La carretera (The Road, 2009), de John Hillcoat.- Pues la verdad es que me ha decepcionado notablemente esta adaptación de la novela homónima –ciertamente magnífica— de Cormac McCarthy. Comprendo que puede parecer que digo esto en nombre de la sacrosanta-bondad-literaria-del-libro, la cual supuestamente me haría rechazar por sistema cualquier intento de traslación al cine, pero no es así: con independencia de sus méritos como adaptación, que asimismo me parecen discutibles pero sobre los cuales no quiero entrar en demasía, soy del parecer de que La carretera: the movie es un film esforzado y con aspectos ciertamente positivos –está bien filmado; los actores, por lo general, cumplen; la fotografía de Javier Aguirresarobe tiene momentos bellísimos—, pero el resultado, a todas luces, me parece insuficiente. Es verdad, vuelvo a insistir, en que hay aspectos de la adaptación al cine de la novela que a mi entender tampoco terminan de funcionar; en particular, los flashbacks que incorporan al personaje de la esposa del protagonista (a cargo de una, como siempre, voluntariosa Charlize Theron), los cuales me parecen un error porque hacen demasiado concreto, y por ende nada sugestivo ni misterioso, el pasado de ese protagonista sin nombre (Viggo Mortensen): en el libro, la presencia en off tanto del pasado del personaje como de su esposa tiene mucha más fuerza. Pero también, sigo insistiendo, creo que el problema del film en sí mismo considerado y con independencia de que esté basado en la reputada novela de McCarthy, lo cual al final casi acaba siendo lo de menos, reside en el hecho de que se trata de una película bien rodada pero sin nervio, formalmente muy cuidada pero en el borde mismo de lo inexpresivo, sólidamente construida pero narrada sin inventiva ni tensión, hasta el punto de que casi llega el momento en el cual las penurias de ese padre de familia y su hijo (Kodi Smit-McPhee) por los desoladores paisajes de una Norteamérica post-apocalíptica, tenebrosos pero inquietantes sólo a ratos, no terminan de prender en el ánimo del espectador.
La impresión general que (me) produce este film es de que se trata de una obra hecha con un respeto casi reverencial hacia el original literario de McCarthy; respeto palpable no sólo en el hecho de que, asimismo en sus líneas generales, sea bastante fiel a la trama argumental del libro, sino también en la sensación de que el realizador John Hillcoat se ha acercado a este material con demasiado respeto, casi con miedo, como si no se atreviese a hacer con él algo cinematográficamente más potente, no fuera que luego le acusaran de haber “estropeado”, ergo vulgarizado, una gran obra literaria. Eso parece explicar el tratamiento sobrio, quizás demasiado, de los momentos “fuertes”, tales como la aparición del grupo de caníbales que viaja por la carretera en un camión y el momento en el cual el padre tiene que hacer frente, con su revólver cargado con dos únicas balas, a uno de esos hombres que amenaza con matar a su hijo; la secuencia en la cual los protagonistas se internan en una casa abandonada y descubren en el sótano de la misma el dantesco espectáculo formado por un grupo de personas las cuales, se insinúa, están siendo “comidas” poco a poco (amputación de brazos y piernas) por los caníbales que les han encerrado allí; o el momento en el cual el padre hace frente al ataque de un hombre que le hiere en la pierna con la flecha que le ha lanzado desde una ventana con su ballesta deportiva: vuelvo a insistir en que todo ello está correctamente filmado y los actores ponen la intensidad que pueden, pero el resultado no termina de tener toda la densidad, tensión y dramatismo requeridos. A pesar de que dichos momentos, y algún otro, se acercan genéricamente a determinadas convenciones propias del cine de aventuras y, más concretamente, del western –género dentro del cual, curiosamente, John Hillcoat alcanzó una pequeña reputación gracias a The Proposition (2005), estrenada directamente en DVD y que todavía no he visto—, uno diría que el realizador no se emplea a fondo en los mismos, como si temiera “reducir” a Cormac McCarthy dentro de los, digamos, “márgenes convencionales” del cine de género y ello resultara empobrecedor para los admiradores del libro (una operación que, todo hay que decirlo y a pesar de que el resultado no acabe de parecerme tan admirable como se dijo, sí que se atrevieron a hacer los hermanos Coen con su versión de McCarthy para No es país para viejos / No Country for Old Men, 2007). Ello no obsta para que, en el conjunto de La carretera, aflore esporádicamente algún buen momento; pienso, por ejemplo, en la escena en la cual el padre descubre, en una de sus muchas paradas en busca de comida, agua y útiles, un piano: en uno de los flashbacks (precisamente el más corto), hemos visto al protagonista compartiendo el teclado del piano de su casa con su esposa: ahora, el padre acaricia ese otro piano que acaba de encontrar, y al hacerlo vemos cómo le asalta el recuerdo de su mujer, provocándole el llanto: afortunadamente, Hillcoat tiene el buen gusto de mantener el plano sobre el dolor del personaje, y sin recurrir en ningún momento (no era necesario hacerlo) al consabido inserto de la imagen de la esposa.
El hombre lobo (The Wolfman, 2010), de Joe Johnston.- Otra decepción, mayor todavía, me la ha proporcionado esta revisión del mito de la licantropía desde una perspectiva razonablemente clásica o, si se prefiere, razonablemente “puesta al día”, pero cuyos resultados dejan, a mi entender, mucho que desear. Tampoco es que me esperase una gran cosa, pero sí algo como mínimo más simpático viniendo firmado por Joe Johnston, cineasta modesto y sin pretensiones pero, en la mayoría de las ocasiones, bastante eficaz: Rocketeer (The Rocketeer, 1991), Jumanji (ídem, 1995) y Parque Jurásico III (Jurassic Park III, 2001) eran aceptables producciones fantástico-aventureras (la tercera entrega de Parque Jurásico me parece incluso mejor que El mundo perdido / The Lost World, 1997, de Steven Spielberg, por razones que ya expuse en mi capítulo sobre el cine de ciencia ficción de este último en el libro El cine de ciencia ficción, VV.AA., Valdemar-Festival de Sitges, 2008); y Cielo de octubre (October Sky, 1999) y Océanos de fuego (Hidalgo, 2004) eran películas que, como mínimo, se podían ver; incluso Cariño, he encogido a los niños (Honey, I Shrunk the Kids, 1989) era un honesto mal film que tampoco quería ser más de lo que era. Pero no es el caso de El hombre lobo, un film feo, efectista y rutinario a más no poder, que desaprovecha más de una atractiva idea y un buen elenco de intérpretes en beneficio del golpe de efecto más zafio y vulgar. Soy consciente de que, tal y como salió publicado hace poco en Imágenes de Actualidad, Johnston declaraba/se excusaba afirmando que, tan pronto como el proyecto fue abandonado por el realizador inicialmente previsto, Mark Romanek (firmante de la más que interesante Retratos de una obsesión / One Hour Photo, 2002), apenas había tenido tres semanas para poder preparar esta película, cuando lo usual dentro de una producción de estas características sería disponer de unas dieciséis semanas para hacerla en condiciones óptimas; de acuerdo: es más que probable que el resultado se haya resentido a causa de ello, pero en cualquier caso tampoco justifica la tremenda mediocridad del resultado.
Hay, como digo, algunas ideas teóricamente aprovechables. Así, por ejemplo, el hecho de que Sir John Talbot (Anthony Hopkins), el padre del desdichado protagonista Larry Talbot (Benicio Del Toro), sea también un hombre lobo, sólo que, al contrario que su hijo, disfruta de su condición lupina dando rienda suelta a sus instintos sanguinarios (en lo cual no cuesta ver una influencia del dual Dr. Jekyll imaginado por Robert Louis Stevenson). O el apunte semi-histórico consistente en incorporar a la acción al inspector de Scotland Yard Abberline (Hugo Weaving), personaje real que anduvo tras la pista de los crímenes de Jack el Destripador. También se agradece que, en las escenas de las transformaciones, los efectos visuales por ordenador hayan sido reducidos al mínimo (aunque supongo que habrá que ser un auténtico experto en la materia para percibirlo), en beneficio de los efectos especiales de maquillaje del siempre genial Rick Baker. Pero prácticamente nada más funciona: la ambientación gótica es bonita, cierto, pero no termina de ser atmosférica por culpa del rapidísimo ritmo del montaje, que impide saborear el trabajo de fotografía y decoración; los actores, sorprendentemente, están mal (ni Benicio Del Toro transmite la tragedia de ese personaje que, según declaraciones propias, había soñado con interpretar durante toda su vida, ni Anthony Hopkins resulta creíble haciendo su enésimo “numerito” grandilocuente, divertido pero inocuo; Hugo Weaving y, en parte, Emily Blunt, son los más entonados del elenco); y la planificación privilegia tanto el golpe de efecto que, a ratos, impide disfrutar de los momentos teóricamente más espectaculares, como el ataque del primer hombre lobo al campamento de los zíngaros, en el curso del cual Larry recibirá la herida que le infectará del “mal de luna”, o la secuencia “a lo grande” en la cual Larry, ya transformado en loup-garou, siembra el caos por las calles del Londres victoriano; hay momentos, incluso, al borde de la (involuntaria) parodia: la escena en la cual Larry se transforma en licántropo a espaldas del Dr. Hoenneger (Antony Sher), durante la reunión de médicos en la cual este último intenta demostrar vanidosamente ante sus colegas que el protagonista no padece nada más que un trastorno mental, casi es digna de Mel Brooks; y el clímax de la función, la pelea de los dos hombres lobo en el salón de la mansión Talbot, es un mero fuego de artificio, carente de intensidad y dramatismo. Un completo fracaso.
Invictus (ídem, 2009), de Clint Eastwood.- He leído un montón de críticas negativas en torno al más reciente trabajo como realizador de Clint Eastwood, tanto en los medios de comunicación como algunas de los amigos que expresan libremente sus opiniones en este blog, y la verdad es que no termino de entender la relativa animadversión, o relativa decepción, cosechada por este film. He de decir de entrada que, ciertamente, Invictus no está a la altura de las mejores películas de Eastwood de esta última década –Mystic River, Million Dollar Baby, el díptico sobre Iwo Jima, El intercambio, Gran Torino—; también puedo comprender ese sentimiento generalizado según el cual Eastwood parece tenernos, por así decirlo, “acostumbrados” a un elevado nivel de excelencia cinematográfica, de tal manera que el menor desfallecimiento (e Invictus, comparado con sus predecesoras, lo es) puede provocar una cierta frustración de expectativas; pero a pesar de todo ello, y de que Invictus no es un film completamente conseguido (¡cualquiera diría que eso abunda tanto hoy en día!), creo honestamente que tiene el suficiente interés como para merecer un poco más de atención.
Puede que uno de los principales motivos de esa decepción se deba al hecho de que la película gire aparentemente en torno a la figura de un personaje real tan relevante como Nelson Mandela, incurriéndose por enésima vez en la idea preconcebida de que una película sobre-un-personaje-importante tiene que ser forzosamente una-película-importante. En este sentido, creo que el planteamiento del film es más inteligente de lo que se ha dicho, dado que se centra en un episodio concreto de los primeros años del mandato de Mandela al frente de la presidencia de Sudáfrica, y desde un punto de vista asimismo muy específico, en vez de pretender abarcar todos los aspectos de la vida y la personalidad de Mandela (que es lo que quizás hubiesen intentado Oliver Stone o el Richard Attenborough de Gandhi / ídem, 1982, con el cual el Eastwood de Invictus ha sido comparado estos días, a mi entender a la ligera; por otra parte, también me parece exagerado usar el nombre de Attenborough en sentido tan peyorativo: recuérdese que, como cineasta, este gran actor británico tiene un par de títulos más que interesantes: Magic / ídem, 1978, y el magnífico Tierras de penumbra / Shadowlands, 1993). Dicho de otro modo: Invictus no me parece una película “sobre” Mandela, sino algo más sencillo y, dentro del contexto en el cual se desarrolla el relato, dramáticamente más eficaz: una película “sobre” la idea de Mandela, visto aquí más como una entelequia que como un personaje histórico “real” (y, como siempre, pongo comillas porque no hay nada más relativo que la realidad). Recordemos que, a fin de cuentas, lo que narra Invictus, basado al parecer en hechos “reales” (nuevas comillas) recogidos por el periodista británico John Carlin en su ensayo El factor humano, es a grandes rasgos de qué manera Mandela dio un paso importante de cara a la unificación del país tras tantos años de sanguinario apartheid mediante la explotación de una política populista centrada en el “opio del pueblo”, esto es, el espectáculo deportivo, en el caso concreto de Sudáfrica, el rugby.
Que un film con semejante planteamiento termine funcionando reside en la manera como Eastwood lo narra, poniendo el acento antes sobre la sugerencia que sobre lo explícito, y logrando de esta forma evitar cualquier tipo de dogmatismo, o cuanto menos reduciéndolo al mínimo, en beneficio de un relato que sabe mostrar en todo momento la tensión soterrada y a punto de explotar de un país en el cual durante tanto tiempo la minoría blanca practicó una brutal política racista contra la mayoría negra y que, con la subida al poder de Mandela, temió justificadamente posibles represalias en nombre de la venganza. Es verdad que la película recurre a algunos estereotipos para mostrar esa división interna del país: el film arranca con la salida de la cárcel de Mandela (Morgan Freeman) y, poco después, vemos al recién elegido mandatario sudafricano en su coche oficial, atravesando una carretera en la cual, a un lado, hay un grupo de jóvenes negros que juegan en un campo, lleno de hierbas silvestres y sin cuidar y delimitado con una valla metálica rota, vitoreando al nuevo presidente por el mero hecho de ser de su propia raza, mientras que en el otro lado de esa misma carretera vemos a un grupo de jóvenes blancos entrenando al rugby en un campo de césped perfectamente cortado y con una valla de delimitación impecable (contrapunteado con el comentario del entrenador de los chicos blancos, que al paso del coche de Mandela les dice a sus jugadores que no olviden este día, porque será recordado como aquél en el cual el país se fue a la mierda…). Pero, además de estar bien dosificados, dichos estereotipos encajan en el contexto de un relato que adopta el punto de vista de un Mandela empeñado en ganarse el favor de la nación gracias un discurso populista: recuérdese que el estereotipo es, precisamente, el alma del populismo.
Invictus termina destacando, sobre todo, por la elegancia de su realización y la sutilidad de sus toques humanos a la hora de caracterizar a los personajes o de plantear determinadas situaciones, recurriendo en ocasiones a un suave sentido del humor, nada cargante, que reduce considerablemente la teórica carga de trascendencia de lo narrado. Pienso, por ejemplo, en ese espléndido momento en el cual los hombres de raza negra encargados de velar por la seguridad personal del presidente Mandela se ven por primera vez cara a cara con sus homólogos de raza blanca: Mandela ha ordenado expresamente que los antiguos guardaespaldas del anterior presidente blanco de Sudáfrica permanezcan en el cargo porque quiere contar con ellos por su experiencia profesional en la materia; en este sentido, las miradas, los silencios y los gestos de incomodidad entre ambos grupos de guardaespaldas obligados a trabajar juntos expresan mejor que nada el peso de un pasado cargado de odio racial. A pesar de que en todo momento la película subraya las buenas intenciones de Mandela de cara a mantener la paz en una Sudáfrica recién salida de los horrores del apartheid, no es menos cierto que Eastwood y el guionista Anthony Peckham van introduciendo subrepticias pinceladas de tensión. Hacia el principio del film vemos a Mandela salir a practicar el footing a primera hora de la mañana, seguido de cerca por dos guardaespaldas; de repente, se crea un suspense mediante un montaje paralelo entre el ejercicio del presidente y la progresiva aproximación de una furgoneta aparentemente amenazadora; al final, resulta ser que esa furgoneta es tan sólo el vehículo de reparto de la prensa local, y por tanto una falsa alarma, pero dibuja eficazmente el contexto en el cual se maneja el protagonista, quien puede ser objeto de un atentado racista en cualquier instante. Hay otro momento, muy logrado, en el cual se apunta hacia la humanidad del personaje: vemos a Mandela salir a hacer footing otra mañana con sus guardaespaldas, uno blanco y otro negro; el primero, que le conoce menos, responde a su pregunta cordial sobre su familia preguntándole por la suya, lo cual provoca que Mandela (gran actor Morgan Freeman) pierda las ganas de correr y decida volver a su casa; el guardaespaldas negro le explica entonces al blanco que nunca debe hacerle a Mandela comentarios sobre su familia porque el mandatario acaba de separarse de su esposa (“él también es humano”, acota). Cada vez que el presidente Mandela hace una aparición en público, el jolgorio triunfal que acompaña a cada una de sus salidas tiene el contrapunto de la preocupación de los encargados de su servicio de seguridad. Más adelante, cerca del final, se crea otro falso suspense parecido al del principio: poco antes de la celebración del crucial partido de rugby entre el equipo sudafricano capitaneado por François Pienaar (Matt Damon) y el poderoso equipo de rugby neozelandés, un avión de pasajeros hace una extraña maniobra volando bajo sobre la ciudad y muy cerca del estadio donde se va a jugar ese partido; todo resulta ser una mera jugarreta del piloto para animar al equipo sudafricano mediante un lema escrito en la panza del avión, pero por unos segundos la sombra del atentado del 11-S –el cual, claro, tuvo lugar años después de lo que narra este film— planea irónica, terriblemente, sobre el relato.
Invictus acaba siendo, de este modo, una especie de fábula, más abstracta de lo que pueda parecer a simple vista. Naturalmente que de Mandela pueden decirse más cosas que las que plantea esta película, pero la circunscripción del relato a ese momento concreto de la vida del personaje resulta suficiente para expresar lo que se quiere decir: que para lo que se conoce como “la gente de la calle”, “el vulgo” o llámese como se prefiera, Nelson Mandela no es tanto un ser humano como una especie de símbolo viviente; el film sugiere, incluso, que Mandela pudo haber usado esa imagen casi mítica y legendaria que proyectaba a su alrededor en beneficio de esa política populista cuya descripción se encuentra en el fondo del relato. De ahí que el desarrollo de la narración se sostenga sobre todo en determinadas sugerencias que contribuyen a esa abstracción. Por ejemplo, el tratamiento de las escenas que ponen en relación a Mandela con Pienaar: el capitán del equipo de rugby más importante de Sudáfrica recibe una invitación del presidente Mandela para tomar el té en la sede del gobierno; Eastwood resuelve elípticamente el final de la conversación entre ambos hombres, de ahí que en vez de mostrarla por completo lo que hace es enseñar a Pienaar a la salida de la sede del gobierno siendo recogido por su esposa Nerine (Marguerite Wheatley) y explicándole a esta última, atónito, que Mandela le ha pedido… ¡que ganen el mundial de rugby! En no poca medida, la evolución del personaje de Pienaar, su equipo y su entorno familiar son utilizados para expresar metafóricamente el proceso de transformación de la sociedad sudafricana entera bajo el mandato de Mandela: véase al respecto cómo los progenitores de Pienaar (Patrick Lyster y Penny Downie), sobre todo el padre, van cambiando su actitud hacia la política de Mandela a medida que avanza el relato, todo ello visto mediante breves pinceladas y sin cargar las tintas; incluso el apunte sentimental consistente en mostrar que la criada negra de los Pienaar también ha recibido una entrada para asistir a la final de rugby entre Sudáfrica y Nueva Zelanda está mostrada admirablemente, de forma seca y concisa, y sin recrearse en ella. Sin embargo, el mejor y más intenso fragmento de esta menospreciada película lo hallamos en la visita de Pienaar y su equipo al centro penitenciario donde Mandela estuvo encerrado casi treinta años, y sobre todo en esos instantes en los cuales Pienaar entra en la antigua celda de Mandela y luego mira el campo de trabajo donde este último picaba piedra: Mandela se visualiza fugazmente ante sus ojos como una sombra, una especie de fantasma, antes una idea o un ideal. Creo que todo ello es suficiente para considerar mejor de lo que se ha dicho este interesante film, y eso a pesar de sus criticadas escenas de rugby, que si bien es verdad que son lo más convencional, tanto dramáticamente como a nivel de puesta en escena, no es menos cierto que en sus líneas generales se hacen llevaderas; además, atesoran una cualidad que encaja con la de anteriores logros de Eastwood: si en Million Dollar Baby conseguía expresar el amor de los personajes hacia un deporte tan repelente como el boxeo, en Invictus logra hacer lo mismo respecto al rugby, lo cual es notorio si, como en mi caso, no se tiene afición al deporte ni se experimenta el arrebato populista hacia el mismo que la película sabe reflejar tan bien.
Hola,
ResponderEliminarPues en el caso de "La carretera", me parece que es una película a la que se le está prestando quizá menos atención de la que merece, sobre todo en comparación con algunos de los títulos "oscarizables", de mucho menos interés y sin embargo mayores infulas. Su sobriedad e incluso modestia me agradó, porque me parece que el director e interpretes se ponen al servicio de la historia ( que tiene de por sí, al menos para mí, una considerable fuerza, emotividad y material para la reflexión)en lugar de buscar una "autoría" o divismo forzado.
En cuanto a Eastwood tu (esperada) defensa me ha parecido... legítima, valga el chiste cinéfilo, porque en lo que comentas estoy de acuerdo. Lo que ocurre es que, en mi opinión, el problema no es de planteamiento, tan valido como cualquier otro para dar lugar a una buena película, sino sencillamente un guión tan esquematico que no parece tal, sino un tratamiento o un primer borrador. Acaso por primera vez se podría dar la razón a quienes critican a Eastwood por dar por bueno el primer texto que le llega sin trabajarlo más.
Precisamente como ejemplo de poca sutileza, y de malograr un timido intento de profundizar en el personaje de Mandela, estaría..esa escena que citas en la que se le pregunta por su familia, porque la remata (no se si el propio Mandela o su guardaespaldas, no recuerdo) con un "Su familia son los 50 millones de habitantes de este pais", por lo que no se abandona en ningun momento el tono hagiográfico que tan cansino se hace.
Eso sí, señalas uno de los momentos que realmente me gustaron, como es la sopresa a la criada negra, que esta bien manejado. Otro sería quizá ese pequeño instante visual al inicio de la película en que se ve a Mandela afeitandose, dejandose media cara cubierta por la espuma y que es una pequeña ocurrencia ingeniosa para simbolizar el conflico que quiere resolverse.
Buenos días, Tomás:
ResponderEliminarRespecto a “Invictus” decir que estoy completamente de acuerdo contigo: es verdad que no resulta tan brillante como las películas realizadas por Eastwood durante la pasada década (a mi parecer casi todas ellas obras maestras), pero sí es una película mucho más digna de lo que se ha dicho. Creo que consigue evitar en gran medida el dogmatismo a la hora de narrar un hecho histórico, sobretodo gracias a las pinceladas con las que Eastwood humaniza a Mandela y a la magnífica interpretación de ese grandioso actor que es Morgan Freeman. También coincido en que la mejor secuencia de la película es la visita del equipo de rugby a la prisión, con ese hermoso plano en el que Pienaar tiene la visión de Mandela realizando trabajos forzados, todo ello con el emotivo acompañamiento musical de Kyle Eastwood y Michael Stevens.
Respecto a “El hombre lobo” pues decir que, curiosamente, no me pareció mala. Comprendo que es una película del todo imperfecta, y pienso que parte de sus problemas se deben a una labor de montaje que seguramente podó muchas escenas, sobretodo en la primera mitad de la película (por ejemplo, el prólogo en el que aparece Benicio del Toro interpretando a Shakespeare en los escenarios: seguro que esa secuencia era originariamente más larga, quedando reducida a un plano fugaz). Pero por otra parte no me parece tan rematadamente mala como se ha dicho, quizás porque no me esperaba mucho de ella o tal vez por su esporádico sentido de la ironía: ver la secuencia final (SPOILER), con esa hilarante sugerencia de que Hugo Weaving será el próximo hombre lobo, o el instante en el que una víctima del licántropo intenta volarse la cabeza para no sufrir una muerte agónica... y se queda sin balas.
Saludos.
P.D.: ¿Has pensado en escribir algo sobre “Shutter island”? Guste o no creo que esa película resulta, como mínimo, interesante.
Buenos días, amigos:
ResponderEliminarCoincidimos sólo en parte, Mariano, en que si bien "La carretera" no terminó de llenarme, aún así la prefiero a otros títulos "oscarizables" de los que he hablado en otro lugar de este blog. Yo también he oído esa famosa historia de que Eastwood acepta los guiones tal y como le llegan y que no los retoca, o no los hace retocar; comprendo lo de los defectos de guión de "Invictus" (creo que lo menos interesante es la historia que cuenta, ya que lo que a mí me interesa es cómo la cuenta), si bien me imagino que, a la hora de hacer películas sobre personajes reales tan carismáticos como Mandela, es muy difícil que al guionista de turno no se le escape ni siquiera un par de frases "solemnes". Sospecho que la tentación es irresistible, y más tratándose de alguien que todavía vive y a quien, se supone, se quiere contentar.
No estamos de acuerdo en lo que a "El hombre lobo" se refiere, pero está bien lo que apuntas respecto a que la película puede haber sufrido una "poda" en la mesa de montaje, pues lo parece; de hecho, ya es un poco raro que una película cara de este tipo no llegue a las dos horas de metraje, lo cual reafirma los rumores respecto a los remontajes que ha sufrido, uno de ellos a manos del gran Walter Murch, que figura acreditado. Por otro lado, sí: quiero escribir algo sobre "Shutter Island" y, desde luego, avanzo, también sobre "The Lovely Bones". Mantengamos un poco más el suspense.
Un saludo cordial.
Me ha alegrado mucho tu artículo sobre "Invictus". Ya pensaba que me había quedado solo defendiendo el interés de esa película. Como tú, pienso que se debe a que no es una película contundente como otras de Eastwood. Vamos, que no parece que trate un tema duro (aunque en el fondo si lo hace). Al aprecer los temas "buenrollistas" no se cotizan a la alza. De todas maneras, se trate del tema que se trate, lo importante es la forma de hacerlo e "Invictus" tiene muchas de las cuilidades que han hecho de Eastwood uno de los realizadores más grandes de las últimas décadas.
ResponderEliminarUn saludo muy fuerte
Disfruté de "La carretera", pero cada vez creo más que si no llego a haber leído el libro antes me habría parecido mucho menos satisfactoria... creo que funciona en lo más difícil, en hacer creíble ese futuro indetermiando en que todo parece un desierto de cenizas o poco menos, y en el que el horror y la posibilidad de morir están a la vuelta de la esquina, y que falla en lo que debería ser más sencillo, el conmover con la relación entre el padre y el hijo, que es pilar principal de la trama. Digo que debería ser fácil porque los dos protagonistas están perfectos, y aún así la cosa no acaba de ser tan intensa como debería... para mí que faltan los diálogos que había en la novela, que eran muy curiosos, muy crípticos y a la vez muy conmovedores.
ResponderEliminaresta claro que el tio Clint ha llegado a un punto de su carrera donde ya se le pasa todo por alto.
ResponderEliminardonde a otros se les criticaria el abuso de cliches (esa criada! ese niñito al final con los polis! esos guardaspaldas abrazandose!), de escenas tramposas (el suspense de chichinabo), de esquematismo (Mandela es Dios), de subrayado (esas frases profundas, esa musica llorica de su hijo Kyle) y de realizacion telefilmesca (las secuencias en los despachos dan pena y la fotografia quemada parece de video de boda), aqui se le buscan metaforas, se habla de "peli sobre ideas", de realizacion clasica, sobria, etc...
pienso que es un encargo de su amiguete Freeman y se nota.
¡vuelve, Eastwood!
F
Hola Tomás:
ResponderEliminar"Invictus" me ha decepcionado bastante sobre todo, como se ha apuntado, por el tono y frases solemnes que recorren toda la película, pero sobre todo por la falta de confianza en el espectador (sorprendente viniendo de quien viene, todo hay que decirlo). Cuando sale a hacer footing no es sólo la frase de que su familia es todo Sudáfrica, si no que sobra cualquier tipo de comentario, vemos la reacción a la pregunta y ya tenemos toda la información.
En el momento que visitan la prisión no creo que haga falta un apoyo visual (discrepo en eso contigo) las miradas de Damon ya son suficientes.
El partido de rugby con ralentíes y reacciones de la gente en casa y hogares es de lo más convencional.
Creo que muchos de los mejores momentos se arruinan por ese continuo subrayado verbal , como cuando los escoltas se ponen a jugar al rugby, otra coletilla de Mandela innecesaria, repito con la imagen basta.
Si el momento en el que la criada recibe la entrada funciona es precisamente por esto, porque se confía en el espectador (un plano de la sirvienta es suficiente.)
Para mi desde luego una de las más flojas películas de Eastwood de toda su carrera.
PD: Otra personaje más en la carrera de Eastwood falto de familia apartado de su familia.
Pues mira que yo pienso que si "Invictus" viniese firmada por otro hubiese tenido más aceptación.
ResponderEliminarHola Tomas:
ResponderEliminarMe alegro mucho de que hayas publicado estas críticas.
Coincido bastante contigo en que "Invictus" es quiza los más flojo que ha firmado Clint Eastwood en esta decada, y que además ha tenido la mala suerte de venir detras de Gran Torino, pelicula de la que no he encontrado un solo detractor, pero que aun asi tiene sus momentos, a pesar de que tiene que solventar, lo que para mi son dos escollos dificiles: basarse en un personaje real practicamente canonizado en vida, y el ser un film deportivo, en los que es muy facil llegarse llevar por la epica facilona de anuncio de Nike. No logra su mejor trabajo, pero no sale tan malparado, aunque creo que ha sido un poco "barriobajero" al usar el suspense en secuencias como la del avion, en la que se sirve mucho de las sombra de las torres gemelas... Y eso si, lo mejor la secuencia de la visita a la carcel.
"El hombre lobo" me parecio horrenda, lo peor que he visto este año. El montaje no deja apreciar nada (a mi me parecio más complicada de seguir que transformers 2... y con eso lo digo todo); los actores completamente desaprovechado (ese Del Toro con cara de pena y poco más, y Hopkins en la que me parece su peor actuación desde que sufria el ictus en leyendas de pasion...) Y todo esto redunda en que no logra transmitir el drama del personaje en ningún momento. A mi en cambio, lo unico que me gusto fue la secuencia en el psiquiatrico, que hubiese sido un buen principio para la pelicula.
El otro dia te hablaron de Louis Leterrier y su furia de titanes. Yo tengo ganas de verla por el recuerdo de la version original, y por que el increible hulk me parecio una más que digna adaptación. Tiene un sano punto de serie B en los planteamientos y resoluciones, y es mucho más cercana a los tebeos que la de Ang Lee, que en mi opinión la llevo demasiado a su terreno y se paso en la lírica. Además las secuencias de acción me parecieron muy bien rodadas, alejadas del montaje sincopado actual, y sobre todo, lograba, por lo menos en mi, lo que no hace "el hombre lobo" con toda su parafernalia gótica, que es transmitir el conflicto del personaje, y la atracción del dar rienda suelta a la brutalidad. Se que tu eres defensor a ultranza de la de Ang Lee, pero podría comentar aqui la de Leterrier, aprovechando el estreno de Lucha de Titanes.
Sigue con el blog, que espero tus entradas como agua de mayo.
Un saludo
Iñigo
A mí me gustaría romper una lanza a favor de THE ROAD, y sobretodo reivindicar ese título pretérito de John Hillcoat llamado THE PROPOSITION, que me pareció un excepcional western, y sin duda la película más redonda que le he visto a este señor.
ResponderEliminarSobre THE ROAD, reconozco que me emocioné leyendo la novela de McCarthy y no me emocioné tanto viendo la película. Reconozco que los resultados son irregulares y que -probablemente por lo que Tomás menciona de "esforzado" en la adaptación-, incluso es anticlimático. Sin embargo, me gusta de la apuesta su escenografía, lo que tiene al mismo tiempo de austera y alucinada, la forma que tiene Hillcoat de plasmar la importancia de lo telúrico (este mundo moribundo: bosques muertos, contrapicados de árboles de ramajes desnudos que se desploman violentamente, escarpados terrenos que han vencido la endeble ingeniería humana, la carretera en proceso de descomposición, la inmensidad gris del mar embravecido o espectaculares saltos de agua que encarnan los últimos reductos de la vida natural ) para buscar, las encuentre más o menos, muchas de las claves para la abstracción que ostenta el relato. También me gustan las interpretaciones y las caracterizaciones (Duvall, por ejemplo, que en ese sentido me recuerda al personaje que encarnaba John Hurt en THE PROPOSITION).
Sobre INVICTUS, sí coincido totalmente con Tomás, Pedro y Asier. La vi el día del estreno y me apeteció volver a verla, y en el segundo visionado me gustó aún más. Para empezar, me resulta difícil compararla con las anteriores obras de Eastwood, porque -si me permitís un símil musical- el realizador suele realizar blues, y ésta es un himno. Pero creo que el himno está muy bien orquestado. Es hermoso, emotivo, optimista, y en ningún momento esconde sus bazas, que desechan compromisos de crónica política, pues no pretenden abrazar otra bandera que no sea la de las buenas intenciones (eso a menudo vende mal, porque parece que-le-falta-gravedad, pero yo pienso que se puede hacer igual de bien -o de mal- una película sea cual sea su historia e intenciones). Por un lado, no entiendo las críticas a las secuencias del rugby, que para mí son amenas y hasta espectaculares. Por otro, y en defensa del guión, me gusta mucho que buena parte de la historia esté mediatizada por la narración de los avatares de los dos grupos de guardaespaldas (blancos y negros) condenados a entenderse. Por último, pensé en Tomás en la secuencia que cita de la visita de Pienaar al penal donde Mandela estuvo recluído. A mí también me parece la secuencia más poderosa de la película, de muy bella manufactura, y además -por eso me acordé de Tomás- que incorpora algo parecido a lo que en su estudio de Eastwood en Dirigido por... comentaba sobre las diversas "fugas narrativas" en algunas de las películas del cineasta de los últimos tiempos (pues no se trata tanto de un flashback sino de la imaginación de Pienaar, que en el acto de meditar sobre lo doloroso del pasado de Mandela -o más bien en la decisión de Eastwood de filmar lo imaginado-, está invitando al espectador a efectuar lo propio).
quote: "(un plano de la sirvienta es suficiente.)"
ResponderEliminarno, no. Creo recordar que la criada les suelta una frase para que se la digan a Mandela, como para darle mas dignidad al personaje por encima de esa familia blanca suburbial que no le hace ni caso (a ella, luego a los negros). Enorme actriz, injustamente olvidada en los Oscars!!!
saludos!
F
Para F: Sí, pero si no me equivoco, la petición a Mandela es en un momento anterior, mientras que la sorpresa de la entrada, que es donde dcimos que lo muestra sin esos superfluos subrayados de guión, es casi al final de la película.
ResponderEliminar¿Seré acaso el único al que "La carretera" de Cormac McCarthy le parece una de las novelas más sobrevaloradas de la historia? Eso por no decir que es mediocre, sin más. La película, no la he visto.
ResponderEliminar"Invictus" me gusta, pero tiene dos problemas importantes: que casi todo lo mejor sucede en la primera mitad (p.e. esa breve escena en la que Mandela, el mito, se levanta de madrugada y alisa las sábanas de su lado) y que el cine de buenos sentimientos siempre goza de peor prensa que el que se muestra implacable con los seres humanos y con las instituciones. De hecho creo que ese es uno de los secretos del prestigio de un film que me pareció flojito en su momento: "Antes que el diablo sepa que has muerto", de Lumet. Dicho sea todo ello, lo de McCarthy y lo de Lumet, no por el ánimo de llevar la contraria a la mayoría.