Vaya
por delante que Aliens (El regreso)
(Aliens, 1986) –en adelante, solo Aliens–
me parece una interesante película, tanto si se la examina como lo que es, una
secuela de Alien, el octavo pasajero
(Alien, 1979) (1), o como una pieza
integrante de la filmografía de su realizador, James Cameron. Pero no es menos
cierto que, a pesar de sus buenos momentos, Aliens
es una película que está muy por debajo de la de Ridley Scott, algo que se hace
patente sobre todo si, como en mi caso, se tiene ocasión de ver o volver a ver
ambos films en un escaso lapso de tiempo. Pese a todo, hay que decir en
descargo de la película de Cameron que ninguna de las dos secuelas que se
hicieron a continuación –Alien 3
(ídem, 1992, David Fincher) y Alien:
Resurrección (Alien: Resurrection, 1997, Jean-Pierre Jeunet)–, y ni tan
siquiera su para mí muy interesante spin-off,
Prometheus (ídem, 2012, Ridley Scott)
(2), se encuentran a su altura: Alien, el octavo pasajero sigue siendo,
por méritos propios, una pieza única.
El
principal problema de Aliens es que
se le nota, y mucho, su condición de secuela del film original. De ahí que, a
pesar de los esfuerzos de Cameron por apartarse en la medida de lo posible de
la película de Ridley Scott en cuestiones semánticas, sobre todo en materia de
montaje, el guion de Aliens –escrito
por el propio Cameron, a partir de un tratamiento propio elaborado junto con
dos de los guionistas del film de Scott, David Giler y el también realizador
Walter Hill– es poco más o menos un remake
de la primera película. De una manera muy parecida a Alien, el octavo pasajero, Aliens
arranca con los consabidos planos generales del espacio sideral –inevitables en
toda space opera que se precie–, por
el cual vemos surcar, en este caso, la cápsula de salvamento en la que viaja
Ripley (Sigourney Weaver) durmiendo el hipersueño en el que se sumía al final
de Alien, el octavo pasajero. En una
de las secuencias recuperadas para el director’s
cut realizado por el propio Cameron en 1990, vemos cómo los padres de la
pequeña Rebecca/ “Newt” (Carrie Henn) también descubren e inspeccionan la
famosa nave en forma de hueso diseñada por H.R. Giger. En la expedición enviada
por la corporación Weyland-Yutani al planeta de los colonos, viaja un androide
de diseño similar al del Ash (Ian Holm) del primer film: Bishop (Lance
Henriksen); Ripley lo descubre cuando este se corta en un dedo y advierte que
sangra el mismo líquido blanco lechoso que “sangraba” Ash. No obstante, el
papel de traidor no está reservado aquí al androide, sino a un ser humano, el
burócrata Burke (Paul Reiser), quien en un momento dado intenta infectar a
Ripley y Newt con los Aliens parásitos. Hay, asimismo, una persecución por el
interior de unos estrechos pasadizos de ventilación que recuerda la odisea por
similar escenario del capitán Dallas (Tom Skerritt) en Alien, el octavo pasajero. Y, si en la película de Scott, Ripley
tenía que enfrentarse sola al Alien que se había colado subrepticiamente en la
cápsula de salvamento, en la de Cameron la protagonista tiene que hacer otro
tanto con la gigantesca Reina Alien que ha logrado infiltrarse en la nave de
salvamento pilotada por Bishop y viajar con ellos hasta la nave nodriza.
La
principal diferencia de Aliens con
respecto a Alien, el octavo pasajero
es que se trata de una secuela no solo más cara y espectacular –18.500.000
dólares de presupuesto de 1986, frente a los 11 millones que costó el film de
Scott en 1979–, sino, además, planteada más como una película de acción que
como una de terror o ciencia ficción. Dicho planteamiento conlleva un aumento
de todo: de decorados –una colonia entera de población humana donde, se nos
dice, viven numerosas familias– y, sobre todo, de peligros. Aquí ya no hay un solo
Alien, sino docenas; y, para postre, una Reina Alien. Eso, a priori, no debería
ser un problema, si no fuera porque ese incremento de espectacularidad da pie a
introducir algo bastante molesto: un pelotón de marines descritos con todos y
cada uno de los tópicos característicos del deleznable cine militarista
norteamericano de los años ochenta durante la así llamada “era Reagan”. No
olvidemos que, un año antes de Aliens,
Cameron había perpetrado un “pecadillo”: participar en el guion de Rambo: Acorralado, parte II (Rambo:
First Blood II, 1985, George P. Cosmatos), y su fascinación por los marines y
las armas de fuego resulta patente en sus dos Terminator (1984-1991), Abyss
(The Abyss, 1989), Mentiras arriesgadas
(True Lies, 1994) y Avatar (ídem,
2009). Eso sí: no puede negarse la personalidad del director en las escenas
cotidianas que transcurren en la colonia antes de ser arrasada por la infección
Alien –y asimismo recuperadas en el director’s
cut de 1990–, las cuales anticipan claramente momentos estética y
narrativamente similares de Abyss y Avatar.
Aliens es una película en la que la vulgaridad de su planteamiento por momentos se eleva, inesperadamente, gracias a determinados apuntes sofisticados que le confieren sus mayores cotas de interés. No me refiero, por descontado, a la gratuita pesadilla de Ripley, en realidad una “falsa” secuencia que tiene lugar inmediatamente después de que la protagonista haya sido rescatada y sacada del hipersueño, en la cual cree que un Alien está a punto de brotar de su interior. Ni a las, como digo, cargantes escenas de descripción de los personajes de los marines; las cuales, para más inri, incluyen una grotesca ridiculización de Gorman (William Hope), un teniente inexperto que, claro, no tiene “los cojones” del pelotón a su mando y que, al contrario que estos, se deja llevar por el muy humano sentimiento del miedo: el calificativo de “cobarde” no tarda en salir a colación. De hecho, si Alien, el octavo pasajero era, como comentaba en este mismo blog –véase (1)–, una sutil descripción del proceso de madurez del personaje de Ripley bajo el prisma de una soterrada sexualidad, Aliens es, más bien, la descripción –abrupta y de brocha gorda– del proceso que lleva a cabo Ripley para superar el miedo que le provocan los terribles recuerdos de sus experiencias a bordo de la nave Nostromo: una cura para su trauma que pasa, en este caso, por la vía de la sobreexposición.
No
explico nada nuevo cuando digo que Aliens
es, asimismo, la historia del enfrentamiento de dos madres: Ripley y la Reina
Alien: es una de las teorías más difundidas en torno a esta película.
Disquisición en torno a la figura materna que se entiende, sobre todo, si se ve
el director’s cut de 154 minutos, y
en particular, una crucial escena recuperada en esa versión extendida: aquélla
en la que Ripley, poco antes de someterse al dictamen de una comisión, recibe
de manos de Burke una información relativa a su hija. Téngase en cuenta,
previamente, que, desde que abandonó e hizo estallar la Nostromo, Ripley ha estado
nada menos que ¡57 años! metida en el hipersueño, gracias a lo cual no ha
envejecido; pero eso le supone descubrir que su hija, fallecida hace ya dos
años de cáncer, tenía 68: ya no era la niña de 11 años que dejó en la Tierra.
El lógico dolor por la pérdida de esa hija justifica que Ripley adopte un rol
de madre adoptiva de la pequeña y recientemente huérfana Newt, cuyos padres y
hermano pequeño han fallecido víctimas de los Aliens. Y que, por tanto, la
dramática decisión de Ripley de internarse en el cubil de los Aliens para
recuperar a la secuestrada Newt sea comparable a la furia animal de la Reina
Alien dispuesta a vengarse de Ripley por haber destruido su nido y a sus hijos
no nacidos. Pese a todo, es una teoría que, aunque curiosa, en la película se
plasma con mera corrección, sin profundizar en ella: la densidad de Alien, el octavo pasajero brilla por su
ausencia.
Si
algo resulta brillante es, como digo, las secuencias de acción, una de las
especialidades justamente reconocidas de James Cameron. De ahí que, a pesar de
la superficialidad de sus propuestas teóricas, y de ese pesado discursito sobre
las excelencias de los marines –un mensaje que, todo hay que decirlo, el propio
Cameron pone en cuestión a partir del momento que, sobre todo en la primera
incursión que aquéllos llevan a cabo, los Aliens consiguen aniquilarlos con
relativa facilidad…–, la película funciona magníficamente como fibroso relato
de acción. Sin ir más lejos, la secuencia que acabo de mencionar, la de la incursión
de los marines a los sótanos de las instalaciones de la colonia en busca de
supervivientes, que culmina con el primer ataque de los Aliens, está
excelentemente planificada, además de construida con habilidad: Ripley, Burke y
el teniente Gorman siguen las evoluciones de los soldados a través de los
monitores gracias a las pequeñas cámaras que los marines llevan acopladas a su
equipo. Un momento de “suspense” muy bien llevado es la asimismo mencionada
secuencia en la que Ripley y Newt, encerradas en una habitación insonorizada y
con las cámaras de seguridad apagadas, tienen que hacer frente a los dos Aliens
parásitos que Burke ha introducido en la estancia a fin de “inseminarlas”. Más
adelante, hay otro momento muy ingenioso: la escena en la que Ripley y sus compañeros
de fatigas comprueban, estupefactos, que los detectores demuestran que los
Aliens han atravesado su perímetro de seguridad, pero no consiguen verlos
enfrente suyo… hasta que descubren que las criaturas están, en realidad,
acercándose a ellos a través del techo. Y, sin duda alguna, tanto la
arriesgadísima incursión de Ripley en el territorio de los Aliens para rescatar
a Newt, así como la famosa pelea cuerpo a cuerpo de Ripley contra la Reina
Alien a bordo de la nave nodriza, valiéndose primero de una enorme armazón de
carga a modo de armadura, y luego, de la despresurización de la misma nave para
arrojar al monstruo al espacio –por más que sea, de nuevo, otra variante del
clímax de Alien, el octavo pasajero–,
justifican por sí solas el prestigio, no obstante, un tanto exagerado de esta
secuela.
Lo de Cameron no es la sutileza, su cine es excesivamente aparatoso. Creo que "Aliens: el regreso" no ha envejecido muy bien. Si hubieran dejado a Fincher un poco libre en la tercera seguramente podría haber conseguido algo más aterrador.
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