Dios
y el Diablo en el espacio profundo. Así se titulaba una reseña que escribí para
Dirigido por… (núm. 263, diciembre
1997) con motivo del estreno de Alien: Resurrección
(Alien: Resurrection, 1997). Revisados ahora los dos, el film y el texto,
pienso que lo que me pareció entonces la película de Jean-Pierre Jeunet y la
crítica que le dediqué siguen siendo válidos a día de hoy, más allá de las
reflexiones que se puedan hacer sobre ambas veinte años después. Vista con ojos
actuales, lo que me ha resultado más (desagradablemente) llamativo es la
fealdad de la puesta en escena de Jeunet, un realizador que nunca ha sido santo
de mi devoción: no me gustan ni sus películas codirigidas con Marc Caro –Delicatessen (ídem, 1991), La ciudad de los niños perdidos (La cité
des enfants perdus, 1995)–, ni sus posteriores trabajos en solitario –de los
cuales solo he visto la insoportable e incomprensiblemente sobrevalorada Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie
Poulain, 2001) y la soporífera Largo
domingo de noviazgo (Un long dimanche de fiançailles, 2004); ante semejante
panorama, comprendan que me abstuviera de ver Micmacs (Mic Macs à Tire-Larigot, 2009) y El extraordinario viaje de T.S. Spivet (The Young and Prodigious
T.S. Spivet, 2013)–; con todos sus abundantes defectos, en su mayoría
imputables a él, Alien: Resurrección sigue
siendo el film más decente que le conozco.
Concluyendo
aquí este recorrido por la franquicia Alien –Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979, Ridley Scott) (1), Aliens (El regreso) (Aliens, 1986, James Cameron) (2) y Alien 3 (ídem, 1992, David Fincher) (3); respecto a Prometheus
(ídem, 2012), me remito a lo que escribí en su momento, porque me sigue pareciendo
válido (4)–, lo primero que cabe
decir de Alien: Resurrección es que,
al contrario de lo que ocurre con las tres películas que la preceden –sobre
todo, Alien 3–, su versión extendida
comercializada en formato doméstico en 2003 no solo no la mejora demasiado sino
que, incluso, en ciertos aspectos la empeora. Hay que decir en descargo de
Jeunet que, en la pequeña presentación de la versión extendida, el realizador
francés aclara: “esto no es el montaje
del director. El montaje del director es lo que se vio en los cines”. Una
sinceridad que le honra, habida cuenta de que la escena de apertura de la
versión extendida es horrenda hasta decir basta: un chiste fácil que empieza
con un gran primer plano de una boca repleta de afilados dientes que parece las
fauces de un Alien, hasta que la cámara retrocede, abriendo el espacio dentro
del cuadro hasta mostrarnos que dichas fauces no eran sino la boca de un
inofensivo insecto que acaba siendo aplastado por un hombre, mientras la imagen
sigue abriéndose hasta descubrirnos que dicho individuo está sentado frente a
una de las ventanas de la gigantesca nave espacial donde transcurrirá el grueso
del relato. Mucho mejores, más sugerentes, eran las imágenes sobre las cuales
se superponían los títulos de crédito del montaje para cines: los planos de
carne viscosa y palpitante, que anticipan una de las buenas ideas, de guion,
del film: la carnalidad y fisicidad de la relación que en esta ocasión
entablará Ripley (Sigourney Weaver) con los Aliens. Retengamos estas dos palabras,
guion y Ripley.
Una
de las mayores curiosidades que depara el ver o volver a ver Alien: Resurrección es la presencia del
ahora afamado Joss Whedon como único firmante del libreto. Es verdad que su
guion acusa, por un lado, las debilidades inherentes a las secuelas,
“obligadas” por contrato a ofrecer “más de lo mismo” (aunque, en el caso de
esta franquicia, se produjera un para mí feliz “accidente” como la atípica e
inclasificable Alien 3). De este
modo, Alien: Resurrección repite el
esquema narrativo de Alien, el octavo pasajero, salpicándolo con detalles más
propios de Aliens (algo, por lo
demás, reconocido por el propio Whedon, a quien tampoco le gustaba Alien 3 y prefirió tomar como modelo a
seguir las dos primeras películas). Tenemos, de nuevo, la presentación de un
grupo de cosmonautas –en este caso, un puñado de contrabandistas–, para quienes
el viajar por el espacio tiene más de rutinario que de aventurero; la presencia
de la Weyland-Yutani, malvados poderes fácticos, insensibles, despiadados e
instigadores del Mal, los cuales siguen empeñados en reforzar con los Aliens su
dotación de armamento; los pobres desdichados que incuban a la fuerza a los
alienígenas en sus pechos; la rápida propagación por la nave de los renacidos
extraterrestres; la transformación de la nave en un “castillo de los horrores”;
la lucha por la supervivencia; la revelación, pasada media película, de que uno
de los contrabandistas –Call (Winona Ryder)– es, en realidad, un androide; una
terrorífica visita al repelente nido de una Reina Alien; la huida de una nave a
punto de explotar; y una pelea final que se dirime gracias a una hábil
estratagema para succionar al monstruo y lanzarlo al vacío sideral.
Pero,
a pesar de esa dependencia, de esos guiños, no solo las mejores ideas de Alien: Resurrección cabe atribuirlas a Whedon
(a pesar de que Jeunet hace lo que puede para estropearlas con su, salvo
excepciones, desdichada planificación), sino que tampoco cuesta ver en su
libreto un anticipo de similares ideas desarrolladas por su guionista en
posteriores trabajos como escritor y director para televisión y cine. Los
contrabandistas parecen un anticipo de los desperados
del espacio protagonistas de la estupenda teleserie Firefly (2002) y el nada despreciable largometraje Serenity (ídem, 2005), del mismo modo
que el heterogéneo grupo que acaba liderando Ripley junto con el resto de
personajes que se van añadiendo al mismo –los contrabandistas Call, Vries
(Dominique Pinon), Johner (Ron Perlman), Christie (Gary Dourdan) y Hillard (Kim
Flowers), el Dr. Wren (J.E. Freeman), el soldado Distephano (Raymond Cruz) y el
desdichado infectado Purvis (Leland Orser)–, anticipan vagamente a los
Vengadores de sus dos películas sobre los mismos (2012-2015).
¿Y
Ripley? ¿No había muerto en el clímax de Alien
3? Y bien muerta sigue: la Ripley de Alien:
Resurrección es una réplica genética de la original, clonada a partir de
una muestra de su sangre… ¡200 años después! ¿Con qué propósito? Por dos razones:
la “nueva” Ripley es –como luego sabremos– el experimento genético n.º 8 de los
científicos de la Weyland-Yutani, creada a fin de recuperar a la Reina Alien
que quedó atrapada en el cuerpo de la primera Ripley en Alien 3, para que ponga nuevos huevos y crear un renovado ejército
de monstruos. Hay otra razón, está extrínseca a la trama del film: la necesidad
preconcebida de que Ripley, y con ella Sigourney Weaver, sea la heroína de esta
nueva odisea alienígena, pues sin ella(s) no hay secuela, y sin secuela, no hay
negocio para la 20th Century Fox. Pero, incluso partiendo de este axioma
mercantilista, y a pesar de que detrás de
la cámara se encuentre Jeunet, la resolución de este trámite demuestra
cierto tacto y habilidad por parte de sus responsables. Un bonito travelling frontal atraviesa una puerta
automática fuertemente custodiada y penetra en un laboratorio, avanza hacia un
enorme recipiente de cristal en el centro de la estancia y se detiene,
encuadrando en plano medio, la figura de una niña desnuda y sin pelo que duerme
sumergida en una especie de líquido amniótico; mediante el morphing, el rostro de la niña adquiere las facciones de Ripley/
Weaver, al tiempo que la cámara retrocede para mostrar, alrededor del
recipiente, al grupo de científicos que ha logrado lo imposible: la
resurrección de la protagonista. Proceso de resurrección que no se subraya más,
dotando así de cierta dimensión poética al mismo.
Alien: Resurrección
es una película contradictoria, llena de buenas ideas de guion y malas ideas de
realización, por más que el film arroje un saldo atractivo dentro de su
irregularidad. Para apreciarla en su justa medida, es necesario soportar una
primera mitad en la que abunda lo peor (Jeunet), pero que deja paso a una
segunda mitad en la que el interés sube enteros, dando como resultado, al
menos, tres magníficas secuencias. Pero, antes de llegar a ella, hay que
aguantar no pocas tonterías, en forma de toques de humor que, con franqueza,
Jeunet podría habérselos ahorrado (o los productores no permitírselos). Tal es
el caso de la grotesca caracterización de personajes como el general Pérez (un
histriónico Dan Hedaya, cosa rara en él), con “toques” como el whisky
concentrado en una pastilla que se toma junto con Elgyn (Michael Wincott), el
jefe de los contrabandistas; el gag del sistema de apertura de puertas diseñado
para activarse tras identificar su aliento (sic); o la escena de su muerte, a
manos de un Alien que le ataca por la espalda, en la que antes de morir se mira
el pedazo de cerebro que acaba de extraerse de su cráneo perforado. Le van a la
zaga otras ocurrencias como la caricaturesca escena en la que Gediman (Brad
Dourif) se burla de un Alien detrás de un cristal de seguridad, sacando la
lengua a la vez que lo hace la criatura. O gratuitos efectos de cámara, como el
vertiginoso travelling que “se lanza”
encima del paralítico Vries cuando este se pone a gritar de dolor tras haberle
caído una gota de la sangre ácida de un Alien en la oreja.
Eso
no significa que en esa primera mitad no haya apuntes de interés. Hay otra idea
ingeniosa (de nuevo, de guion), consistente en que dos Aliens encerrados matan
a un tercer compañero de celda para hacer un agujero con la sangre corrosiva
del asesinado. Pero lo más atractivo sigue siendo la presentación de la nueva
Ripley, una vez pasada la secuencia de su clonación. Tras haberle extraído,
todavía en estado embrionario, la Reina Alien que lleva en su interior, Ripley
es confinada en una celda; envuelta en una especie de gasa, la protagonista “nace”,
rasgándola con sus uñas, como si fuera una placenta. Una Ripley renovada,
distinta, ahora poseedora de algunos de los atributos de sus eternos enemigos
(fuerza y agilidad sobrehumanas, sangre corrosiva como el ácido), de
comportamiento casi animalesco al principio, aunque, de manera un tanto forzada
y pese a la siempre magnífica interpretación de Sigourney Weaver, se va
humanizando hasta adquirir los rasgos de la Ripley que todos conocemos. Una
Ripley que vuelve a recuperar el papel maternal que ya tenía en Aliens, si bien
en este caso establece dos relaciones materno-filiales con criaturas que ni tan
siquiera son humanas: la androide Call y el Alien híbrido, mezcla de genética
humana y alienígena, que es su “hijo” genético aunque quien lo dé a luz sea la
Reina Alien (del mismo modo, recordemos, que en Alien, el octavo pasajero, se llamaba al monstruo “el hijo de Kane” [John Hurt]).
Desde
el principio, Call es mostrada como alguien muy diferente al resto de sus
compañeros contrabandistas: aunque no desdeña trabajar con ellos y compartir un
termo de licor casero, el personaje –y Winona Ryder con su aspecto de
quinceañera– contrasta con el rudo aspecto de sus compañeros masculinos, y su
apariencia asexuada la aleja también de Ripley y Hillard (a esta última, amante
de Elgyn, la vemos en la cama con este, y en bragas –como Ripley en el primer Alien–, realzando así su feminidad). La
clave del personaje reside en que Call, como hemos avanzado, no es un auténtico
ser humano, sino un androide que, paradójicamente, se comporta como se supone
deberían hacerlo los auténticos seres humanos: defiende a Vries de las bromas
crueles de Johner; se apiada de Ripley, entrando en su celda y ofreciéndole
acabar con sus sufrimientos con su cuchillo; “Ningún humano es tan humano”, dice de ella el bruto Johner; “¿Te programaron para ser gilipollas?”,
asevera Ripley. Call simboliza una especie de pureza o de estado de inocencia
que enlaza con el curioso discurso religioso que aflora a partir de su relación
con Ripley, más acentuado que el apuntado en Alien 3.
A
la idea de la resurrección cabe añadir detalles tan concretos como la escena en
la que Ripley se atraviesa la mano con el cuchillo de Call (la herida tiene una
forma parecida a la de un estigma), el poder corrosivo de la sangre de Ripley
(cuya acidez le sirve para escapar de su celda, o para abrir un agujero en un
cristal blindado en la pelea final contra el Alien híbrido), o la herida de
bala en el costado de Call que Ripley, como el apóstol Tomás, palpa para
comprobar la naturaleza sintética de la joven. En una capilla dominada por un
enorme crucifijo, Call se conecta con el ordenador central de la nave –que, no
por casualidad, y al contrario que Madre, en Alien, el octavo pasajero, aquí se llama Padre–, para que les
facilite una salida: las compuertas de la nave empiezan a abrirse. Alien: Resurrección puede interpretarse
como la historia de unos ateos –los contrabandistas– que alcanzan la redención
gracias a una figura mesiánica y semidivina –Ripley, la que volvió de entre los
muertos– y a una profetisa –Call, “llamada” en inglés– literalmente “conectada”
con Dios. Pero, cuando el ordenador de la nave deja de funcionar, y alguien
grita: “¡Padre ha muerto!”, en una referencia
inequívoca al famoso “¡Dios ha muerto!”,
de Nietszche, podemos interpretar que no es Dios, sino el Hombre, quien acaba
venciendo al Diablo Alien.
Ya
he indicado que hay en Alien:
Resurrección tres secuencias que, por sí solas, consiguen hacer perdonar
sus muchas torpezas. Me refiero, en primer lugar, a la que tiene lugar en el
laboratorio donde se guardan los siete especímenes que precedieron a Ripley –el
experimento n.º 8, recordemos–, en una secuencia que, si me apuran, guarda ecos
de dos grandes películas de Terence Fisher, The
Revenge of Frankenstein (1958) y El
cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969). La
protagonista descubre allí a los siete “experimentos” que la precedieron, todos
ellos mezclas de genética Alien y humana. La secuencia, filmada con crudeza y
elegancia combinadas, está bien construida: Ripley va descubriendo, dentro de
unas urnas de cristal y sumergidos en líquido, unas monstruosidades, las
primeras de rasgos Alien, y las últimas, más humanas. El horror definitivo
reside en el sexto experimento: una réplica deforme de la actual Ripley la
cual, patética y agonizante, le suplica que la mate. Ripley arrasa la
habitación, y los horrores que alberga, usando un lanzallamas. Lástima que
Jeunet caiga en la tentación de cerrarla con un chiste fácil: un comentario
gracioso a cargo del personaje de Johner…
La segunda, sin duda alguna la secuencia de acción más llamativa del film, es la famosa persecución submarina. Una idea atractiva, de puro delirante –una sección de la nave, de 30 metros de largo, está completamente inundada por el agua de los tanques de refrigeración que, se dice, alguien se ha dejado abiertos (sic)–, pero que da pie a un vistoso momento fantastique. Ripley y sus compañeros de aventuras deben atravesar, buceando a pulmón, todo ese sector, y antes de llegar a su meta serán atacados por un par de Aliens. El decorado inundado y repleto de objetos flotantes, la belleza de la fotografía –Darius Khondji– y el subrepticio empleo del ralentí –que, un poco como el Sam Peckinpah de Clave: Omega (The Osterman Weekend, 1983), contribuye a alargar, angustiosamente, la permanencia de los personajes bajo el agua, a riesgo de ahogarse–, erigen este fragmento en una de las secuencias bajo el agua más meritorias de la historia del cine fantástico; comparable, salvando las distancias, con la hermosa de Inferno (ídem, 1980, Dario Argento) (5). Hay un momento inolvidable, de puro cruel: la muerte de Hillard, la rezagada del grupo, “pescada” por un Alien que la apresa del tobillo; momentos antes de la zambullida –en un detalle, justo es reconocerlo, de buen guionista, de buen director, o de ambos–, Hillard lanza una mirada de miedo a ese pasillo anegado, intuyendo que no saldrá del mismo con vida… Tampoco hay que despreciar las sugerencias que se desprenden de esta secuencia: el agua como representación del líquido amniótico, el buceo como estado intermedio entre la vida y la muerte, la membrana que es necesario rasgar para salir a la superficie… Es una pena que un fragmento tan estupendo tenga, de nuevo, un remate desdichado: la secuencia de acción inmediatamente posterior a la del buceo –Ripley y sus amigos evitan una trampa de Aliens parásitos a base de bombazos–, planificada y resuelta con todo el frenesí formal típico de Jeunet en materia de acelerados movimientos de cámara.
La
tercera secuencia a la que me refiero es aquélla en la que Ripley va a parar al
nido de la Reina Alien, donde asiste al nacimiento de su “hijo”: el Alien
híbrido. Destacan en la misma la espléndida imagen de Ripley sumergiéndose
entre una masa carnosa con la que la Reina Alien ha impregnado los alrededores
de su nido; el buen provecho que Jeunet extrae –aquí sí– de los movimientos de
cámara (como, por ejemplo, el que nos descubre a la monstruosa Reina Alien en
todo su esplendor); la atmósfera lovecraftiana
del nacimiento del nuevo Alien; el momento en que asesina a la Reina Alien que acaba
de parirle porque no la reconoce como madre, y el reconocimiento tácito de
Ripley como su auténtica progenitora. ¡Ni siquiera parece de Jeunet!: en una
crítica publicada en el momento de su estreno en Imágenes de Actualidad, Quim Casas dijo –no sin razón– que la
secuencia era digna de Cronenberg.
Hay
un añadido en la versión extendida de Alien:
Resurrección –quizá el único– que contribuye a mejorar un poco el
resultado. Tras la huida de los únicos supervivientes –Ripley, Call, Vries y
Johner– a bordo de la nave de los contrabandistas, y la destrucción del Alien
híbrido –expulsado, y desmenuzado, a través del orificio abierto en una
ventanilla por la sangre ácida de Ripley–, la versión estrenada en cines
terminaba con Ripley y Call observando la brillante superficie de la Tierra (la
primera vez que la vemos en toda la franquicia). La versión extendida añade una
pequeña escena en la que Ripley y Call tienen una corta conversación tras haber
aterrizado: el contraplano con el que se cierra la escena y la película es un
plano general de la ciudad de París… completamente arrasada. Una nota final de
escepticismo que corona, con tibieza, un film tan curioso como parcialmente
fallido.
Otra secuela infumable. Lo que han hecho sus responsables(Giler, Hill, el propio Scott y cía)con esta saga clama al cielo. Salvaría la escena bajo el agua, de una extraña belleza.
ResponderEliminarCreo que complicas mucho la cosa en tu texto...quizá no te acuerdas de la época en que se estrenó este film: entonces los cómics basados en la saga Alien se vendían como churros (sobre todo por parte de Dark Horse) y quisieron aprovechar eso con una entrega en plan cómic. Alien Resurreción fue planteada como una aventura de cómic y eso hicieron, ni más ni menos. Creyeron que eso era lo mejor en ese momento. Lo peor, de todas maneras, no es eso, sino tener ahí a Wheddon que es un inútil como guionista (si alguien ha visto Dollhouse sabe a lo que me refiero). Y a todo esto ¿Quién espera que la cuarta entrega de una saga espacial sea buena? Creo que hay cierto cinismo en esperar algo bueno de una cuarta entrega....lo normal es que sea mala y explotativa. Pero claro, hoy día se alaba en la crítica cinematográfica los bodrios de la Marvel que están hechos exclusivamente por dinero, ni rastro de inqiuetudes artísticas. Solo se explota la taquilla. Lo cual no deja de ser lógico, porque el cine siempre fue pan y circo, no un museo de exposiciones de arte....
ResponderEliminar·¿Por que te ha resultado complicado el texto?
Eliminar·¿Donde has leído que la cuarta parte se planteara en modo cómic?
·¿Te parecen malos los guiones de Toy Story o La cabaña del Bosque?
·¿La cuarta parte de Rambo es mala?, ¿y la tercera de El Padrino?
·Lo de bodrios de Marvel, es una apreciación muy personal, te recomiendo que las veas como meras películas y no como adaptaciones de comics.
En Facebook se está celebrando esto, igual te interesa: "Maravilloso lo que ha hecho este mes la revista de cine "Caimán, Cuadernos de Cine"...en su décimo aniversario ha publicado un número escrito exclusivamente por mujeres. Haciendo así autocrítica y denuncia de la poca presencia femenina en el mundo de la crítica cinematográfica y de las revistas de cine. Algunas revistas españolas como "ACCIÓN" o "IMÁGENES DE ACTUALIDAD" parecen territorios de macho porque no escriben en ella una mujer ni por casualidad. A ver si estas iniciativas sirven para dar normalidad a la presencia femenina en la los medios que se encargan de la crítica cinematográfica porque está claro que en España el machismo sigue imperando y un ejemplo claro, y repugnante, son las revistas de cine españolas. Y mientras, muchos de los hombres que dirigen y escriben en esas revistas españolas no dicen ni una palabra sobre el asunto. Actitud mezquina como pocas."
ResponderEliminarPues a ver cuando se anima la revista "Cosmopolitan" y edita un numero escrito exclusivamente por hombres.
EliminarNo hay debate ninguno en lo que comentas, seguramente la realidad sea otra (falta de mujeres periodistas o dedicadas al cine, formación en la critica cinematográfica, etc.). En absoluto esto tiene que ver con el terreno al que pretendes llegar. Te lo aseguro.