Hace poco publiqué una pequeña reseña en Imágenes de Actualidad (ver mi entrada del 25 de septiembre) sobre la última película estrenada entre nosotros de Woody Allen (que no su última película: actualmente trabaja en la postproducción de Midnight in Paris, en la que intervienen Rachel McAdams, Marion Cotillard, Adrien Brody, Michael Sheen, Owen Wilson, Alison Pill, Léa Seydoux, Kathy Bates y madame la présidente Carla Bruni; ¿será suficiente la presencia de esta última en el reparto para que se diga, como ya se ha empezado a decir en los corrillos de la prensa cinematográfica y sin ni siquiera haber visto el film, que Midnight in Paris será-una-mala-película?). Mi propósito inicial no es extenderme demasiado en Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010), sino tan sólo plasmar unos apuntes sobre unas impresiones que me ha comunicado este film y con independencia de que lleve ya semanas en cartel, pues en la medida de lo posible intento no ser un esclavo de la actualidad salvo en aquellos casos en los que –por ejemplo, Los mercenarios (entrada del 18 de agosto)— cedo al impulso de hablar con urgencia sobre una película de reciente estreno, y siempre teniendo en cuenta que el escribir en tu blog lo que quieres y con la extensión que quieres implica el riesgo de caer en la divagación y la prolijidad, lo cual puede tener beneficiosos efectos terapéuticos para quien lo escribe pero resultar terriblemente aburrido para quien lo lee. Veremos qué sale.
Conocerás al hombre de tus sueños vuelve a confirmar, a mi entender, algo que a estas alturas debería resultar obvio pero que según parece no lo es, habida cuenta la controversia desatada entre los amigos de buscarle los tres pies al gato en relación al aparente cambio de estilo, y supuestamente a peor, experimentado por el cine de Allen a raíz de su decisión –de buen grado o a la fuerza— de rodar varias de las películas que ha realizado en este último lustro fuera de territorio norteamericano, y más concretamente, lejos de “su” Nueva York. Con la salvedad de Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009), de nuevo ubicada en la así llamada Gran Manzana y que sin estar mal no me parece de lo más logrado que haya firmado últimamente (ver mi entrada del 29 de octubre de 2009), los hasta ahora cuatro títulos que ha rodado en Londres, Match Point (ídem, 2005), Scoop (ídem, 2006), El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) –o, parafraseando a Camilo José Cela, Cassandra’s Dream, “como la llaman los españoles”— y Conocerás al hombre de tus sueños, y el único que lleva rodado en España –Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008), aquí oficiosamente rebautizada como “La postal”—, al menos entre nosotros han sido valorados por mucha gente, casi me atrevería a decir que por la mayoría, en función del peso que tiene en todos ellos el hecho de no haber sido rodados en Nueva York. La tesis, harto conocida a estas alturas, consiste básicamente en decir que Woody Allen es menos Woody Allen cuando ubica sus historias fuera de Nueva York. Ello explicaría el rechazo o la indiferencia con la cual fue acogida una de las obras “geográficamente” más abstractas de su carrera, la extraordinaria Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991), para mi gusto su mejor trabajo junto con Manhattan (ídem, 1979), Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) y –sí— Match Point, en la cual, efectivamente, tampoco salía Nueva York… No voy a darle más vueltas a esta cuestión: basta con ver, ahora, Conocerás al hombre de tus sueños para que quede claro –ya que, por lo visto, no lo quedó en sus otras tres películas “londinenses” y sobre todo en la vapuleada película “barcelonesa”— que el cine de Allen funciona con independencia del entorno geográfico en el cual se producen sus ficciones; o, dicho de otra manera, que los ambientes del cine de Allen construyen por sí mismos su propia “ciudad” imaginaria, pues como es bien sabido ni Nueva York es realmente como sale en las películas de este director, ni los personajes del realizador dejan de pertenecerle menos por el hecho de que se encuentren lejos de la Gran Manzana: que yo recuerde, nadie protestó ni por el episodio veneciano ni por el parisino de la, por lo demás, mediocre Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996). ¿Y por qué? ¿Porque Venecia y Nueva York “molan” más que Londres y Barcelona? ¿“Molará” a los partidarios de esa misma opinión el París de Midnight in Paris con madame la présidente de por medio? La respuesta, el año que viene.
Otro apunte sobre Conocerás al hombre de tus sueños: la proverbial habilidad de Allen para “colar” ideas de puesta en escena, haciéndolo en ocasiones, como aquí, de una forma tan sutil y elegante, que a veces aquéllas pasan completamente desapercibidas (como parece haberse dado aquí el caso: no han sido pocas las voces que han acusado a este interesante film de soso, insípido, aséptico y aburrido por el mero hecho de confundir con esos supuestos defectos cualidades como sobriedad, sencillez, sutileza y una postura vital e intelectual que pocos practican hoy en día, consistente en decir, como aquí, cosas inteligentes expresándolas en voz baja: la sociedad actual elogia a los gritones y no escucha a los susurradores). Apunto, de entrada, la mejor idea de puesta en escena, mediante la cual Allen cierra el ciclo de atracción sexual que se establece entre Roy (Josh Brolin) y Dia (Freida Pinto); recordaremos que el primero es un escritor frustrado porque todavía no ha conseguido terminar una segunda novela tras haber publicado años atrás un libro de gran éxito crítico y comercial, y que además está casado con Sally (Naomi Watts); y que Dia es una joven india de poco más de veinte años que vive en el edificio al lado del de Roy y Sally, de tal manera que el primero ve a la muchacha justo desde su ventana, dado que el dormitorio de Dia y el estudio de Roy prácticamente se enfrentan el uno con el otro; es fácil pensar, claro está, en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954, Alfred Hitchcock) cuando vemos las diversas escenas en las cuales Roy espía por esas ventanas a Dia, en particular cuando sorprende a la chica en ropa interior y abrazando al joven del cual luego sabemos que se trata de su prometido; mas la gracia del asunto aparece luego, cuando, tras un prolongado flirteo en el cual juega cierto papel determinante el vestido rojo de Dia –del mismo color que su ropa interior: el mismo color del vestido que lucía Maureen Stapleton en Interiores (Interiors, 1978) o que la camisa de Javier Bardem en Vicky Cristina Barcelona—, Roy consigue su propósito: enamorar a Dia, dejar a Sally e irse a vivir con la primera a su piso; en el momento en que se instala en su nuevo hogar, Roy mira entonces por una de las ventanas y ve, a través de una de las de su antigua casa, a Sally desvistiéndose, convirtiéndose así esta última en una especie de equivalente a la inversa de Dia. Expresado de otra manera, un sencillo cambio de ángulo basta para expresar la importancia que tiene lo que se deja atrás, el pasado que se arrincona cada vez que se toma una decisión relevante para el futuro.
En cierto sentido, puede afirmarse con escaso margen de error que Conocerás al hombre de tus sueños es una digresión en torno al pasado y al futuro. Roy mira con amargura ese pasado en el cual triunfó como joven promesa de la literatura, y contempla su relación con Día, y sobre todo el extraño golpe del destino que pone en sus manos la novela que ha escrito su amigo Henry (Ewen Bremmer), y que intenta hacer pasar por suya, como una manera de asegurarse el futuro. Sally se encuentra asimismo en una similar encrucijada: entre ese pasado en el cual amó a Roy, y ese posible futuro en el cual aspira a abrir su propio negocio de arte y, quizás, a conseguir el amor de su actual jefe, el galerista Greg (Antonio Banderas). También Helena (Gemma Jones), la madre de Sally, la cual acaba de separarse de su pasado, su marido y padre de Sally Alfie (Anthony Hopkins), y no sabe cómo afrontar la vida, el futuro, sin un hombre a su lado. O el propio Alfie, acosado por una especie de crisis de la edad madura (o, hablando en plata, el miedo a envejecer: el miedo a morir), la misma crisis que asimismo le ha impulsado a dejar atrás su pasado, Helena, a cambio de una mujer más joven, la prostituta Charmaine (Lucy Punch), que podría darle ese hijo varón, ese futuro, que siempre ha anhelado. Lo paradójico del asunto reside en que, en cierta forma, todos acabarán consiguiendo lo que desean –las probabilidades de que las predicciones de la “adivina” Cristal (Pauline Collins) sean verdaderas son, según Roy, de un 50%—, pero ninguno lo alcanzará exactamente de la manera como lo pretendía: Roy logrará el amor de Dia y entregará una nueva novela a su editor, pero la amenaza de que su amigo Henry, al que creía muerto, salga del coma y lo descubra todo hace que ese futuro, hasta hace poco rutilante, se vea ahora como algo oscuro y sombrío; Sally conseguirá algo que también anhelaba en secreto, dejar de depender de Roy, a quien hacía tiempo que ya no quería, pero esa independencia será a costa de su ruina económica, pues no conseguirá de su madre el dinero prometido para abrir su propio negocio, e incluso descubrirá no sólo que Greg nunca la ha amado, sino que incluso está saliendo con su mejor amiga, la pintora Iris (Anna Friel), a quien ella misma se la presentó; Helena terminará hallando una inesperada solución a su futuro conociendo a otro hombre, el excéntrico librero viudo Jonathan (Roger Ashton-Griffiths), alguien muy distinto de Alfie; y, por su parte, Alfie verá hecho realidad su sueño de ser padre de un varón, pero sin poder estar nunca completamente seguro de que ser, asimismo, el padre biológico… Conocerás al hombre de tus sueños es un cruel retrato de la mediocridad de los deseos humanos.
Apunto, finalmente, otros aspectos de puesta en escena de Conocerás al hombre de tus sueños que me han parecido muy logrados. Señalo la irónica, malvada contraposición entre ese flashback, en el cual vemos el día en que Roy conoció a Sally, y cómo el primero masajeó el pie de la segunda, y la escena posterior en la cual Charmaine coquetea descaradamente con el monitor del gimnasio, quien hace el mismo gesto que Roy le hizo a Sally: masajearle el pie; una actitud de sumisión que es casi una declaración de claudicación, el arrodillarse ante una mujer para hacerle la corte, que equipara por igual al escritor con ínfulas de artista y al monitor que tan sólo quiere tirarse a una “tía” porque “está buena”… Indico, asimismo, la escena de la conversación nocturna de Sally y Greg en el coche, resuelta mediante un plano medio de considerable duración, de tal forma que los gestos y miradas de los personajes introducen elevadas dosis de ambigüedad: ¿está Sally enamorándose de Greg?; Greg, que la ha invitado a ir a la ópera (demostrando, a ojos de Sally, que tiene “sensibilidad”), le confiesa que últimamente se está llevando muy mal con su propia esposa; ¿acabará Greg enamorándose también de Sally? Sólo luego sabremos la verdad de lo que realmente estaba pasando por la cabeza de Greg, y que en realidad la intimidad de este último con Sally dentro del coche obedecía, en realidad, a las fantasías y los deseos frustrados de la mujer. Añado, finalmente, el crudo travelling lateral combinado con plano medio que acompaña a Roy cuando se aleja del lecho del hospital desde el cual Henry está empezando a recobrar el conocimiento y empieza a señalarle como un embustero: la imagen tiene una considerable carga trágica. Conocerás al hombre de tus sueños es, asimismo, una amarga digresión sobre la fragilidad de las apariencias.
Conocerás al hombre de tus sueños vuelve a confirmar, a mi entender, algo que a estas alturas debería resultar obvio pero que según parece no lo es, habida cuenta la controversia desatada entre los amigos de buscarle los tres pies al gato en relación al aparente cambio de estilo, y supuestamente a peor, experimentado por el cine de Allen a raíz de su decisión –de buen grado o a la fuerza— de rodar varias de las películas que ha realizado en este último lustro fuera de territorio norteamericano, y más concretamente, lejos de “su” Nueva York. Con la salvedad de Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009), de nuevo ubicada en la así llamada Gran Manzana y que sin estar mal no me parece de lo más logrado que haya firmado últimamente (ver mi entrada del 29 de octubre de 2009), los hasta ahora cuatro títulos que ha rodado en Londres, Match Point (ídem, 2005), Scoop (ídem, 2006), El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) –o, parafraseando a Camilo José Cela, Cassandra’s Dream, “como la llaman los españoles”— y Conocerás al hombre de tus sueños, y el único que lleva rodado en España –Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008), aquí oficiosamente rebautizada como “La postal”—, al menos entre nosotros han sido valorados por mucha gente, casi me atrevería a decir que por la mayoría, en función del peso que tiene en todos ellos el hecho de no haber sido rodados en Nueva York. La tesis, harto conocida a estas alturas, consiste básicamente en decir que Woody Allen es menos Woody Allen cuando ubica sus historias fuera de Nueva York. Ello explicaría el rechazo o la indiferencia con la cual fue acogida una de las obras “geográficamente” más abstractas de su carrera, la extraordinaria Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991), para mi gusto su mejor trabajo junto con Manhattan (ídem, 1979), Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) y –sí— Match Point, en la cual, efectivamente, tampoco salía Nueva York… No voy a darle más vueltas a esta cuestión: basta con ver, ahora, Conocerás al hombre de tus sueños para que quede claro –ya que, por lo visto, no lo quedó en sus otras tres películas “londinenses” y sobre todo en la vapuleada película “barcelonesa”— que el cine de Allen funciona con independencia del entorno geográfico en el cual se producen sus ficciones; o, dicho de otra manera, que los ambientes del cine de Allen construyen por sí mismos su propia “ciudad” imaginaria, pues como es bien sabido ni Nueva York es realmente como sale en las películas de este director, ni los personajes del realizador dejan de pertenecerle menos por el hecho de que se encuentren lejos de la Gran Manzana: que yo recuerde, nadie protestó ni por el episodio veneciano ni por el parisino de la, por lo demás, mediocre Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996). ¿Y por qué? ¿Porque Venecia y Nueva York “molan” más que Londres y Barcelona? ¿“Molará” a los partidarios de esa misma opinión el París de Midnight in Paris con madame la présidente de por medio? La respuesta, el año que viene.
Otro apunte sobre Conocerás al hombre de tus sueños: la proverbial habilidad de Allen para “colar” ideas de puesta en escena, haciéndolo en ocasiones, como aquí, de una forma tan sutil y elegante, que a veces aquéllas pasan completamente desapercibidas (como parece haberse dado aquí el caso: no han sido pocas las voces que han acusado a este interesante film de soso, insípido, aséptico y aburrido por el mero hecho de confundir con esos supuestos defectos cualidades como sobriedad, sencillez, sutileza y una postura vital e intelectual que pocos practican hoy en día, consistente en decir, como aquí, cosas inteligentes expresándolas en voz baja: la sociedad actual elogia a los gritones y no escucha a los susurradores). Apunto, de entrada, la mejor idea de puesta en escena, mediante la cual Allen cierra el ciclo de atracción sexual que se establece entre Roy (Josh Brolin) y Dia (Freida Pinto); recordaremos que el primero es un escritor frustrado porque todavía no ha conseguido terminar una segunda novela tras haber publicado años atrás un libro de gran éxito crítico y comercial, y que además está casado con Sally (Naomi Watts); y que Dia es una joven india de poco más de veinte años que vive en el edificio al lado del de Roy y Sally, de tal manera que el primero ve a la muchacha justo desde su ventana, dado que el dormitorio de Dia y el estudio de Roy prácticamente se enfrentan el uno con el otro; es fácil pensar, claro está, en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954, Alfred Hitchcock) cuando vemos las diversas escenas en las cuales Roy espía por esas ventanas a Dia, en particular cuando sorprende a la chica en ropa interior y abrazando al joven del cual luego sabemos que se trata de su prometido; mas la gracia del asunto aparece luego, cuando, tras un prolongado flirteo en el cual juega cierto papel determinante el vestido rojo de Dia –del mismo color que su ropa interior: el mismo color del vestido que lucía Maureen Stapleton en Interiores (Interiors, 1978) o que la camisa de Javier Bardem en Vicky Cristina Barcelona—, Roy consigue su propósito: enamorar a Dia, dejar a Sally e irse a vivir con la primera a su piso; en el momento en que se instala en su nuevo hogar, Roy mira entonces por una de las ventanas y ve, a través de una de las de su antigua casa, a Sally desvistiéndose, convirtiéndose así esta última en una especie de equivalente a la inversa de Dia. Expresado de otra manera, un sencillo cambio de ángulo basta para expresar la importancia que tiene lo que se deja atrás, el pasado que se arrincona cada vez que se toma una decisión relevante para el futuro.
En cierto sentido, puede afirmarse con escaso margen de error que Conocerás al hombre de tus sueños es una digresión en torno al pasado y al futuro. Roy mira con amargura ese pasado en el cual triunfó como joven promesa de la literatura, y contempla su relación con Día, y sobre todo el extraño golpe del destino que pone en sus manos la novela que ha escrito su amigo Henry (Ewen Bremmer), y que intenta hacer pasar por suya, como una manera de asegurarse el futuro. Sally se encuentra asimismo en una similar encrucijada: entre ese pasado en el cual amó a Roy, y ese posible futuro en el cual aspira a abrir su propio negocio de arte y, quizás, a conseguir el amor de su actual jefe, el galerista Greg (Antonio Banderas). También Helena (Gemma Jones), la madre de Sally, la cual acaba de separarse de su pasado, su marido y padre de Sally Alfie (Anthony Hopkins), y no sabe cómo afrontar la vida, el futuro, sin un hombre a su lado. O el propio Alfie, acosado por una especie de crisis de la edad madura (o, hablando en plata, el miedo a envejecer: el miedo a morir), la misma crisis que asimismo le ha impulsado a dejar atrás su pasado, Helena, a cambio de una mujer más joven, la prostituta Charmaine (Lucy Punch), que podría darle ese hijo varón, ese futuro, que siempre ha anhelado. Lo paradójico del asunto reside en que, en cierta forma, todos acabarán consiguiendo lo que desean –las probabilidades de que las predicciones de la “adivina” Cristal (Pauline Collins) sean verdaderas son, según Roy, de un 50%—, pero ninguno lo alcanzará exactamente de la manera como lo pretendía: Roy logrará el amor de Dia y entregará una nueva novela a su editor, pero la amenaza de que su amigo Henry, al que creía muerto, salga del coma y lo descubra todo hace que ese futuro, hasta hace poco rutilante, se vea ahora como algo oscuro y sombrío; Sally conseguirá algo que también anhelaba en secreto, dejar de depender de Roy, a quien hacía tiempo que ya no quería, pero esa independencia será a costa de su ruina económica, pues no conseguirá de su madre el dinero prometido para abrir su propio negocio, e incluso descubrirá no sólo que Greg nunca la ha amado, sino que incluso está saliendo con su mejor amiga, la pintora Iris (Anna Friel), a quien ella misma se la presentó; Helena terminará hallando una inesperada solución a su futuro conociendo a otro hombre, el excéntrico librero viudo Jonathan (Roger Ashton-Griffiths), alguien muy distinto de Alfie; y, por su parte, Alfie verá hecho realidad su sueño de ser padre de un varón, pero sin poder estar nunca completamente seguro de que ser, asimismo, el padre biológico… Conocerás al hombre de tus sueños es un cruel retrato de la mediocridad de los deseos humanos.
Apunto, finalmente, otros aspectos de puesta en escena de Conocerás al hombre de tus sueños que me han parecido muy logrados. Señalo la irónica, malvada contraposición entre ese flashback, en el cual vemos el día en que Roy conoció a Sally, y cómo el primero masajeó el pie de la segunda, y la escena posterior en la cual Charmaine coquetea descaradamente con el monitor del gimnasio, quien hace el mismo gesto que Roy le hizo a Sally: masajearle el pie; una actitud de sumisión que es casi una declaración de claudicación, el arrodillarse ante una mujer para hacerle la corte, que equipara por igual al escritor con ínfulas de artista y al monitor que tan sólo quiere tirarse a una “tía” porque “está buena”… Indico, asimismo, la escena de la conversación nocturna de Sally y Greg en el coche, resuelta mediante un plano medio de considerable duración, de tal forma que los gestos y miradas de los personajes introducen elevadas dosis de ambigüedad: ¿está Sally enamorándose de Greg?; Greg, que la ha invitado a ir a la ópera (demostrando, a ojos de Sally, que tiene “sensibilidad”), le confiesa que últimamente se está llevando muy mal con su propia esposa; ¿acabará Greg enamorándose también de Sally? Sólo luego sabremos la verdad de lo que realmente estaba pasando por la cabeza de Greg, y que en realidad la intimidad de este último con Sally dentro del coche obedecía, en realidad, a las fantasías y los deseos frustrados de la mujer. Añado, finalmente, el crudo travelling lateral combinado con plano medio que acompaña a Roy cuando se aleja del lecho del hospital desde el cual Henry está empezando a recobrar el conocimiento y empieza a señalarle como un embustero: la imagen tiene una considerable carga trágica. Conocerás al hombre de tus sueños es, asimismo, una amarga digresión sobre la fragilidad de las apariencias.
añado otro detalle de puesta en escena: el rechazo al contraplano, como cuando Banderas y Naomi Watts estan en la opera, o compran los pendientes. Allen ni muestra la obra ni al dependiente que les habla, y aguanta el plano con ellos (como en el coche). Dejadez narrativa o depuracion de estilo? Que cada cual elija.
ResponderEliminarsaludos!
F
... o escasez de medios. Y cada vez menos...
ResponderEliminar