[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Dioses de Egipto (Gods of Egypt, 2016)
dista mucho de ser una película perfecta. De entrada, está afectada de una
notable ausencia de densidad, hasta el punto de que la mayor parte de su
interés depende sobremanera no tanto del atractivo de lo que cuenta como, sobre
todo, de la garra con que lo cuenta. Es verdad que siempre he dicho y escrito
que el interés de un film, de cualquier film, depende principalmente del valor
de su puesta en escena por encima de la teórica calidad de su guion. Pero no es
menos cierto que lo óptimo, en el arte en general y en el cine en particular,
es que la calidad de la trama y de la realización guarden una armonía entre sí,
siempre que sea posible. En cambio, en Dioses
de Egipto se percibe un notable desequilibrio entre el interés de lo que se cuenta y del cómo se cuenta, lo cual provoca, casi me atrevería a decir que
necesariamente, su irregularidad. A la misma cabe sumar la desigualdad de su
elenco de intérpretes: Nikolaj Coster Waldau (el dios Horus), Chadwick Boseman
(el dios Thoth) e incluso un irónico Gerard Butler (el dios Set) cumplen con
sus cometidos; Bryan Brown (el dios Osiris), Rufus Sewell (Urshu) y, huelga
decirlo, el gran Geoffrey Rush (el dios Ra), están tan bien como siempre; pero
Brenton Thwaites (Bek), Courtney Eaton (Zaya) y Elodie Yung (la diosa Hathor),
dejan bastante que desear (en particular esta última: se nota que no se cree el
papel). Asimismo, hay una concesión al happy
end no por previsible menos molesta, que malogra en parte el encanto de un
film dominado por un sentido de la fantasía total y sin complejos, que es donde
residen sus mejores virtudes.
Porque
lo mejor de Dioses de Egipto es su
voluntaria adscripción a un estilo de cine de aventuras fantástico, o si se
prefiere, cine fantástico de aventuras (“clásico”, o “tradicional”, correrán a
decir algunos, como si eso tuviera la más mínima importancia), que brilla en
todo su esplendor incluso en aquellos momentos, los menos, en los que las escenas
de acción remiten sin pudor a la estética del imperante cine de superhéroes –en
particular, el combate final entre Horus y Set–, y a pesar del constante
recurso –a estas alturas, total y absolutamente inevitable– a los efectos
visuales mediante imágenes generadas por ordenador, que en este caso marcan a
fuego el tiempo en el que el film ha sido realizado. Si no fuera por esto, casi
podríamos asegurar que estamos viendo una versión cara de cualquiera de las
producciones de Charles H. Schneer con efectos especiales de Ray Harryhausen.
Pero nada de todo esto debería extrañarnos procediendo, como procede, de un
realizador tan ecléctico y particular como el egipcio (sic) formado
profesionalmente en Australia Alex Proyas: el mismo responsable de combinar cine
de superhéroes del cómic con fantasía gótica –El Cuervo (The Crow, 1994)–, cine negro y ciencia ficción –Dark City (ídem, 1998)– y cine de terror
con ciencia ficción apocalíptica –Señales
de futuro (Knowing, 2009) (1)–,
con resultados la más de las veces estimulantes, salvo algún que otro tropezón
(cf. su relectura, muy convencional, de Isaac Asimov en Yo, robot / I, Robot, 2004).
De
ahí que, con todos sus defectos, Dioses
de Egipto hace gala de un atractivo inesperado en virtud del vigor de la
realización de Proyas, quien en todo momento mira de frente y sin prejuicios el
concepto de fantasía total, de imaginación desatada, que impregna todas y cada
una de las secuencias de esta fantástica aventura, o aventura fantástica. Con
un rotundo desprecio no ya del verosímil como de la mitología egipcia real, con
la que Proyas y los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless juegan a su antojo,
la película es un viaje a un Antiguo Egipto que jamás existió, en el cual los
dioses, seres idénticos a los humanos pero de dos metros y medio de estatura,
dotados de (súper)poderes y, a pesar de ello, capaces de ser destruidos –un
planteamiento tomado de la atroz Immortals
(ídem, 2011, Tarsem Singh) (2), pero
muchísimo mejor planteado y resuelto–, no solo viven y se mezclan con los
súbditos que los adoran, sino que también –como las divinidades de la mitología
grecorromana– tienen las mismas pasiones y sentimientos que caracterizan a los
mortales. Eso explica que la trama misma no sea sino una suerte de folletín
familiar, donde padres, hijos y hermanos se enfrentan por el poder: enfurecido
porque su padre, Osiris, ha decidido darle el trono de Egipto a su hermano
Horus, el envidioso y ambicioso Set se presenta de improviso en la ceremonia de
coronación de este último, asesina a Osiris, se enfrenta a Horus y le deja
ciego, y se autoproclama rey.
Ese
deliberado tono folletinesco se extiende al resto de personajes, incluidos los
humanos. El relato está contado desde el punto de vista de Bek, y punteado por
su voz en off, la cual consigue no
hacerse molesta: la narración over
del viejo Bek se centra en lo que le ocurrió al joven Bek, un ladronzuelo que
es presentado en medio de una calle atestada después de que la cámara haya
efectuado una panorámica aérea sobre la ciudad. La perspectiva de los dioses
(plano aéreo) y de los hombres (plano de la calle) se entremezclan en una trama
aventurera donde ambos tipos de seres se ven obligados a colaborar: Bek roba
uno de los ojos del cegado Horus, gracias al cual este recuperará la mitad de
su vista, y a cambio de ayudarle a vencer a Set, Horus intentará evitar que el
alma de Zaya, la amada de Bek, se pierda definitivamente en el más allá. Pero
ni tan siquiera los dioses están libres del sufrimiento, que Proyas visualiza
con una sorprendente fuerza poética: aquí los dioses sangran, pero no sangre
sino oro (como el enorme reguero dorado que va dejando Set al arrastrarse por
el suelo, herido de muerte, en las escenas finales); Set arranca los ojos de
Horus tras ganarle en combate singular, ojos que, en manos del dios, se
transforman en dos hermosas joyas azuladas; más adelante, Set hace otro tanto
con las alas de la diosa Nephtys (Emma Booth), alas flexibles que, una vez
arrancadas de la espalda de la diosa, se transforman en oro sólido; ni siquiera
el más poderoso de los dioses, el dios del sol Ra, está libre de penalidades:
cada día, desde hace siglos, tiene que librar una singular batalla contra
Apophis, un monstruo gigantesco que amenaza con devorar el mundo si Ra no se lo
impide mediante su mágica vara de rayos solares. En este sentido, no podemos
menos que simpatizar con el villano Set, cuyo padre Ra le tiene reservado un
destino honorífico que, para él (y para cualquiera), tiene visos de maldición,
de castigo: reemplazarle en su eterna batalla contra Apophis.
Desde
luego que, como resulta de esperar en el cine post-posmoderno, o como quieran
ustedes llamarlo, que se hace en la actualidad, Dioses de Egipto no puede menos que mostrar ecos de películas y/ o
géneros anteriores. Ya hemos mencionado un par: el cine de superhéroes y el “de”
Ray Harryhausen. A ello podemos añadir, claro está, la sombra de la franquicia
de Indiana Jones –la secuencia del ya mencionado robo del ojo de Horus por
parte de Bek, dentro de un “templo maldito” rebosante de trampas–, e incluso
ecos estéticos y visuales del Dune
(ídem, 1984) de David Lynch: ahí están las escenas del desierto, en particular
las iluminadas con tonos terrosos, y por descontado, los monstruosos reptiles
que cabalgan las dos secuaces de Set, que recuerdan mucho a los famosos gusanos
del planeta Arrakis. Lo cual nos lleva a otro de los aciertos del film de
Proyas: el imaginativo diseño de producción, y en particular, el tratamiento
mágico y atmosférico que sabe imprimir el realizador a cada cambio de
escenario, a cuál más “imposible”: la montaña coronada por el enorme arco de
piedra a través del cual se accede al reino de Ra; el diseño de este último,
concebido a modo de nave espacial de aspecto acristalado; la visualización del
más allá; la altísima torre, casi “tocando” el cielo, que el arquitecto Urshu
ha erigido para satisfacer la vanidad de Set… Dioses de Egipto es una rareza a contracorriente que, a pesar de
sus insuficiencias (que las tiene), proporciona a cambio considerables dosis de
regocijo.
No he visto la película, pero este me parece un enfoque necesario para un film que va a recibir palos sin cuento. Vease: http://www.elconfidencial.com/cultura/cine/2016-06-24/dioses-de-egipto-alex-proyas-nikolaj-coster-waldau-gerard-butler_1220470/
ResponderEliminarOtra cosilla: Tomás, ¿tienes algo publicado sobre "Stoker" de Park Chan Wook? Después de leer la ditirámbica crítica de Ángel Sala en "Dirigido por" me apetecía encontrar una visión diferente.
Saludos.
Buenas tardes, David P.:
EliminarSé que la película de Proyas es de las que mucha gente pone a caldo ya antes de haberlas visto, pero me consta que ha tenido alguna que otra defensa; sin ir más lejos, la de Diego Salgado en el último "Dirigido por...". Bueno, como todo, es cuestión, dicen, de gustos (y de saber, o no, argumentar...).
Nunca he escrito nada sobre "Stoker", película que, la verdad, no me gustó absolutamente nada. Lo lamento, pero no me entra el cine de Chan-wook, ni tan siquiera la celebrada "Old Boy" la cual, lo siento, me aburrió soberanamente.
Saludos cordiales.
La mitología de los dioses egipcios es increible aun hoy en dia hay muchos creyentes de estos diosos y se le asocian a muchas cosas por lo cual es interesante saber de ellos
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