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jueves, 23 de julio de 2015

La despersonalización de James Bond: “007: QUANTUM OF SOLACE”, de MARC FORSTER



[NOTA: Originalmente publicado el 26 de noviembre de 2008 en la primera versión de mi blog en Blogspot.es.] Lo he dicho (y escrito) en más de una ocasión, pero vuelvo a repetirlo: no soy un incondicional de la serie de películas dedicadas al agente secreto inglés con licencia para matar James Bond 007, pero tampoco de los que arrugan la nariz ante ellas. Las considero, en sus líneas generales, producciones por encima de la media dentro del macro-género del así llamado “cine de acción”; y a nivel más específico, hay una por cada actor que ha interpretado al personaje creado por Ian Fleming —Sean Connery, en James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, 1964, Guy Hamilton); George Lazenby, en 007 al servicio secreto de Su Majestad (On Her Majesty’s Secret Service, 1969, Peter Hunt); Roger Moore, en La espía que me amó (The Spy who Loved Me, 1977, Lewis Gilbert); Timothy Dalton, en 007: Licencia para matar (License to Kill, 1989, John Glen); Pierce Brosnan, en Muere otro día (Die Another Day, 2002, Lee Tamahori); Daniel Craig, en 007: Casino Royale (Casino Royale, 2006, Martin Campbell)— que me parece muy digna de estima.


Esta introducción me ha parecido necesaria dado que, a continuación, diré que la nueva entrega de la serie, 007: Quantum of Solace (Quantum of Solace, 2008), me parece el inicio de la despersonalización del personaje (además de una producción cinematográfica, en sí misma considerada, harto discutible). Comprendo que puede parecer un purismo por mi parte, como si fuese un admirador ciego e irreductible de lo que ha sido la saga 007 en el cine; por eso he querido dejar claro desde el principio que, primero, no soy un fan (tampoco un detractor); y, segundo, que tampoco me considero un inmovilista. Precisamente una de las cosas que más me gustaron de la anterior entrega de la serie fue la inteligente renovación de contenidos llevada a cabo por sus responsables a raíz de la incorporación a la serie de un nuevo y excelente actor, Daniel Craig. 007: Casino Royale era a la vez tradicional e innovadora; conservaba todos los principales atributos de la saga Bond, y al mismo tiempo sabía poner al día al personaje mediante un incremento de la violencia y una caracterización más dura y sombría del protagonista, a lo cual ayudaba, y no poco, tanto aquí como en 007: Quantum of Solace, la interpretación de Craig.


007: Casino Royale, una de las mejores películas de la serie (en más de un sentido, la mejor), era un modelo a seguir. Sin embargo, en 007: Quantum of Solace, la cosa va por otros derroteros. En vez de potenciar o intentar establecer variantes de las inteligentes innovaciones introducidas por el film de Martin Campbell, la nueva película, inesperadamente firmada por un realizador con cierta pátina “autoral” como es Marc Forster, se ha limitado a potenciar la “modernización” del personaje en detrimento de la tradición instaurada por las más de veinte películas que la preceden, incluyendo aquí hasta el famoso “Bond pirata” que fue Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, 1983, Irvin Kershner). Y eso me parece un grave error, habida cuenta que el resultado final hace gala de una llamativa, ergo lamentable, ausencia de personalidad. Dicho de otro modo, en 007: Casino Royale la modernización del personaje conservaba los atributos que lo diferencian de otros héroes del panorama del cine de acción; en cambio, en 007: Quantum of Solace, la tradición de la saga está tan en segundo término, en beneficio de la consolidación del personaje de Bond como, aseguran, “un héroe del siglo XXI”, que por el camino ha perdido casi todo su sabor. Si el protagonista del film de Marc Forster se llamase, por ejemplo, “el agente secreto Smith”, lo que explica el argumento no cambiaría básicamente en nada. Insisto: no es una cuestión de conservadurismo o inmovilismo, sino de estilo y coherencia.  


Una cuestión que puede ser polémica —y aquí mi amigo de Los Ángeles Josep Parera, que ya me lo había advertido hace unos días, se va a reír— es la adopción que en 007: Quantum of Solace se lleva a cabo del estilo de secuencias de acción puesto de moda, exitosamente, por las tres películas dedicadas al agente secreto norteamericano Jason Bourne, protagonizadas por Matt Damon y basadas en sendas novelas del malogrado Robert Ludlum: El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002, Doug Liman), El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007), estas dos últimas firmadas por el británico Paul Greengrass, principal responsable del estilo al que me refiero, caracterizado por una estética “sucia”, casi documental, con abundante cámara en mano, planificación muy corta y montaje muy rápido. Cierto: ya he dicho en alguna ocasión que esta manera de resolver las secuencias de acción no me gusta porque me parece confusa, atropellada y más bien aburrida, por ininteligible (con independencia de que haya realizadores que también lo hagan de esta manera, y además muy bien, como es el caso de Michael Mann o el Christopher Nolan de El caballero oscuro / The Dark Knight, 2008). Pero la cuestión no es esa: la cuestión es porqué ahora las películas de James Bond tienen que parecerse a las de Jason Bourne, cuando pienso que el “estilo Bourne” ya está bien para las películas de Bourne; que Bond tenía (tiene) su propio estilo, y no necesita adoptar otros, al igual, pongamos por caso, que los films de Indiana Jones, los de la serie Jungla de cristal o incluso los de Arma letal tienen su propio estilo. A cada cual lo suyo. Que “una película Bond” parezca ahora “una película Bourne” es tan ridículo como si la cuarta aventura cinematográfica de Bourne, que ya está en preparación, pareciese “un Indiana Jones”. Debe ser una ingenuidad por mi parte, pero creo que lo bonito es la variedad de estilos, y no que todos tiendan a unificarse en uno.  


Dejando aparte la “cuestión Bourne”, creo que, por otro lado, 007: Quantum of Solace no termina de funcionar en sí misma considerada. De entrada, la trama es una de las menos elaboradas e interesantes de las últimas aventuras para el cine del agente secreto con licencia para matar, además de un mero refrito de situaciones planteadas en anteriores títulos de la serie. Que Bond actúe motivado por la venganza ya estaba planteado, y mejor explicado, en 007: Licencia para matar; hasta el guiño directo a James Bond contra Goldfinger, el cadáver de la pobre agente Fields (Gemma Arterton) ahogada en petróleo, que hace referencia a la famosa imagen de la chica asesinada por asfixia cutánea cubriendo su cuerpo desnudo con pintura de oro, tiene aquí tan poca gracia que casi podrían habérselo ahorrado. Dominic Greene, el villano de la función, carece de relieve, e incluso un buen actor como su intérprete, Mathieu Amalric, está aquí francamente mal: Amalric no se cree el papel, engrosando así la nada ilustre relación de los peores villanos de la saga, encabezada por el nefasto Christopher Walken de Panorama para matar (A View To a Kill, 1985, John Glen) o el ridículo Jonathan Pryce de El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, 1997, Roger Spottiswoode). Hasta las “chicas Bond”, la vengativa Camille (Olga Kurylenko) y la ya mencionada agente Fields, son aquí más prescindibles que nunca: sin ellas, la trama quedaría exactamente igual (por otro lado, es bastante absurdo que los jefes de 007 le envíen, para convencerle de que regrese a su cuartel general, a una agente tan inexperta y de la cual, se dice, “trabajaba en los archivos”, como Fields, lo cual además choca de frente con el pretendido afán de “realismo” que sus responsables pretenden inyectar a este nuevo Bond; dicho sea de paso, también me pregunto qué necesidad hay de que un personaje tan fantástico como el del agente 007 sea “realista”: por qué se considera que la mejoría de la serie, como si esta estuviese enferma, aquejada de un “exceso de fantasía”, pasa por su curación mediante la inyección de una sobredosis de “realismo”: por qué se cree a pies juntillas que, en cine, cualquier cosa es mejor si es, o parece, “realista”: por qué el sello “realista” siempre equivale en cualquier película a “bueno”, “mejor” o “de calidad”).  


Buena prueba de que la trama del film no da para mucho reside en un par de datos. El primero, que 007: Quantum of Solace es la película más corta del agente 007 en años, 108 minutos créditos incluidos, dando la sensación de que en el suelo de la sala de montaje pueden haberse quedado bastantes metros de celuloide; no por casualidad, es la más corta desde la que, a mi entender, era la peor película Bond de estos últimos años, la ya mencionada El mañana nunca muere, que duraba 119 minutos; y, aún así, a ratos 007: Quantum of Solace se hace larga, mucho más que 007: Casino Royale… con sus 144 estupendos minutos. En segundo lugar, esa reducción de metraje redunda en beneficio de las secuencias de acción, cierto, pero aún así creo que hay demasiadas: nada más empezar, el film arranca con una persecución automovilística que empieza casi por su apogeo, sin prolegómenos; pero con ello se tiene la sensación, aquí más que nunca, de que los momentos, digamos, “de reposo” son meros paréntesis entre secuencias de acción, y que lo que se nos explica entre “acción” y “acción” carece del menor interés. Aquí es donde, creo, se nota, o mejor dicho, no se nota la mano del director, un despistado Marc Forster que ha acabado siendo una mala elección. Autor de películas de pequeño formato –algunas tan interesantes como Monster’s Ball (ídem, 2001), Descubriendo Nunca Jamás (Finding Neverland, 2004) o Tránsito (Stay, 2005)—, sospecho que Forster se ha visto desbordado por la gigantesca producción que requiere cada film del agente 007, y eso se nota en el resultado final, que parece depender más que nunca de las segundas y terceras unidades. Hay momentos en que se tiene la impresión de que el realizador titular del producto no se aclara con el mismo: por ejemplo, durante la conversación en el puerto del villano Greene con su secuaz boliviano, el general Medrano (Joaquín Cosio), Forster inserta un gratuito plano con la cámara colocada detrás de un enrejado, cuya única finalidad parece ser la de “animar” su aburrida planificación; o el no menos gratuito plano general en semipicado que inserta en la charla en la terraza de Bond con su colega Mathis (Giancarlo Giannini), una imagen puramente decorativa; o la sensación de que no acaba de sacar todo el partido posible a secuencias teóricamente atractivas, pero mecánicamente resueltas: es el caso del momento de suspense en el teatro de la ópera, una bonita idea que Forster resuelve echando mano de un pesado montaje en paralelo; o la pelea final en el futurista hotel situado en medio del desierto boliviano, un formidable decorado del cual tampoco extrae el menor provecho. Por no hablar del recurso a tópicos visuales tan manidos, como los consabidos insertos del público que mira un espectáculo ecuestre tradicional en Siena mientras, en paralelo, Bond persigue a un asesino por calles y tejados.


No es de extrañar, en este sentido, que lo que al final acaba funcionando mejor de 007: Quantum of Solace sean, precisamente, sus pocas escenas de “pequeño formato”. Señalo la escena de la pelea en la habitación de un hotel haitiano de Bond contra un sicario con cuchillo, esta sí muy bien planificada y montada, y con un final magnífico: 007 apuñala al sicario en el cuello y lo sujeta por el brazo, esperando fría y pacientemente a que se muera para soltarlo: la escena vale lo que la mirada y gestualidad de Daniel Craig, quien sí tiene claro a su personaje. En particular, el momento de la muerte de Mathis en brazos de Bond y cómo a continuación este último se deshace del cadáver… arrojándolo a un contenedor de basura; “¿Así tratas a tus amigos?”, apostilla Camille, presente en la escena; “No le habría importado”, replica Bond: una buena manera de dibujar el duro estilo de vida del protagonista y de los demás personajes de su entorno profesional. Pero, a pesar de todo esto, el film sabe a poco, y más teniendo en cuenta la excelente impresión dejada por 007: Casino Royale; impresión que, sospecho, habrá sido determinante para mucha gente a la hora de acudir en masa a ver esta nueva entrega.


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