[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Hay que reconocer que ver un film de terror tan hábilmente
planteado e inteligentemente resuelto como Expediente
Warren (The Conjuring, 2013) resulta gratificante. La película, dicen que
basada en un hecho real protagonizado por los auténticos Edward “Ed” Warren
Miney (1926-2006) y Lorraine Rita Warren (n. 1927) (1), el matrimonio de investigadores de fenómenos paranormales más
famoso y reputado de los Estados Unidos (baste mencionar que investigaron el
celebérrimo “caso” de Amityville), llama la atención primeramente por su
honestidad. Cualidad, por cierto, característica de la manera de afrontar el
género fantástico de su director, James Wan, dejando aparte su popular aunque
mediocre Saw (ídem, 2004), a falta de
haber visto su incursión en el thriller,
Sentencia de muerte (Death Sentence,
2007), y a pesar de que haya cedido recientemente a la es de suponer que muy
bien remunerada “tentación” de firmar la nueva entrega de The Fast and the Furious, mala noticia donde las haya.
Cuando hablo de
honestidad, me refiero al hecho de que Wan construye Expediente Warren llevando a cabo un respeto escrupuloso a la
práctica totalidad de las convenciones del cine de “casas encantadas”, pero no
hay en ello un mero mimetismo, y ni tan siquiera aparece aquello en lo que
sería más fácil incurrir cuando se sigue una fórmula preestablecida: la rutina.
Por el contrario, el realizador abraza esas convenciones con una singular
mezcla de respeto y entusiasmo, sin pretender en primera instancia renovar
nada; no obstante, el resultado hace gala de tanta alegría y convicción a la
hora de filmar, que compensa sobradamente esa patente falta de originalidad y
logra que la película transmita una sensación de frescura casi irresistible.
Subrayo el “casi”: a nadie que haya visto un buen puñado de films sobre “casas
encantadas” y similares se le escapan las fuentes de las que han bebido a tragos
largos Wan y sus guionistas Chad y Carey Hayes, las cuales van desde el
magistral The Haunting (1963) de
Robert Wise —¿hay que interpretar como una especie de guiño la presencia en el
reparto de la excelente Lili Taylor, quien fuera una de las protagonistas del
horrible remake de The Haunting perpetrado por Jan De Bont
en 1999?—, a la no menos excelente Al
final de la escalera (The Changeling, 1980, Peter Medak) —el balancín
“viviente” recuerda a la silla de ruedas de esta última—, pasando, claro está,
por Poltergeist (Fenómenos extraños)
(Poltergeist, 1982, Tobe Hooper) —la muñeca “Annabelle” vendría a ser un
equivalente de aquel mortífero payaso de trapo— y al final, inesperadamente, El exorcista (The Exorcist, 1973,
William Friedkin). También es cierto que Wan y sus colaboradores no se olvidan
de incluir algún toque de “modernidad” destinado a sellar Expediente Warren como una producción de 2013, pese a que su acción
transcurre en el año 1971: la secuencia, a lo found footage, del descenso al sótano de la casa maldita de los
protagonistas, Lorraine y Ed Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson), filmados
“realistamente” por el agente Brad (John Brotherton), quien les sigue con una
pequeña cámara grabadora y les ilumina con un foco.
Aun tratándose
de una interesante película —la mejor contribución de Wan al fantastique junto con su subvalorada Silencio desde el mal (Dead Silence,
2007), y a la altura del que, para mí, sigue siendo su mejor trabajo hasta la fecha, Insidious (ídem, 2010)—, soy del parecer
que el entusiasmo desatado alrededor de Expediente
Warren resulta un tanto desproporcionado en virtud de sus méritos reales
(que los tiene), de ahí que, haciendo un poco de abogado del diablo (nunca
mejor dicho), quisiera detenerme primero en sus defectos (que también los
tiene). No me refiero, por descontado, a esa “falta de originalidad” que he
apuntado líneas atrás, la cual no es un defecto en sí misma considerada y menos
actualmente, en pleno imperio del cine posmoderno o quizá ya “post-posmoderno”
(habrá que ir pensando en una nueva denominación); por otra parte, subrayo,
puede verse en ese recurso a las convenciones tradicionales del género una
actitud respetuosa hacia un determinado repertorio que el tiempo ha consolidado
ya como un patrón cultural a seguir (y mejorar) por las nuevas generaciones de
cineastas.
Mis reparos se
dirigen más bien hacia ciertas debilidades de guion y determinados recursos de
realización puestos a su servicio, que dañan la excelente construcción
narrativa de la cual hace gala el film en su conjunto, sobre todo en su a mi
entender demasiado “estirado” tercio final. Por ejemplo, no me termina de
convencer el intento, parcialmente fallido, de conferirle densidad al personaje
de Lorraine Warren, la médium cuya elevada sensibilidad a la hora de captar
fuerzas malignas la atormenta; en primer lugar, porque la actriz que la
interpreta y que tampoco me ha convencido nunca, Vera Farmiga, no transmite
tormento interior alguno; buena prueba de ello reside en la crucial secuencia
de la primera visita de los Warren a la casa de campo encantada de la familia
Perron, que da pie —lamentablemente— a la peor idea de puesta en escena del
film: esos típicos insertos con la foto quemada y el inevitable subrayado
sonoro en los cuales se repiten los planos/contraplanos de la primera entrada
de Lorraine en la casa, con la protagonista viendo cómo asoma por las espaldas
de sus habitantes la siniestra sombra del ente maligno que se está adueñando
del lugar; es un recurso efectista que, indirectamente, pone al descubierto la
escasa potencia dramática de Farmiga, cuyas miradas la primera vez que vemos
esos encuadres no transmiten lo que deberían. También me parece un error la
inserción del feo flashback sobre el
endemoniado que, al hilo de la explicación que Ed Warren le da a Roger Perron
(Ron Livingston), “ilustra” el momento en que Lorraine se vio cara a cara con
el Mal Total, el Horror Absoluto, marcándola de por vida: la insinuación en off visual hubiese sido más elegante y
sugestiva. Otro exceso es la caída de Lorraine por el estrecho conducto de
ventilación que conduce hasta el sótano de la casa, tan aparatosa que resulta
inverosímil que el personaje salga de la misma sin hacerse ninguna herida de
gravedad. Asimismo hay un exceso de situaciones-límite en el tercio final del
relato, de cara a conseguir un clímax espectacular y casi operístico, una orgía
de fuerzas malignas desatadas que Wan orquesta con talento, si bien con
dificultades para mantener el ritmo (algunas fuentes afirman que existen entre
20 y 30 minutos adicionales que fueron recortados del montaje definitivo de 112
minutos): véase, sin ir más lejos, cómo se rompe la tensión del exorcismo que
está teniendo lugar en el sótano mediante la inserción en paralelo de las
escenas en las que el ayudante de los Warren, Drew (Shannon Kook), busca por la
casa a la pequeña de los Perron, April (Kyla Deaver).
Una vez dado al
diablo lo que es del diablo, y al César lo que es del César —la imagen de la
invisible figura humana que se intuye durante unos segundos bajo una sábana al
viento está tomada del director’s cut
de Paul Verhoeven para El hombre sin
sombra (Hollow Man, 2000), si bien es verdad que en Expediente Warren la misma tiene un sentido narrativo más lógico:
dentro del mismo plano, y en virtud de un hábil reencuadre, la apariencia
fantasmal bajo la sábana “salta” a la siniestra figura femenina que se intuye
tras una ventana de la casa—, como digo, todo ello es pecata minuta a la vista de los aspectos positivos del film, que
compensan con creces esos reparos. A pesar, vuelvo a insistir, del carácter un
tanto formulario de la realización, en el sentido de que echa mano de recursos
muy conocidos a estas alturas, ello no obsta para reconocer el excelente
provecho que Wan sabe extraer de los mismos: el talento no consiste solamente
en innovar, sino también en reaprovechar lo ya existente y lograr, como aquí,
algo que a pesar de todo transmite frescura.
Hay muchas cosas
buenas que anotar en el haber del film. El prólogo, la historia de la muñeca
“Annabelle”, está resuelto con elegancia. La llegada de la familia Perron a su
nuevo hogar introduce las notas justas de inquietud, tales como el plano, muy
clásico, que muestra el vehículo deteniéndose frente a la casa, con la cámara
colocada dentro de la misma y recogiendo su llegada a través de una ventana de
sucios cristales (insinuando de este modo el punto de vista “sobrenatural” de
aquello que está al acecho dentro de la vivienda); y el plano general fijo con
cámara móvil que recorre las principales estancias de la planta baja de la
casa, siguiendo los movimientos de los Perron y los de la mudanza, mostrándole
al espectador lo que pronto se convertirá en el “campo de batalla” del relato. La
práctica totalidad de los momentos de suspense que se crean alrededor de ese
ente perverso que hace presa en la familia Perron tiene mucha fuerza: cabe
anotar esas escenas en las cuales las niñas juegan a una variante del juego del
escondite, con una de ellas recorriendo la casa con los ojos vendados mientras
las demás la guían dando palmadas desde sus escondites, o estrechamente
relacionada con lo anterior, la lograda secuencia del acoso a la madre, Carolyn
Perron (Lili Taylor, como siempre, la mejor de la función), que culmina en ese
escalofriante plano, tan sencillo y eficaz, de las manos que surgen de la
oscuridad dando unas palmadas a la luz de las cerillas encendidas que sostiene
la aterrorizada mujer … No menos notables son los momentos del acoso a las
niñas, especialmente la siniestra incursión del ente —muy a lo The Haunting— en la habitación donde
duermen las hermanas Christine (Joey King) y Nancy (Hayley McFarland),
estirando de los pies de la primera hasta despertarla, para luego acechar en la
oscuridad desde detrás de la misma puerta de su dormitorio, detalle este a la
altura del mejor M. Night Shyamalan.
Los detalles,
abundantes, contribuyen a mantener el elevado interés de la función: sin ánimo
de ser exhaustivo, el momento en que, en virtud de un asimismo sencillo
plano/contraplano, Lorraine “ve” los pies colgando del espectro ahorcado justo
a espaldas de su marido, también muy Shyamalan; la atmósfera tensa y
expectativa que se sabe crear alrededor de objetos como la colección de
siniestros recuerdos de sus casos que llena la planta baja de la casa de los
Warren, o la cajita de música con espejito que centra, entre otros, el magnífico
encuadre que cierra la película; el plano medio combinado con travelling casi completamente circular
alrededor de Lorraine mientras examina “psíquicamente” las malas vibraciones
procedentes del sótano la primera vez que baja al mismo, un recurso visual
también muy explotado pero que aquí tiene la adecuada funcionalidad narrativa;
el movimiento de cámara semicircular alrededor de la casa de los Perron atacada
por los cuervos, que concluye en la ventana a ras del suelo por el cual entra
violentamente una de esas aves, yendo a para al sótano donde se está celebrando
un desesperado exorcismo… Estos y otros instantes de parejo nivel de calidad son
los que justifican el prestigio no digo que inmerecido si bien algo desbordado
del cual goza en estos momentos Expediente
Warren, a pesar, vuelvo a repetir aun a riesgo de ponerme pesado, de que el
film me parezca en su conjunto una especie de catálogo de casi todos los
clichés sobre casas encantadas, sin perjuicio del placer que proporciona el
reencuentro con los mismos gracias a la labor de un cineasta que, por
descontado, les saca un óptimo provecho, casi “redescubriéndolos” (y, de paso,
“redescubriéndoselos” al espectador), mediante la excelente aplicación de los
recursos de su arte: el trabajo con el contenido del plano y la disposición de
los actores dentro del mismo; la magnífica labor del director de fotografía
John R. Leonetti; el empleo del sonido, bien sea insertándolo con
intencionalidad dramática, o bien empleando con no menos acierto narrativo los
silencios; la efectividad de los movimientos de cámara, bien sea para mostrar
algo, o bien para crear una atmósfera de incomodidad (p. e., las panorámicas
que, en un par de ocasiones, “enderezan” o “invierten” la imagen, apuntando la
existencia de una realidad trastornada, literalmente “vuelta del revés”). Esa
condición de catálogo se combina hábilmente, paliándola, con la efectividad de
la ejecución.
Coicido bastante con tu análisis. En mi opinión, la honestidad de la propuesta consigue que pasemos por alto su conservadurismo ideológico, ciertos golpes de efecto y su "vacío" temático.
ResponderEliminar"Saw" era un film sumamente mediocre, nunca hubiera imaginado que Wan se convertiría en un director tan interesante.
si paso en verdad pobre familia si estuvo feo
ResponderEliminar