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lunes, 22 de agosto de 2016

Maternidades: “AL INTERIOR”, de JULIEN MAURY y ALEXANDRE BUSTILLO



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Al interior (À l’intérieur, 2007) se abre con una secuencia “engañosa”, cuyo completo significado descubriremos bien avanzada la proyección: en primer lugar, vemos un primer plano de un bebé nonato, flotando dentro del vientre de su madre, mientras oímos la voz en off de esta última, diciéndole suavemente que siempre le amará y le cuidará; de repente, oímos asimismo en over el terrible estrépito de un accidente automovilístico, mientras la imagen del feto se sacude violentamente y el líquido amniótico en el que se mece empieza a llenarse de sangre; la imagen se interrumpe aquí y, por corte, pasamos a un plano picado: dos coches han colisionado; le sigue un plano medio del parabrisas de uno de los dos vehículos: un hombre, muerto (su cabeza ha impactado mortalmente contra el cristal), y en el asiento del conductor, una mujer –Sarah (Alysson Paradis)–, también herida, pero viva. Sarah está embarazada. Suponemos, en buena lógica y en base a lo que nos está enseñando la planificación, que el bebé que hemos visto en el vientre materno, y la voz de la madre, pertenecen ambos a Sarah.


Al interior, primer largometraje escrito y dirigido por Julien Maury y Alexandre Bustillo, y todavía hoy una de las películas más malditas del cine fantástico europeo de estos últimos años en España, donde ha tenido una pésima distribución (1), juega con el punto de vista del espectador, a fin de sorprenderle con una revelación que confiere un sentido diferente a la secuencia que hemos descrito en el párrafo anterior. Es cuando descubrimos que el bebé que hemos visto sacudirse dentro del claustro materno, y la voz en off femenina que lo confortaba, no son ni el hijo ni la voz de Sarah, sino en realidad el feto (muerto) y los pensamientos de otra mujer, a la que conoceremos tan solo como La Mujer (Béatrice Dalle), la cual no era sino la conductora del segundo vehículo en el accidente donde Sarah perdió a su pareja y padre de su hijo nonato, y La Mujer, al bebé que con tanta ilusión esperaba. En breve: la noche antes de ingresar en el hospital, donde se le provocará el parto, Sarah es atacada en su propio domicilio por esa Mujer, cuyo demente propósito no es otro que matarla y quedarse con su hijo, en substitución del que perdió en el choque.


Así planteada, Al interior puede parecer, a simple vista y juzgando por la vulgaridad de su planteamiento dramático, un prototípico slasher norteamericano, variantes temáticas home invasion y torture porn tan de moda últimamente. A ello hay que sumar el elevadísimo contenido sangriento y gore de sus imágenes –cine sangriento y cine gore no son lo mismo: recuérdese que el elemento diferenciador del segundo con respecto al primero es la mutilación–, de un sadismo pocas veces visto, que acerca al film a los oscuros territorios del exploitation más burdo y adocenado. Nada más lejos de la realidad, habida cuenta de que, a pesar de manejar esos elementos (y de sus imperfecciones, que las tiene), Al interior es una interesante película cuyos méritos se sustentan sobre dos buenas bases. La primera de ellas, acaso la fundamental, su sentido de la planificación y el montaje, que elevan la teórica simplicidad de sus contenidos dramáticos colocando al film muy por encima de la aparente pobreza de estos últimos. La segunda, estrechamente conectada con la anterior, reside en la capacidad de sugerencia que se deriva, primeramente, de ese virtuoso sentido de la puesta en escena, pero también de determinadas pinceladas de guion, más abstracto y profundo, también, de lo que pueda parecer en virtud de una rápida lectura de sus enunciados.


Una de las posibles interpretaciones que, a nivel particular, sugiere esta película es lo que tiene de virulenta digresión en torno a la destrucción del entorno –social, moral, político, ético– de Sarah, su desdichada heroína. Desde el inicio del relato, terrible, y hasta el final, espeluznante, Sarah asistirá, en medio de una orgía de horror llevado al paroxismo, a la completa aniquilación de todo aquello representativo de los, así llamados, valores que, dicen, son la base de nuestro, sigamos diciendo, modo de vida. En primer lugar, perderá en el accidente del principio a su pareja, padre de un hijo destinado, ya antes de nacer, a crecer y desarrollarse como persona sin la figura de su progenitor. A continuación, cuatro meses más tarde –el lapso temporal que, en el film, transcurre desde su primera secuencia hasta que nos reencontramos a Sarah a punto de dar a luz–, irán cayendo a los pies de Sarah su confianza en el sistema sanitario –esa sarcástica secuencia de humor negro en la que una enfermera (Dominique Frot) se sienta al lado de Sarah en la consulta del hospital y, sin dejar de fumar (sic), le explica que ella estuvo 18 horas en el parto de su primer hijo, soportando un dolor inhumano, y que, al final, el bebé nació… muerto–, las fuerzas de seguridad –los policías a los que Sarah avisa cuando descubre a La Mujer merodeando alrededor de su vivienda, y los que luego irrumpen en su casa esa misma noche atendiendo a la emergencia de la situación: todos ellos serán incapaces de ayudarla–, y, por descontado, la sacrosanta inviolabilidad del hogar: La Mujer entra en su casa con una aparente facilidad y, a partir de entonces, será completamente imposible sacarla de allí. No solo eso: también serán víctimas del feroz ataque de La Mujer un amigo de Sarah, Jean-Pierre (François-Régis Marchasson), al cual este último confunde con la madre de su amiga, y en el colmo del horror, la verdadera madre de Sarah, Louise (Nathalie Roussel), ¡asesinada accidentalmente por la propia Sarah al confundirla a su vez con La Mujer!


De este modo, la civilizada Sarah acabará convertida en un animal cubierto de sangre de los pies a la cabeza, que lucha por su propia vida y la de su bebé en lo que puede verse un regreso en toda regla al primitivismo, a la barbarie. Una Sarah indefensa, sin amigos, sin madre, sin policías que la protejan. Una Sarah enfrentada cara a cara a un horror indescriptible y demencial, que acabará entregando a su hijo en una orgía sanguinolenta de horror y dolor indecibles, dejándose la vida en ello. Más que por el elevado nivel de sus escenas de violencia, lo más virulento de Al interior reside en la violencia moral con la que somete al espectador a un cruel suplicio psicológico: asistir a un festival de horrores descargados sobre la persona de una joven mujer embarazada que hace todo lo posible para salvar su vida, y que al final tan solo consigue prolongar su dolor, su agonía, su terror, víctima de un destino atroz e implacable contra el cual carece de defensores, en una de las resoluciones más incómodamente no convencionales que se recuerdan.


¿Y quién es La Mujer? Ya hemos explicado que era la conductora del vehículo que colisionó contra el de Sarah, y estando también embarazada, y habiendo perdido a su bebé como consecuencia del brutal impacto, ahora pretende quedarse con el de Sarah a modo de delirante compensación. Pero, ¿La Mujer es solo una loca? ¿O podemos ver en ella, también, una culminación de ese deterioro social, moral y ético al que nos hemos referido en el párrafo anterior? ¿Una especie de Nueva Mujer, que viene a reemplazar al estereotipo femenino anterior representado por Sarah, para la cual la maternidad no es solo el principal, sino el único propósito de su existencia, por encima de las reglas y valores socialmente establecidos? El hecho de que sea un personaje sin nombre le confiere, de entrada, un determinado grado de abstracción.


Cualidad abstracta que se acentúa, si cabe, ante el carácter tenebroso, casi sobrenatural, de sus apariciones y sus brutales agresiones. La primera vez que Sarah la ve por la ventana, rondando alrededor de su casa después de haber llamado a la puerta y haber amenazado a Sarah a través del portero electrónico, la protagonista le toma una fotografía, que después enseña a la policía: la imagen de La Mujer en ella, una figura negra cuyo rostro apenas destaca en la oscuridad, le confiere la apariencia de un fantasma. Podemos pensar, asimismo, que La Mujer es, efectivamente, un espectro: el alma en pena, doliente y demente, de esa segunda conductora que quizá tampoco sobrevivió a ese accidente automovilístico, y ahora regresa de entre los muertos para perpetrar una siniestra venganza de ultratumba, tomando la apariencia de una fémina que, a pesar de las terribles heridas que también recibe, se resiste a volver de donde vino (¿a regresar a la tumba?), hasta no haber cumplido su propósito. La imagen que cierra el film, esa enésima evocación de la Pietà, con La Mujer y el bebé de Sarah recién arrancado del vientre de su difunta madre, ambos cubiertos de una sangre que, en cierto modo, les “ilumina”, haciéndoles destacar en la oscuridad que les envuelve, parece convertir al personaje en un ente maléfico que no es de este mundo.


Maury y Bustillo manejan con virtuosismo los mecanismos del “suspense”, llenando Al interior de planos tan memorables como la ya mencionada imagen fantasmagórica de La Mujer que aparece en la fotografía tomada por Sarah, o ese momento excepcional, en el cual vemos a La Mujer asomando en la oscuridad por una puerta de la casa, detrás de Sarah, como si fuera un espectro; por no hablar de secuencias tan sangrientas, cierto, pero, asimismo, tan bien planificadas como el acoso de Sarah por parte de La Mujer dentro del lavabo donde la primera se ha encerrado para defenderse, o la excelente tensión que se crea en la escena en la que, como digo, Pierre confunde a La Mujer con la madre de Sarah. En un momento de esta escena, Pierre toma de la mano a La Mujer durante un segundo, y ella la aparta rápidamente, con repugnancia, lo cual acaso puede verse como un apunte sobre la psicología del personaje –¿La Mujer pudo quedar embarazada como consecuencia de una violación?: en la trama no se hace referencia alguna al padre biológico del hijo que esperaba…–, o acaso, como un refuerzo del dibujo de La Mujer como Nueva Mujer ajena a las convenciones sociales: un ser que rechaza el contacto con los demás, la menor muestra de afecto, de sociabilidad, en beneficio de su propio y feroz egoísmo asesino.


En el saldo negativo del film, chirrían aspectos como los más bien burdos efectos digitales del bebé de La Mujer y del de Sarah, recibiendo los impactos derivados del choque de vehículos o de las agresiones de La Mujer a su madre (por más que siempre cabe el recurso de interpretarlos como imágenes no realistas desde un punto de vista empírico, en tanto son proyecciones mentales de La Mujer y Sarah), o los del momento en que Sarah abrasa la cabeza de La Mujer valiéndose de un espray y un mechero; alguna torpeza, como la secuencia de la pesadilla de Sarah, en la que sueña que su bebé brota violentamente de su boca; o situaciones cogidas por los pelos a nivel de guion, caso de los agentes de policía que se ven obligados a entrar en el domicilio de Sarah llevando consigo a un detenido al que no pueden dejar esposado en su coche patrulla (sic)…, por más que ello dé pie a nuevos momentos de “suspense” magníficamente filmados. Incluso en sus peores o más discutibles instantes, Al interior sabe extraer partido de sus debilidades, con resultados tan atractivos como revulsivos, tan brillantes como perturbadores.

(1) Según IMDB, en nuestro país solo ha conocido una mínima explotación en salas: en 2012, se proyectó durante tres días en el cine Artistic Metropol de Madrid; y, en 2016, durante dos días, en el cine Phenomena de Barcelona (http://www.imdb.com/title/tt0856288/trivia?ref_=tt_ql_2). Salvo error del que suscribe, hasta la fecha no se ha editado en formato doméstico en España. Una copia del mismo está disponible en Filmin: https://www.filmin.es/pelicula/al-interior.

1 comentario:

  1. Estas pelis francesas al estilo "Martyrs" son muy impactantes, pero para mi gusto tiran demasiado de carnaza y sangre a raudales. Uno echa de menos por ejemplo la sutilidad de Polanski en "La semilla del diablo".

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