Si se me permite el artificio del
argumento que voy a exponer a continuación, desde cierto punto de vista las
adaptaciones al cine de las novelas y cuentos del novelista, dramaturgo,
ensayista y guionista cinematográfico de nacionalidad británica Herbert Ernest
Bates (1905-1974), en arte H.E. Bates –y no incluyo aquí las numerosas
adaptaciones para la televisión–, resumirían, si no todas, al menos sí unas
cuantas tendencias de la cinematografía británica. Bajo esta perspectiva, la
primera versión para el cine de una de sus novelas, The Purple Plain
(1947), convertida para la ocasión por Robert Parrish en Llanura roja (1954) y protagonizada por el actor norteamericano
Gregory Peck, vendría a ser un buen ejemplo de la colonización que el cine
estadounidense llevó a cabo durante la década de los cincuenta del pasado siglo
en el seno de la industria cinematográfica de la Gran Bretaña. El zorro y la raposa (1971), una rareza
escrita y dirigida por Frank Nesbitt, sería un cruce entre la tradición y la
modernidad, simbolizada la primera en la presencia en el reparto de una
veterana figura como John Mills, y personificada la segunda en la de una joven
(y fugaz) estrella de una generación posterior, Carol White. Finalmente, tanto Un mes en el lago (1995), de John Irvin,
como la desconocida en España Feast of
July (1995), de Christopher Menaul –a partir de la novela The
Feast of July (1954)–, se erigirían en exponentes de cierto estilo
de producción que durante los años ochenta y noventa exhibieron una tendencia,
que todavía perdura en la actualidad, de “actualización” de un estilo tradicional
de cine británico, por ambientación de época y por puesta en escena, que busca poner
al día los parámetros temáticos y estilísticos del cine británico “clásico”, o
considerado como tal.
Algo muy parecido ocurre con la
película que aquí nos ocupa, La máscara y
la piel, adaptación de una obra de de Bates en formato novella –novela corta, o cuento largo, de menos de cien páginas– titulada
The
Triple Echo (1970), “El eco triple”, que es asimismo el título
original de esta producción dirigida por Michael Apted en 1972, también
conocida con el (burdo) título de Soldier
in Skirts, “Soldado con faldas” (sic) con motivo de su estreno en los
Estados Unidos. Se trata de una producción de Senta Productions, la única
realizada por esta productora, y con distribución de Hemdale, compañía que
entre 1970 y 1989 distribuyó una serie de títulos a caballo de la
cinematografía británica, la norteamericana y ocasionalmente la canadiense –Images (1972), de Robert Altman; Inglaterra me hizo (1973), de Peter
Duffell, según la novela de Graham Greene; Oro
(1974), de Peter Hunt; Tommy (1975),
de Ken Russell; Gritar al diablo
(1976), también de Peter Hunt; The
Disappearance (1977), de Stuart Cooper; El
pasaje (1979), de J. Lee Thompson; Sol
ardiente (1979), de Richard C. Sarafian; Scandalous (1984), de Rob Cohen–, cuyo denominador común vendría a
ser su deseo de aprovecharse de la infraestructura empresarial del cine
estadounidense y su presencia en el mercado internacional para plantar en este
último producciones muy británicas que fueran al mismo tiempo “para todo el público
del mundo”.
A mayor ahondamiento, La máscara y la piel contaba con la
presencia en el reparto de Glenda Jackson y Oliver Reed, dos de los intérpretes
británicos con mayor proyección internacional en el momento de su realización:
Jackson se había hecho famosa (y ganado su primer Oscar como Mejor Actriz)
protagonizando a las órdenes de Ken Russell Mujeres
enamoradas (1969) –esta, junto a Oliver Reed– y La pasión de vivir (1970), y acababa de intervenir en Domingo, maldito domingo (1971), de John
Schlesinger, mientras que Reed tenía en su haber otro famoso film con Russell, Los demonios (1971), con quien volvería
a trabajar en la ya mencionada Tommy.
Pero si por algo destaca la película que nos ocupa es el hecho de suponer el
debut en el cine del ya mencionado cineasta británico Michael Apted, tras una
larga trayectoria previa en la televisión desarrollada entre 1963 y 1970, algo
sintomático de otro fenómeno característico del cine británico de entre
mediados de los sesenta y principios de los setenta: el “salto” a la gran
pantalla de numerosos profesionales forjados en la televisión británica.
Por más que Apted no es de los que
“cotizan alto” en el baremo de la crítica española, por culpa (todo hay que
decirlo) de la mediocridad de algunas de sus propuestas dirigidas con capital
parcial o totalmente norteamericano –cosas tan terribles, hay que reconocerlo,
como Estado crítico (1987), Sola en la penumbra (1994), Nell (1994) y Nunca más (2002)–, es injusto despacharlo sin más por estos títulos
teniendo en cuenta que en su haber hay un buen puñado de obras correctas y/ o
apreciables a caballo del cine de Gran Bretaña y los Estados Unidos: la muy
curiosa Agatha (1979); la digna Gorilas en la niebla (1988); la irregular
pero atractiva Corazón trueno (1992);
uno de los mejores “Bond film” de Pierce Brosnan, El mundo nunca es suficiente (1999); la mejor entrega de la saga Las crónicas de Narnia: La travesía del Viajero del Alba
(2010); y, sobre todo, el estupendo y, por desgracia, rápidamente olvidado thriller ambientado en la Segunda Guerra Mundial Enigma (2001). ¡Hay cineastas que, con
peores alforjas que las suyas, gozan de una mayor reputación! A falta de
conocer el cien por cien de su filmografía –setenta y cinco títulos para
televisión y cine entre 1963 y 2014 no son moco de pavo–, La máscara y la piel se revela a simple vista una de las películas más
curiosas, interesantes y conseguidas de su director. Con un planteamiento
dramático que hoy en día muchos calificarían como “minimalista”, dadas sus
características formales –escasez de personajes principales y de escenarios en
los cuales se ubica la acción–, el film narra la relación que se establece, en
primer lugar, entre Alice (Glenda Jackson), una granjera, y Barton (Brian
Deacon), un soldado británico algo más joven que ella y que está disfrutando de
un permiso. Nos hallamos en plena Segunda Guerra Mundial: nada más empezar el
film, un plano nos muestra un par de avionetas efectuando un vuelo casi rasante
sobre la granja de la protagonista femenina; más tarde, descubriremos que en un
bosquecillo cercano reposan los restos de un caza alemán que, como le explica
Alice a Barton, fue derribado “durante la
batalla de Inglaterra del año pasado” (la célebre campaña aérea de la Alemania nazi contra el
Reino Unido que tuvo lugar entre julio y octubre de 1940 y se saldó con la
heroica victoria de la RAF
sobre la Luftwaffe ).
El contexto histórico del relato es
importante, y con él su substrato social, moral y ético, sobre todo cuando la
trama desarrolla su nudo: Alice, cuyo marido está, según tiene noticia,
prisionero en un campo de concentración japonés, y puede que ni siquiera esté
vivo (la última postal que recibió firmada por él está fechada seis meses
atrás), se enamora de Barton y ambos devienen amantes. Incapaz de abandonar a
Alice y de volver al frente, Barton deserta del ejército no regresando a su destacamento
una vez finalizado el permiso del que estaba disfrutando. Consciente de que, en
tiempo de guerra, la deserción de Barton será severamente castigada, Alice urde
un plan desesperado para esconderle en su propia casa: recluirle en la misma, y
además…, hacerle vestirse con ropa de mujer, fingiendo que se trata de una
supuesta hermana suya, “Kathy”, que ha ido a visitarla. Todo parece ir bien
hasta la llegada de un sargento del ejército inglés (Oliver Reed), pendenciero
y mujeriego, ¡que queda prendado de “Kathy”! Contra todo pronóstico, Barton/ “Kathy”
acepta temerariamente una proposición del sargento de ir con él al baile de Navidad
que se celebra en el cuartel; pero hay que entender que, antes de llegar a esta
situación, el travestismo forzado de Barton ha generado en él el inesperado
descubrimiento de su “lado femenino”, o si se prefiere, de una homosexualidad
no reconocida. Finalmente, se produce el (previsible) desastre: el sargento
intenta propasarse con “Kathy”, hasta que descubre su verdadera sexualidad. Enfurecido
y humillado, logra reconocer la foto de Barton entre los expedientes de los
soldados desertores, y con la legitimidad que le proporciona el haber identificado
a un “traidor a la patria” toma unos cuantos hombres y se dirige hacia la granja
de Alice para detener a Barton y, de paso, ajustarle las cuentas,
desencadenando una resolución de notable dramatismo.
La máscara y la piel es un relato marcado por el signo de la fatalidad, algo que Apted se
encarga de recalcar en numerosos instantes por medio de secos apuntes que
señalan hacia la idea de la muerte. Ya hemos indicado un par de ellos, relacionados
con la guerra: ese plano general de los cazas de la RAF sobrevolando la granja de
Alice, y la presencia de los restos de un caza alemán caído en combate entre la
arboleda, que en un momento dado causa la inquietud de Barton, recordándole de
qué ha huido y qué es lo que le espera en el supuesto de que deje a Alice y
regrese a su destacamento, alimentando por tanto su decisión final de desertar.
No son los únicos apuntes: Alice pasea por los alrededores de su granja con una
escopeta de doble cañón, y con la misma está a punto de disparar a Barton la
primera vez que le ve; del marido de Alice, lo hemos dicho también, se nos dice
que está prisionero de los japoneses, y sobre el ánimo de su esposa, y ante la
ausencia de noticias recientes, pende la posibilidad de que haya muerto; Alice
tiene un viejo perro, en realidad propiedad de su esposo, que al principio le
gruñe a Barton cada vez que le ve; posteriormente, el animal deja de amenazar a
Barton a partir del momento en que el joven empieza a utilizar ropa del marido
de Alice que esta le presta; más adelante, el perro contrae una grave
enfermedad y la única alternativa para que deje de sufrir es sacrificarlo:
Alice y Barton salen al exterior con el animal y la primera se propone matarlo
con la escopeta, pero en el último momento no se siente capaz de hacerlo y deja
que Barton lo haga en su lugar. Desde otro punto de vista, en la procacidad
sexual del sargento y su colega de juergas Stan (Gavin Richards) no se esconde
sino la desesperación propia de los soldados en guerra que saben que hoy están
vivos y mañana quizá no: su alegría, sus borracheras, sus ansias de copular a
cualquier precio, no son sino formas de ahuyentar su miedo a la muerte.
El proceso de transformación de
Barton en “mujer” tiene connotaciones de muy diversa índole. Antes de que Alice
tome la decisión de disfrazar a su amante y que este acepte la descabellada
propuesta no sin dudas, hemos visto a la propia Alice, que al principio del
relato lleva ropa más o menos “de hombre” para llevar a cabo cómodamente las
faenas del campo, convirtiéndose también en “mujer”, es decir, vistiéndose con
ropa femenina, o considerada como tal, para recibir a Barton en una de sus
frecuentes visitas a la granja. Dicho de otro modo, La máscara y la piel puede verse como la descripción del proceso de
recuperación de su feminidad por parte de una mujer que hace demasiado tiempo
que está sola y, se supone, sin pareja que la satisfaga sexualmente. De la
misma manera que también es el dibujo de otro descubrimiento de índole sexual,
el asimismo mencionado de la “feminidad” u homosexualidad soterrada de Barton
tan pronto como se pone ropa “de mujer” y no solo empieza a sentirse cómoda con
ella, sino que incluso llega a adoptar ciertas (inconscientes) actitudes
femeninas en su relación con Alice. En un momento dado, sus discusiones dejan
de ser de hombre-mujer y su relación deviene una especie de simulacro de
relación “hermana mayor” (Alice) - “hermana menor” (Barton): este último está
harto de su vida de reclusión en la granja y, movido por un ambiguo impulso,
acepta la invitación del sargento de ir al baile navideño, en lo que puede
verse un gesto de liberación y al mismo tiempo de condenación: esa decisión
airada será la que precipitará la tragedia.
Ya hemos señalado que, cuando debutó
en el cine con este film, Apted acreditaba una amplia experiencia previa en la
televisión, y más concretamente en el terreno del documental. Esa herencia se
hace notar en las imágenes de La máscara
y la piel, una película seca y realista en la que hasta los movimientos de
cámara tienen un talante más descriptivo que estético: es el caso del travelling que acompaña a Alice saliendo
de su casa para servirle la comida a Barton (que, en cierto sentido, viene a
expresar la “liberación” de la mujer del peso de su hogar gracias al renovado
sentimiento amoroso que experimenta al lado del joven soldado); o el que
acompaña a Barton en su desesperada carrera para huir del campamento, tras
haber golpeado al sargento para librarse de su
acoso: el travelling parece
aquí una expresión del deseo soterrado del personaje de escapar no ya de la
violencia del sargento, como de una faceta de sí mismo que acaba de descubrir
de la forma más turbulenta posible. Pese a esa sequedad, hay momentos en que la
fotografía del veterano John Coquillon confiere a la película una calidez y
sensualidad que contrasta sobremanera con toda esa aspereza. Es el caso de la
erótica escena de la comida de Alice y Barton al aire libre interrumpida por la
lluvia, cuya atmósfera propicia el primer abrazo de amor de la pareja. O, sobre
todo, el vistoso efecto fotográfico del momento culminante del film, con el cual
concluye: ese reflejo solar en el cristal de la ventana desde la cual Alice ha
disparado contra Barton; parece ser que el relato original de H.E. Bates
termina con Alice matando no a Barton, sino al sargento, y que la detonación
del disparo de su escopeta es lo que provoca ese “eco triple”; pero, al menos
en la versión cinematográfica, el acto de Alice se equipara así al sacrificio
del perro y tiene con respecto a Barton idéntica intención: la de ahorrarle
sufrimientos, en un último y fatídico gesto de amor.
Habrá que ver esta película, el cine de Reizs, Russell, Roeg Apted o Schlesinger de aquellos años me encanta. Quizás no la hayasñ visto Tomás pero Gorky Park también es excelente. Y de Apted me queda pendiente una rareza en la que dirigió a John Belushi y no recuerdo el título. Producida por Amblin, nada menos.
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