Nabonga (1944) coincide con Jungle Siren en el hecho de tratarse de
una producción del mismo estudio de serie B, PRC, dirigida por el mismo
realizador, Sam Newfield, y con el mismo protagonista masculino, Larry “Buster”
Crabbe. Por lo demás, muy poca cosa puede decirse de esta insignificancia,
cuyos “méritos” hacen buena, por comparación, a Jungle Siren, que ya es decir, salvo algunos aspectos relativamente
curiosos. Dato para lo que se conoce como mitómanos: se trata del primer
trabajo para el cine de la actriz y cantante Julie London, muy popular en los
Estados Unidos, a la que los cinéfilos recordarán por sus intervenciones en
algunos excelentes westerns de Robert
Parrish —Más rápido que el viento
(Saddle the Wind, 1958), Más allá de Río
Grande (The Wonderful Country, 1959)— y Anthony Mann —El hombre del Oeste (Man of the West, 1958)—. London encarna aquí a
la “chica salvaje” del relato, Doreen Stockwell, la cual, como puede ya
deducirse de su nombre y apellido, no se trata de una joven completamente
asilvestrada, sino de alguien que, siendo niña, fue a parar accidentalmente a
la selva y acabó bajo la protección de un (otro) gorila tan aparentemente fiero
como, en el fondo, más bueno que el pan (interpretado por Ray Corrigan, actor
de carácter habitual del serial y del cine de serie B que en muchas otras
ocasiones repitió este papel de simio embutiéndose dentro de tan aparatoso
disfraz); aclaremos que el título del film hace referencia al hecho de que el
gorila se llama algo así como Nbongo (sic), de ahí que Doreen sería por tanto
Nabonga, “hija” o “protegida de Nbongo”: sin comentarios… Por lo que se puede
ver, hay un nuevo y muy claro paralelismo entre la heroína de Nabonga y Tarzán, ya que la película también
nos detalla cómo fue a parar al corazón de África: siendo niña —la pequeña
Doreen corre a cargo de Jackie Newfield, hija del realizador—, vemos cómo al
principio del relato la protagonista viajaba en avioneta sobre África junto con
su padre, T.F. Stockwell (Herbert Rawlinson), quien ha cometido un desfalco en
el banco en el que trabajaba y lleva consigo un valioso botín en dinero; la
avioneta se estrella en la selva, si bien sus tres ocupantes, Stockwell, su
hija y el piloto (Jack Gardner) sobreviven; este último, avaricioso, descubre
el botín que Stockwell lleva consigo e intenta que lo comparta con él, pero
Stockwell asesina al piloto de un disparo, y Doreen es adoptada, como hemos
dicho, por el bondadoso gorila. Pasan los años y es entonces cuando aparece por
la selva un nuevo personaje, Ray Gorman (Crabbe), hijo de un ya fallecido
antiguo cómplice del asimismo difunto Stockwell, cuyo propósito es encontrar el
botín para redimir la memoria de su padre. Así será como Gorman conocerá a
Doreen y a su gorila; y los problemas volverán a empezar cuando el avaricioso
guía de la expedición de Gorman, Carl Hurst (Barton MacLane), intentará a su
vez asesinar a Gorman y a Doreen para, claro está, hacerse con el dinero que
esconde la chica de la jungla. En definitiva, 75 minutos bastante rutinarios, a
pesar de lo retorcido de semejante trama argumental, entre los cuales destaca,
empero, un momento involuntariamente desternillante: Marie (Fifi D’Orsay), la
cómplice de Carl Hurst en su plan criminal, libera al gorila de Doreen de la
jaula donde se encuentra prisionero tras haber sido capturado por Hurt para que
no moleste,… ¡y la propia Marie será la primera víctima de la ira vengativa del
simio que acaba de soltar!
Blonde Savage (1947), una producción de
Ensign Productions of California distribuida en los Estados Unidos por PRC,
tiene la nada desdeñable virtud de conseguir que, por comparación, la mayoría
de las discretamente mediocres películas que componen este impagable pack de señoritas selváticas… parezcan
buenas, pues la verdad es que este film de Steve Sekely —cineasta
norteamericano de origen húngaro que en ocasiones firmaba, como aquí, como S.K.
Seeley, y a quien se le “debe” la aburrida The
Day of the Triffids (1962), según la famosa novela de John Wyndham El día de los trífidos— es malo de
remate, y lo que quizá sea peor, rodado con un nulo sentido aventurero, lo cual
es imperdonable en una película de estas características, por pequeña y modesta
que sea. La trama, situada, cómo no, en África —el film empieza con un rótulo
que indica: “Senobi, África”, sin
más, como si en este continente no existiesen países: África entendida como
convención, o si se prefiere, como entelequia—, gira en torno a la sempiterna
expedición encabezada por el valeroso Steve Blake (Leif Erickson), a quien
acompaña su amigo Hoppy Owens (Frank Jenks, asumiendo el cargante y bastante
ingrato papel de “compañero gracioso” del héroe). Una vez en el corazón de la
jungla, Steve y Hoppy descubren a una pareja, el matrimonio que forman el
codicioso Mark Harper (Douglass Dumbrille) y su esposa, la sulfurosa Connie
(Veda Ann Borg), que intentan, como también es lo habitual en estos casos,
aprovecharse de la inocencia y buena fe de los indígenas, los cuales a su vez
cuentan con su propia protectora, la cual es, lo han adivinado, la blonde savage del título: Meelah (Gale
Sherwood), la cual, por cierto, tiene un peso relativamente secundario en el
desarrollo de la trama, y además resulta, por comparación, mucho menos erótica
y seductora que la pérfida Connie: por una vez, la madurez y altiva elegancia
de la villana supera con creces a la joven rubia ataviada con un ligero atuendo
selvático cuya procedencia, al igual que la de la propia Meelah, resultan
completamente desconocidos. Si no conocen Blonde
Savage, creo que podrán vivir perfectamente sin ella.
Queen of the Amazons (1947), dentro de
sus obvias limitaciones, es una de las más potables producciones que integran
el pack. No es una maravilla ni mucho
menos; ni siquiera es una película decente (cinematográficamente hablando, se
entiende), pero cuanto menos hay en ella algún que otro recurso de puesta en
escena que le confiere cierto encanto, dentro de la mediocridad generalizada
del producto. Producción de Screen Guild Productions, una modesta distribuidora
también conocida como Screen Art Pictures Corp. (Queen of the Amazons fue su primera película), a diferencia del
resto de títulos de ambientación africana que hemos mencionado, la película
arranca en Asia, si bien la acción no tarda en trasladarse al Continente Negro gracias
al ímpetu de Jean Preston (Patricia Morison), una mujer decidida a localizar el
paradero de su prometido, desaparecido en una expedición meses atrás, para lo
cual contrata a un intrépido guía de safaris, Gary Lambert (Robert Lowery). Al
final resulta que el prometido de Jean, Wayne Monroe (Keith Richards), no solo
no ha muerto, sino que incluso está sentimentalmente unido a Zita (Amira
Moustafa), la reina de una tribu de amazonas de raza blanca; a mayor
ahondamiento, mientras siguen el rastro de Wayne por la selva, Jean y Gary se
enamoran, mas esta relación amorosa a cuatro bandas acabará felizmente, yéndose
cada oveja con su (nueva) pareja. Queen
of the Amazons es otro modesto despropósito que su realizador, el
habitualmente productor Edward Finney (firmante de 45 títulos en esta última
faceta, mientras que como director tan solo hizo cinco films), resuelve por la
vía directa y sin preocuparse por puerilidades como estilo y puesta en escena,
con una única excepción: los subrepticios insertos de un personaje misterioso
del cual tan solo vemos su sombra proyectada en una pared, y cuyas salidas
confieren al relato, ni que sea durante unos segundos, una determinada
atmósfera. Queen of the Amazons llama
la atención, como la mayoría de títulos de este pack, por su utilización de lo que se conoce como stock footage o “material de archivo”,
en este caso, abundantes tomas documentales de paisajes, tribus y animales
africanos, lo cual da pie, sin querer, a un momento de irresistible comicidad: la
expedición de Jean y Gary se detiene momentáneamente en una tribu, donde son
recibidos con alborozo…; tanto, que el director inserta, alegremente y sin
prejuicios, una serie de imágenes documentales de bailes guerreros y músicos de
la tribu perfectamente organizados y coreografiados, dando así la sensación de
que el poblado entero estaba esperando la llegada de los blancos para empezar
la fiesta (sic). Anotemos, finalmente, que la tribu de amazonas juega un papel
más bien secundario en la trama, dejando aparte además de que tienen una
apariencia muy poco guerrera (como es lo previsible en estos casos, todas sus
componentes parecen chicas de portada de revista de moda), y que la explicación
que se nos da sobre su origen es bastante ridícula: se nos dice que estas
mujeres fueron las únicas supervivientes del naufragio de un barco que se fue a
pique en las costas africanas; las imágenes que visualizan ese naufragio, por
cierto, también tienen pinta de ser stock
footage, en este caso procedente de otra película: lo digo porque, aunque
fugaces, son sospechosamente buenas…
Prehistoric Women (1950) depara todavía
más carcajadas que Queen of the Amazons,
que ya es decir. Producida por Alliance Productions, fue dirigida por Gregory
C. Tallas, un cineasta norteamericano de origen griego (había nacido en Atenas
el 25 de enero de 1909 con el nombre de Grigorios Thalassinos) que en ocasiones
firmaba sus trabajos en el cine como Gregg C. Tallas y Greg Tallas, tanto como
director o montador o, algo menos, guionista y productor, siendo su trabajo más
conocido tras las cámaras La Atlántida (Siren of
Atlantis, 1949), versión de la novela de Pierre Benoît en cuyo rodaje
participaron, de manera no acreditada, los realizadores John Brahm y Arthur
Ripley. Primera película en color de este pack
(la copia en DVD, por cierto, es de una calidad pésima, como lo son casi todas
las de este lote, hasta el punto de que las escenas nocturnas, además de
oscurísimas, parecen rodadas en blanco y negro…), Prehistoric Women rompe con la ambientación africano-asiática de
sus compañeras de pack para
trasladarnos a una inconcreta época de la prehistoria. En este sentido, el film
sigue la línea sentada en su momento por la exitosa primera versión de Hace un millón de años (One Million
B.C., 1940, Hal Roach y Hal Roach Jr.). Como en esta, los personajes hablan un
hipotético lenguaje primitivo, si bien el relato viene acompañado de una
cansina voz en off que le confiere
por un lado un pretendido aire didáctico, y por otro la hace todavía más
risible, pues ese aire supuestamente riguroso y “científico” choca de frente
con lo ridículo de su planteamiento dramático y lo patoso de la realización. Una
de las poquísimas cosas que pueden decirse a su favor reside en el hecho de
que, al contrario de la mayoría de “films prehistóricos”, no cae en el error histórico
común de presentar a seres humanos conviviendo con dinosaurios, si bien la
película da la impresión de que ello es así por falta de presupuesto; sospecha
que queda corroborada en la breve secuencia en la cual un pájaro gigantesco, o
una especie de pterodáctilo (no queda del todo claro, y menos si se ve el film
en la misma mala copia que he visto yo), lanza de repente un ataque sorpresa:
está muy claro que no había dinero para efectos especiales. Por lo demás, Prehistoric Woman es una película
desvergonzadamente exploitation, que
si destaca (y divierte) por algo es por su desprejuiciado y políticamente muy
incorrecto tratamiento machista, sexista y misógino del dibujo de las
relaciones hombre-mujer, por mediación de una trama que, bajo este punto de
vista, no tiene desperdicio. Tigri (Laurette Luez) es la líder de una tribu de
mujeres cavernícolas que, siendo niñas, huyeron bajo la protección de sus
madres y la anciana de su clan, hartas del yugo opresor de los varones. La
protagonista y sus compañeras capturan a Engor (Allan Nixon) y sus amigos,
cuatro hombres procedentes de una tribu vecina donde, al contrario que en la de
Tigri o la de sus padres, hombres y mujeres conviven en perfecta armonía (sic).
El film se centra, básicamente, en el proceso que llevará a Tigri y a tres
mujeres de su tribu a enamorarse de Engor y sus compañeros, respectivamente,
aprendiendo los unos de los otros. Planteamiento bienintencionado, qué duda
cabe, pero que se estrella por completo gracias al descarado recurso de
estereotipos favorecedoramente masculinos empleados para retratar ese proceso
de acercamiento, de tal manera que al principio Tigri y sus feroces guerreras
maltratan a sus prisioneros varones, para poco a poco ir cediendo a los
atractivos de su masculinidad (no olvidemos que se trata de mujeres jóvenes que
han crecido sin tener hombres a mano…), de tal manera que no tardarán en
girarse las tornas y los hombres, gracias a su virilidad y a que
saben-darles-lo-que-necesitan, acabarán conquistando (ergo, sometiendo) a sus
cautivadoras. Hay dos elementos que sirven de cohesión para este desvergonzado
discurso sobre la guerra de los sexos: uno, el descubrimiento del fuego por
parte de Engor, claro, que une a hombres y mujeres alrededor de una hoguera que
les da calor por la noche y les permite dejar de comer la carne cruda; y dos,
la pelea final de los cavernícolas contra un gigante brutal y sin escrúpulos
(Johann Petursson, que medía 2,34 metros ), el cual personifica todo lo que
Engor y sus colegas no son: hombres que saben-tratar-a-las-mujeres. Anotar,
asimismo, que el sexismo del film se reitera en varias ocasiones por mediación
de unas escenas en las cuales Tigri y sus compañeras bailan sensualmente a la
luz de la luna: la cámara recorre las piernas desnudas de las bailarinas con
una nada disimulada delectación.
Bowanga Bowanga (1951), también
conocida como Wild Women y
subtitulada White Sirens of Africa
(sic), es sin duda alguna una de las peores del lote, que ya es decir. Que sea
mala, vale: sus compañeras de pack
también lo son, con lo cual coherencia no le falta; que sea, además, aburrida
hasta decir basta, no tiene perdón. Dirigida y asimismo producida por Norman
Dawn, cineasta de oscura trayectoria profesional que se remonta a 1919 y
concluye precisamente con esta “joya”, la misma se centra en la enésima expedición
por la selva, encabezada por tres hombres blancos —los comanda un tal Trent,
encarnado por Lewis Wilson, actor asiduo del cine de serie B que interpretó a
Batman en el serial homónimo de Lambert Hyllier de 1943—, que caen prisioneros
de una tribu de mujeres guerrero de raza blanca. Su líder, acreditada como la Reina Bonga Bonga (sic), está
interpretada por Dana Wilson, actriz neoyorquina que posteriormente se casó con
Albert R. Broccoli, productor de la serie James Bond, pasando a llamarse Dana
Broccoli. Mediocre hasta decir basta, el único interés relativamente divertido
de Bowanga Bowanga reside en su
descarado sexismo y su desvergonzada misoginia. Son impagables, en este
sentido, las escenas en las cuales vemos las alborozadas reacciones de expectación
de las amazonas cuando los tres hombres son traídos prisioneros a su
campamento: no cuesta nada entender que hay apetito sexual entre ellas desde
hace tiempo y que la sola visión de un varón puesto a su merced basta para
ponerlas muy nerviosas… De hecho, el único intento de conflicto dramático se
produce cuando la reina de las mujeres guerrero se propone quedarse con los
tres hombres… para ella sola, lo cual provoca un rápido conato de rebeldía
entre parte de sus guerreras, hasta el punto de que una se atreve a retarla en
duelo para arrebatarle su hegemonía. El despropósito concluye gracias a la
mediación de una joven guerrera de rubios cabellos que, apiadándose de los
cautivos, les ayuda a escapar, eso sí…, largándose con ellos: la imagen que
cierra el film, con los cuatro alejándose cogidos del brazo, dando saltitos y
canturreando, no tiene desperdicio.
Liane, Jungle Goddess (1956), cuyo
título original en alemán recordemos que es Liane,
das mädchen aus dem urwald, nació a modo de respuesta, en versión femenina,
a la oleada de películas de Tarzán de producción europea que, sobre todo a
partir de los años sesenta, inundaron las pantallas de todo el mundo (me remito
a lo que escribí al respecto en El
accidentado periplo europeo del rey de los monos, dentro del libro
colectivo Hecho en Europa: cine de
géneros europeo, 1960-1979. Festival Peor… ¡Imposible! Gijón, 2009 —1—). Aun estando lejos de ser un buen
film, Liane, das mädchen aus dem urwald
tampoco es de lo peor del pack, más
bien al contrario: luce un aceptable nivel de producción, y el guión, aunque
tópico y estereotipado como el que más, resulta ligeramente simpático, a tono
con las pretensiones de una película que tampoco quiere ser nada más que una
especie de cuento de hadas para adultos que, a la postre, roza prácticamente lo
infantil. Adaptación de una novela de Anne-Day Helveg, autora de al menos una
continuación literaria que dio pie, a su vez, a una secuela de este film, Liane, die weibe sklavin (Hermann
Leitner, 1957) —más adelante, llegaría una tercera entrega: Liane, die Tochter des Dschungels
(Leitner, 1961)—, Liane, das mädchen aus
dem urwald marcó el principio y casi el final del efímero estrellato de la
prematuramente malograda actriz ruso-alemana Marion Michael (1940-2007), quien
con dieciséis años escasos protagonizó este relato “selvático” encarnando a
Liane, una jovencísima “reina de la selva africana” que es descubierta por una
expedición, entre cuyos miembros se encuentra el apuesto Thoren (Hardy Krüger,
quien repetiría su personaje en las dos mencionadas secuelas). La trama guarda
notables similitudes con la del famoso Tarzán
de los monos de Burroughs —y la de la posterior y muy injustamente
menospreciada película de Hugh Hudson Greystoke:
La leyenda de Tarzán, el rey de los monos (Greystone: The Legend of Tarzan,
Lord of the Apes, 1984)—, sobre todo a partir del momento en que se sospecha
que Liane puede ser la nieta de un anciano y adinerado empresario de Hamburgo,
Theo Amelongen (Rudolf Forster), cuya hija desapareció en la jungla años ha. El
traslado de la chica a la mansión de Amelongen, acompañada por Thoren y un fiel
servidor africano llamado —sic— Tanga (Jean-Pierre Faye), no hace sino provocar
las iras del que hasta ese momento era el único heredero de la fortuna
familiar, el pérfido sobrino de Amelongen, Viktor Schöninck, quien llevará a
cabo todo tipo de maquinaciones contra la inocente muchacha; personaje este
último que corre a cargo del inquietante actor austríaco Reggie Nalder,
recordado sobre todo por haber sido el francotirador de El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956,
Alfred Hitchcock)…, y el vampiro “nosferatu” de la serie de televisión de Tobe
Hooper El misterio de Salem’s Lot (Salem’s
Lot, 1979). Llama la atención el cuidado puesto en disimular el evidente
encanto erótico de Marion Michael, por ejemplo cubriendo púdicamente su
semidesnudez con sus largos cabellos cual Lady Godiva, o convirtiendo un gesto
con connotaciones sexuales —Liane toma la mano de Thoren y la coloca sobre uno
de sus pechos— en una sencilla muestra de amistad.
The Wild Women of Wongo (1958) es una
sublime ridiculez de la cual, no obstante, pueden apuntarse algunos datos
curiosos (más que la película en sí, una basurilla donde las haya). En primer
lugar, si bien figura como realizada por un tal James L. Wolcott, hay quien
jura y perjura que la mayor parte del film fue dirigida nada menos que por…
¡Tennessee Williams! Aunque suene disparatado, es algo relativamente factible
en el supuesto de que sea cierto el dato según el cual Wolcott era íntimo amigo
de Williams, quien habría participado en el rodaje por el mero placer de
divertirse filmando un producto completamente intrascendente (si es así, lo
consiguió); a fin de cuentas, Wolcott tampoco desarrolló ninguna gran carrera
tras las cámaras: su segundo y último trabajo como director fue la película
recopilatoria The Best of Laurel and
Hardy (1969). En el reparto hallamos a Ed Fury, pésimo actor procedente del
mundo del bodybuilding que tan solo
tres años después de haber participado en este engendro tuvo su “minuto de
gloria” participando en algunos peplums
italianos, entre ellos Mujeres violentas
(La regina delle Amazzoni, 1960, Vittorio Sala), tres films donde encarnó a
Ursus —Ursus (ídem, 1961, Carlo
Campogalliani), Ursus nella valle dei
leoni (Carlo Ludovico Bragaglia, 1961) y Ursus en la tierra del fuego (Ursus nella terri di fuoco, 1963,
Giorgio Simonelli)—, y uno donde “fue” Maciste —Maciste contro lo sceicco (Domenico Paolella, 1962)—. Una tercera
curiosidad consiste en una especie de “leyenda urbana” según la cual una
jovencísima Adrienne Barbeau habría participado en el papel de una de las sexys
“wild women”: el dato es completamente falso, no solo porque esta actriz
tendría tan solo entre 12 ó 13 años cuando se rodó la película, sino que en
realidad todo se trata de una confusión con el nombre de otra que sí que sale
en ella, Adrienne Bourbeau, la cual posteriormente trabajó como ayudante de
dirección en films de horror como Mako,
el tiburón de la muerte (Mako: The Jaws of Death, 1976, William Grefe), El imperio de las hormigas (Empire of
the Ants, 1977, Bert I. Gordon) y La casa
de los horrores (The Funhouse, 1981, Tobe Hooper); además, basta con ver la
película con un mínimo de atención para darse cuenta de que ninguna de las
féminas que desfilan por la pantalla es la “carpenteriana” Barbeau. Lo mejor
que se puede decir de The Wild Women of
Wongo ya está dicho… El resto es una auténtica filfa, que arranca con una
voz en off femenina (¡la de la “madre
naturaleza”!), informándonos de que nos hallamos en tiempos “primitivos”. Es un
decir: lo cierto es que los “prehistóricos” que salen en el relato parecen surgidos
de una reunión de fin de semana de aficionados al cosplay: ¡hasta Prehistoric
Women resulta más “salvaje”! Básicamente, la trama (de alguna manera hay
que llamarla) gira alrededor de dos tribus, la de los habitantes de la isla de
Wongo y la de los Goona; la llegada accidental de un apuesto guerrero de esta
última al poblado a la orilla del mar de los primeros pone en evidencia algo
que se confirmará más adelante: que la tribu de Wongo está formada por hombres
feos y mujeres bellísimas, y que ocurre todo lo contrario en la de los Goona.
El nudo del relato consistirá en el aparejamiento de los feos de Wongo con las feas
de Goona, y viceversa: la escena final consiste en una serie de planos medios,
en los cuales los hombres de Goona guiñan un ojo a la cámara tras emparejarse
con las mujeres de Wongo y endilgarles sus cardos borriqueros a los tarados de Wongo.
Semejante imbecilidad está sazonada por un burdo sentido del humor (¡ni
siquiera los responsables del desaguisado son capaces de tomárselo en serio!), dentro
de lo cual se lleva la palma los reiterados insertos de un papagayo diciendo “cosas
divertidas” a modo de contrapunto burlesco (estén donde estén en la isla,
siempre es el mismo papagayo: parece que va siguiendo a los personajes…); una
reiterada exhibición de la belleza de las mujeres de Wongo (resulta fácil
imaginar que las feas de Goona salen mucho menos), donde no faltan las
consabidas escenas para solaz de erotómanos, tales como una de catfight sobre la arena de la playa (no
hay barro), o las inevitables de los “bailes exóticos” de las “primitivas”, en
uno de los cuales, y en presencia de una madura sacerdotisa que parece vivir
aburridamente sentada todo el día en su incómodo trono de piedra (Zuni Dyer),
esta última se transforma, por paso de montaje, en una bailarina joven y
dinámica (la bailarina y coreógrafa del film Olga Suarez): ¡la magia del cine! The Wild Women of Wongo tiene cierta
fama por una secuencia, la única mínimamente llamativa, en la cual la actriz
protagonista, Jean Hawkshaw, se pelea bajo el agua con un caimán; la
particularidad de la escena es que, en efecto, se trata de la propia actriz quien
lleva a cabo la escena con un reptil de tamaño mediano; teniendo en cuenta que
Hawkshaw jamás volvió a trabajar en el cine, y que esta escena submarina está
rodada en las cristalinas aguas del parque natural de Silver Springs en Florida
(muchas escenas de este tipo de numerosas famosas películas se han filmado
allí), el cual era famoso por un espectáculo de sirenas similar al que tiene
lugar actualmente en Weeki Wachee Springs, asimismo en Florida, cabe especular
con que la mencionada Hawkshaw pudo haber salido elegida de un casting de “sirenas” locales.
Virgin Sacrifice (1959) “remata” este
inefable pack con un bodrio a la
altura de sus compañeras de edición en DVD, si bien no peor que algunas de las perlas que hemos mencionado en estas
líneas. Al parecer primer y único trabajo para el cine del realizador Fernando
Wagner, director de origen alemán, of
course, conocido por su labor como director de teatro en Méjico y que luego
se dedicó a dirigir para la televisión de ese país (también trabajó como actor:
tiene un papel en Grupo salvaje/The
Wild Bunch, 1969, Sam Peckinpah), Virgin
Sacrifice es un minúsculo relato de aventuras que transcurre no en África,
sino por los alrededores del Amazonas. Samson (David DaLie) es un cazador
blanco que debe rescatar a la joven y —se supone— virginal Morena (Angélica
Morales), la cual ha sido secuestrada por un pérfido jefe indio de la tribu
Vicuni, Tumic (Antonio Gutiérrez), para ofrecerla en sacrificio a sus dioses. Samson
está doblemente motivado para llevar a cabo ese rescate: Morena es la hija de
su amigo Fernando (papel a cargo del propio director del film), y tiempo atrás
—flashback mediante—, Samson espió de
lejos el sacrificio de una muchacha (Linda Cordova) a manos de los Vicuni, sin
que en esa ocasión tomara a tiempo la decisión de salvarle la vida: rescatar a
Morena es, como suele decirse, su “segunda oportunidad” de cara a redimirse. La
película está rodada, eso sí, en bellos paisajes naturales, probablemente
también mejicanos, y como digo, no es de lo peor del pack, por más que sus 67 minutos acaban haciéndose largos por
culpa, sobre todo, de la consabida inserción de inacabables y gratuitos números
musicales “locales” (secuencia de la cantina). Un par de cosas llaman la
atención, dentro de la mediocridad del conjunto. Primero, el avance de la
permisividad en materia de censura que se percibe entre el primer título de
este pack, The Savage Girl, y esta Virgin
Sacrifice: el flashback del
sacrificio de la primera chica ofrece un breve topless de la actriz. Segundo, y a falta de conocer con exactitud
cómo se desarrolló la filmación de esta minucia, destaca la sensación de
sufrimiento físico, que parece real, de la joven actriz Angélica Morales, en el
que fue su único trabajo para el cine: en todas las escenas en las que la vemos
maniatada y siendo arrastrada por la selva por Tumic y sus hombres, se tiene la
sensación de que la intérprete está pasándolo mal de verdad; hay un momento en el que la chica resbala sobre una roca
a la orilla de un arroyo, y el resbalón se diría que es auténtico (o Morales era una gran actriz, algo bastante dudoso
viendo su trabajo en esta película); acaso por piedad, o quizá por sadismo, el
realizador inserta en una escena un primer plano de sus pies desnudos, sucios y
ensangrentados, pisando el duro terreno amazónico, y uno tiene serias dudas
sobre si lo que mancha los pies de la pobre chica es maquillaje.
Hola, Tomás, buenas tardes. Supongo que hablar de frikada para hacer referencia a este cúmulo de despropósitos fílmicos se queda incluso corto. Y, en lo que atañe al 'desempeño personal asociado' (haber tenido que ver todo eso...), no sé si envidiarte o compadecerte. Cine es, en todo caso...
ResponderEliminarUn abrazo y buen agosto.
...hola, añadiría "BELLA LA SALVAJE"..una película cubana..1953.. dirigida por Raúl Medina, con Blanquita Amaro y Esperanza Roy en su primera actuación cinematografica
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