[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No deja de resultar
coherente el hecho de que Kong: La isla
Calavera (Kong: Skull Island, 2017), esta especie de reboot de King Kong
(ídem, 1933), esté condicionado por una etapa concreta de la historia de los
Estados Unidos de América, al igual que ocurría en la versión clásica de Ernest
B. Schoedsack y Merian C. Cooper y en su primer remake –King Kong (ídem,
1976)–, producido por Dino de Laurentiis y dirigido por John Guillermin; no así
en su tercera versión, el King Kong
(ídem, 2005) de Peter Jackson, este marcado, sobre todo, por el espíritu
cinéfilo/ nostálgico/ posmoderno (táchese lo que no proceda) que ha imperado en
el cine contemporáneo de estos últimos veinticinco años aproximadamente. Si tanto
el King Kong de Schoedsack &
Cooper como el de De Laurentiis & Guillermin estaban marcados a fuego por
el momento en el que fueron realizados, la Depresión en el caso de la primera y
la crisis del petróleo y la América post-Nixon en el de la segunda, Kong: La isla Calavera hace hincapié en
el momento histórico en el que está ambientada, por más que, al contrario que
las dos versiones antes mencionadas, esa etapa de la Historia no se corresponda
con la actualidad (al menos, no a simple vista).
Nos
hallamos en 1973. Acaba de terminar la guerra de Vietnam. Las tropas
norteamericanas se van; según unos, derrotadas; según otros, tan solo “se retiran”. La primera opinión es de la
fotógrafa de prensa Mason Weaver (Brie Larson); la segunda corresponde al
coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson). Dos posturas antitéticas con
respecto a la guerra que acaba de concluir que, posteriormente, tendrán peso
específico cuando la acción del relato se traslade a la isla Calavera; sobre
todo, a partir del momento en que el coronel Packard decidirá, por su cuenta y
riesgo, continuar la guerra de la que, según él, se ha retirado, pero que en
realidad ha perdido, eligiendo a Kong, el gorila gigante, como el nuevo enemigo
a abatir. En estos momentos existe cierta tendencia entre los críticos de cine
españoles –y reconozco que yo también he participado en ella– a interpretar
determinados contenidos de recientes películas norteamericanas poniéndolos en
relación con lo que llevamos visto de la política del actual presidente de los
Estados Unidos Donald Trump. En la crítica que saldrá publicada en el próximo
número de Imágenes de Actualidad de
la magnífica Logan (ídem, 2017, James
Mangold), comento que la América futurista que sale en este film –año 2029–
parece, ya, una premonición de la América de Trump. En Kong: La isla Calavera, otro norteamericano, frustrado por lo que
considera que ha sido la humillación de su nación, intenta lavar esa vergüenza,
que tiene mucho de venganza personal, con la sangre de un nuevo enemigo que el
azar ha puesto en su camino. Naturalmente que tanto Logan como Kong: La isla
Calavera fueron rodadas por lo menos un año antes de la llegada a la
presidencia del actual ocupante del Despacho Oval; pero en ocasiones, y no es
la primera vez que esto ocurre, el arte y la cultura en general, y el cine en
particular, han demostrado una casi mágica intuición a la hora de pronosticar
no pocos horrores.
Disquisiciones
coyunturales, o no, aparte, el hecho de que Kong:
La isla Calavera ubique su trama en 1973 da pie a que el realizador Jordan
Vogt-Roberts –otro caso de realizador forjado en la televisión y el así llamado
cine indie, suya es The Kings of Summer (ídem, 2013), que da
el salto a la gran superproducción hollywoodiense–
llene buena parte del metraje con referencias visuales a la guerra de Vietnam
y, naturalmente, a Apocalypse Now
(ídem, 1979): los planos de los helicópteros; el lanzamiento sobre la isla de las bombas sísmicas, que recuerdan los siniestros rociamientos con napalm; en particular, el plano general
en el que los aparatos se lanzan en formación de ataque sobre Kong, con este
silueteado a la luz de un disco solar anaranjado a lo Vittorio Storaro; y, más
adelante, las escenas en las que James (Tom Hiddleston), Mason, Hank Marlow
(John C. Reilly) –cuyo apellido coincide con el del protagonista de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, base literaria, como es bien sabido, de Apocalypse Now...–, Víctor Nieves (John Ortiz) y el joven soldado Slivko (Thomas
Mann) se lanzan río abajo, camino del mar, en una lancha construida por el
mencionado Hank que guarda evidentes ecos de la utilizada en el film de Coppola.
Nada de esto resulta particularmente original, más bien al contrario; pero, al
menos, sirve para marcar una cierta distancia con la estética visual de las
tres anteriores versiones de las aventuras del Rey de la isla Calavera. Un Rey
que, dicho sea de paso, aparece aquí más desdibujado que nunca, entre otras
razones porque, al menos en esta ocasión, Kong parece haber perdido por el
camino su salvajismo ancestral, su condición de fuerza pura y bruta de una
naturaleza desatada, para convertirse, pura y sencillamente, en un aliado del
Bien: el protector de la isla Calavera y sus habitantes, a los que defiende del
ataque de unos monstruosos lagartos que, en un momento dado, podrían erigirse
en una amenaza de proporciones planetarias.
Kong: La isla Calavera
no es un mal film, por más que tampoco sea una buena película. Está realizada
con corrección y atesora, a ratos, algunos buenos momentos, e incluso, diversas
imágenes de considerable belleza. Anoto, de entrada, la divertida primera
secuencia, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, en la que un joven Hank
Marlow (Will Britain) y un piloto japonés (Miyavi) son derribados sobre la isla
Calavera, y prosiguen su enfrentamiento cuerpo a cuerpo… hasta ser
interrumpidos, espectacularmente, por Kong; los primeros planos, à la Sergio Leone, de los ojos del
coronel Packard y Kong, mirándose en plano/ contraplano (estableciendo, de
paso, un irónico contraste entre la animalidad del simio y la “animalidad” del
militar empecinado en matar todo lo que se le pone por delante); la imagen de
la gigantesca fosa donde reposan los huesos de los padres simios de Kong; o la despedida
de Hank a la tribu que le acogió durante más de veinte años, aunque esto último
es sobre todo mérito del siempre magnífico John C. Reilly, el mejor de la
función. Nada, en Kong: La isla Calavera,
está del todo mal; pero, tampoco, nada termina de estar todo lo bien que
promete, a pesar de la eficacia de las escenas de acción y la brillantez de los
combates de Kong contra otros colosos de la isla Calavera. Ello se debe no
tanto a la impersonalidad de la puesta en escena de Vogt-Roberts como al dibujo
chato y superficial de los personajes, empezando por el exmilitar británico
reciclado en aventurero que encarna Tom Hiddleston y la fotógrafa comprometida
a cargo, sin ningún relieve, de una antipática Brie Larson que se erige, fácilmente, en la
peor “novia de Kong” hasta la fecha; pasando por el ya mencionado personaje del
coronel Packard o el del supervisor a la expedición a la isla Calavera Bill
Randa (más allá del sempiterno buen hacer, en ambos casos, de Jackson y John
Goodman) y el resto de secundarios. Aviso para navegantes: una secuencia
post-créditos pone en relación Kong: La
isla Calavera con el ya anunciado remake/
reboot de King Kong contra Godzilla (Kingu Kongu tai Gojira, 1962, Ishiro
Honda).
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