Producida
por Disney entre la fallida Hércules (Hercules, 1997, John Musker
y Ron Clements) y la excelente y todavía no debidamente reivindicada Tarzán
(Tarzan, 1999, Kevin Lima y Chris Buck), Mulán (Mulan,
1998) supone un cuerpo relativamente extraño dentro de la producción animada en
2D del estudio en esa época. Por un lado, se encuentra a caballo del estilo
visual que cimentó la resurrección del estudio gracias a los clamorosos éxitos
comerciales y críticos de La sirenita (The Little Mermaid, 1989, Musker
y Clements), La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 1991, Gary
Trousdale y Kirk Wise), Aladdin (ídem, 1992, Musker y Clements), El
rey león (The Lion King, 1994, Roger Allers y Rob Minkoff), Pocahontas
(ídem, 1995, Mike Gabriel y Eric Goldberg) y El jorobado de Notre Dame
(The Hunchback of Notre Dame, 1996, Trousdale y Wise). Pero, al mismo tiempo, supone
cierta ruptura con las líneas suaves en materia de trazo de personajes,
aportando unos contornos más secos y contundentes –ya apuntados, empero, en Pocahontas
y Hércules, y que tienen un precedente en La bella durmiente
(Sleeping Beauty, 1959, Clyde Geromini), una de las obras maestras del estudio–,
e introduce subrepticios planos y movimientos de cámara generados por ordenador
–tampoco tan novedosos: el CGI ya hacía acto de presencia en la espléndida Basil,
el ratón superdetective (The Great Mouse Detective, 1986, Clements, Burny
Mattinson, Dave Michener y Musker)–, que, sin ser en absoluto una producción en
3D, la ponen vagamente en relación con los primeros trabajos de Pixar que
Disney también empezó a distribuir por esos años: la seminal Toy Story
(ídem, 1995, John Lasseter) y Bichos: Una aventura en miniatura (A Bug’s
Life, 1998, Lasseter).
Ahora
este detalle puede parecer trivial o anodino, pero en el momento de su estreno Mulán
llamó la atención por presentar, por primera vez en la historia del cine de
animación disneyano, a una heroína –o “princesa”– oriental. Un acierto
relativo, o discutible desde otros puntos de vista, habida cuenta de que,
cuando la película se estrenó en China, funcionó bastante mal, entre otras
razones porque al público local le parecía que la protagonista se comportaba de
una manera excesivamente “occidental”. De hecho, en su escena de presentación,
sentada en su cama en ropa interior mientras se pinta en un brazo las palabras
que tiene que memorizar para luego recitarlas delante de la casamentera, Mulán parece,
sobre todo, una teenager occidental contemporánea que una adolescente de
la China de la dinastía Han (206-220 d.C.). En China tampoco gustó que la trama
del film se apartara de la historia original –la leyenda de Hua Mulán, relato
anónimo del siglo VI d.C. recogido en forma de balada por el antólogo Guo
Maoqian–, la cual incluye variaciones sobre las aventuras de la protagonista
que van desde la que fuera adoptada por Disney –Mulán se disfraza de hombre y
se alista en el ejército para sustituir a su viejo padre en la guerra– hasta
otras, mucho más trágicas, que concluyen con el suicidio de la heroína. Pueden
entenderse esos reparos viendo la película, la cual se toma a la ligera la
solemnidad de determinados elementos de la cultura china, como pueda ser la
veneración a los antepasados, y hace mofa de ello en la secuencia final (la más
facilona y prescindible de la función), en la cual los espíritus de los
ancestros de Mulán se marcan una especie de fiesta “discotequera” amenizada por
la voz –en la V.O.– de Stevie Wonder.
Mulán
presenta algunas variaciones respecto a lo que era habitual en las producciones
animadas de Disney de su tiempo. Un aspecto que llama la atención es su
relativa escasez de canciones, compuestas para la ocasión por Matthew Wilder
(música) y David Zippel (letras) y que, al margen de su buena calidad, están
insertadas en la trama de forma armoniosa, de tal manera que no constituyen
“paréntesis” musicales sin más, sino que sirven para que la acción avance. Tal
es el caso, por ejemplo, de “Honor to Us All”, que describe la vida de Mulán
con sus padres, el deseo de estos y de su abuela de que la protagonista se
comporte como una joven como-las-demás, y acuda, solícita y sumisa, a una vital
entrevista con la casamentera del pueblo, encargada de encontrarle un-buen-marido.
La famosa “Reflection”, que Mulán canta en soledad, y cuyo desarrollo incluye
el bello plano de la muchacha viendo su reflejo en las superficies pulidas de
los monumentos a sus ancestros, y que viene a expresar el deseo de Mulán de no
someter su destino al dictado de las costumbres tradicionales y ser ella misma
(lo cual acaso también explicaría el fracaso del film en China, precisamente por
presentar a una heroína que intenta dar la espalda a la tradición). “I`ll Make
a Man Out of You” es el dinámico tema musical que acompaña al adiestramiento
militar al cual se somete Mulán junto con sus nuevos amigos y compañeros de
armas, Yao, Ling y Chien-Po, bajo la supervisión del joven capitán Li Shang, y
refuerza ese proceso de aprendizaje en una divertida secuencia sazonada
visualmente con excelentes gags. Es de destacar la reutilización irónica de la
misma canción cuando, en el tercio final, la estrofa que dice: “Be a man…”
(sé, o compórtate como, un hombre), vuelve a sonar sobre la imagen de los
mencionados amigos de Mulán… disfrazados de concubinas (un gag que, en la
versión española, pasa desapercibido como consecuencia de la traducción y
adaptación de dicha estrofa al castellano). Finalmente, “A Girl Worth Fighting
For” es el burlesco tema interpretado principalmente por Yao, Ling y Chien-Po
en el cual estos hablan de las esposas que tienen o desearían tener para estar o
regresar junto a ellas en cuanto acabe la guerra, y que, indirectamente,
subraya la incómoda situación de Mulán (la cual, recordemos, está disfrazada de
hombre y usa el nombre falso –masculino– de Ping), cuando sus amigos le
preguntan si tiene novia…
Esa
dosificación de las canciones, unida al hecho de que la película cuenta con una
partitura instrumental de Jerry Goldsmith pletórica de las sonoridades
habituales de este compositor en materia de cine de acción (incluyendo algún que
otro, y deliberado, anacronismo), refuerza el carácter de una producción que, aun
tratándose, como se trata, de un largometraje animado de Disney, resulta muy
aventurero –sin apartarnos del cine disneyano de esos años, casi tanto como El
rey león– y menos sentimental e infantil de lo previsible. De hecho, se
recalcan las escenas “tenebrosas”, no menos habituales en Disney, en aquellos
momentos en los cuales hacen presencia en pantalla los villanos de la función,
Shan Yu y su ejército de hunos; llama la atención un momento de violencia,
resuelto elípticamente –el asesinato de un soldado chino, disparándole una
flecha por la espalda, expresado fuera de campo mediante un fundido a negro–,
que vuelve a demostrar la habilidad de los responsables de Disney a la hora de
abordar escenas o temas “espinosos” a un público, teóricamente, infantil.
También resulta inesperadamente sombría la secuencia en la que, justo
inmediatamente después de la alegre canción “A Girl Worth Fighting For”, Mulán
y sus amigos llegan a un poblado que ha sido arrasado por los hunos: el
hallazgo por parte de Mulán de una muñeca, ahora sin dueña, pone en evidencia
tanto la peligrosidad como la astucia de los hunos (a los cuales, escenas
atrás, hemos visto llevar a cabo una serie de inteligentes deducciones tan solo
a partir de los vestigios hallados en otra muñeca), y en cierto sentido, supone
el fin de la inocencia para la protagonista…, del mismo modo que, desde esta misma
perspectiva, la propia película pierde buena parte de su “inocencia” inicial y
deviene más oscura.
Incluso
en muchas de las secuencias “musicales” con fondo de canción que hemos
mencionado líneas atrás, las escenas de acción son las predominantes: a ellas
hay que añadir otras tan brillantes como la de la batalla en la nieve, con la
avalancha que acaba con el grueso del ejército huno gracias a una hábil
estratagema de Mulán, o el clímax en la Ciudad Prohibida, las cuales evidencian
que Mulán es, por encima de todo, una película de aventuras que “de
princesa(s)”, por más que no falten a la cita los habituales personajes secundarios
disneyanos en forma de animales antropomórficos que acompañan a la heroína en
su periplo: el dragoncito Mushu, el Grillo de la Suerte y el caballo. El hecho
de que los realizadores de este film, Barry Cook y Tony Bancroft, nunca más
volvieran a estar al frente de una producción Disney de primera fila, refuerza
todavía más el carácter de relativa rareza de esta película, insisto, dentro de
un contexto tan rígido y preestablecido como el cine de animación disneyano.
Basta con ver la mediocre secuela direct-to-video del film, Mulán 2
(Mulan II, 2004, Darrell Rooney y Lynne Southerland), que incurre en todos los
peores tics disneyanos que la película original lograba soslayar de manera
notable.
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