[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Al interior (À l’intérieur, 2007) se
abre con una secuencia “engañosa”, cuyo completo significado descubriremos bien
avanzada la proyección: en primer lugar, vemos un primer plano de un bebé
nonato, flotando dentro del vientre de su madre, mientras oímos la voz en off de esta última, diciéndole
suavemente que siempre le amará y le cuidará; de repente, oímos asimismo en over el terrible estrépito de un
accidente automovilístico, mientras la imagen del feto se sacude violentamente
y el líquido amniótico en el que se mece empieza a llenarse de sangre; la
imagen se interrumpe aquí y, por corte, pasamos a un plano picado: dos coches
han colisionado; le sigue un plano medio del parabrisas de uno de los dos
vehículos: un hombre, muerto (su cabeza ha impactado mortalmente contra el
cristal), y en el asiento del conductor, una mujer –Sarah (Alysson Paradis)–,
también herida, pero viva. Sarah está embarazada. Suponemos, en buena lógica y
en base a lo que nos está enseñando la planificación, que el bebé que hemos
visto en el vientre materno, y la voz de la madre, pertenecen ambos a Sarah.
Al interior,
primer largometraje escrito y dirigido por Julien Maury y Alexandre Bustillo, y
todavía hoy una de las películas más malditas del cine fantástico europeo de
estos últimos años en España, donde ha tenido una pésima distribución (1), juega con el punto de vista del espectador,
a fin de sorprenderle con una revelación que confiere un sentido diferente a la
secuencia que hemos descrito en el párrafo anterior. Es cuando descubrimos que
el bebé que hemos visto sacudirse dentro del claustro materno, y la voz en off femenina que lo confortaba, no son
ni el hijo ni la voz de Sarah, sino en realidad el feto (muerto) y los
pensamientos de otra mujer, a la que conoceremos tan solo como La Mujer
(Béatrice Dalle), la cual no era sino la conductora del segundo vehículo en el
accidente donde Sarah perdió a su pareja y padre de su hijo nonato, y La Mujer,
al bebé que con tanta ilusión esperaba. En breve: la noche antes de ingresar en
el hospital, donde se le provocará el parto, Sarah es atacada en su propio
domicilio por esa Mujer, cuyo demente propósito no es otro que matarla y
quedarse con su hijo, en substitución del que perdió en el choque.
Así
planteada, Al interior puede parecer,
a simple vista y juzgando por la vulgaridad de su planteamiento dramático, un
prototípico slasher norteamericano,
variantes temáticas home invasion y torture porn tan de moda últimamente. A
ello hay que sumar el elevadísimo contenido sangriento y gore de sus imágenes –cine sangriento y cine gore no son lo mismo: recuérdese que el elemento diferenciador del
segundo con respecto al primero es la mutilación–, de un sadismo pocas veces
visto, que acerca al film a los oscuros territorios del exploitation más burdo y adocenado. Nada más lejos de la realidad,
habida cuenta de que, a pesar de manejar esos elementos (y de sus
imperfecciones, que las tiene), Al
interior es una interesante película cuyos méritos se sustentan sobre dos
buenas bases. La primera de ellas, acaso la fundamental, su sentido de la
planificación y el montaje, que elevan la teórica simplicidad de sus contenidos
dramáticos colocando al film muy por encima de la aparente pobreza de estos
últimos. La segunda, estrechamente conectada con la anterior, reside en la
capacidad de sugerencia que se deriva, primeramente, de ese virtuoso sentido de
la puesta en escena, pero también de determinadas pinceladas de guion, más
abstracto y profundo, también, de lo que pueda parecer en virtud de una rápida
lectura de sus enunciados.
Una
de las posibles interpretaciones que, a nivel particular, sugiere esta película
es lo que tiene de virulenta digresión en torno a la destrucción del entorno
–social, moral, político, ético– de Sarah, su desdichada heroína. Desde el
inicio del relato, terrible, y hasta el final, espeluznante, Sarah asistirá, en
medio de una orgía de horror llevado al paroxismo, a la completa aniquilación
de todo aquello representativo de los, así llamados, valores que, dicen, son la
base de nuestro, sigamos diciendo, modo de vida. En primer lugar, perderá en el
accidente del principio a su pareja, padre de un hijo destinado, ya antes de
nacer, a crecer y desarrollarse como persona sin la figura de su progenitor. A
continuación, cuatro meses más tarde –el lapso temporal que, en el film,
transcurre desde su primera secuencia hasta que nos reencontramos a Sarah a
punto de dar a luz–, irán cayendo a los pies de Sarah su confianza en el
sistema sanitario –esa sarcástica secuencia de humor negro en la que una
enfermera (Dominique Frot) se sienta al lado de Sarah en la consulta del
hospital y, sin dejar de fumar (sic), le explica que ella estuvo 18 horas en el
parto de su primer hijo, soportando un dolor inhumano, y que, al final, el bebé
nació… muerto–, las fuerzas de seguridad –los policías a los que Sarah avisa
cuando descubre a La Mujer merodeando alrededor de su vivienda, y los que luego
irrumpen en su casa esa misma noche atendiendo a la emergencia de la situación:
todos ellos serán incapaces de ayudarla–, y, por descontado, la sacrosanta
inviolabilidad del hogar: La Mujer entra en su casa con una aparente facilidad
y, a partir de entonces, será completamente imposible sacarla de allí. No solo
eso: también serán víctimas del feroz ataque de La Mujer un amigo de Sarah,
Jean-Pierre (François-Régis Marchasson), al cual este último confunde con la
madre de su amiga, y en el colmo del horror, la verdadera madre de Sarah,
Louise (Nathalie Roussel), ¡asesinada accidentalmente por la propia Sarah al
confundirla a su vez con La Mujer!
De
este modo, la civilizada Sarah acabará convertida en un animal cubierto de
sangre de los pies a la cabeza, que lucha por su propia vida y la de su bebé en
lo que puede verse un regreso en toda regla al primitivismo, a la barbarie. Una
Sarah indefensa, sin amigos, sin madre, sin policías que la protejan. Una Sarah
enfrentada cara a cara a un horror indescriptible y demencial, que acabará
entregando a su hijo en una orgía sanguinolenta de horror y dolor indecibles,
dejándose la vida en ello. Más que por el elevado nivel de sus escenas de
violencia, lo más virulento de Al interior
reside en la violencia moral con la
que somete al espectador a un cruel suplicio psicológico: asistir a un festival
de horrores descargados sobre la persona de una joven mujer embarazada que hace
todo lo posible para salvar su vida, y que al final tan solo consigue prolongar
su dolor, su agonía, su terror, víctima de un destino atroz e implacable contra
el cual carece de defensores, en una de las resoluciones más incómodamente no
convencionales que se recuerdan.
¿Y
quién es La Mujer? Ya hemos explicado que era la conductora del vehículo que
colisionó contra el de Sarah, y estando también embarazada, y habiendo perdido
a su bebé como consecuencia del brutal impacto, ahora pretende quedarse con el
de Sarah a modo de delirante compensación. Pero, ¿La Mujer es solo una loca? ¿O
podemos ver en ella, también, una culminación de ese deterioro social, moral y
ético al que nos hemos referido en el párrafo anterior? ¿Una especie de Nueva
Mujer, que viene a reemplazar al estereotipo femenino anterior representado por
Sarah, para la cual la maternidad no es solo el principal, sino el único propósito de su existencia, por
encima de las reglas y valores socialmente establecidos? El hecho de que sea un
personaje sin nombre le confiere, de entrada, un determinado grado de
abstracción.
Cualidad
abstracta que se acentúa, si cabe, ante el carácter tenebroso, casi
sobrenatural, de sus apariciones y sus brutales agresiones. La primera vez que
Sarah la ve por la ventana, rondando alrededor de su casa después de haber
llamado a la puerta y haber amenazado a Sarah a través del portero electrónico,
la protagonista le toma una fotografía, que después enseña a la policía: la imagen
de La Mujer en ella, una figura negra cuyo rostro apenas destaca en la
oscuridad, le confiere la apariencia de un fantasma. Podemos pensar, asimismo,
que La Mujer es, efectivamente, un espectro: el alma en pena, doliente y
demente, de esa segunda conductora que quizá tampoco sobrevivió a ese accidente
automovilístico, y ahora regresa de entre los muertos para perpetrar una
siniestra venganza de ultratumba, tomando la apariencia de una fémina que, a
pesar de las terribles heridas que también recibe, se resiste a volver de donde
vino (¿a regresar a la tumba?), hasta no haber cumplido su propósito. La imagen
que cierra el film, esa enésima evocación de la Pietà, con La Mujer y el bebé
de Sarah recién arrancado del vientre de su difunta madre, ambos cubiertos de
una sangre que, en cierto modo, les “ilumina”, haciéndoles destacar en la
oscuridad que les envuelve, parece convertir al personaje en un ente maléfico
que no es de este mundo.
Maury
y Bustillo manejan con virtuosismo los mecanismos del “suspense”, llenando Al interior de planos tan memorables
como la ya mencionada imagen fantasmagórica de La Mujer que aparece en la
fotografía tomada por Sarah, o ese momento excepcional, en el cual vemos a La
Mujer asomando en la oscuridad por una puerta de la casa, detrás de Sarah, como
si fuera un espectro; por no hablar de secuencias tan sangrientas, cierto,
pero, asimismo, tan bien planificadas como el acoso de Sarah por parte de La
Mujer dentro del lavabo donde la primera se ha encerrado para defenderse, o la
excelente tensión que se crea en la escena en la que, como digo, Pierre
confunde a La Mujer con la madre de Sarah. En un momento de esta escena, Pierre
toma de la mano a La Mujer durante un segundo, y ella la aparta rápidamente,
con repugnancia, lo cual acaso puede verse como un apunte sobre la psicología
del personaje –¿La Mujer pudo quedar embarazada como consecuencia de una
violación?: en la trama no se hace referencia alguna al padre biológico del
hijo que esperaba…–, o acaso, como un refuerzo del dibujo de La Mujer como
Nueva Mujer ajena a las convenciones sociales: un ser que rechaza el contacto
con los demás, la menor muestra de afecto, de sociabilidad, en beneficio de su
propio y feroz egoísmo asesino.
En
el saldo negativo del film, chirrían aspectos como los más bien burdos efectos
digitales del bebé de La Mujer y del de Sarah, recibiendo los impactos
derivados del choque de vehículos o de las agresiones de La Mujer a su madre
(por más que siempre cabe el recurso de interpretarlos como imágenes no
realistas desde un punto de vista empírico, en tanto son proyecciones mentales
de La Mujer y Sarah), o los del momento en que Sarah abrasa la cabeza de La
Mujer valiéndose de un espray y un mechero; alguna torpeza, como la secuencia
de la pesadilla de Sarah, en la que sueña que su bebé brota violentamente de su
boca; o situaciones cogidas por los pelos a nivel de guion, caso de los agentes
de policía que se ven obligados a entrar en el domicilio de Sarah llevando
consigo a un detenido al que no pueden dejar esposado en su coche patrulla
(sic)…, por más que ello dé pie a nuevos momentos de “suspense” magníficamente
filmados. Incluso en sus peores o más discutibles instantes, Al interior sabe extraer partido de sus
debilidades, con resultados tan atractivos como revulsivos, tan brillantes como
perturbadores.
Estas pelis francesas al estilo "Martyrs" son muy impactantes, pero para mi gusto tiran demasiado de carnaza y sangre a raudales. Uno echa de menos por ejemplo la sutilidad de Polanski en "La semilla del diablo".
ResponderEliminar