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lunes, 9 de septiembre de 2024

El maltratador sin sombra: “EL HOMBRE INVISIBLE”, de LEIGH WHANNELL



A falta de haber visto el segundo largometraje como realizador de Leigh Whannell, Upgrade (2018), al cual no le faltan defensores, y teniendo únicamente como referencia de su labor tras las cámaras su primera película, la olvidable Insidious: Capítulo 3 (Insidious: Chapter 3, 2015) (1), hay que reconocer que El hombre invisible (The Invisible Man, 2020), tercer largometraje como director de este antiguo colaborador de James Wan en tareas de guion, producción e interpretación, arroja un saldo sorprendentemente bueno. Resulta de agradecer, de entrada, que, a pesar del título, no tenga nada que ver con la novela homónima de H. G. Wells, y no lo digo en sentido peyorativo hacia esta última, sino por el esfuerzo de Whannell, loable, con tal de apartarse de la tradición clásica en torno a este mito del cine fantástico e intentar ofrecer una lectura personal y contemporánea del mismo. Dejando aparte el hecho de que el hombre invisible del título, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), se apellide igual que el del libro de Wells, y más allá de que el film de Whannell acuse vagas influencias de la última versión interesante en torno al mito, El hombre sin sombra (The Hollow Man, 2000) –aun sin ser de lo mejor de su director, el excelente Paul Verhoeven–, en particular de su trasfondo de ciencia ficción, otra grata sorpresa de El hombre invisible, versión 2020, reside en su cambio de perspectiva con respecto a la novela de Wells y a otras muchas versiones para el cine, lo cual también contribuye a conferirle un punto de vista refrescante, habida cuenta de que el protagonismo del relato no se centra en el hombre invisible de marras, sino en el personaje femenino que sufre el acoso de aquél: Cecilia Kass (Elisabeth Moss).



No descubro nada cuando afirmo que el hecho de que el protagonismo del relato recaiga en Cecilia, una mujer que, nada más empezar el film, huye de la vivienda de su pareja, el mencionado Griffin, harta como está de sufrir sus malos tratos, da pie a una lectura, tan ambigua como sugestiva, en virtud de la cual podemos creer, en un momento dado, que los ataques del invisible Griffin contra Cecilia son o pueden ser fruto de la imaginación de la protagonista, en cuanto también es o puede ser una persona trastornada por culpa de la agresividad recibida a manos de su expareja. Yendo más lejos, el hecho de que, al principio de la película, no veamos con claridad el rostro de Griffin, y que luego, como es lógico, sigamos sin verle gracias a su facultad para volverse invisible, confiere cierto cariz abstracto a un relato que se convierte, así, en una metáfora sobre la así llamada violencia de género (y que, a nivel particular, prefiero calificarla como violencia masculina sobre la mujer), en virtud de la cual poco importa, o sencillamente no importa, que el agresor tenga o no rostro humano: es el Hombre (invisible, en este caso) quien ataca a Cecilia, y con ella, simbólicamente, a la Mujer, o mejor dicho, a todas las mujeres que han sufrido a manos de sus parejas o exparejas, se entiende, masculinas. Como decía al principio de este párrafo, no revelo nada al escribir esto: ya lo explicó en su momento, y muy bien, el colega Israel Paredes Badía desde las páginas de Dirigido por… (n.º 508, marzo 2020) (2). Esa misma ambigüedad se vehicula en no poca medida sobre la crispada interpretación de Elisabeth Moss, una actriz con tendencia a encarnar personajes trastornados y/o torturados –baste recordar su celebrada labor en la serie de televisión El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale, 2017– ) (3)–, y que consigue que su personaje de víctima inicialmente indefensa se vaya convirtiendo en algo más oscuro y desagradable, como resulta patente, sobre todo, en el tercio final de la película, que en atención a quien todavía no la haya visto no desvelaremos.



Lecturas sociológicas aparte, El hombre invisible da la sorpresa, finalmente, con una labor de puesta en imágenes tan vigorosa como inteligente. Llama la atención, sobre todo, la habilidad con la que Whannell aprovecha excelentemente el espacio fílmico en las escenas de los ataques del hombre invisible contra Cecilia o las personas de su entorno –en particular, en la excelente secuencia de la exploración de la casa de Griffin por parte de la protagonista, que culmina con el descubrimiento de la verdad que se oculta tras el hombre invisible–, convirtiendo no pocos encuadres rodados con la cámara fija en la base de inquietantes escenas en virtud de las cuales se crea un elaborado “suspense”: el invisible Griffin puede estar en cualquier lugar del plano, delante, detrás o al lado de la protagonista o del resto de personajes, transformando sus manifestaciones en algo a la vez mágico y terrorífico. Es esta una película barata, cierto (7 millones de dólares de presupuesto), pero suple magníficamente su carencia de grandes medios con unos, a pesar de todo, excelentes y bien dosificados efectos visuales, y en particular, por la convicción en el planteamiento y resolución de no pocos momentos, más allá de alguna que otra torpeza de guion que, no obstante, no consigue empañar el interés de la propuesta.

 

(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2015/07/imagenes-de-actualidad-y-dirigido-por.html  

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/03/dirigido-por-marzo-2020-la-venta.html

(3) Véanse al respecto los artículos que he dedicado a esta serie en este blog:

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/05/el-cuento-de-la-criada-una-primera.html

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/12/el-cuento-de-la-criada-segunda.html

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/06/el-cuento-de-la-criada-tercera.html

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2022/10/el-cuento-de-la-criada-cuarta.html

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2022/12/el-cuento-de-la-criada-quinta.html

Véase, asimismo, el que le dediqué a los dos primeros episodios de la quinta temporada publicado en Dirigido por…:

https://elcineseguntfv.blogspot.com/2022/09/dirigido-por-octubre-2022-ya-la-venta.html 

lunes, 2 de septiembre de 2024

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado: “STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER”, de J. J. ABRAMS



Star Wars: El ascenso de Skywalker (Star Wars: Episode IX – The Rise of Skywalker, 2019) es, a grandes rasgos, una mera prolongación de los aciertos parciales de Star Wars: El despertar de la Fuerza (Star Wars: Episode VII – The Force Awakens, 2015, J.J. Abrams) –que, a pesar de su irregularidad, los tenía– (1), y prácticamente pasa por alto, incluso minimizándolos, los aspectos más interesantes de Star Wars: Los últimos Jedi (Star Wars: Episode VIII – The Last Jedi, 2017, Rian Johnson), la cual, de este modo, se erige automáticamente en la gran rareza de la más reciente trilogía de la saga galáctica de George Lucas (2), por más que, por ahora, carezca de la mítica que rodea a la brillante y carismática El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back, 1980, Irvin Kershner).



El despertar de la Fuerza
era un inteligente pacto entre la necesidad puramente comercial de respetar la “tradición” establecida alrededor de los seis primeros largometrajes producidos y parcialmente realizados por Lucas, recuperando, envejecidos, a los héroes originales de la saga –Han Solo, Leia Organa, Chewbacca, C-3PO, R2-D2, Luke Skywalker…–, y la necesidad, ésta más personal por parte de J. J. Abrams, de intentar hacer algo nuevo a partir de ese material de derribo. Cosa que a mi entender logró en buena medida jugando a fondo con el carácter metafórico de la trama, de manera tal que, en El despertar de la Fuerza, la principal heroína de la función, Rey (Daisy Ridley), aparte de certificar la querencia de Abrams por los personajes de acción femeninos, era presentada, simbólicamente, como una chatarrera que sobrevive revolviendo entre los restos (el recuerdo) de la vieja saga, mientras que su némesis, Ben Solo/Kylo Ren (Adam Driver), se erigía a su vez en un villano “modelo Darth Vader” atormentado, precisamente, por el hecho de saber que nunca podrá superar (y, con él, Abrams) a su impresionante predecesor en el trono de la villanía galáctica.



El ascenso de Skywalker
, como digo, se limita a desarrollar un poco más, y a concluir un tanto deslucidamente, los planteamientos de Abrams para El despertar de la Fuerza, por más que, como consecuencia de la existencia del capítulo central, Los últimos Jedi, y por razones de coherencia narrativa y cronológica, se ve obligado a incluir en la trama de este tercer episodio de la nueva trilogía, y noveno y último de la saga madre, algunas de las más atractivas ideas de la que, todavía hoy, me parece la mejor película del irregular Rian Johnson (por encima de su sobrevalorada Looper (3) y de las dos mediocres entregas de Puñales por la espalda). Reaparece, de este modo, la idea de la conexión mental/telepática entre Rey y Kylo, visualizada además mediante un sencillo pero poético plano/contraplano; una idea que, como digo, está bien… pero ya estaba expuesta, tal cual, en Los últimos Jedi. También se ahonda –por más que ya estaba apuntado en El despertar de la Fuerza– la “historia de amor imposible” entre Rey y Kylo, quienes se atraen, se repelen, se aman y se odian a muerte, valga el contrasentido, lo cual convierte cada uno de sus duelos con espadas láser en una soterrada declaración de amor y, al mismo tiempo, en un simbólico rechazo amoroso.



Si El ascenso de Skywalker reincide, por un lado, en los mayores aciertos de El despertar de la Fuerza, también repite, lamentablemente, algunos de sus defectos: la película vuelve a demostrar  que el resto de nuevos personajes de la trilogía, como el piloto Poe Cameron (Oscar Isaac) o el exsoldado de la Primera Orden Finn (John Boyega), carecen del menor interés, como ya ocurría, asimismo, en Los últimos Jedi, aunque este aspecto estaba mejor disimulado gracias a unas vistosas secuencias de acción orquestadas a su alrededor. Incluso una de las novedades de Los últimos Jedi, el simpático personaje de la piloto Rose Tico (Kelly Marie Tran), aquí resulta completamente anodino, en una nueva muestra del relativo desprecio o aparente indiferencia de Abrams hacia el trabajo de Johnson. Cabe decir en descargo del director que El ascenso de Skywalker fue el resultado del abandono del primer realizador inicialmente previsto, Colin Trevorrow –quien, a pesar de todo, conserva un crédito como coautor del argumento–, y de la influencia de los flojos resultados comerciales de la tampoco tan despreciable Han Solo: Una historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018, Ron Howard), todo lo cual pudo condicionar el trabajo de Abrams y, sobre todo, forzarle a darse prisa a liquidar la saga tan pronto como pudiera.



Se aprecia en El ascenso de Skywalker cierto afán de cubrir el expediente y acabar, cuanto antes, mejor. No solo por cierta desgana a nivel de guion, algo patente en el hecho de la –celebrada por los fans, aburrida e innecesaria para mi gusto– reaparición del emperador Palpatine (Ian McDiarmid), la del espíritu del difunto Han Solo (Harrison Ford), o la dulce muerte de la princesa Leia (Carrie Fisher), esta dos últimas pensadas más que nada para que esos mismos fans suelten la lagrimilla, todo lo cual pone en evidencia que El ascenso de Skywalker pretende ser en parte una especie de reedición, variante o poco disimulado remake del peor film de la trilogía original, El retorno del Jedi (Return of the Jedi, 1983, Richard Marquand). También porque la acción está aquí más acelerada que nunca, lo cual contribuye, por una parte, a que sus 144 minutos pasen como un suspiro, aunque no hagan más que poner en evidencia lo vacío del producto. Si, a pesar de todo, El ascenso de Skywalker no acaba de ser despreciable, eso se debe a algunos aciertos, aunque más parciales que los de El despertar de la Fuerza, que impiden que la función decaiga por completo. Una vez más, los mejores momentos son los que giran alrededor de los que siguen siendo los únicos personajes dignos de atención, Rey y Kylo: la llegada inicial de Kylo al reino de los Sith, en un decorado de resonancias wagnerianas; la presentación de Rey, flotando en medio de un pequeño “sistema solar” de piedras que giran a su alrededor; la brillante escena –que los tráileres promocionales “destrozaron” a placer– del salto mortal de Ray, espada láser en mano, cortando en el aire una de las alas del caza de Kylo; el cruce de un mar de olas gigantescas por parte de Rey, a bordo de una frágil embarcación, para dirigirse hacia los restos de la segunda Estrella de la Muerte; y, sobre todo, el excelente duelo con espadas láser de Rey y Kylo sobre una plataforma golpeada por las olas, que guarda ecos del Michael Curtiz de El capitán Blood (Captain Blood, 1935). Como no podía ser de otro modo, El ascenso de Skywalker concluye –previsiblemente– en la vieja granja de los Lars, situada en el desértico planeta Tatooine, donde Rey cierra la saga culminando su viaje personal, aunque uno no pueda dejar de preguntarse si eran necesarias tantas alforjas para tan corto recorrido.

 

(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2015/12/viejos-heroes-miradas-renovadas-star.html

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2018/01/dirigido-por-de-enero-2018-la-venta.html

(3) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2012/11/looper-de-rian-johnson-telegrama-num-19.html