[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Esta nueva entrega
de la franquicia trekkie demuestra,
de entrada, una cosa: que, lejos de lo que afirmaron los agoreros que, hace
algunas temporadas, se lanzaron a proclamar las excelencias como realizador de
Justin Lin a raíz, dijeron, de las virtudes (existentes, pero no tan
destacables) de algunas de sus contribuciones a otra franquicia, la de Fast & Furious –sobre todo, la
divertida Fast & Furious 5 (Fast
Five, 2011)–, lo cierto es que Star Trek:
Más allá (Star Trek Beyond, 2016) no hace sino poner en evidencia las
numerosas limitaciones del citado Lin. Y lo hace, además, a la vista de lo que,
se supone, es la principal especialidad de este realizador: las escenas de
acción.
Siendo
así, cuesta reconocer aquí al teórico firmante de la que sigue siendo una de
las mejores secuencias de acción de la franquicia Fast & Furious, si no la mejor: la persecución automovilística
por las calles de Río de Janeiro, arrastrando una enorme cámara acorazada de un
banco, que culminaba la mencionada Fast
& Furious 5. Viendo lo que ha desarrollado ahora al respecto en Star Trek: Más allá, no hay más remedio
que empezar a pensar que aquella secuencia quizá fue responsabilidad de una
buena segunda unidad, o que Vin Diesel, en su calidad de protagonista y supervisor
de la franquicia, es el auténtico “autor” de esta, con todas las matizaciones
que pueden y deben hacerse al respecto (debería ser evidente a estas alturas
que, además de una política de los autores-directores, hay una política de
actores, de guionistas y de productores/ showrunners).
Lo digo porque las escenas de acción de Star
Trek: Más allá son, de lejos, lo peor de un film que, sin contar con la
pericia, irregular pero más hábil, de J.J. Abrams (mal que pese, la tiene),
está en su conjunto muy por debajo de las contribuciones de este último tras
las cámaras a la franquicia trekkie: Star Trek (ídem, 2009) (1) y Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013) (2). No solo no hay el menor atisbo de
personalidad en la labor de Lin tras las cámaras, sino que, además, el
realizador solventa la papeleta echando mano de recursos archisabidos; por
ejemplo, la escena en la que Kirk y su tripulación toman impulso para despegar
en su nave… arrojándose desde lo alto de un precipicio (sic): Lin inserta el
previsible plano general de la arboleda tras la cual vemos desaparecer la nave
en su caída, y lo mantiene unos pocos segundos, “creando” (es un decir) una
expectativa de cara a la posible colisión de la nave, hasta que la vemos
remontar, triunfante, por encima de aquellos árboles.
El
planteamiento argumental de Star Trek:
Más allá, escrito por el actor intérprete del personaje de Scotty en estos
últimos años, el británico Simon Pegg, en colaboración con Doug Jung (y con “ayudas”
no acreditadas de Roberto Orci, Patrick McKay y John D. Payne), me parece,
asimismo, uno de los menos interesantes de toda la franquicia. A grandes
rasgos, la nueva misión de la tripulación del Enterprise la enfrenta a un
villano, Krall (Idris Elba), que pretende destruir la Federación de Planetas
como consecuencia de una oscura afrenta del pasado que no se revela hasta los
minutos finales: el monstruoso Krall es, en realidad, un antiguo cosmonauta de
la Federación que, perdido en un lejano planeta, deformado y convencido de que
sus superiores le abandonaron a su suerte, ha desarrollado un letal ejército de
naves espaciales que, cual enjambre de abejas, son capaces de destrozar todo
tipo de metales mediante calculados ataques masivos. Una trama que, así planteada,
bien puede verse como un replanteamiento/ variante/ revisión (táchese lo que no
proceda) de lo que se nos contaba en Star
Trek (La conquista del espacio) (Star Trek, 1979, Robert Wise): la vieja
nave de la Tierra (en este caso, Krall) que regresa a su planeta de origen con
secretas intenciones, muy especiales en el caso del citado film de Wise,
vengativas en la película de Lin. En definitiva, todo bastante convencional,
salvo por el brillo que le otorga el siempre excelente Idris Elba a su
personaje, sobre todo en el tercio final del relato: la revelación de la
auténtica identidad “humana” del personaje, unido a su pelea cuerpo a cuerpo
contra el capitán Kirk (Chris Pine), es, de lejos, la mejor secuencia del film,
y la única de acción que no hace gala de los defectos del resto de secuencias
de este tipo que pueblan la película, caracterizadas por la confusión, el
montaje corto y una práctica ausencia de sentido del espacio (dentro del plano,
me refiero: no pretendo hacer un chiste fácil).
El
escaso interés del film se reparte entre algunas pequeñas novedades en relación
a la descripción de las relaciones y/ o idiosincrasia de los principales
personajes de la franquicia. Se reincide, por ejemplo, en el dibujo de la
relación amorosa (ahora en crisis) entre el vulcano Spock (Zachary Quinto) y la
terrestre Uhura (Zoe Saldana). También se insiste en algo muy clásico dentro de
la franquicia ya desde sus orígenes televisivos hace casi cinco décadas (este
año se conmemora el 50 aniversario de la misma): la relación mezcla de amor y
odio, la respetuosa inquina, que se da entre el frío y lógico Spock y el
visceral e impulsivo Dr. “Bones” McCoy (Karl Urban), dando pie al consabido
intercambio de diálogos “graciosos” entre ambos; pero, a pesar, como siempre,
del buen hacer de Quinto y Urban, tampoco hay nada nuevo bajo el sol.
Ni
siquiera los elementos más pintorescos aportados al plantel de personajes va
más allá de su enunciado. Tenemos, por un lado, una insólita pero pudorosa
pincelada relativa a la homosexualidad del personaje de Sulu (John Cho), a
quien en un momento dado vemos mirando con cariño una foto de una niña
(suponemos que su hija), y más adelante, a su regreso de su misión a bordo del
Enterprise, siendo recibido por la pequeña y por su pareja: otro hombre,
oriental como él. (Nota bene: Parece
ser que esta cuestión tiene su origen en la confesada y difundida
homosexualidad del actor George Takei, intérprete de Sulu en la serie de
televisión original y en los seis primeros largometrajes para el cine. Algo
que, por cierto, ha disgustado al propio Takei, quien ha declarado que ni él ni
el creador de la franquicia, Gene Roddenberry, jamás concibieron a Sulu como
gay.). Por otra parte, se añade a la trama una futura componente de la
tripulación del Enterprise: la alienígena Jaylah (Sofia Boutella), la cual
mantiene un conato de relación agresiva-afectiva hacia Scotty que, en el
futuro, quizá dé mucho juego; aquí, muy poco, por no decir ninguno.
Tampoco
resulta en absoluto novedoso que, como único recurso para salvar a su
tripulación, Kirk se vea obligado a tomar la dolorosa decisión de destruir el
Enterprise, algo que ya vimos en su momento en Star Trek III: En busca de Spock (Star Trek III: The Search for
Spock, 1984, Leonard Nimoy) y, sin ir más lejos, en el clímax de Star Trek: En la oscuridad. Lo cual no
obsta para que, contra todo pronóstico, esa manida idea acabe dando pie al que
posiblemente sea el mejor plano de Star
Trek: Más allá: aquél que nos muestra cómo la nave se parte en pedazos,
destrucción que se ve a través de la ventana por la cual lo presencia todo un
afligido Kirk, cuyo rostro entristecido se refleja en el cristal de esa misma
ventana. Por no hablar de la ridícula idea de emplear una canción rockera del “salvaje
siglo XX” que, emitida a toda potencia por una determinada frecuencia, provoca
la explosión en cadena de las pequeñas naves del escuadrón-enjambre: si Mel
Brooks la hubiese incluido en La loca
historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), todo el mundo le hubiese
escupido en la cara…
Hay
detalles pensados para que los trekkers
se conmuevan. El momento en que el joven Spock recibe la noticia del
fallecimiento del “viejo” Spock (Leonard Nimoy), o sea, él mismo venido del
futuro (tal y como vimos en el primer Star
Trek de Abrams): Star Trek: Más allá
incluye en sus créditos finales sendas dedicatorias tanto a Nimoy como al prematuramente
desaparecido Anton Yelchin (Chekov). O el descubrimiento de una foto de la
“vieja” tripulación del Enterprise…, que no es sino una imagen promocional
sacada, si no me equivoco, de Star Trek
II: La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982, Nicholas
Meyer). Son apuntes esporádicos que, unidos a aspectos, digamos, “colaterales”
del film, tales como la partitura de Michael Giacchino o la bella balada Sledgehammer de sus títulos de crédito
finales, interpretada por Rihanna, impiden a duras penas que la película acabe
de ser de una mediocridad absoluta.
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