Si bien ya se había exhibido en algunos festivales el año pasado –Venecia, Toronto, American Film Market, Salónica, Nueva York— y de este año –Rótterdam, Linz, Cannes (dentro del Mercado)—, en los primeros días de este mes de junio de 2010 la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya, con sede en Barcelona, se anotó un buen tanto con la proyección, como complemento de un reciente ciclo dedicado a Werner Herzog, de su más reciente trabajo: la producción norteamericana My Son, My Son, What Have Ye Done (2009). Producida nada menos que por David Lynch, no costaría demasiado entender esta película como una especie de punto de encuentro entre los respectivos autores de El enigma de Gaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974) y Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986): Lynch aporta, o parece aportar, tanto un puñado de intérpretes afines a su filmografía –Willem Dafoe, Brad Dourif, Grace Zabriskie—, como ciertos planteamientos temático-estéticos, en este caso una trama que arranca a partir de un insólito estallido de violencia que tiene lugar en una tranquila zona residencial de la localidad californiana de San Diego, un apunte sobre el horror oculto bajo la más civilizada de las apariencias que no puede menos que hacernos pensar en la ya citada Terciopelo azul. Sin embargo, hay momentos en los cuales el film juega un poco al despiste, habida cuenta de que, si por un lado hay elementos que pertenecen, al primer golpe de vista, al universo Herzog –los flashbacks que transcurren en las montañas de Perú—, hay otros que apuntan más bien a una especie de coincidencia o de reconocimiento mutuo entre ambos cineastas: una escena onírica, sobre la cual volveremos más adelante, en la cual aparece un enano elegantemente trajeado, lo cual puede hacernos pensar, naturalmente, en Twin Peaks –la serie (1990-1991) y la película (1992)—, aunque tampoco hay que olvidar que uno de los primeros trabajos de ficción relevantes de Herzog era También los enanos empezaron pequeños (Auch Zwerge haben klein angefangen,1970), interpretada por un elenco de actores con acondroplasia.
La trama de My Son, My Son, What Have Ye Done arranca a partir del momento en el cual dos agentes de policía, los detectives Hank Havenhurst (Willem Dafoe) y el detective Vargas (Michael Peña) –¿un guiño a Sed de mal (Touch of Evil, 1958, Orson Welles)?: Vargas era el apellido del detective interpretado por Charlton Heston—, reciben una llamada de emergencia. Se ha cometido un asesinato: un hombre, Brad McCullum (Michael Shannon), ha matado a su propia madre, la Sra. McCullum (Grace Zabriskie), en presencia de sus vecinas, la Sra. Roberts (Irma P. Hall) y su hija soltera (Loretta Devine), y a continuación ha tomado a un par de rehenes y se ha refugiado en su propia casa con un rifle. La policía rodea la vivienda y empieza a negociar con Brad para que suelte a los rehenes y se entregue. Se presenta en el lugar la prometida de Brad, Ingrid (Chloë Sevigny), y más tarde Lee Meyers (Udo Kier), el director del grupo de teatro donde el protagonista e Ingrid actuaban, y es a partir de las preguntas que les formula el detective Havenhurst cuando se inician una serie de flashbacks que nos van informando puntualmente de todo lo vivido por Brad antes de llegar a la fatídica situación actual. Averiguamos así que Brad hizo, dos años atrás, un viaje a Perú junto con unos amigos, cuya finalidad era bajar en kayak por un río de aguas torrenciales, pero que en el último momento el protagonista se negó a participar en esa bajada fluvial. Brad volvió “convertido” de ese viaje, imbuido de un nuevo sentido más espiritual de la existencia. Sabemos entonces que Brad, que vivía con su madre, tenía una tensa relación con ésta, una mujer posesiva y dominante que agobiaba a su hijo con su actitud pasiva-agresiva. Que Brad mostraba, a su vez, una conducta obsesiva y excéntrica ante Ingrid. Que se empeñaba en interpretar a su manera el papel protagonista del Orestes de Eurípides en el montaje dirigido por Meyers, como por ejemplo sacando a escena una anacrónica espada de la guerra civil norteamericana (sic) que había pertenecido a su familia y que guardaba su tío Ted (Brad Dourif) en su granja de avestruces (¡sic!). Y que fue con esa misma espada con la que mató a su madre.
Esa alternancia de pasado y presente proporciona, en gran medida, la clave del film, habida cuenta de que los flashbacks no pretenden “aclararnos” las motivaciones que han conducido a Brad a cometer parricidio, sino más bien mostrarnos un punto de vista sobre el protagonista. Resulta significativo que el relato de lo que a continuación se visualiza en flashback provenga casi siempre de un personaje presente en los hechos o que se limita a narrar dichos hechos tal y como se los han contado primero; ejemplo de esto último son los flashbacks que transcurren en Perú, que visualizan la narración de Ingrid respecto a lo que le pasó allí a Brad, si bien nunca queda claro si lo que cuenta es lo que previamente le explicó a su vez Brad sobre su estancia peruana, dado que ella no le acompañó en dicho viaje, o si dicha información proviene de terceras personas, por ejemplo, los compañeros de excursión del protagonista. Hay una coherencia y lógica aparentes, en cambio, en los flashbacks que visualizan episodios pretéritos en los cuales las personas que los narran sí estuvieron presentes: es el caso, sobre todo, de otros hechos narrados por Ingrid (secuencia de Brad e Ingrid en el dormitorio del primero, de la comida con la madre, de Brad e Ingrid buscando casa por San Diego, de la visita a la granja del tío Ted para recoger la espada, de la excursión de Brad a la ciudad con su madre e Ingrid, del posterior paseo del protagonista con su prometida por parques y zonas ajardinadas de esa misma ciudad), y también es el caso –al menos, insisto, en apariencia— de los que narran Meyers (todas las escenas de los ensayos teatrales) y la Sra. y la Srta. Roberts (los momentos inmediatamente anteriores al crimen). Sin embargo, hay un par de flashbacks que parecen surgir, más bien, de la mente alucinada del protagonista, dado que no se visualizan al albur de la narración de personaje alguno y parecen más bien atormentadas proyecciones mentales de Brad, dado su carácter absurdo e irracional, con lo cual, en definitiva, no serían auténticos flashbacks, sino más bien “paréntesis” narrativos insertados dentro del relato: es el caso de la breve secuencia en la cual Brad y su tío Ted están en el bosque y ven a un enano, elegantemente vestido, que parece a punto de dirigir una orquesta invisible (¡); o de esa excelente imagen en plano medio de Brad en Perú, moviéndose hacia la derecha del encuadre y seguido por la cámara en travelling circular hasta completar un giro de 360º, que tiene la virtud de crear un efecto claustrofóbico a pesar de estar filmado al aire libre y en lo alto de las montañas peruanas; una imagen que, en buena medida, resume el conflicto del personaje, alguien que se siente “atrapado” dentro del mundo, hasta el punto de que parece tener problemas para respirar incluso en la cima de una montaña y rodeado de frescura y verdor.
Parece claro, ya desde el principio, que Brad está loco, pero los personajes que pululan a su alrededor no parecen estar mucho mejor que él, o dicho de otra manera, su “locura” no resulta tan evidente. En este sentido, la narración de My Son, My Son, What Have Ye Done funciona un poco como si de un juego de cajas chinas se tratase, el cual consiste en una cadena de informaciones retrospectivas en torno al protagonista que, a la hora de la verdad, son completamente inútiles, dado que ninguna de ellas proporciona la clave que necesitamos saber para comprender las motivaciones de Brad y qué le impulsó a asesinar a su madre. Quizás haya que interpretar que esos flashbacks en el fondo no son tales (de hecho ya hemos visto que hay un par que, efectivamente, no lo son), o que no tienen la función informativa habitual de las secuencias retrospectivas en el tiempo, sino que pretenden más bien enseñarnos otra cosa: que, en realidad, Brad no está solo en su locura: que el entorno del protagonista está en realidad tan desquiciado como él, y que lo único que lo diferencia de los demás es, probablemente, que Brad se ha limitado a dar un paso más, o dicho de otra manera, que tan sólo está un poco más loco que el resto. De ahí que la atmósfera que termina predominando a lo largo de toda la narración sea una notable y muy conseguida extrañeza. Es extraño que Ingrid lleve tanto tiempo prometida con Brad cuando la locura de este último es más que evidente y a pesar de ello no parezca tenerle miedo. Hasta los agentes de policía que acuden a la llamada de emergencia son extraños: la película arranca mostrando a los detectives Havenhurst y Vargas circulando en su coche patrulla, y cómo el primero le cuenta al segundo una anécdota (lo cual, en cierto sentido, anticipa el carácter de digresión, y de “relatos dentro del relato”, que va a presidir el resto de la narración), para acabar concluyendo que, en ocasiones, tiene la sensación de que los policías son peores que los delincuentes a los que persiguen. [Nota bene: ¿hace falta recordar aquí la reciente, espléndida y sospecho que tampoco muy comprendida propuesta hecha por Herzog en Teniente corrupto (Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans, 2009)?]. De este modo, se establece ya de entrada una cierta ambigüedad, un cuestionamiento de las apariencias habituales (un policía que a veces se considera peor que un delincuente), que se extiende a buena parte del resto de los personajes: Ingrid se comporta más como un testigo pasivo de la vida de Brad que como una muchacha enamorada del joven con el que se va a casar (una novia que no parece una novia); la madre de Brad hace gala de un comportamiento, ya lo hemos mencionado, pasivo-agresivo no muy alejado de la demencia de su retoño (una madre que no parece una madre); el tío Brad es un racista que cría avestruces en su granja (un granjero que no parece un granjero); Lee Meyers dirige el montaje teatral en el que trabajaban Brad e Ingrid con una extraña frialdad, casi como si la cosa no fuera con él (un director de escena que no parece un director de escena); la Sra. y la Sra. Roberts tratan de aparentar normalidad incluso cuando la locura homicida de Brad sobre su progenitora está a punto de consumarse (unas vecinas normales y corrientes que no parecen unas vecinas normales y corrientes)…
No es de extrañar, por tanto, que todo el relato, incluyendo por tanto esos flashbacks que en teoría nos describen las motivaciones que condujeron a Brad al crimen, esté lleno de apuntes excéntricos que parecen brotar tanto de la mente desquiciada del protagonista como de la anormalidad, no tan evidente pero inherente, de quienes le rodean: el colega de Brad en la excursión peruana que a la primera de cambio se pone en postura de meditación (sic); el momento en el que Brad e Ingrid son constantemente interrumpidos por la madre del primero mientras están en el dormitorio (Herzog consigue aquí que una situación cotidiana se convierta en algo anómalo mediante un largo plano fijo: la presencia de la madre, detenida en el umbral de la habitación, adquiere así un carácter casi monstruoso); ese instante, durante la secuencia de la comida, en que esos tres mismos personajes se detienen, como paralizados en el tiempo y en el espacio; diversas escenas de la visita de Brad, su madre e Ingrid a la ciudad, como aquélla en la cual al protagonista se le antoja que la galería de un moderno edificio parece el decorado de una película de ciencia ficción; Brad e Ingrid paseando por el parque, y el primero colocando un balón de baloncesto entre las ramas de un pequeño árbol; sobre todo, ese plano extraordinario de Brad e Ingrid por ese mismo parque, en el cual el protagonista le comenta a su novia que el mundo parece ir a otra velocidad, y en efecto, las personas a sus espaldas empiezan a desplazarse al ralentí… Una madre puede parecer un monstruo; unos comensales pueden transformarse, momentáneamente, en estatuas vivientes; una galería puede parecer un paisaje de ciencia ficción; un paisaje urbano puede cambiar tan sólo dejando un balón en un árbol; el mundo entero puede ir, de repente, a otra velocidad. La locura, la anormalidad, lo excepcional están, en el cine de Herzog, a la vuelta de la esquina: basta con saber mirarlo, o con arrojar una mirada distinta, para que esa excepcionalidad salga a la luz. Basta con que un solo personaje se salga de lo habitual para que la anomalía de los demás también se haga patente; aquí el personaje se llama Brad, pero en otras ocasiones esa figura detonante puede ser Lope de Aguirre, Gaspar Hauser, Stroszek, el conde Drácula, Woyzeck, Fitzcarraldo, Cobra Verde, el forzudo de Invencible (Invincible, 2001), un fanático de los osos grizzly o un amoral teniente de policía de Nueva Orleáns. En My Son, My Son, What Have Ye Done, Werner Herzog vuelve a demostrar por qué sigue siendo uno de los cineastas más personales e inclasificables del panorama cinematográfico internacional, si no el que más.
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Tuve la oportunidad de ver está película hace unas semanas en un ciclo dedicado a Herzog en la Cinemateca del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Me imagino que es el mismo ciclo que se ha proyectado en en la Filmoteca de la Generalitat.
ResponderEliminarEstoy contigo en considerarle uno de los directores más inclasificables, interesantes y personales de las últimas décadas. Una persona que ha dejado en el mismo año este film y el Teniente Corrupto merece ser considerado como algo más que un clásico todavía vivo. Es más joven que muchos realizadores que no pasan de la treintena.
Como simple detalle apuntar que la actriz Grace Zabriskie (que intrepreta a la madre de Brad)tenía también un inquietante y extraño personaje en Inland Empire de David Lynch.
Herzog ha sido siempre un director caracterizado por una serie de preocupaciones recurrentes a lo largo de su filmografía. Más o menos conseguidas, la mayoría de sus películas parecen responder a intereses personales. Sin embargo, desde hace bastantes años parece moverse más cómodo dentro de los (amplios) márgenes del documental que en la ficción.
ResponderEliminarEn cualquier caso, me parece curioso que en sus dos largometrajes más recientes se haya mostrado más inspirado con un encargo ("Teniente corrupto. Puerto de Nueva Orleans") que con un material más cercano, en teoría, a sus viejas inquietudes como "My son, my son, what have ye done". Personalmente esperaba mucho más del encuentro entre Herzog y Lynch.
Hombre Asier es que Grace Zabriskie era nada menos que ¡la madre de Laura Palmer!. Esta mujer ha nacido para inquietar e interpretar a desequilibradas.
ResponderEliminarEfectivamente, no me acordaba. Tenía más fresco el recuerdo de Inland Empire.
ResponderEliminarHola!!
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Las películas de Herzog previsiblemente son tan interesantes como la persona que rueda las escenas,si bien es cierto que sus últimos trabajos (desde la del vietnam con Christian Bale como prisionero de guerra,hasta Grizzly Man)se puede decir que son para mí sus mejores obras,el resto esta bastante sobrevalorado quitando un documental.Su extravagancia sobre todo a la hora de narrar a los personajes es uno de los sellos más personales y caracteristicos y valorables de todas sus películas,peculiar relación la que tiene un malogrado Lynch y un presuntuoso y cada vez más completo Herzog.
ResponderEliminarBuenisimo el blog,me encanta leer lasa criticas ,mas allá que este o no de acuerdo o comparta la opiñon,siempre es genial escuchar a otro.
ResponderEliminaramanitaferia.blogspot.com
me gusta mucho el blog,gracias!!
ResponderEliminarexacto hacer lo cotidiano...no cotidiano...lo del plano fijo me gusto..porq ademas fue directamente con los actores y no tuvo que ver nada la edicion,sino que fue directo...
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