[NOTA: Originalmente publicado el 14 de febrero de 2009 en la primera versión
de mi blog en Blogspot.es.]
Calles de fuego (Streets of Fire, 1984), de Walter Hill.- Hace poco he revisado en DVD esta
película de Walter Hill que, sin estar entre lo mejor de su director, me ha
parecido mucho más curiosa de como la recordaba (téngase en cuenta que la
primera y creo que hasta ahora única vez que la vi fue en el momento de su
estreno en cines). A pesar de que su argumento roza la más completa nadería —el
rescate de una estrella del rock, Ellen Aim (Diane Lane), secuestrada por una
banda de motoristas liderada por Raven Shaddock (Willem Dafoe), que deben
llevar a cabo el duro exnovio de la cantante, Tom Cody (Michael Paré), la
actual pareja y mánager de la chica, Billy Fish (Rick Moranis) y una no menos
dura exmujer soldado que responde a la nada femenina denominación de McCoy (Amy
Madigan)—, y de contar con un protagonista insoportable —el citado Paré, cuya
carrera no tardó en derivar hacia producciones de segunda fila—, el conjunto
resulta simpático, de puro delirante. Anunciada ya desde sus mismos créditos
como “una fábula de rock & roll”
(sic), la acción de Calles de fuego
transcurre en una ciudad imaginaria (una Nueva York recreada en estudio) y en
una época inconcreta entre los años 50 y la actualidad, lo cual explica la
notable estilización visual del producto. Con abundancia de secuencias
nocturnas que transcurren en calles solitarias de aceras mojadas sobre las
cuales destellan luces de neón de variados colores, Calles de fuego retoma, por un lado, la estructura narrativa de una
de las más famosas películas de Hill, The
Warriors (Los amos de la noche) (The Warriors, 1979), en lo que concierne a
la huida nocturna de los héroes tras el rescate de la cantante; por otro, está
considerada —no sin razón— una de las primeras producciones cinematográficas de
Hollywood que experimentó con el lenguaje del videoclip, algo que se hace
patente en las escenas de las actuaciones musicales de Ellen Aim a ritmo de Jim
Steinman. El resultado, insisto, no está completamente conseguido, en gran
medida por culpa de la pobreza de personajes y situaciones, y comprendo que
pueda disgustar o decepcionar, pero aún así hace gala de un vigor y una
personalidad que se echan en falta en el Hollywood de hoy en día.
El desafío: Frost contra Nixon (Frost/Nixon, 2008), de Ron Howard.- También me ha decepcionado un poco el último trabajo
del firmante de Una mente maravillosa
(A Beautiful Mind, 2001), quizá porque las primeras impresiones auguraban que
nos hallábamos ante la mejor película de su realizador, el cual a pesar de la
tónica generalmente discreta, cuando no mediocre, de su filmografía tiene para mi gusto un par de títulos dignos de
estima: el interesante western Desapariciones (The Missing, 2003),
injustamente menospreciado por el mero hecho de venir firmado por Howard, y la
correcta aunque excesivamente convencional Cinderella
Man (ídem, 2005), respecto a la cual me remito al comentario que he escrito
para el portal Cine Archivo. El desafío:
Frost contra Nixon es un film no menos digno que los mencionados y que se
sitúa rápida y un tanto fácilmente entre lo más interesante de Howard, por más
que para mi gusto la película no termine de colmar todas las posibilidades del
texto del que parte, una obra de teatro original de Peter Morgan adaptada al
cine por su mismo autor. Al contrario que La
duda, que comento en otro lugar de este blog, El desafío: Frost contra Nixon busca rehuir su origen teatral y
lucha con tal de erigirse en un film con autonomía cinematográfica propia.
Ello, en teoría respetable, da pie en la práctica a una película a la cual se
le nota demasiado este esfuerzo antiteatral, sobre todo por mediación de una
serie de (falsos) insertos documentales en los cuales asistimos a las
declaraciones, en tiempo supuestamente actual, de diversos personajes que
estuvieron relacionados en la entrevista televisiva real que el periodista
británico David Frost (Michael Sheen) logró concertar con el expresidente de
los Estados Unidos Richard Nixon (Frank Langella) en 1976, tan solo dos años
después de que el mandatario se viera obligado a dimitir de su cargo para
eludir un proceso judicial por su implicación en el famoso caso Watergate. Por
otro lado, esa inserción de declaraciones de diversos personajes —como el
asesor de Nixon Jack Brennan (Kevin Bacon) y los tres colaboradores de Frost,
James Reston (Sam Rockwell), John Birt (Angus Macfadyen) y Bob Zelnick (Oliver
Platt)— está resuelta, asimismo, convencionalmente, dando a entender una vez
que Howard es de esos cineastas que, cada vez que se acercan a un género
codificado, lo hacen aplicando las reglas del manual y sin molestarse en
intentar hacer con ellas algo diferente:
El desafío: Frost contra Nixon es una
aproximación por parte de Ron Howard tan formularia e impersonal al, digamos, “thriller político” como Willow (ídem, 1988) lo fue a la fantasía
heroica, Llamaradas (Backdraft, 1991)
al cine de catástrofes, Un horizonte muy
lejano (Far and Away, 1992) al western,
Rescate (Ransom, 1996) al thriller policíaco o Cinderella Man al “melodrama
pugilístico”: actos de pleitesía a las convenciones de cada uno de esos
géneros. El resultado, a pesar de todo, no es desagradable y tiene buenos
momentos, en gran medida gracias a sus magníficos actores.
Slumdog Millionaire. ¿Quién quiere
ser millonario? (Slumdog Millionaire, 2008), de
Danny Boyle.- Hay
veces que, ante películas como esta, precedidas de tanta fama, tantos premios y
tantos, tantísimos elogios, no tengo más remedio que cuestionarme seriamente mi
salud mental, dado que este último film de Danny Boyle me ha parecido un
engendro de campeonato. Este realizador de Manchester nunca ha sido santo de mi
devoción; con las excepciones, relativas, de su ópera prima, Tumba abierta (Shallow Grave, 1995), de
su divertidísimo telefilm Strumpet
(2001) y de la hasta cierto punto simpática Millones
(Millions, 2004, otra de niños y dinero…), nada de lo que le he visto me ha
impresionado particularmente —28 días
después (28 Days Later…, 2002), Sunshine
(ídem, 2007)—, cuando no me ha aburrido profundamente —Trainspotting (ídem, 1996), Una
historia diferente (A Life Less Ordinary, 1997), La playa (The Beach, 2000)—… Slumdog
Millionaire me parece, y lo digo sinceramente, una “película de temporada”,
que puede producir (y, por lo visto, está produciendo) un gran impacto en el
momento en que se ve, pero que se olvida con facilidad. Una fotografía
llamativa que no es más que puro fuego de artificio, un esteticismo vulgar, y
un montaje corto, cortísimo, que va dando pinceladas de aquí y de allá pero que
impide que nada, absolutamente nada, quede prendido en el ánimo del espectador,
son los rasgos más destacados de un relato que, a falta de conocer la novela de
Vikas Swarup en la que se inspira, hace gala además de un guión simplón y sin
matices, particularmente ridículo en sus tramos finales (los cuales, en atención
a quienes todavía no hayan visto el film, me abstendré de comentar). Lo peor,
lo más irritante del mismo, es que a ratos parece que realmente pretende ser
una película, digamos, “seria”, cuando en la práctica todo lo que muestra es o
bien efectista, o bien simplemente decorativo: hasta las montañas de basura
donde los famélicos niños de Mumbai buscan algo que comer resultan “bonitas”,
lo cual no puede ser más vergonzoso. En mi opinión, un film muy, muy mediocre.
No puedo con casi todo el cine de Ron Howard, aunque comparto el aprecio que siente TFV por el western "The Missing". Además, sugiero a los detractores de este director que vean "Rush", que para mí es su mejor película, aunque siendo malévolos podríamos darle parte del mérito a Paul Greengrass, porque según parece éste y Howard se intercambiaron los proyectos de "Rush" y "Capitán Philips" estando ambos ya bastante avanzados.
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