[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Algún día valdría
la pena analizar seriamente la fascinación que la imagen subacuática parece
despertar en no pocos realizadores de estos últimos años –sin ir más lejos, y
por citar ejemplos comentados en este mismo blog, recordemos Aguas tranquilas (Futatsume no mado,
2014, Naomi Kawase) (1) o Knight of Cups (Terrence Malick, 2004) (2)–, y que parece ir más allá del
hecho del perfeccionamiento de las técnicas para el rodaje submarino. Lucile
Hadzihalilovic, guionista –junto a Alante Kavaite y Geoff Cox– y directora de Évolution (2015), también parece
compartir esa fijación por las escenas rodadas bajo el agua en este su segundo
largometraje tras las cámaras tras Innocence
(2004), el mediometraje La bouche de
Jean-Pierre (1996) y los cortos Good
Boys Use Condoms (1998) y Nectar
(2014), que por ahora no he visto. Hadzihalilovic, también conocida por ser
esposa del interesante Gaspar Noé, para quien ha desempeñado diversos cometidos
–actriz y productora del mediometraje Carne
(1991), montadora de Seule contre tous
(1998) y colaboradora en el guion de Enter
the Void (2009), figura además en los agradecimientos de Love (2015)–, utiliza en Évolution las imágenes subacuáticas como
parte fundamental tanto de la trama como de la singular estética de este magnífico
largometraje.
Évolution
es una de esas sugerentes películas, cada vez más raras de ver hoy en día, en
las que sus imágenes se prestan a dos o más significados: aquello que, a
priori, muestran, y aquello que, a posteriori, sugieren, o que desvelan bien
avanzado el relato; ese tipo de films que, por así decirlo, “esconden” otro u
otros films entre sus pliegues/ entre sus planos, y que por regla general
suelen ganar en un segundo visionado, una vez superado el primero, que en
cierto modo es de sorpresa y descubrimiento. La película arranca,
como digo, con imágenes submarinas: las de un rocoso fondo marino, plagado de
rocas, algas, peces y otros pequeños animales marinos; y luego, las de la
superficie del agua, si bien tomadas, como las anteriores, desde el fondo de la
misma; superficie en la cual nada un niño de unos once años, Nicolas (Max
Brebant). El pequeño se sumerge, y bucea hasta las rocas del fondo, hasta que
ve fugazmente en ellas algo que le asusta, obligándole a volver rápidamente a
la superficie: el cadáver de ¿otro niño?, con una estrella de mar roja en el
vientre…
En
este inicio, impactante, Lucile Hadzihalilovic ofrece algunas primeras claves
de lo que va a ser el sorprendente desarrollo fantastique de la intriga; llegados a este punto, por cierto, es increíble
que este film haya sido comentado y/ o promocionado en diversos medios como “un
drama” (sic), cuando no lo es en absoluto, o al menos no en primera instancia.
Pero volvamos a esa primera secuencia. Los planos submarinos del fondo marino
del principio detallan, como digo, la vida que se encuentra allí agazapada: el
mar está agitado, las olas golpean con fuerza en la costa, y eso provoca que,
bajo las aguas, algas y peces se agiten en una especie de silencioso ballet
frenético. En este sentido, la primera vez que vemos a Nicolas nadando en la
superficie es gracias a un plano subacuático en contrapicado –cierto, muy
clásico, pero con sentido–, en virtud del cual el niño parece una suerte de
intruso a punto de violar ese mundo
submarino al cual no pertenece.
Nicolas,
como hemos explicado, regresa a la superficie, asustado por el tenebroso
hallazgo que acaba de efectuar; sale del agua y echa a correr hacia el pequeño
pueblo de la costa en el que vive. Como ha hecho previamente con los planos
bajo el agua, los planos generales que utiliza Hadzihalilovic para mostrar la
carrera de Nicolas de la playa a su casa –los exteriores han sido rodados en
las islas Canarias: Évolution es una
coproducción franco-belga-española–, son, como los submarinos, unos planos
descriptivos que, a simple vista, no parecen tener nada de particular, pero que
a medida que avanza la trama, adquirirán otro significado. No se ve a nadie, ni
en la playa, ni cerca del pueblo, ni en sus calles, salvo Nicolas; algo, en
teoría, aparentemente normal, pero que como luego veremos, resultará ser de lo
más anormal. Nicolas le dice a su
madre (Julie-Marie Parmentier) lo que ha descubierto en el fondo del agua; pero
la madre, sin inmutarse demasiado, le dice que lo más probable es que la vista
le haya engañado, y que debe ir con cuidado cuando va solo a nadar, pues puede
ahogarse. Todo, a vista de pájaro, normal y corriente; pero no lo es.
Évolution
no tarda en irse impregnando de extrañeza a partir de elementos completamente
cotidianos. La madre de Nicolas le da a beber cuatro gotas en un vaso porque,
le dice, está enfermo y tiene que cuidarse. También le prepara una extraña
comida al niño: algo parecido a una mezcla de angulas y algas en forma de negro
puré (sic); es más: en un momento dado, vemos a la mujer, de pie junto a
Nicolas, mientras este está comiendo lo que le ha preparado, como si quisiera asegurarse de que se lo
come todo. Pero antes, hemos visto como otros tres niños del pueblo y de la
misma edad que Nicolas se acercan a la ventana de su habitación para invitarle
a participar en un extraño juego, asimismo macabro: enterrar en la arena a un
extraño pequeño animal que han pescado o encontrado: una especie de crustáceo,
parecido a una langosta; al principio, Nicolas no quiere participar, porque el
bicho muerto le da miedo; pese a todo, al final accede, e incluso hace algo que
ninguno de los otros niños se atreve: tocar con el dedo el repugnante interior
de las entrañas del animal.
Al
día siguiente de haber hecho su hallazgo en el mar, la madre de Nicolas se
sumerge en el mismo punto de la costa y sale de allí llevando tan solo la roja estrella
de mar, pero diciendo que no ha visto cadáver alguno… Esta situación, en teoría
normal, también está sutilmente presentada de forma anómala por la realizadora: la secuencia en cuestión se abre con
una serie de planos generales de las olas rompiendo violentamente contra las
rocas, combinados con planos de Nicolas y los demás niños en la orilla, mirando
hacia un punto determinado del agua; de allí sale, subiendo por las rocas, la
madre de Nicolas; pero, tal y como la secuencia está planificada y montada, y a
juzgar por la duración de los planos que la componen, por un momento se tiene
la sensación de algo que, efectivamente, se confirmará más adelante: que la madre de Nicolas ha estado demasiado
tiempo debajo del agua.
Poco
después, se produce una nueva situación de tensión que no hace sino reforzar el
dibujo de la personalidad de Nicolas, a quien hemos visto haciendo un
descubrimiento espeluznante en el que nadie parece creer, mirando con temor y
curiosidad el interior del crustáceo muerto y, además, dibujando todo aquello
que le impresiona: la estrella de mar, el niño muerto en el fondo del agua. Esa
nueva situación de peligro se produce una vez más en el mar: Nicolas está en la
playa con su madre; con ellas, otras mujeres del pueblo, todas más o menos de
la edad de la madre del protagonista y vestidas de una forma muy parecida, y
todas ellas solas, sin hombres, y
solamente acompañadas por niños, todos de la edad de Nicolas, todos varones. Como digo, Nicolas está
en el agua, su madre en la orilla, vigilándole; el pequeño, rebelde, se aleja
de la mirada de su progenitora y vuelve a bucear entre las rocas; pero el
oleaje le empuja contra ellas, se hace un corte en una mano, y es rescatado in
extremis por la madre. A renglón seguido, Nicolas es curado por una enfermera
de uniforme que se persona en la playa, y a la que conoceremos como Stella
(Roxane Duran); la enfermera utiliza un instrumento quirúrgico muy parecido a
un anzuelo para coser delicadamente
la herida de la mano de Nicolas. Todo parece muy natural, pero sigue siendo
raro: ¿qué hace una enfermera de uniforme en la playa?, ¿cómo ha aparecido tan
de repente?, ¿quién la ha llamado?
Por
la noche, las cosas no son menos inquietantes en el pueblo. En una bella
secuencia nocturna, extraordinariamente fotografiada por el operador belga
Daniel Dacosse, vemos a la madre de Nicolas y el resto de mujeres reuniéndose en
medio del pueblo, a la pálida luz de unas farolas que confieren una notable
atmósfera gótica a dicha secuencia, para luego dirigirse, todas juntas y en
silencio, hacia un misterioso lugar en las afueras de la localidad; también
vemos que, entre ellas, la madre de Nicolas lleva en brazos, cubierto con una
sábana, lo que parece un pequeño cadáver: ¿el del niño que encontró en el mar su
hijo, y cuya existencia negó, acaso para esconderlo de una manera más segura? Más
avanzado el relato, Nicolas y su amigo Victor (Mathieu Golfeld) deciden coger
también farolas y seguir en la oscuridad a las mujeres para averiguar qué
hacen, si bien al final Victor se echa atrás y es Nicolas quien sigue adelante
en solitario. Su descubrimiento será espeluznante: las mujeres del pueblo,
entre ellas la madre, están desnudas, unas junto a otras formando una especie
de círculo, y entregándose a una indescriptible actividad sexual.
Llegados
a este punto, es fácil pensar en el David Cronenberg de su añorada etapa fantastique en Canadá, pero no es esta
la única referencia, ni el único caudal de sugerencias, de Évolution, sobre todo a partir del momento en que Nicolas y los
demás niños son conducidos a un edificio que está cerca del pueblo y que hasta
ese momento no habíamos visto. Se nos dice que es un hospital, hay una doctora
al frente del mismo (Nathalie Legosles) y está lleno de enfermeras, todo el personal
es de sexo femenino y más o menos de la misma edad. Pero, en la práctica, vemos
un edificio parecido más bien a una fábrica o a una prisión, oscuro, solitario,
rebosante de humedad. Y es entre esas sórdidas cuatro paredes cuando, por fin,
conoceremos la terrible verdad que, hasta ahora, habíamos quizá tan solo
sospechado: que las mujeres del pueblo probablemente no son humanas, sino…
¿criaturas del mar? (Nicolas descubre, mientras su madre se ducha, que esta
tiene en la espalda unas marcas que parecen las ventosas de un pulpo… o de una
estrella de mar); y que acaso ni Nicolas ni el resto de niños son realmente
niños, sino… pequeñas incubadoras de sexo masculino, necesarias para la
reproducción de esa misteriosa especie: las escenas de las ecografías, de las extracciones
de sangre, de las operaciones quirúrgicas, revelan así el significado que
estaba oculto en las ya mencionadas de las tomas de medicina y el estricto
control de la alimentación de Nicolas.
Por
tanto, no solo Cronenberg y la Nueva Carne: el Narciso Ibáñez Serrador de ¿Quién puede matar a un niño? (1976) –en
las escenas que transcurren en el pueblo y su playa– y, sobre todo, el H.P.
Lovecraft de Dagón (1919) y El horror de Dunwich (1928), hacen acto
de presencia en el trasfondo de un relato que termina revelando su naturaleza
terrorífica mediante una cadena de nuevas imágenes de impacto: los fetos que “nacen”
muertos, extirpados del vientre de los niños, son almacenados dentro de unos
tarros de formol; Nicolas descubre a uno de sus jóvenes compañeros de
cautiverio atado a una silla y metido dentro de un tanque de agua turbia; el
propio Nicolas, inconsciente tras una intervención quirúrgica, despertará sumergido
dentro de ese horror, ¡y con dos fetos medio humanos pegados a su cuerpo y que
parecen amamantarse en su seno! Pero, a pesar de este carnaval de horrores, Évolution no pierde la compostura,
manteniendo el mismo tono frío, distante, cruel, como frías, distantes y
crueles son las mujeres acuáticas. La atmósfera es la principal razón de ser
del relato, y la realizadora la mantiene de principio a fin, creándola, como
hemos visto, por medio de la sutileza de la planificación, o mediante
inolvidables detalles: Nicolas machacando a pedradas el brazo de la estrella de
mar roja, y a continuación, rompiendo a sangrar por la nariz (¿indicativo del
vínculo genético, atávico, existente entre él y ese animal?); un erizo de mar
devorado con fruición casi erótica; el plano en contrapicado de las luces del
quirófano, cuya forma y diseño recuerdan la apariencia de una estrella de mar;
la gota de sangre que cae de la nariz de Nicolas sobre su dibujo preferido, un
retrato de la enfermera Stella…
Es
precisamente todo lo referente a este último personaje lo que confiere un
determinado punto de inflexión al relato, si bien para reconducirlo hacia
terrenos no menos perturbadores y a una conclusión no menos inquietante y nada
convencional. Ya desde su primera aparición en escena, se dibuja algo parecido
a un conato de afecto entre Stella y Nicolas: tras curar el arañazo del niño,
le dice: “Eres un buen chico”; es la
única persona que manifiesta interés en ver, y apreciar, los dibujos de Nicolas;
y la única de todas las mujeres marinas que demuestra preocupación ante la
posibilidad de que, al igual que los demás niños y una vez exprimida su
capacidad para “dar a luz”, Nicolas muera. Una noche, Stella se lleva a Nicolas
al mar, e intenta que el pequeño aguante bajo el agua tanto como ella, pero el
chico está a punto de ahogarse, obligando a Stella a sacarle del agua y a
reanimarle para que recupere el conocimiento. Más adelante, Stella ayuda a
Nicolas a escapar: en esta ocasión, de nuevo bajo el agua, la muchacha pez, ¿o
estrella de mar?, suministra aire al niño a través de su boca, y de este modo
llegan a escondidas hasta un bote. Es entonces, a la luz del nuevo día, cuando
nos damos cuenta de que toda la acción del film ha transcurrido en una isla (lo
cual explica el aislamiento y la completa impunidad de las acciones de las
siniestras criaturas que la habitan); y es, también, el momento en que Stella
se lanza al agua y regresa a la isla, dejando a Nicolas a solas en alta mar. Llegada
de nuevo la noche, el niño avista tierra firme, pero lo que tiene delante suyo
no parece muy halagüeño: la película se cierra con un sostenido plano general
nocturno de la costa, una urbe masificada y fabril, dominada por el sonido de
la maquinaria: otro mundo hostil y en apariencia, pletórico de más amenazas
para Nicolas. Son solo 81 minutos de metraje, pero están espléndidamente
aprovechados.
Fantástica reseña Tomás.
ResponderEliminarUna película que desconocia por completo, que figura desde este mismo momento en mi agenda.
Nunca había oído hablar de esta realizadora, y mucho menos que fuera esposa de Noe, y mira que me he leído páginas de este señor al que tengo como uno de mis realizadores preferidos, gracias a "Enter the Void".
Lo dicho; me has dejado muy, pero que muy intrigado, y con unas expectativas altisimas, que espero de sobras se cumplan.
Gracias por la recomendación.