[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Quizá se deba a que no me encuentro entre los admiradores incondicionales de las que, hasta la fecha, son las dos películas más apreciadas del actor George Clooney en su faceta como realizador, Buenas noches, y buena suerte (Good Night, and Good Luck, 2005) y Los idus de marzo (The Ides of March, 2011) —tampoco me parecen malas películas: tan solo sobredimensionadas—, pero lo cierto es que, a falta de haber visto Ella es el partido (Leatherheads, 2008) como consecuencia de mi tendencia a huir de la actual comedia norteamericana como si fuera la peste, lo cierto es que Monuments Men (The Monuments Men, 2014) no solo no me parece tan despreciable como se ha dicho, sino que incluso me atrevería a afirmar que se trata del mejor trabajo de Clooney tras las cámaras junto con su interesante ópera prima Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a Dangerous Mind, 2002). Ya antes de su premiere europea en el último Festival de Berlín, donde parece ser que la pusieron a caer de un burro, la película venía precedida de una rara “mala fama” como consecuencia de la renuencia de Clooney y/o su distribuidora (Columbia Pictures) a enseñarla a la prensa, casi como si les diera vergüenza. No me gustaría pensar que el relativo rechazo con que ha sido recibida Monuments Men se debe, antes que nada, a razones que nada tienen que ver con el hecho de que el film pueda interpretarse, en un momento dado, como un canto de exaltación patriótica al heroísmo de los norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, la última “guerra santa” para muchos, y que dicha oda provenga de una figura del cine que como Clooney, y ciñéndonos a su labor como director, se ha distinguido según consenso por su posicionamiento ideológico izquierdista-demócrata y por sus ácidas diatribas contra el american way of life: ahí están las susodichas Buenas noches, y buena suerte y Los idus de marzo para corroborarlo.
Ahondando en esa cuestión de la “mala fama” de Monuments Men, tengo la sensación de que la misma acaso pueda sustentarse en la concepción misma de un film que —al igual que, en parte, Buenas noches, y buena suerte y, dicen, Ella es el partido, que vuelvo a repetir que no he visto— hace gala de una pátina “anticuada”, o como gusta decir, de “cine de antes”. En efecto, del mismo modo que, como director, Clooney tomó el “thriller conspiranoico” estadounidense de los años setenta como base de inspiración estética de Confesiones de una mente peligrosa y Los idus de marzo —por no hablar de algunos de sus trabajos como actor/productor: cf. Los hombres que miraban fijamente a las cabras (The Men Who Stare at Goats, 2009, Grant Heslov) o Argo (ídem, 2012, Ben Affleck)—, Monuments Men parece beber a ratos de muestras del cine bélico norteamericano de entre finales de los sesenta y mediados de los setenta, al estilo de Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, 1970, Brian G. Hutton) o Ha llegado el águila (The Eagle Has Landed, 1976, John Sturges), por más que no termine de compartir ni la ligereza de la primera ni el tono sombrío de la segunda. Llama la atención que, a ratos, Monuments Men parezca el contrapunto o al menos una especie de complemento distendido de la famosa película de Steven Spielberg Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), algo que va más allá del hecho anecdótico de la presencia de Matt Damon en el reparto de ambos films. Lo digo porque hay una curiosas similitudes de construcción narrativa entre las dos películas; por ejemplo, una de las secuencias iniciales de Monuments Men muestra a Frank Stokes (Clooney) dando una conferencia ante miembros del alto mando del ejército de los Estados Unidos, para justificar la necesidad de preparar una unidad de especialistas en arte que viajen a Europa en pleno conflicto bélico y ayuden a localizar y clasificar las obras artísticas que los nazis han robado de los países que han invadido con vistas a engrosar un proyectado museo del Tercer Reich para Adolf Hitler; dicha secuencia vendría a ser un equivalente de otra de Salvar al soldado Ryan en la que los oficiales del alto mando deciden rescatar a Ryan a fin de que no engrose la lista de sus hermanos muertos en combate. Más aún: Stokes y varios de los hombres que ha elegido para esa misión de recuperación de tesoros artísticos —Richard Campbell (Bill Murray), Walter Garfield (John Goodman), Donald Jeffries (Hugh Bonneville) y Preston Savitz (Bob Balaban)—, llegan a Europa… desembarcando en Normandía, poco después de que se haya producido el desembarco aliado descrito en el film de Spielberg; más adelante, Garfield y su colega francés Jean Claude Clermont (Jean Dujardin) tienen un encuentro con un francotirador alemán que evoca, vagamente, un momento relativamente similar de Salvar al soldado Ryan. Luego, la secuencia final de Monuments Men, con un anciano Stokes visitando en compañía de sus nietos la madonna de Miguel Ángel por la cual Donald Jeffries sacrificó su vida, guarda ecos a su vez del epílogo de la película de Spielberg, con el ahora anciano Ryan visitando la tumba de su capitán.
Otra de las razones que parece haber servido para azuzar el látigo contra Monuments Men reside, todavía no lo he dicho, en que la película está basada en hechos reales, es decir, la existencia histórica de los Monuments Men. Con franqueza, no me he preocupado en averiguar si lo que relata el film es verosímil y fidedigno, pero vuelvo a sospechar de que el hecho de que la película aborde la historia de los Monuments Men, como digo, con cierta ligereza, habrá sido otro acicate en su contra por parte de quienes todavía se toman demasiado a pecho esa coletilla, tan frecuente en el cine de estos últimos años, que “vende” un film como “Basado en hechos reales”. A falta de saber, pues, si Monuments Men es una reconstrucción fiel de hechos (y la verdad sea dicha: importándome más bien poco el que lo sea o no), lo único que sí puedo afirmar es que todas esas disquisiciones —respetables, por descontado, pero que poco o nada tienen que ver con el cine— me parecen escasamente interesantes a la vista de lo que realmente me interesa de la película de Clooney: la elegancia de su realización.
Con la inestimable ayuda de un reparto sumamente competente (¡incluso los habitualmente nefastos Murray y Damon están aquí aceptables!), el film atesora un puñado de buenos momentos, los suficientes además como para tenerla en mayor estima. En cuanto metteur en scène, Clooney hace gala aquí de un cuidado sentido de la planificación y la dirección de actores, que se traduce en tres secuencias tan logradas como son: la muerte de Donald Jeffries, intentando impedir el robo de la madonna de Miguel Ángel de una iglesia; la secuencia nocturna en el campamento, con el contrapunto de la canción que la hija de Campbell le ha enviado en un vinilo; y el momento de tensión que viven Garfield y Clermont en un campo abierto que está a punto de ser escenario de un combate entre alemanes y aliados. La primera de las tres secuencias mencionadas exhibe un excelente sentido del fuera de campo, el cual resulta patente en ese plano en el cual vemos, primero, la reacción asustada del sacerdote, y luego, la mano del oficial alemán, armada con una pistola, entrando en el cuadro y apuntándole; sobre todo, ese espléndido momento en que ese mismo oficial nazi dispara contra Jeffries, oculto tras una columna; a continuación, la cámara efectúa un lento travelling semicircular hacia esa misma columna que nos descubre detrás de ella los pies de Jeffries, derribado en el suelo y agonizando. Llama la atención, positivamente, la sensibilidad demostrada en la secuencia nocturna del campamento mencionada en segundo lugar, cuyo tono nostálgico y melancólico culmina en ese primer plano de Campbell emocionado al oír la voz de su hija (¡Bill Murray nunca había estado tan bien!). En tercer lugar, la secuencia de suspense centrada en los personajes de Garfield y Clermont está excelentemente construida; Clooney demuestra que sabe crear tensión con sencillez y eficacia, a partir de una situación, en principio, jocosa: en un claro del bosque, Clermont baja del jeep en el que viaja con Garfield, hasta que este último se da cuenta, alarmado, que entre la floresta están los dos bandos enemigos preparándose para abrirse fuego, y que ellos dos están justo en medio…
No menos destacables, aunque menos intensas, resultan las escenas que implican a los personajes de Claire Simone (Cate Blanchett) y James Granger (Matt Damon), en especial la de la cena teóricamente romántica de ambos en el apartamento parisino de la primera, y que finalmente deviene una mera “cena de trabajo” en virtud del deseo de Granger de mantenerse fiel a su esposa; o la resolución de los momentos más distendidos, tal es el caso de la secuencia en la que Campbell y Savitz tienen un inesperado encuentro nocturno con un joven soldado alemán que les apunta con su rifle, o aquélla otra —de espíritu vagamente fordiano— en la que Garner pisa una mina y Stokes, Campbell, Garfield y Savitz deciden permanecer a su lado aun siendo conscientes de que las precauciones que han tomado para que el artefacto no detone pueden fallar y la explosión resultante podría matarles a todos ellos. Acaso sea ese tono relajado, deliberado aunque quizá excesivamente complaciente, lo que ha provocado tanta decepción alrededor de esta, no obstante, agradable película “de” George Clooney.
Desde luego parece claro que a Clooney le gusta, y mucho, el cine de los años 50-70. No sólo casi todas sus películas como realizador están ambientadas en estos tiempos, sino que también otras donde sólo aparece como actor las recuerdan: "Ocean's Eleven" o "El americano".
ResponderEliminarEn lo que respecta a "Monument's Men", el propio Clooney ha sido claro en que buscaba repetir el tono de películas como "La gran evasión" o "Los violentos de Kelly". Imagino que más allá de imitar el género se refería también a tratar de forma ligera, distendida, un tema realmente serio, igual que hacían aquellas.
Creo que es aquí donde fracasa la película, porque si bien es un entretenimiento aceptable, e incluso un complemento interesante a otras películas sobre la II Guerra Mundial, esta misma ligereza del tono la hace parecer carente de pretensiones y falta de densidad. En resumen, que la trama es demasiado episódica para implicarnos realmente en el tema, y que ni las escenas cómicas ni las dramáticas lo son los bastante para interesar por sí solas.
P.D: No comparto esa valoración de Bill Murray. Es cierto que le debemos muchas de las peores comedias americanas de los 80 y los 90, pero sobretodo en sus colaboraciones con Wes Anderson ha demostrado ser capaz de moverse por todo tipo de terrenos, y además con sutileza.