[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] En teoría no
debería ser así, pero, en la práctica, parece ser que las valoraciones en torno
a Cazafantasmas (Ghostbusters, 2016),
de Paul Feig, pasan, y mucho, por la estima que cada cual sienta –en mi caso,
ninguna– por Los cazafantasmas
(Ghostbusters, 1984) y, horror, por Cazafantasmas
II (Ghostbusters II, 1989), ambas de Ivan Reitman. De este modo, los Cazafantasmas de Feig se han llevado
numerosos “palos” porque, dicen, salen perjudicados de la comparación con Los cazafantasmas de Reitman (en torno a
Cazafantasmas II se está guardando
estos días un piadoso silencio). Pueden alegarse al respecto las consabidas
razones de la nostalgia por el-cine-de-antes que, a mi modo de ver, carecen de
interés alguno desde el punto de vista del análisis cinematográfico y entran,
más bien, en el terreno de lo sociológico o, incluso, lo psicológico.
Por
mi parte considero no solo que, con todos sus defectos (que son cuantiosos),
los Cazafantasmas de Feig son mejores
de los dos de Reitman, sino que incluso me atrevería a afirmar que el film del
primero está bastante bien en su aproximadamente primera hora de metraje porque
es, por así decirlo, la “más Feig”, y que, por el contrario, la película
empieza a flojear en su segunda mitad y hasta el final porque es, sigamos
diciendo, la “más Reitman”. O, dicho de otra manera: los Cazafantasmas de Feig mejoran notablemente cuando se distancian de
Reitman, contemplando su inevitable relación de dependencia con los dos films
originales con notables dosis de ironía y, por el contrario, empeora a medida
que esa distancia e ironía se diluyen, en beneficio del “homenaje” a los
originales, aproximando peligrosamente el resultado a los mediocres niveles de
las películas de Reitman.
Llegados
a este punto, conviene ir aclarando de una vez por todas que los Cazafantasmas de Feig no es una
continuación de Los cazafantasmas 1 &
2, sino una nueva versión o, si se prefiere, un reboot. Eso explica no solo que cinco de los protagonistas
originales de la primera película de Reitman –Bill Murray, Dan Aykroyd,
Sigourney Weaver, Ernie Hudson y Annie Potts– lleven a cabo sendas “apariciones
especiales” interpretando nuevos personajes, sino también el cambio de tono que
Feig le ha impreso, al menos en la primera mitad. No voy a comentar el hecho de
que, en esta ocasión, los protagonistas de estos Cazafantasmas sean mujeres (algo tan obvio que, a estas alturas del
siglo XXI, no debería provocar debate alguno, pero salta a la vista que poco se
ha avanzado al respecto); como lo del factor nostalgia hacia el film de
Reitman, las teorías, feministas o no, que pueda generar Cazafantasmas por el hecho de que sus personajes principales sean
de sexo femenino carecen para mí del más mínimo interés cinematográfico:
estamos hablando de cosas distintas.
Es
evidente que los Cazafantasmas de
Feig dependen muy mucho de Los
cazafantasmas de Reitman, de ahí que el film del primero repita,
obligatoriamente, la construcción narrativa del segundo (entendiendo que se
trata de una “obligación” probablemente impuesta por la producción y, por
tanto, no negociable por parte de Feig). De este modo, la película de Feig
arranca con una primera (y lograda) secuencia destinada a ir “abriendo boca”, y
que consiste en la primera y aparatosa aparición de un alma en pena destrozando
la paz de un viejo edificio de Nueva York y, de paso, aterrorizando a un
atribulado guía turístico (Zach Woods). La secuencia viene a ser un equivalente
de la secuencia de apertura de Los
cazafantasmas, la de la biblioteca, pero la realización de Feig guarda
distancias con respecto a Reitman, y eso es lo que, en última instancia,
confiere personalidad propia a estos nuevos Cazafantasmas.
Me refiero a que Feig rueda esa secuencia –y muchas otras centradas, como esta,
en apariciones espectrales– como si
estuviese haciendo una auténtica película de terror, y no una comedia, que
es lo que en cambio hacía Reitman en Los
cazafantasmas 1 & 2.
Del
mismo modo que el anterior largometraje de Feig, Espías (Spy, 2015), tampoco era una comedia ni una parodia del cine
de espionaje, sino una auténtica película de espías pero con inflexión cómica,
ocurre poco más o menos lo mismo con sus Cazafantasmas
–sobre todo, vuelvo a insistir, en su primera mitad, la “más Feig”–, la cual
tampoco es una comedia en puridad de términos, ni tan siquiera una parodia del
cine de terror, sino un film de horror rodado desde un ángulo humorístico, en
la línea –salvando las distancias– de La
comedia de los terrores (The Comedy of Terrors, 1963, Jacques Tourneur), El baile de los vampiros (The Fearless
Vampire Killers, 1967, Roman Polanski) o Agárrame
esos fantasmas (The Frighteners, 1996, Peter Jackson). Precisamente si algo
llama la atención de los Cazafantasmas
de Feig es que, en sus líneas generales y, sobre todo, vuelvo a insistir, en
esa primera mitad de su metraje, los fantasmas que aparecen en el relato –el de
Gertrude Aldridge (Bess Rous), la dama decimonónica que se aparece en la vieja
mansión del principio; el del viejo electrocutado (Dave Allen) que se materializa
en el metro; la criatura alada de aspecto demoníaco que irrumpe en medio del
concierto de rock– son, contra todo pronóstico, terroríficos, o por lo menos, lo son mucho más de lo que uno se
espera en una película de estas características. No resulta de extrañar, en
este sentido, que, en su segunda mitad, los Cazafantasmas
de Feig se parezcan más a Los
cazafantasmas de Reitman y, en consecuencia, los espectros recuperen el
tono juguetón, burlesco y, por tanto, inofensivo
de los dos films originales: reaparecen “viejos amigos” de los fans del trabajo
de Reitman, caso del fantasma verdoso y obeso devorador de salchichas y, sí, también,
el muñeco de los dulces Marshmallows (sic); y, además, Feig se ve forzado a
construir un clímax que viene a ser, poco más o menos, una variante del primer Los cazafantasmas, puerta abierta a otra
dimensión incluida.
Pero,
más allá del tratamiento dado a las almas en pena en esta película, a pesar de ello,
simpática y, a ratos, muy divertida, lo que llama la atención es la mirada “fantástica”
que arroja Feig sobre los personajes, hasta el punto de que todos ellos parecen
“raros”, o por lo menos, más “raros” de lo que suele ser habitual en la comedia
de base cotidiana y realista que se realiza en los Estados Unidos en la
actualidad, tan poco dada a la estilización. Hay ecos a Frank Tashlin y Jerry
Lewis en la caracterización de los personajes. Erin Gilbert (Kristen Wiig) es
presentada en el aula de la escuela donde está a punto de empezar a dar clases,
ensayando sola la lección que va a impartir en un aula solitaria. La primera
vez que vemos a Abby Yates (Melissa McCarthy), lleva puesto en la cabeza un
estrafalario casco repleto de cables. Patty Tolan (Leslie Jones) se incorpora
al equipo de cazafantasmas porque ha visto a un fantasma –el del electrocutado–
en el metro, donde trabaja como taquillera, dice conocer perfectamente gracias
a ello la ciudad de Nueva York y, además, proporciona el coche que servirá a
las cazafantasmas para desplazarse: ¡un coche de pompas fúnebres!, tomado “prestado”
del negocio de su tío. ¿Y qué decir de personajes que, como Jillian Holtzmann
(Kate McKinnon), o como el fornido secretario Kevin –un Chris Hemsworth
parodiando, con bastante gracia, su imagen de “fortachón”–, no son sino la
extravagancia personificada, la primera como consecuencia de su elevada
inteligencia, el segundo, por su falta de ella…?
A
ello hay que unir el tratamiento de algunas situaciones y de los personajes
secundarios. Cuando Erin, Abby y Jillian acuden a la casa donde se ha aparecido
el fantasma de Gertrude Aldridge, durante unos segundos se plantea la duda de
si Ed Mulgrave (Ed Begley Jr.) es, también, un fantasma…, hasta que se aclara
que, efectivamente, no lo es; mediante la inserción de un ambiguo plano general,
Feig sabe crear durante unos instantes una situación equívoca. Luego, las cuatro
cazafantasmas acuden al teatro donde se está celebrando un concierto de rock, y
el mánager del mismo –Jonathan (Michael McDonald)– les advierte que él tiene
una “manera peculiar de gritar”;
efectivamente, cuando el espectro alado irrumpe en medio del concierto rockero –para
entusiasmo del público asistente, convencido de que forma parte del espectáculo–,
Jonathan suelta un chillido indescriptible… Las protagonistas prueban sus armas
para cazar fantasmas en un callejón, provocando múltiples e hilarantes
estropicios (en otra serie de escenas que acusan la influencia de Tashlin y
Lewis). Abby es poseída por el espectro de Rowan Noth (Neil Casey), y de esta
manera intenta asesinar a Jillian arrojándola por la ventana, pero Patty se lo
impide, arrancándole el espíritu ¡a bofetadas!
Los
Cazafantasmas de Paul Feig son, en
sus mejores momentos, una llamada a la excentricidad, a lo anormal, al delirio,
poniendo en evidencia la fragilidad de las barreras que separan a la comedia
del cine fantástico, en cuanto géneros que tienen como base común el concepto de
la violación de la cotidianidad. Por eso mismo es una pena que, en esa segunda
mitad, la película aparque en buena medida ese sarcasmo, ese humor procaz tan
propio de Feig, en beneficio de un homenaje directo a un film, Los cazafantasmas de Reitman, que no se
lo merece: son mejores las burlas (cariñosas) al original –cf. el gag verbal de
la secuencia post-créditos: las protagonistas reciben una llamada telefónica…
de Zuul–, que ese afán por recuperar “su espíritu” (nunca mejor dicho). Pero,
claro, resulta lícito pensar que ese peaje era necesario para la existencia de
los Cazafantasmas de Feig: rendir
tributo a Reitman probablemente figuraba hasta en el contrato del realizador.
[Nota
bene: Este film de problemática
producción probablemente habrá tenido un montaje complicado: al menos un par de
escenas presentes en sus tráilers publicitarios, aquélla en la que Erin se
equivoca al abrir una puerta, empujándola en vez de tirar de ella, y otra en la
que un extenso grupo de fantasmas vestidos de los años veinte se vuelven
lentamente hacia la cámara, no aparecen en la versión estrenada en cines.]
Pues yo sí pienso q el primer "Cazafantasmas" era una buena película precisamente porque, al menos en mi caso, sí daba miedo. Es cierto que tenía siete años pero no olvidemos que es un producto para todos los públicos. Y de verdad que no soy un enfermo de la nostalgia.
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