[COINCIDIENDO CON LA PUBLICACIÓN ESTOS DÍAS EN “DIRIGIDO POR…” DE UN “DOSSIER”
DEDICADO A LA FIGURA DEL REALIZADOR MICHAEL CURTIZ, RECUPERO AQUÍ UN VIEJO
TEXTO MÍO SOBRE ESTE “WESTERN” DE CURTIZ, PUBLICADO ANTERIORMENTE EN EL PORTAL
CINE ARCHIVO (1).]
Por más que el prestigio
de Michael Curtiz pasa por su contribución al cine de aventuras —El capitán
Blood (Captain Blood,
1935), La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936), Robín de los bosques
(The Adventures of Robin Hood,
1938, codirigida con William Keighley), The Sea Hawk (1940)—, y por
haber firmado la-más-famosa-película-de-culto —Casablanca (ídem, 1942), que, por cierto, no se cuenta entre lo mejor del director—, no hay que echar en
saco roto su aportación al western, género que no cultivó con frecuencia
pero al cual legó algunos títulos de notable interés. Dodge, ciudad sin ley
(Dodge City, 1939) es uno de ellos. Producida por la Warner con vistas a seguir
explotando el rendimiento comercial de la pareja cinematográfica que por aquel
entonces formaban Errol Flynn y Olivia De Havilland —quienes ya habían
coincidido en El capitán Blood, La carga de la brigada ligera y Robín
de los bosques, y volverían a hacerlo en Camino de Santa Fe (Santa Fe Trail, 1940), de nuevo a las
órdenes de Curtiz, y en Murieron con las botas puestas (They Died With Their Boots On, 1941),
bajo la batuta de Raoul Walsh—, Dodge, ciudad sin ley es una excelente
película que demuestra el talento de Curtiz para crear ambientes y sugerir
matices psicológicos de los personajes en el contexto de un relato narrado en
todo momento con agilidad y dinamismo.
Dodge, ciudad sin ley es la historia de la
ciudad que le da título, desde su fundación hasta su consolidación como una de
las más prósperas al oeste de Chicago, en lo que puede verse una especie de
versión metafórica de lo que fue la imposición de la civilización en el Salvaje
Oeste. Una de las particularidades del film, la cual permite calibrar en gran
medida su importancia dentro del género, reside en la vigorosa descripción del
escenario principal, hasta el punto que este último acaba erigiéndose en el
auténtico protagonista del relato. Para Curtiz y el guionista Robert Buckner, Dodge
City no es tan solo un vistoso decorado fotografiado en color por Ray Rennahan
y Sol Polito, sino por encima de todo un pueblo violento, palpitante,
bullicioso y vivo. En sus calles, hacinadas y llenas de tiendas, donde el
comercio abunda por doquier, suelen producirse aparatosos tiroteos. El saloon
está abarrotado de hombres que beben whisky, juegan a las cartas, intentan manosear
a Ruby (Ann Sheridan) o a las otras coristas que actúan en el escenario y, por
menos de nada, se lían a puñetazos. Ni que decir tiene que Dodge City, como
todo lugar donde corre el dinero, es también el centro de atención de
especuladores sin escrúpulos, como Jeff Surrett (Bruce Cabot), quien al amparo
de la impunidad que le brinda el hecho de que en la ciudad nadie se atreva a
ocupar el cargo de sheriff se permite exprimirla a fondo con la ayuda de
su banda de hombres armados. Tan solo la voz de un hombre se atreve a
cuestionar los métodos de Surrett: la de Joe Clemens (Frank McHugh), el
periodista director del periódico local, personaje arquetipo con una larga
tradición dentro del western que llega hasta Sin perdón (Unforgiven, 1992, Clint
Eastwood).
A esta localidad arriba
Wade Hatton (Errol Flynn), un conductor de caravanas, en compañía de su socio
Rusty Hart (Alan Hale). Hatton conoce Dodge City desde su fundación por el
coronel Dodge (Henry O’Neill), pues de hecho fue a él a quien se le ocurrió
bautizar la ciudad con el nombre de su fundador, y regresa allí con la
intención de permanecer una temporada para descansar tras haber conducido a
otra caravana de colonos que, viajando con sus reses, quiere instalarse en la
ciudad. Curtiz se vale aquí de un procedimiento narrativo tradicional del cine
norteamericano, consistente en la introducción de un personaje ajeno al
escenario en el que se sitúa el relato para que aquél, y el espectador con él, vayan
descubriendo el funcionamiento del mismo. De este modo, la evolución de Hatton
(en el que se puede ver un trasunto de Wyatt Earp, quien también fue sheriff
de Dodge City) corre paralela a la de la propia ciudad: el protagonista irá
abandonando su intención inicial de irse del pueblo tras hacerse cargo del caos
que reina en la ciudad y, sobre todo, del dolor que ello supone para los
ciudadanos honrados que Surrett oprime bajo su yugo criminal.
Dicha evolución está
marcada por diversas circunstancias. La primera, el carácter de Hatton, quien
bajo su apariencia burlona (nada raro, estando interpretado por Flynn) esconde
a alguien preocupado por el orden: admira al coronel Dodge por su impulso
civilizador a la hora de fundar la ciudad, de la misma manera que desprecia a
Surrett por su carácter de depredador sin escrúpulos (al principio del relato
le reprocha que haya cazado bisontes en territorio indio únicamente para
arrancarles la piel y sin importarle que los pieles rojas puedan pasar hambre
por ello). La segunda circunstancia es de índole personal: Hatton está
enamorado de Abbie Irving (Olivia De Havilland), una joven colono, pero no
puede acercarse a ella y exteriorizar su afecto porque, poco antes de llegar al
pueblo, mató en defensa propia al hermano menor de Abbie, Lee (William
Lundigan), quien en un arrebato bravucón provocó una estampida del ganado con
sus imprudentes disparos y a punto estuvo de matar a Rusty.
La progresión narrativa
de Dodge, ciudad sin ley resulta admirable gracias a su magnífica
concatenación de causas y efectos. En el saloon, Ruby canta una canción
nordista y los vaqueros que acompañan a Hatton y Rusty, heridos en su amor
propio, replican entonando con aire desafiador una canción sureña, provocando
así una pelea que arrasa todo el local (en una extraordinaria secuencia
comparable, por concepción y sentido del humor, al Wellman de Más allá del
Missouri [Across the Wide Missouri,
1951] o al Hathaway de Alaska, tierra de oro [North to Alaska, 1959]). A su llegada a la ciudad, Hatton y
Rusty han simpatizado con un chiquillo, Harry Cole (Bobs Watson): no por
casualidad, Harry es hijo de Matt Cole (John Litle), un colono asesinado por
Yancy (Victor Jory), uno de los secuaces de Surrett, que tras la muerte de su
padre ayuda a su familia cuidando los caballos de los clientes del saloon
a cambio de una moneda. Como consecuencia de un tiroteo, el niño hallará la
muerte, arrastrado por un caballo, sin que la intervención de Hatton pueda
evitarlo: la muerte del chiquillo decidirá al protagonista a aceptar el empleo
de sheriff de Dodge City (Curtiz encadena la ingenua estrella de papel
que Harry lucía en su pecho con la insignia de metal que ahora adorna la
cartuchera de Hatton). Y si en la primera secuencia se producía una simbólica
carrera entre un carromato y un ferrocarril donde viaja el coronel Dodge, que
se saldaba con la clara victoria del “caballo de hierro”, su espléndido clímax
vuelve a tener lugar en el tren, culminando el relato de manera circular:
Hatton y Rusty hacen frente a Surrett y sus hombres en un vagón en llamas, y
desde la locomotora abatirán a tiros a estos últimos mientras intentan huir a
caballo.
Tengo que revisionar este clásico, la primera vez que la ví no me gustó demasiado, quizás por la edad en la que lo hice, aunque también es cierto que hay otros títulos de este gran género que están entre mis títulos preferidos y no solo del western, sino de todo el cine en general, y eso que también los ví muy joven. Cosas mías, jajaja.
ResponderEliminarPara ti Tomas, cuales son tus westerns favoritos de todos los tiempos?
Saludos.