Maidenhood y What Do the
Simple Folk Do?, el ya mencionado momento en que Arturo canta Camelot al principio y al final del
film, o su canción-monólogo How To Handle
a Woman–, la mayoría de canciones y/ o números coreográficos están filmados
en exteriores, o tienen un dinamismo adicional con respecto al original
escénico en virtud de numerosos cortes de montaje destinados a darles agilidad.
Es el caso de C’est Moi, que ilustra la decisión de Lancelot de incorporarse a la
orden de caballeros convocada por Arturo y su viaje desde Francia a Camelot;
del campestre número musical The Lusty
Month of May, interpretado por Guenevere, sus doncellas y amigos; de Then You May Take Me To the Fair, escena
en la que Guevenere solicita a los caballeros Sir Lionel (Gary Marshal), Sir
Sagramore (Peter Bromilov) y Sir Dinadan (Anthony Rogers) que reten en duelo a
Lancelot a cambio de conseguir el privilegio de acompañar a la reina a visitar
la feria; y de la bellísima If Ever I
Would Leave You, cantada por Lancelot a Guenevere: tres secuencias
bucólicas en las cuales se percibe, a nivel estético, la notable influencia del
movimiento hippie en el momento de la realización de la película; o el
espectacular tema coral Guenevere,
que suena de fondo durante el juicio que condena a la esposa de Arturo a morir
en la hoguera, acusada de alta traición al rey, y durante el temerario rescate
de la misma in extremis llevado a
cabo por Lancelot y sus hombres (dicho sea de paso, ¡cuánta emoción transmite
Lionel Jeffries, en el papel del rey Pellinore, en esta última escena!). No deja
de resultar paradójico, empero, que probablemente el mejor y más intenso
momento del film sea precisamente una escena no musical y muy melodramática:
cuando Lancelot, que ha matado accidentalmente a Sir Lionel durante el torneo,
abraza el cadáver del caballero y, con lágrimas en los ojos, le suplica que
viva, consiguiendo gracias a su pureza de corazón la milagrosa recuperación de
Sir Lionel; la escena tiene fuerza porque está tratada con admirable sobriedad,
e incluso un actor tan limitado como Franco Nero está aquí convincente.
Vanessa Redgrave, Richard Harris, el realizador Joshua Logan y el director de fotografía Richard H. Kline, en un momento del rodaje.
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