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viernes, 24 de abril de 2015

El nacimiento de una ciudad: “DODGE, CIUDAD SIN LEY”, de MICHAEL CURTIZ



[COINCIDIENDO CON LA PUBLICACIÓN ESTOS DÍAS EN “DIRIGIDO POR…” DE UN “DOSSIER” DEDICADO A LA FIGURA DEL REALIZADOR MICHAEL CURTIZ, RECUPERO AQUÍ UN VIEJO TEXTO MÍO SOBRE ESTE “WESTERN” DE CURTIZ, PUBLICADO ANTERIORMENTE EN EL PORTAL CINE ARCHIVO (1).]


Por más que el prestigio de Michael Curtiz pasa por su contribución al cine de aventuras —El capitán Blood (Captain Blood, 1935), La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936), Robín de los bosques (The Adventures of Robin Hood, 1938, codirigida con William Keighley), The Sea Hawk (1940)—, y por haber firmado la-más-famosa-película-de-culto —Casablanca (ídem, 1942), que, por cierto, no se cuenta entre lo mejor del director—, no hay que echar en saco roto su aportación al western, género que no cultivó con frecuencia pero al cual legó algunos títulos de notable interés. Dodge, ciudad sin ley (Dodge City, 1939) es uno de ellos. Producida por la Warner con vistas a seguir explotando el rendimiento comercial de la pareja cinematográfica que por aquel entonces formaban Errol Flynn y Olivia De Havilland —quienes ya habían coincidido en El capitán Blood, La carga de la brigada ligera y Robín de los bosques, y volverían a hacerlo en Camino de Santa Fe (Santa Fe Trail, 1940), de nuevo a las órdenes de Curtiz, y en Murieron con las botas puestas (They Died With Their Boots On, 1941), bajo la batuta de Raoul Walsh—, Dodge, ciudad sin ley es una excelente película que demuestra el talento de Curtiz para crear ambientes y sugerir matices psicológicos de los personajes en el contexto de un relato narrado en todo momento con agilidad y dinamismo.


Dodge, ciudad sin ley es la historia de la ciudad que le da título, desde su fundación hasta su consolidación como una de las más prósperas al oeste de Chicago, en lo que puede verse una especie de versión metafórica de lo que fue la imposición de la civilización en el Salvaje Oeste. Una de las particularidades del film, la cual permite calibrar en gran medida su importancia dentro del género, reside en la vigorosa descripción del escenario principal, hasta el punto que este último acaba erigiéndose en el auténtico protagonista del relato. Para Curtiz y el guionista Robert Buckner, Dodge City no es tan solo un vistoso decorado fotografiado en color por Ray Rennahan y Sol Polito, sino por encima de todo un pueblo violento, palpitante, bullicioso y vivo. En sus calles, hacinadas y llenas de tiendas, donde el comercio abunda por doquier, suelen producirse aparatosos tiroteos. El saloon está abarrotado de hombres que beben whisky, juegan a las cartas, intentan manosear a Ruby (Ann Sheridan) o a las otras coristas que actúan en el escenario y, por menos de nada, se lían a puñetazos. Ni que decir tiene que Dodge City, como todo lugar donde corre el dinero, es también el centro de atención de especuladores sin escrúpulos, como Jeff Surrett (Bruce Cabot), quien al amparo de la impunidad que le brinda el hecho de que en la ciudad nadie se atreva a ocupar el cargo de sheriff se permite exprimirla a fondo con la ayuda de su banda de hombres armados. Tan solo la voz de un hombre se atreve a cuestionar los métodos de Surrett: la de Joe Clemens (Frank McHugh), el periodista director del periódico local, personaje arquetipo con una larga tradición dentro del western que llega hasta Sin perdón (Unforgiven, 1992, Clint Eastwood). 


A esta localidad arriba Wade Hatton (Errol Flynn), un conductor de caravanas, en compañía de su socio Rusty Hart (Alan Hale). Hatton conoce Dodge City desde su fundación por el coronel Dodge (Henry O’Neill), pues de hecho fue a él a quien se le ocurrió bautizar la ciudad con el nombre de su fundador, y regresa allí con la intención de permanecer una temporada para descansar tras haber conducido a otra caravana de colonos que, viajando con sus reses, quiere instalarse en la ciudad. Curtiz se vale aquí de un procedimiento narrativo tradicional del cine norteamericano, consistente en la introducción de un personaje ajeno al escenario en el que se sitúa el relato para que aquél, y el espectador con él, vayan descubriendo el funcionamiento del mismo. De este modo, la evolución de Hatton (en el que se puede ver un trasunto de Wyatt Earp, quien también fue sheriff de Dodge City) corre paralela a la de la propia ciudad: el protagonista irá abandonando su intención inicial de irse del pueblo tras hacerse cargo del caos que reina en la ciudad y, sobre todo, del dolor que ello supone para los ciudadanos honrados que Surrett oprime bajo su yugo criminal.


Dicha evolución está marcada por diversas circunstancias. La primera, el carácter de Hatton, quien bajo su apariencia burlona (nada raro, estando interpretado por Flynn) esconde a alguien preocupado por el orden: admira al coronel Dodge por su impulso civilizador a la hora de fundar la ciudad, de la misma manera que desprecia a Surrett por su carácter de depredador sin escrúpulos (al principio del relato le reprocha que haya cazado bisontes en territorio indio únicamente para arrancarles la piel y sin importarle que los pieles rojas puedan pasar hambre por ello). La segunda circunstancia es de índole personal: Hatton está enamorado de Abbie Irving (Olivia De Havilland), una joven colono, pero no puede acercarse a ella y exteriorizar su afecto porque, poco antes de llegar al pueblo, mató en defensa propia al hermano menor de Abbie, Lee (William Lundigan), quien en un arrebato bravucón provocó una estampida del ganado con sus imprudentes disparos y a punto estuvo de matar a  Rusty.


La progresión narrativa de Dodge, ciudad sin ley resulta admirable gracias a su magnífica concatenación de causas y efectos. En el saloon, Ruby canta una canción nordista y los vaqueros que acompañan a Hatton y Rusty, heridos en su amor propio, replican entonando con aire desafiador una canción sureña, provocando así una pelea que arrasa todo el local (en una extraordinaria secuencia comparable, por concepción y sentido del humor, al Wellman de Más allá del Missouri [Across the Wide Missouri, 1951] o al Hathaway de Alaska, tierra de oro [North to Alaska, 1959]). A su llegada a la ciudad, Hatton y Rusty han simpatizado con un chiquillo, Harry Cole (Bobs Watson): no por casualidad, Harry es hijo de Matt Cole (John Litle), un colono asesinado por Yancy (Victor Jory), uno de los secuaces de Surrett, que tras la muerte de su padre ayuda a su familia cuidando los caballos de los clientes del saloon a cambio de una moneda. Como consecuencia de un tiroteo, el niño hallará la muerte, arrastrado por un caballo, sin que la intervención de Hatton pueda evitarlo: la muerte del chiquillo decidirá al protagonista a aceptar el empleo de sheriff de Dodge City (Curtiz encadena la ingenua estrella de papel que Harry lucía en su pecho con la insignia de metal que ahora adorna la cartuchera de Hatton). Y si en la primera secuencia se producía una simbólica carrera entre un carromato y un ferrocarril donde viaja el coronel Dodge, que se saldaba con la clara victoria del “caballo de hierro”, su espléndido clímax vuelve a tener lugar en el tren, culminando el relato de manera circular: Hatton y Rusty hacen frente a Surrett y sus hombres en un vagón en llamas, y desde la locomotora abatirán a tiros a estos últimos mientras intentan huir a caballo.

(1) http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=54879



1 comentario:

  1. Tengo que revisionar este clásico, la primera vez que la ví no me gustó demasiado, quizás por la edad en la que lo hice, aunque también es cierto que hay otros títulos de este gran género que están entre mis títulos preferidos y no solo del western, sino de todo el cine en general, y eso que también los ví muy joven. Cosas mías, jajaja.
    Para ti Tomas, cuales son tus westerns favoritos de todos los tiempos?
    Saludos.

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