[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Como suele ser habitual
en el cine contemporáneo cuando se le quiere imprimir a una película la
sensación de que es “importante”, la acción de Moonlight (ídem, 2016) está dividida en tres partes diferenciadas
por sendos rótulos, “I. Pequeño”, “II. Chiron” y “III. Black”. Las mismas se
corresponden con otras tantas etapas en la vida de principal personaje, llamado
con el nombre mencionado en segundo lugar, Chiron (Alex Hibbert de niño, Ashton
Sanders de adolescente, Trevante Rhodes de adulto), por más que, siendo un
infante, recibe el mote de “Little” (pequeño), y, al llegar a la edad adulta,
otro mote, el de “Black”, adquirirá, como luego veremos, un significado
especial.
“I. Pequeño”.
Chiron es un niño que vive en un suburbio negro (o, mejor dicho, para negros)
en Liberty City, Miami. Su madre, Paula (Naomie Harris), de la que es hijo
único, es una drogadicta incapaz de hacer nada bueno ni con su vida ni con la
de su retoño. Pero, contra todo pronóstico, el niño se gana la simpatía de Juan
(magnífico Marhershala Ali), un pequeño traficante de drogas, y su pareja,
Teresa (Janelle Monáe), quienes tratan a Chiron –“Little”, como le llama Juan–
con un afecto que su progenitora no quiere, o no puede, o no sabe darle. Por
esa época, Chiron también se hace amigo de otro chiquillo negro del barrio,
Kevin (Jaden Piner de niño, Jharrel Jerome de adolescente, André Holland de
adulto), el cual, al contrario que la mayoría de condiscípulos de Chiron, no le
trata con desprecio por el mero hecho de que, al contrario que aquéllos, Chiron
es un niño tranquilo, solitario, sensible y nada amante de meterse en peleas.
Además, Kevin será quien bautizará a Chiron con un nuevo apodo que tan solo
emplea él para referirse a su amigo: “Black”.
“II. Chiron”.
Llegado a la adolescencia, Chiron estudia ahora en el instituto de secundaria,
pero su situación personal no ha mejorado demasiado. Su madre sigue enganchada
a las drogas, prostituyéndose, o exigiéndole a su hijo que le dé el poco dinero
que lleva en los bolsillos, para comprarse sus dosis. Y muchos de sus
condiscípulos siguen metiéndose con él, si cabe más violentamente, porque al
desprecio por su “debilidad” se une, ahora, la sospecha, bien fundada, de que
Chiron es diferente a ellos por otra razón: su homosexualidad. El único que
sigue conservando su amistad en este entorno escolar hostil es Kevin, el cual, al
contrario que Chiron, hace gala y exhibición de su promiscuidad con todas las
chicas que se le ponen a tiro. Una noche, empero, Chiron y Kevin, a solas en la
playa, se sincerarán el uno con el otro, y dejándose llevar por un impulso, se
besan y se masturban mutuamente. Pero, poco después, los condiscípulos de Kevin
y Chiron arengan al primero para que haga algo indigno para “integrarse”: que
golpee a Chiron. Una paliza que Chiron recibe con pasividad, sin querer
defenderse, sin resistirse a la agresión de alguien a quien ama. La cosa no
acabará ahí. Más tarde, Chiron irrumpe, decidido, en el aula donde está el
líder de los chicos que obligaron a Kevin a pegarle, y sin más dilación le
rompe una silla en la espalda. Chiron es detenido por la policía.
“Black”.
Chiron, adulto, tiempo después de haber salido de la cárcel, se ha convertido,
como Juan, en un traficante de drogas local. Ya no es ese niño sensible ni ese
adolescente delgado y solitario, sino un hombre fornido, temible, que adorna su
dentadura con fundas de oro. Una inesperada llamada telefónica de Kevin le
permite descubrir que este, tras dejar el instituto, se casó, se divorció,
tiene hijos y ahora se gana la vida cocinando en un dinner. También le llama para pedirle perdón por lo que le hizo en
el instituto. Sin rencor, ambos quedan en verse en el local donde Kevin
trabaja, con la promesa de que le preparará un buen plato de comida a Chiron.
La cita se produce allí, y, en un clima cordial, ambos hombres, primero en esa
cafetería, luego en el coche de Chiron y, más tarde, en el humilde apartamento
de Kevin, mantendrán una larga conversación sobre sus vidas, su pasado y su
presente, hasta que al final, conscientes de que el uno ha sido y sigue siendo
el gran amor en la vida del otro, se abrazan con afecto.
Más
allá de algunos tics propios del cine indie
en el que se inscribe, Moonlight es
un estupendo film, a ratos excelente que, si por algo sorprende, y muy
agradablemente, es por el elevado carácter estilizado de su realización. No me
refiero solo a lo más aparente, el por lo demás magnífico trabajo del operador
James Laxton, quien trabaja con virtuosismo tanto la cálida iluminación de las
escenas diurnas como, en particular, los colores ocres pero a pesar de ello
vivaces de las escenas nocturnas, a tono con uno de los sentidos inherentes al
relato: la sensación corroborada, como digo, por el trabajo fotográfico, de
que, en Moonlight, el día es el
espacio de la luz, del sol, y también, el momento en que sale directamente a la
luz, a esa luz, lo peor del ser humano: la soledad de Chiron, el desprecio de
los demás chicos, la drogadicción de su madre, los trapicheos de Juan con los
estupefacientes. Pero, una vez llegada la noche, esta se convierte en el
espacio de la intimidad, de la reflexión, de la confidencia: Juan ve, con
tristeza, cómo Paula se prostituye para conseguir el dinero que necesita para
drogarse; Chiron y Kevin hacen el amor en la playa siendo adolescentes, y una
vez adultos, reanudan su amistad íntima, su amor secreto, con nocturnidad.
A
falta de conocer su primer largometraje, Medicine
for Melancholy (2008), Barry Jenkins hace gala en Moonlight de un pulso narrativo y sentido de lo cinematográfico
realmente notables, consiguiendo elevar el interés de la propuesta muy por
encima de sus interesantes, pero no particularmente atractivos, planteamientos
argumentales. Indico, por ejemplo, la bella secuencia de presentación de Juan:
los elegantes movimientos de cámara semicirculares alrededor del personaje
captando sus gestos, sus miradas, su manera de bajarse de su coche, de moverse
como pez en el agua, describen espléndidamente el dominio que tiene Juan del entorno
en el que se mueve, donde se gana la vida traficando; todo ello visualizado con
elegancia y precisión, y al mismo tiempo, con naturalidad y sentido de lo
cotidiano, de lo inmediato. Otro momento magnífico es la secuencia en la que
Juan enseña a nadar en la playa al pequeño Chiron/ “Little”: la planificación,
que combina planos generales y planos medios de Juan y Chiron con planos más
cerrados, casi primeros planos, del niño dando sus primeras e inseguras
brazadas en el agua, expresa muy bien la complicidad entre ambos personajes,
así como los “simbólicos” esfuerzos de Chiron para nadar en aguas revueltas /
enfrentarse a los sinsabores de la vida, sin que ese simbolismo resulte ni
obvio ni recargado. Llama la atención, asimismo, ese momento extraordinario,
sin duda el más brillante de la película, en el que el adolescente Chiron
irrumpe en clase para golpear al líder de los jóvenes que le humillaron: el
gesto del muchacho viene precedido por una vibrante movilidad de la cámara que
expresa la determinación del personaje, su rabia y su frustración a punto de
estallar. Apuntar, finalmente, que me resulta chocante que nadie –al menos, que
yo sepa– haya establecido vínculos entre Moonlight
y Fresh (ídem, 1994), una película
escrita y dirigida por Boaz Yakin no menos excelente y con no pocos puntos de
contacto con la de Jenkins, que bien merecería una revisión.
Pues a mi no me convenció. Muy estilizada en lo visual, pero no me atrapó nunca en lo temático y narrativo. Volveré a ver Fresh para comprobar esas similitudes, pero la de Yakin es, al menos en mi memoria, muchísimo más lograda que Moonlight.
ResponderEliminarExcelente comentario.
ResponderEliminarNo me atrapó la película a pesar de la sensibilidad narrativa y la fotografía excelente.Un melodrama que no me hizo llorar.
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