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lunes, 15 de agosto de 2016

Conflicto de intereses: “CAZAFANTASMAS”, de PAUL FEIG



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] En teoría no debería ser así, pero, en la práctica, parece ser que las valoraciones en torno a Cazafantasmas (Ghostbusters, 2016), de Paul Feig, pasan, y mucho, por la estima que cada cual sienta –en mi caso, ninguna– por Los cazafantasmas (Ghostbusters, 1984) y, horror, por Cazafantasmas II (Ghostbusters II, 1989), ambas de Ivan Reitman. De este modo, los Cazafantasmas de Feig se han llevado numerosos “palos” porque, dicen, salen perjudicados de la comparación con Los cazafantasmas de Reitman (en torno a Cazafantasmas II se está guardando estos días un piadoso silencio). Pueden alegarse al respecto las consabidas razones de la nostalgia por el-cine-de-antes que, a mi modo de ver, carecen de interés alguno desde el punto de vista del análisis cinematográfico y entran, más bien, en el terreno de lo sociológico o, incluso, lo psicológico.


Por mi parte considero no solo que, con todos sus defectos (que son cuantiosos), los Cazafantasmas de Feig son mejores de los dos de Reitman, sino que incluso me atrevería a afirmar que el film del primero está bastante bien en su aproximadamente primera hora de metraje porque es, por así decirlo, la “más Feig”, y que, por el contrario, la película empieza a flojear en su segunda mitad y hasta el final porque es, sigamos diciendo, la “más Reitman”. O, dicho de otra manera: los Cazafantasmas de Feig mejoran notablemente cuando se distancian de Reitman, contemplando su inevitable relación de dependencia con los dos films originales con notables dosis de ironía y, por el contrario, empeora a medida que esa distancia e ironía se diluyen, en beneficio del “homenaje” a los originales, aproximando peligrosamente el resultado a los mediocres niveles de las películas de Reitman.


Llegados a este punto, conviene ir aclarando de una vez por todas que los Cazafantasmas de Feig no es una continuación de Los cazafantasmas 1 & 2, sino una nueva versión o, si se prefiere, un reboot. Eso explica no solo que cinco de los protagonistas originales de la primera película de Reitman –Bill Murray, Dan Aykroyd, Sigourney Weaver, Ernie Hudson y Annie Potts– lleven a cabo sendas “apariciones especiales” interpretando nuevos personajes, sino también el cambio de tono que Feig le ha impreso, al menos en la primera mitad. No voy a comentar el hecho de que, en esta ocasión, los protagonistas de estos Cazafantasmas sean mujeres (algo tan obvio que, a estas alturas del siglo XXI, no debería provocar debate alguno, pero salta a la vista que poco se ha avanzado al respecto); como lo del factor nostalgia hacia el film de Reitman, las teorías, feministas o no, que pueda generar Cazafantasmas por el hecho de que sus personajes principales sean de sexo femenino carecen para mí del más mínimo interés cinematográfico: estamos hablando de cosas distintas.


Es evidente que los Cazafantasmas de Feig dependen muy mucho de Los cazafantasmas de Reitman, de ahí que el film del primero repita, obligatoriamente, la construcción narrativa del segundo (entendiendo que se trata de una “obligación” probablemente impuesta por la producción y, por tanto, no negociable por parte de Feig). De este modo, la película de Feig arranca con una primera (y lograda) secuencia destinada a ir “abriendo boca”, y que consiste en la primera y aparatosa aparición de un alma en pena destrozando la paz de un viejo edificio de Nueva York y, de paso, aterrorizando a un atribulado guía turístico (Zach Woods). La secuencia viene a ser un equivalente de la secuencia de apertura de Los cazafantasmas, la de la biblioteca, pero la realización de Feig guarda distancias con respecto a Reitman, y eso es lo que, en última instancia, confiere personalidad propia a estos nuevos Cazafantasmas. Me refiero a que Feig rueda esa secuencia –y muchas otras centradas, como esta, en apariciones espectrales– como si estuviese haciendo una auténtica película de terror, y no una comedia, que es lo que en cambio hacía Reitman en Los cazafantasmas 1 & 2.


Del mismo modo que el anterior largometraje de Feig, Espías (Spy, 2015), tampoco era una comedia ni una parodia del cine de espionaje, sino una auténtica película de espías pero con inflexión cómica, ocurre poco más o menos lo mismo con sus Cazafantasmas –sobre todo, vuelvo a insistir, en su primera mitad, la “más Feig”–, la cual tampoco es una comedia en puridad de términos, ni tan siquiera una parodia del cine de terror, sino un film de horror rodado desde un ángulo humorístico, en la línea –salvando las distancias– de La comedia de los terrores (The Comedy of Terrors, 1963, Jacques Tourneur), El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967, Roman Polanski) o Agárrame esos fantasmas (The Frighteners, 1996, Peter Jackson). Precisamente si algo llama la atención de los Cazafantasmas de Feig es que, en sus líneas generales y, sobre todo, vuelvo a insistir, en esa primera mitad de su metraje, los fantasmas que aparecen en el relato –el de Gertrude Aldridge (Bess Rous), la dama decimonónica que se aparece en la vieja mansión del principio; el del viejo electrocutado (Dave Allen) que se materializa en el metro; la criatura alada de aspecto demoníaco que irrumpe en medio del concierto de rock– son, contra todo pronóstico, terroríficos, o por lo menos, lo son mucho más de lo que uno se espera en una película de estas características. No resulta de extrañar, en este sentido, que, en su segunda mitad, los Cazafantasmas de Feig se parezcan más a Los cazafantasmas de Reitman y, en consecuencia, los espectros recuperen el tono juguetón, burlesco y, por tanto, inofensivo de los dos films originales: reaparecen “viejos amigos” de los fans del trabajo de Reitman, caso del fantasma verdoso y obeso devorador de salchichas y, sí, también, el muñeco de los dulces Marshmallows (sic); y, además, Feig se ve forzado a construir un clímax que viene a ser, poco más o menos, una variante del primer Los cazafantasmas, puerta abierta a otra dimensión incluida.


Pero, más allá del tratamiento dado a las almas en pena en esta película, a pesar de ello, simpática y, a ratos, muy divertida, lo que llama la atención es la mirada “fantástica” que arroja Feig sobre los personajes, hasta el punto de que todos ellos parecen “raros”, o por lo menos, más “raros” de lo que suele ser habitual en la comedia de base cotidiana y realista que se realiza en los Estados Unidos en la actualidad, tan poco dada a la estilización. Hay ecos a Frank Tashlin y Jerry Lewis en la caracterización de los personajes. Erin Gilbert (Kristen Wiig) es presentada en el aula de la escuela donde está a punto de empezar a dar clases, ensayando sola la lección que va a impartir en un aula solitaria. La primera vez que vemos a Abby Yates (Melissa McCarthy), lleva puesto en la cabeza un estrafalario casco repleto de cables. Patty Tolan (Leslie Jones) se incorpora al equipo de cazafantasmas porque ha visto a un fantasma –el del electrocutado– en el metro, donde trabaja como taquillera, dice conocer perfectamente gracias a ello la ciudad de Nueva York y, además, proporciona el coche que servirá a las cazafantasmas para desplazarse: ¡un coche de pompas fúnebres!, tomado “prestado” del negocio de su tío. ¿Y qué decir de personajes que, como Jillian Holtzmann (Kate McKinnon), o como el fornido secretario Kevin –un Chris Hemsworth parodiando, con bastante gracia, su imagen de “fortachón”–, no son sino la extravagancia personificada, la primera como consecuencia de su elevada inteligencia, el segundo, por su falta de ella…?


A ello hay que unir el tratamiento de algunas situaciones y de los personajes secundarios. Cuando Erin, Abby y Jillian acuden a la casa donde se ha aparecido el fantasma de Gertrude Aldridge, durante unos segundos se plantea la duda de si Ed Mulgrave (Ed Begley Jr.) es, también, un fantasma…, hasta que se aclara que, efectivamente, no lo es; mediante la inserción de un ambiguo plano general, Feig sabe crear durante unos instantes una situación equívoca. Luego, las cuatro cazafantasmas acuden al teatro donde se está celebrando un concierto de rock, y el mánager del mismo –Jonathan (Michael McDonald)– les advierte que él tiene una “manera peculiar de gritar”; efectivamente, cuando el espectro alado irrumpe en medio del concierto rockero –para entusiasmo del público asistente, convencido de que forma parte del espectáculo–, Jonathan suelta un chillido indescriptible… Las protagonistas prueban sus armas para cazar fantasmas en un callejón, provocando múltiples e hilarantes estropicios (en otra serie de escenas que acusan la influencia de Tashlin y Lewis). Abby es poseída por el espectro de Rowan Noth (Neil Casey), y de esta manera intenta asesinar a Jillian arrojándola por la ventana, pero Patty se lo impide, arrancándole el espíritu ¡a bofetadas!


Los Cazafantasmas de Paul Feig son, en sus mejores momentos, una llamada a la excentricidad, a lo anormal, al delirio, poniendo en evidencia la fragilidad de las barreras que separan a la comedia del cine fantástico, en cuanto géneros que tienen como base común el concepto de la violación de la cotidianidad. Por eso mismo es una pena que, en esa segunda mitad, la película aparque en buena medida ese sarcasmo, ese humor procaz tan propio de Feig, en beneficio de un homenaje directo a un film, Los cazafantasmas de Reitman, que no se lo merece: son mejores las burlas (cariñosas) al original –cf. el gag verbal de la secuencia post-créditos: las protagonistas reciben una llamada telefónica… de Zuul–, que ese afán por recuperar “su espíritu” (nunca mejor dicho). Pero, claro, resulta lícito pensar que ese peaje era necesario para la existencia de los Cazafantasmas de Feig: rendir tributo a Reitman probablemente figuraba hasta en el contrato del realizador.


[Nota bene: Este film de problemática producción probablemente habrá tenido un montaje complicado: al menos un par de escenas presentes en sus tráilers publicitarios, aquélla en la que Erin se equivoca al abrir una puerta, empujándola en vez de tirar de ella, y otra en la que un extenso grupo de fantasmas vestidos de los años veinte se vuelven lentamente hacia la cámara, no aparecen en la versión estrenada en cines.]

1 comentario:

  1. Pues yo sí pienso q el primer "Cazafantasmas" era una buena película precisamente porque, al menos en mi caso, sí daba miedo. Es cierto que tenía siete años pero no olvidemos que es un producto para todos los públicos. Y de verdad que no soy un enfermo de la nostalgia.

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