No
hace falta ser un genio para suponer que, con Sangre fresca (Innocent
Blood, 1992), estúpidamente subtitulada en España Una chica insaciable
(sic), John Landis no pretendía sino repetir el éxito conseguido con uno de sus
mejores trabajos tras las cámaras, Un hombre lobo americano en Londres
(An American Werewolf in London, 1981), si bien reemplazando la odisea
tragicómica de un joven turista estadounidense que acaba transformándose en
licántropo como consecuencia del mordisco de un hombre lobo por las peripecias,
asimismo tragicómicas, de una mujer vampiro francesa, Marie (Anne Parillaud),
con inesperados problemas de conciencia a la hora de alimentarse con la sangre
de personas inocentes, de ahí el título original del film, inclinándose en su
lugar por la de delincuentes habituales. La propuesta no tuvo éxito –recaudó
menos de 5 millones de dólares en cines estadounidenses, a partir de un
presupuesto, relativamente bajo para la época, de 20 millones–, y tampoco es,
en absoluto, una película conseguida, aunque sí lo suficientemente interesante
como para que nos detengamos en ella. Uno de los aspectos más atractivos de Sangre
fresca, si no el que más, reside en la caracterización de la protagonista,
a cargo de una excelente Anne Parillaud, actriz gala bien conocida por su
interpretación en el film de Luc Besson Nikita, dura de matar (Nikita,
1990), cuya labor se revela aquí muy acertada gracias a una lograda mezcla de elegante
erotismo y carisma personal la cual, sospecho, se debió en no poca medida al
talento de la actriz, sin perjuicio del acierto de Landis en su elección, hasta
el punto de defenderla ante la Warner cuando la major criticó su marcado
acento francés.
Tras una serie de –típicas, hay que reconocerlo– lentas panorámicas aéreas y nocturnas sobre la ciudad de Pittsburgh, que se detienen en la fachada del edificio donde Marie tiene su apartamento (escena, también hay que admitirlo, que Neil Jordan pudo tener en cuenta cuando se planteó su, no obstante, muy superior Entrevista con el vampiro/ Interview with the Vampire, 1994 –1–), la presentación de la vampira no sigue las convenciones habituales del cine de terror, aunque respete la imaginería del género: Marie no sale de su ataúd al anochecer, de hecho ni tan siquiera duerme en un ataúd, sino que se la presenta paseándose desnuda por un apartamento de aspecto convencional, si no fuera porque está adornado con docenas de velas encendidas, en la tradición inaugurada por el extraordinario Drácula (Dracula, 1979) de John Badham (2). Marie reflexiona, en voz over, sobre su situación actual: está doblemente hambrienta: de sangre (hace días que no “come”) y de sexo (ha pasado mucho tiempo de su última relación carnal). A pesar del físico delicado de Parillaud, la presentación de Marie hace hincapié en la faceta animalesca del personaje: la desnudez, la luz de las velas, el tono anaranjado del apartamento, que lo hace parecer una cueva o una madriguera (excelente fotografía de Mac Ahlberg), apuntan hacia algo que se hará evidente poco después: que la protagonista es un ser sobrenatural que, bajo su aspecto sensualmente femenino (en el sentido más noble de la expresión), oculta a una criatura que, arrastrada por su sed de sangre y su hambre de sexo, da rienda suelta a sus instintos salvajes mordiendo en el cuello de sus víctimas (y arrancándoles, primeramente, un buen trozo de carne y piel del mismo, para luego beber con avidez de dicha herida), no sin antes rugir como un felino –¿como la protagonista de la magnífica El beso de la pantera (Cat People, 1982, Paul Schrader) (3)?–, o cambiar el color de sus pupilas, que a lo largo de la película van variando del rojo al verde esmeralda dependiendo del estado de ánimo de la mujer vampiro.
No son estas las únicas variantes que el film se permite con la tradición del cine de vampiros. Se respetan ideas del canon como el efecto destructivo de la luz solar, y en consecuencia la necesidad de los vampiros de reposar durante el día hasta que vuelve a anochecer, o la repelencia al ajo. Pero otros componentes de la parafernalia clásica, como las estacas o los crucifijos, brillan por su ausencia: aquí a los vampiros se los puede herir a tiros, si bien al rato se recuperan, aunque pueden ser destruidos si el balazo les da en la cabeza o, incluso, rompiéndoles el cuello (más o menos, como a los zombis), tal y como hace Marie con los gánsteres vampirizados a los que se enfrenta. Resulta curioso que, a pesar de la explicitud de la violencia en las escenas en las que Marie y otros vampiros se abalanzan sobre la yugular de sus víctimas, la película visualice, con una elegancia poco frecuente en el nada sutil cine de Landis, los sugerentes movimientos no-humanos de la protagonista recurriendo a determinados efectos de la planificación, el montaje y el movimiento de cámara. Destaca al respecto una secuencia, acaso la más bella del film, en la cual el detective de la policía infiltrado en la mafia Joey Gennaro (Anthony LaPaglia) persigue a Marie en el interior de una iglesia: el lugar está parcialmente iluminado con la luz de los cirios colocados ante los altares que, inmediatamente, traen a la memoria las velas del apartamento de la vampira; a continuación, Landis visualiza el “vuelo” mágico de Marie por el interior de la iglesia, sobrevolando de cerca la cabeza de Gennaro, mediante un par de travellings aéreos desde el supuesto punto de vista subjetivo de la vampira, que confiere a la secuencia un tono fantastique que no vuelve a brillar con tanta fuerza en el resto del metraje. En otros momentos, la velocidad antinatural a la que se mueve Marie y otros no-muertos se expresa haciendo saltos de eje mediante un simple paso de montaje (tal y como también hará, posteriormente, Neil Jordan en la mencionada Entrevista con el vampiro).
Sangre fresca es una de las películas mejor construidas de su irregular realizador, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que esté exenta de defectos, como luego veremos. La mencionada presentación de Marie es, como digo, prometedora. A continuación, la secuencia en la que Gennaro, junto con el mafioso y, a pesar de ello, amigo suyo Tony Silva (Chazz Palminteri), presencia, impotente, el brutal castigo que el gánster Sal “El Tiburón” Macelli (Robert Loggia) inflige a uno de sus sicarios que le ha traicionado, aunque convencional hasta la médula, hace gala de solidez: los actores están bien (Loggia, como siempre, magnífico: resulta amenazador o divertido cada vez que la escena lo requiere), y la planificación de Landis es funcional pero precisa: la secuencia parece, casi, sacada de un film gansteril de Martin Scorsese, dicho sea como un elogio. Están bastante conseguidas las escenas en las que Marie asesina a mordiscos a Silva dentro del coche de este último, al que luego dispara en la cabeza (fuera de campo) con la escopeta recortada que esconde en su bolso (sic), o cuando muerde mortalmente a Macelli en el apartamento-picadero donde “El Tiburón” se folla a sus ligues, pero sin darle tiempo a destrozarle la cabeza, gracias a lo cual el gánster se transformará en no-muerto. Y hay, finalmente, un fragmento que se encuentra entre lo más sugestivo de Landis: la noche de amor de Marie y Gennaro, en la cual la vampira se deja esposar las manos a la espalda para que el policía pueda hacerle el amor sin miedo, aunque, en el instante de mayor intensidad sexual entre la pareja, Marie rompe esas esposas que jamás han podido retenerla y folla con Gennaro de igual a igual (actualmente habría quien diría que la protagonista de Sangre fresca es una mujer empoderada; aunque lo que, a nivel particular, me resulta de admirar de esta secuencia, y de todo el film en general, es la carencia de inhibiciones y falta de prejuicios del cual hacía gala el cine de los años ochenta y primeros noventa a la hora de mostrar el sexo y la violencia).
Es una pena que, en el otro extremo de la balanza, Sangre fresca haga gala de no pocas debilidades que casi consiguen estropearla. Buena parte de esos defectos se derivan de la poca consistencia del guion, escrito por Michael Wolk, que, si bien apunta ideas interesantes, algunas de las cuales ya hemos señalado, muchas de ellas están poco o mal desarrolladas. La amistad entre Gennaro y Tony Silva carece de densidad, más allá de la buena labor de los actores que los interpretan. También resulta muy tópica la visión de la burocracia policial: la fiscal general Barbara Sinclair (la desaprovechada Angela Bassett) le echa en cara a Gennaro que haya puesto al descubierto su condición de infiltrado, y le da “su caso” a otros dos policías, los detectives Steve Morales (Luis Guzmán) y Dave Finton (Leo Burmester). La pelea final de Marie y Gennaro contra Macelli y sus hombres-vampiros carece de vigor, clara demostración de la torpeza de Landis en materia de escenas de acción. Y, en general, la concepción misma del personaje de Marie, esa vampira que no quiere asesinar a inocentes para beberse su sangre y que, por eso mismo, elige a criminales para apagar su sed, no termina de estar desarrollada; la relación amoroso-sexual que establece con Gennaro hubiese requerido más profundidad, dejando aparte la ya mencionada secuencia del sexo con esposas, y, en las escenas finales, y una vez destruidos Macelli y sus sicarios vampirizados, el conato de intento de suicidio de Marie a la luz del sol resulta incomprensible e incoherente. Lo peor, lo más desaprovechado, reside en la idea de convertir a un gánster sin escrúpulos (suponiendo que alguno los tenga) en un vampiro: lo que hubiese podido dar pie a una jugosa sátira sobre el poder y la corrupción desde un punto de vista fantastique acaba originando, sencillamente, una serie de chistes fáciles que se derivan del pintoresco comportamiento de Macelli tan pronto como se da cuenta y empieza a disfrutar de su nueva condición de no-muerto (y a pesar, vuelvo a insistir, de la hilarante prestación de Robert Loggia).
(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2017/10/cronicas-vampiricas-entrevista-con-el.html
(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2018/06/el-vampiro-romantico-dracula-de-john.html
(3) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/10/dirigido-por-octubre-2020-la-venta.html
Esta la pude ver en su día en VHS y después en algún pase televisivo. No puede decir que me dejara muy impresionado, excepto por Anne Parillaud y algún momento aislado. Me recuerda a lo que sentí viendo una de las últimas películas de Landis, "Burke y Hare": si esto es lo máximo de lo que es capaz teniéndolo todo a su favor, tal vez debería tirar la toalla.
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