La
sexualidad está presente en buena parte de la trama y el entramado visual de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979),
esta magnífica película de Ridley Scott que, sin duda, forma junto con Blade Runner (ídem, 1982) su mayor
contribución al género fantástico y, en general, al cine. Sexualidad que, como
es obvio para cualquiera que haya visto este clásico, no se encuentra ni mucho
menos de manera explícita, sino que se presenta bajo la forma de sugerencias, muchas
de ellas muy soterradas.
Alien, el octavo pasajero
es justamente famosa, entre otras razones –y al igual que Blade Runner–, por su magnífico diseño de producción, dentro del
cual destaca sobremanera la contribución del extraordinario y personalísimo
artista suizo Hans Rudolf Giger. Es bien sabido que Giger creó para el film de
Scott a la famosísima criatura extraterrestre que, desde entonces, es
popularmente conocida como el Alien. También diseñó el alien parásito, o
“facehugger” (agarracaras), y la no menos célebre nave alienígena, así como los
restos fosilizados del gigantesco extraterrestre (el “Space Jockey”) que se
encuentran dentro de la misma. Se ha mencionado en infinidad de ocasiones que
el estilo visual de los dibujos y diseños de Giger es calificado como biomecánico: una especie de conjunción o
síntesis entre elementos biológicos y mecánicos, entre carne y metal. Desde
este punto de vista, Alien, el octavo
pasajero también puede interpretarse como un relato biomecánico, o, dicho de otro modo, como una trama que
ofrece un soterrado discurso sobre los vínculos entre lo orgánico y lo artificial,
pasado por el tamiz de la sexualidad.
El
arranque de Alien, el octavo pasajero
es sobradamente conocido: tras una serie de planos generales del espacio y de
la nave sideral Nostromo, acompañados de unos rótulos que nos informan sobre la
tripulación y el propósito de su viaje, la cámara recorre, en lentos travellings, el solitario interior de la
misma. De repente, la languidez que proporciona a esas imágenes la lentitud del
movimiento de la cámara se interrumpe un tanto bruscamente: en planos fijos,
vemos cómo un monitor de la sala de control de la nave se enciende, tras
recibir lo que luego sabremos es la misteriosa señal procedente de un lejano planetoide.
A renglón seguido, la cámara vuelve a desplazarse en lentos travellings, hasta llegar a la estancia
donde los siete tripulantes de la Nostromo –Dallas (Tom Skerritt), Ripley
(Sigourney Weaver), Lambert (Veronica Cartwright), Brett (Harry Dean Stanton),
Kane (John Hurt), Ash (Ian Holm) y Parker (Yaphet Kotto)– duermen bajo los
efectos de algo parecido a la criogenización. Una serie de nuevos planos fijos,
pero que en esta ocasión se suceden uno tras otro mediante encadenado, lo cual
proporciona otra sensación de languidez a la secuencia, nos muestran cómo se
levantan automáticamente y al unísono las tapas de cristal de los siete lechos,
y uno de dichos cosmonautas –Kane–, lentamente, se despierta y, todavía
adormecido, se levanta.
La
tripulación de la Nostromo tiene que desviarse de su ruta y dirigirse hacia ese
planetoide misterioso, origen de la señal desconocida a la que están obligados
a responder porque puede tratarse de alguien pidiendo socorro. Una vez allí, Dallas,
Lambert y Kane explorarán la fría y tormentosa superficie del planetoide, y
descubrirán la nave extraterrestre con forma como de hueso gigante diseñada por
Giger. Ya hemos mencionado el carácter biomecánico de esos diseños: las
entradas a la nave alienígena tienen un inequívoco parecido con unas vaginas;
sus pasadizos se diría formados una sucesión de costillas y columnas
vertebrales ordenadas arquitectónicamente (la propia nave, vista desde el
exterior, parece también una especie de hueso curvado o costilla); en la sala
central de la misma se alza, imponente, el esqueleto gigante de un
extraterrestre al que la fosilización parece haber fusionado con su nave; y,
debajo de esa sala, hay un enorme almacén donde aguardan cientos de enormes huevos,
asimismo, biomecánicos. De uno de ellos brotará el horrible “facehugger” que
hará presa, precisamente, de Kane, el primero de los cosmonautas a quien hemos
visto salir del hipersueño.
No
me parece casual la rima visual y el contraste entre los travellings por el interior del Nostromo del principio de la
película y los planos preferentemente fijos, o con algún movimiento de cámara
meramente funcional siguiendo las evoluciones de los personajes dentro del
cuadro, con los cuales Ridley Scott narra las peripecias de los cosmonautas en
la nave extraterrestre. Los primeros son, por su languidez, como una especie de
llamada a la sensualidad; una sensualidad, no lo olvidemos, que se ha visto
interrumpida por la llegada –recogida en planos fijos– de una señal que parece
de socorro (en realidad, como luego comprobará Ripley, “una advertencia”); languidez que, tras ese paréntesis (esa
advertencia), luego es retomada en la secuencia en el dormitorio de los
cosmonautas, arrancados de su sueño para enfrentarlos a una aterradora
“realidad fantástica”, siendo como hemos visto el primero en levantarse de su
lecho –el primero en responder a esa llamada– la primera víctima del
“facehugger” y del recién nacido Alien: Kane. A mayor ahondamiento, ¿acaso no
hay cierto parecido entre la manera como se han abierto las camas de los cosmonautas
y la forma como lo hace el huevo que alberga al “facehugger”? El “facehugger” violará a Kane, arrojándose ávidamente
sobre él y penetrándolo con su fálico tentáculo hasta el interior de sus
entrañas; y el Alien “nacerá” empleando una terrorífica técnica, rompiendo el
pecho de su incubadora humana, en lo que puede verse una antítesis no ya del
parto humano –se produce abriendo un orificio allí donde no lo hay– como de la copulación:
un “falo” con dientes que, en vez de penetrar un cuerpo ajeno, brota de su
interior, y que no provoca placer, sino dolor y muerte.
El
protagonismo del personaje de Ripley, unido al hecho de que el mismo se
erigiera en la heroína indiscutible de las secuelas que conoció este film, ha
hecho olvidar o, al menos, dejar en un segundo término que en la tripulación de
la Nostromo hay otra mujer: Lambert. Resulta interesante una declaración de la
actriz que la interpreta, Veronica Cartwright, afirmando que en un primer
momento quiso rechazar el papel porque, cuando se presentó al casting, estaba convencida de que la
habían llamado para hacer de Ripley, y el papel de Lambert le parecía, en
comparación, poco substancioso. Sin embargo, acabó aceptándolo cuando la
convencieron de que Lambert iba a ser una expresión de los miedos del
espectador, un reflejo de lo que la audiencia sentiría. Efectivamente, en la
escena en la que, tras el aterrizaje forzoso en el planetoide, Dallas decide
que él y Kane saldrán a explorarlo y que Lambert les acompañará, la
planificación de Ridley Scott pone en primer término de varios encuadres a
Lambert, en primer plano y fumando en silencio, mientras al fondo, en segundo
término y ligeramente desenfocados, está Dallas deliberando sobre lo que se va
a hacer; cuando Dallas le confirma a Lambert que les acompañará a Kane y a él
en esa expedición, la sutil y atemorizada expresión de la mujer –excelente,
como siempre, Veronica Cartwright– es lo suficientemente explícita. No
olvidemos que Lambert presencia de cerca, junto con Dallas, la captura de Kane
por parte del “facehugger”. Más adelante –en una de las escenas recuperadas
para el director’s cut elaborado en
2003–, Lambert es la única que abofetea a Ripley, después de que esta última se
haya negado a que ella y Dallas entren a Kane en la Nostromo con el espécimen
pegado a su cara. En un par de planos de la secuencia en la que el Alien rompe
el pecho de Kane, una histérica Lambert recibe dos buenos chorros de sangre de
su compañero. Lambert es, por tanto, el único miembro de la Nostromo que
reacciona de una manera natural ante
la amenaza del Alien: con miedo, con lágrimas, con desesperación. Es la única
que no duda en exteriorizar sus reacciones más emocionales y viscerales.
Si
aceptamos la tesis de que Lambert es el reflejo del miedo del público ante lo
que plantea Alien, el octavo pasajero,
resulta coherente que uno de esos temores ocultos sea el de ser violada por el Alien: el alienígena
acabará con ella, precisamente, usando su afilada cola, gracias a la cual ensartará/ penetrará a Lambert por la
espalda y la atraerá hacia sus fauces; poco después, cuando Ripley descubre los
cadáveres de Parker y Lambert, Ridley Scott los recoge en un plano donde,
además de un Parker sentado y sangrando, vemos la pierna desnuda de Lambert, en
una imagen –ropa desgarrada, manchas de sangre– que guarda cierta semejanza con
la iconografía de la violación. Vuelve a resultar sintomática otra declaración
de Veronica Cartwright, recogida entre otros por Lorenzo F. Díaz en su libro Aliens (Alberto Santos, editor, 1997;
colección Nekrocine, nº 3), en la que la actriz comenta la escena de su muerte
a manos del Alien (que, en un primer montaje, tenía que ser más larga: un
fragmento de la misma –no muy bueno, por cierto: Ridley Scott hizo bien en quitarlo–
se encuentra entre los contenidos adicionales de las ediciones en formato
doméstico del film): “Se suponía que yo
me escondía en una cabina, el Alien me encontraba y yo me moría de miedo.
Bueno, eso me dijeron, pero entonces me vi colgada de un gancho de carne. En mi
opinión, lo que hace el Alien es violarme” (Pág. 62). [Nota bene: Una de las imágenes que aquí
reproduzco parece corresponderse con la descripción que proporciona Cartwright,
pero no es el plano tal y como se ve en la película.]
Resulta
llamativo que, antes de que la tripulación de la Nostromo tenga que hacer
frente a todos esos y muchos otros horrores, la descripción que se da de la
misma en el primer tercio del relato sea harto singular. Los siete se
despiertan del hipersueño, convencidos de que están llegando al final de su
viaje: la Tierra. Eso explica que, la primera vez que los vemos juntos tras el
hipersueño –también es la primera vez que, después de la secuencia del
dormitorio, les vemos las caras, con la excepción del ya presentado personaje
de Kane–, sea comiendo alrededor de la mesa, alegres y distendidos. Se ha
escrito en numerosas ocasiones, y con acierto, que la tripulación de la
Nostromo está compuesta por hombres y mujeres de clase proletaria, trabajadores
del espacio que hacen lo que hacen tan solo como medio de vida. No por casualidad,
en esta secuencia Parker y Brett (ingeniero y ayudante de ingeniero) aprovechan
la ocasión para efectuar una reivindicación laboral ante Dallas (capitán), Kane
(primer oficial), Ripley (segundo oficial), Lambert (navegante) y Ash (científico),
reclamando el mismo sueldo que los demás; reclamación que fracasa estrepitosamente,
y dos veces: Dallas les contesta que cobrarán lo que está estipulado en sus
contratos, ni más ni menos; más tarde, cuando Parker se opone a la idea de
atender a la señal recibida, Ash tiene que recordarle que el incumplimiento de
esa orden le supondría “pérdida total de
emolumentos”.
También
puede contemplarse, sin que ello suponga ninguna contradicción con lo anterior,
que la descripción que se nos ofrece de los cosmonautas de la Nostromo conforma
una especie de simbólico “mundo futuro sin sexo”, dada la ausencia de
relaciones carnales entre los hombres y mujeres de a bordo, sobre las cuales no
se hace la más mínima alusión (1).
Puede verse, por descontado, como una visión estrictamente socio-laboral, en
virtud de la cual en ese hipotético mundo futuro hombres y mujeres, o mujeres y
hombres, conviven y trabajan juntos sin que haya entre ellos nada más que un
simple trato profesional. Pero, a poco que se observe con detenimiento, no
cuesta ver que entre los miembros de la Nostromo hay algunos roces. Como hemos
visto, están por un lado Parker y Brett, que se sienten los marginados de la
tripulación (“es la misma mierda de
siempre”, apostilla, poco más o menos, Brett). Está, por otro, el hecho de
que Ripley desobedece a Dallas cuando este y Lambert regresan con el
inconsciente Kane, impidiéndoles entrar en la Nostromo hasta no cumplir con una
cuarentena de seguridad; volvamos a recordar que, en la ya mencionada escena
eliminada del montaje estrenado en 1979 y recuperada para las ediciones en
formato doméstico de 2003, Lambert abofetea a Ripley por haberles dejado fuera.
Ripley se encara con Ash en el laboratorio, reprochándole que haya roto la
cuarentena, abriéndoles la puerta a Dallas, Lambert y Kane; la respuesta de Ash
es fría y contundente: “tú haz tu trabajo
y déjame hacer el mío”: simpatía cero. Ripley discute con Dallas,
objetándole que Ash tenga la última palabra en cuestiones científicas. Pero no
es menos cierto que Parker manifiesta cierta admiración, ¿y acaso una soterrada
atracción sexual?, hacia Ripley: hay una escena en la que Ripley se enfada con
Parker y Brett en la sala de máquinas porque estos se están burlando de ella;
cuando les deja solos, Brett refunfuña: “esa
tía es una cabrona”; pero entonces, sorprendentemente, Parker sale en
defensa de Ripley: “¡¿por qué dices eso?!”,
replica. Es un aviso del buen entendimiento que se dará entre Ripley y Parker,
cuando los dos y Lambert sean los únicos supervivientes de la Nostromo y
decidan de común acuerdo hacer estallar la nave y abandonarla juntos en la
cápsula de salvamento.
Siendo
aviesos, podemos interpretar la evolución del personaje de Ripley como una metáfora
de su madurez sexual. Juega a favor de la caracterización de la protagonista el
aspecto físico, ligeramente andrógino, de Sigourney Weaver; por lo demás,
estupenda actriz: “Parece un tío”
(sic) era un comentario que corría a nivel popular entre los espectadores que
vieron Alien, el octavo pasajero en
el momento de su estreno y, de paso, descubrieron a Weaver; al menos, en
España. Ripley es un personaje que va creciendo a medida que avanza el metraje;
y lo hace no solo por el hecho de que acabe siendo la única superviviente de la
Nostromo, y la encargada de darle su merecido al monstruoso Alien en las
escenas finales. La evolución de Ripley, un personaje que se crece ante las
circunstancias adversas, nos va revelando no solo su talla humana, sino también
y sobre todo su hasta entonces disimulada feminidad.
Vuelve a jugar en favor de esta interpretación el hecho de que no se mencione
la existencia de relación sexual alguna entre Ripley y ninguno de los demás
miembros de la tripulación de la Nostromo, Lambert incluida (¿por qué no?:
insistamos en el aspecto físico, ligeramente hombruno, de Ripley, y el corte de
pelo “a lo chico” de Lambert); por más que, como es bien sabido, James Cameron “estropeó”
en parte esta tesis al incluir la referencia a una hija de Ripley en la versión
extendida de Aliens (El regreso)
(Aliens, 1986), y por tanto, la existencia de al menos una relación sentimental
en la vida de la protagonista, por más que este añadido a posteriori no debería
desvirtuar el sentido de la película original, ni entenderse como una
corrección substancial de la misma (la prueba de ello reside en que, en el
momento de su estreno en cines, esa referencia fue eliminada por completo).
Llama la atención que Ripley no destaque demasiado al principio del relato; su importancia va aumentando a medida que lo hace la amenaza extraterrestre, primero con sus reticencias a que metan al “facehugger” en la Nostromo, y luego en la progresiva toma de decisiones que va adoptando a medida que van muriendo sus superiores en la cadena de mando (Kane, Dallas), víctimas del Alien, y ella acaba siendo la que termina dando las órdenes. Un momento crucial de esa evolución lo hallamos en la secuencia de la visita de Ripley al ordenador central de la Nostromo, Madre, que culmina con el intento de asesinato de la protagonista a manos de Ash y el descubrimiento de que este último es, en realidad, un androide. Un poco como el famoso HAL-9000 de 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968, Stanley Kubrick), el ordenador Madre, al cual tan solo tiene acceso quien está al mando de la Nostromo, primero Dallas y luego Ripley, es la representación del poder económico que, indiferente al sufrimiento humano, es capaz de disponer que la tripulación es “sacrificable”, en aras de traer el espécimen alienígena a la Tierra para que pase a formar parte de la división de armamento de la compañía. Dallas vendría a ser el hijo sumiso que, engañado por (su) Madre, obedece sin rechistar; en cambio, Ripley consigue arrancarle la verdad a Madre, en un diálogo “de mujer a mujer”.
La
secuencia a la que me estoy refiriendo continúa con otras curiosas sugerencias.
Ash acorrala a Ripley en la estancia adyacente a la de Madre; acaso sea por la
tensión del momento, a Ripley empieza a sangrarle la nariz –no son pocos quien
han señalado que la hemorragia nasal de la protagonista se produce en cada una
de las cuatro películas oficiales de la franquicia–, mientras que por la frente
de Ash baja una gota de un líquido blanco y lechoso que, como luego sabremos,
forma parte de su funcionamiento interno como androide, a modo de sangre
artificial; pero, dentro del contexto sexualizado del que estamos hablando, la
hemorragia nasal de Ripley puede verse como una simbólica “menstruación” que
coincide, no por casualidad, con el descubrimiento de la verdad sobre la misión
y como el paso definitivo de la protagonista a una asimismo simbólica “madurez”;
mientras que, por descontado, la gota de líquido que suda Ash tiene una
consistencia muy parecida a la del semen. Ripley intenta luchar con Ash –parece
factible que Sigourney Weaver, con su envergadura y su 1,80 de estatura, pueda
en un momento dado noquear a Ian Holm y su 1,68–, pero el hasta ahora
pusilánime Ash hace gala de una fuerza sobrehumana; no solo deja inconsciente a
Ripley, sino que intenta asesinarla (ergo, “violarla”) introduciendo un rollo
de revistas por su boca hasta asfixiarla. A riesgo de parecer rebuscado,
resulta irónico que sea Lambert la que consiga detener a Ash –quien, decapitado
y todo, a punto está de estrangular al robusto Parker–, hundiéndole el arpón
eléctrico en la espalda… poco más o menos en el mismo punto donde luego el
Alien la ensartará antes de asesinarla.
La
culminación de la evolución de Ripley tendrá lugar en su enfrentamiento final y
cara a cara con el Alien después de que se convierta en la única superviviente
de la Nostromo. Pero, antes de llegar a ese magnífico clímax, hemos asistido a
la transformación del decorado de la nave espacial terrestre en algo parecido a
la nave espacial extraterrestre. Un momento sintomático lo hallamos en la
secuencia de la muerte de Brett a manos del Alien: el ayudante de ingeniero
recorre él solo lo que parece la bodega de la Nostromo; en la banda sonora, se
suma a los sonidos ambientales el batir de los latidos de un corazón; es un
efecto sonoro destinado, claro está, a poner nervioso al espectador ante la
inminencia del ataque del Alien, pero al mismo tiempo sugiere que la Nostromo
se ha convertido en una especie de sucursal de la nave alienígena: en un
escenario, asimismo, biomecánico. Acentúa esta impresión el descubrimiento por
parte de Brett de unos restos de piel, parecidos a una placenta desgarrada e indicativos
de que el pequeño Alien que ha brotado del pecho de Kane ha mutado en el Alien
gigante; o ese instante en que Brett deja que unas gotas de agua que caen del
techo corran por su rostro. Más tarde, en la secuencia en la que Dallas recorre
los estrechos pasadizos de ventilación con el lanzallamas, y que culminará con
su agresión a manos del Alien, el capitán encuentra el rastro baboso de la
criatura.
En cierto sentido, la Nostromo supura, como “excitada”, ante la presencia del ser que ahora recorre su interior: un monstruo biomecánico cuyas fauces segregan abundante salivación, como si lubricaran la fálica lengua con dientes que penetra salvajemente en el cuerpo de sus víctimas. Ripley pone en marcha el sistema de autodestrucción de la nave; y, antes de hacerlo, es la primera vez que le vemos hacer un gesto típicamente femenino, entendido en el sentido más estereotipado de la expresión: recogerse la melena. Cuando corre al oír los gritos de dolor y pánico de Lambert y Parker, y cuando vuelve a hacerlo para huir de la nave tras descubrir sus cadáveres, la Nostromo se ha convertido en una especie de Infierno sobreexcitado, lleno de luces desaforadas y chorros de vapor incontrolados. La propia Ripley no es sino un cuerpo bañado en sudor, consecuencia del esfuerzo físico, pero también representación de una soterrada sensualidad largo tiempo reprimida y ahora liberada.
El
célebre epílogo en la cápsula de salvamento es la culminación de lo que hemos
estado describiendo hasta ahora. A solas en su intimidad, Ripley se desnuda,
con la intención de meterse en su lecho para el hipersueño. La Ripley antes andrógina,
ahora en bragas y camiseta, revela al espectador esa feminidad escamoteada
hasta ese instante. De repente, la protagonista descubre al Alien, camuflado
entre las tuberías de la nave: significativamente, la amenaza de muerte/ el
deseo sexual liberado, se encuentra(n) al acecho en cualquier momento y en
cualquier lugar: la zarpa del Alien brota, intentando agarrar/ “meter mano” a
Ripley. Encerrada en la habitación donde se guardan los trajes presurizados,
Ripley observa al Alien: la criatura exhibe su lengua retráctil cubierta de
espesas babas: su falo lubricado y hambriento. La única salvación para Ripley
consistirá en acometer un plan desesperado: ponerse uno de los trajes
presurizados –volver a esconder a la mujer que es dentro de un pesado ropaje
asexuado–, empuñar un pequeño arpón que se dispara con una pistola, y penetrar
con él al Alien –tomar la iniciativa sexual– para conseguir arrojarlo al
espacio. Una vez salvada del peligro –librada de la bestia sexual que pretendía
poseerla–, una Ripley sonriente –satisfecha–, se abandona a la languidez del
hipersueño.
El libro de Lorenzo F. Díaz analiza de forma muy amena y completa las hasta entonces cuatro películas de la saga. En 2008 salió otra edición del libro completada por Carlos Díaz Maroto, que escribía estudios muy completos sobre el estupendo "Depredador" de John McTiernan y su ya no tan conseguida secuela. También incluye las infames "Alien vs predator".
ResponderEliminarDe "Depredador", escribe: "La realización de McTiernan es enérgica, vivaz, plena de ritmo y con una capacidad inaudita para, en unión del gran director de fotografía Donald McAlpine, crear unas imágenes estilizadas y casi mágicas, de un onirismo embriagador, conjuntando lo real con lo imaginativo, hasta pergeñar una de las obras clave del fantástico de la década de los ochenta".
Muy interesante. Había captado retazos de esta lectura sobre la película aquí y allá, como la "aberrante" actuación de la criatura con el personaje de John Hurt, que no deja de ser un embarazo y un parto, o la escena de la muerte del personaje de la Cartwright, donde parece que se cuela algún plano con la cola de la criatura entre sus piernas, pero el conjunto se me escapaba, aunque me debo conocer la película de memoria.
ResponderEliminarque buena reseña de las peliculas clasicas de aliens la vi todas gracia,s buen blog
ResponderEliminarH.R. Giger salió muy enfadado de este film (por eso no colaboró en los siguientes) y declaró que él había creado un monstruo sexual y lo habían convertido en un ogro que suelta baba...Giger y Scott tuvieron sus broncas porque obviamente Scott siempre era más convencional en las elecciones creativas. Giger, como siempre, quería algo más erótico y enfermizo...la película le pareció, al final, de un convencionalismo decepcionante...se suele hablar poco de ese aspecto...de cómo se suavizó una propuesta que en sus inicios era muy radical, quizá demasiado....
ResponderEliminarSí que hay una referencia a la vida sexual de los tripulantes de la Nostromo en una de las secuencias recuperadas en el montaje de 2003 en la que Ripley, que sospecha ya de forma definitiva de Ash, pregunta(anticipándose a la aterradora verdad que descubrirá más tarde) a Lambert si alguna vez se ha acostado con él. Lambert responde que Ash nunca ha mostrado interés (sexual) por ella.
ResponderEliminarSí hay una referencia sexual en la película,cuando Parker dice durante una comida,que le gustaría comerse otra cosa,mirando a Lambert,a lo que ella corresponde riendo.....
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