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martes, 27 de julio de 2021

El soñador despierto: “LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY”, de NORMAN Z. McLEOD

 


La vida secreta de Walter Mitty
(The Secret Life of Walter Mitty, 1947) es uno de los puntos culminantes de lo que podríamos considerar la primera etapa de la carrera cinematográfica del actor Danny Kaye como estrella cómico-musical entre finales de los años cuarenta y hasta bien avanzados los cincuenta, y cuyos blasones más famosos son Un hombre fenómeno (Wonder Man, 1945), de H. Bruce Humberstone; El asombro de Brooklyn (The Kid from Brooklyn, 1946), realizada por el mismo director de La vida secreta de Walter Mitty, Norman Z. McLeod, y nueva versión de La vía láctea (The Milky Way, 1936), dirigida a su vez por Leo McCarey y protagonizada por Harold Lloyd (en la cual parece ser que McLeod ya intervino de manera no acreditada); Nace una canción (A Song Is Born, 1948), de Howard Hawks, que no es sino el remake en clave musical de Bola de fuego (Ball of Fire, 1941), realizada por el propio Hawks; El inspector general (The Inspector General, 1949), de Henry Koster; El fabuloso Andersen (Hans Christian Andersen, 1952), de Charles Vidor; Navidades blancas (White Christmas, 1954), de Michael Curtiz; El bufón de la corte (The Court Jester, 1955), de Melvin Frank y Norman Panama; y Yo y el coronel (Me and the Colonel, 1958), de Peter Glenville. McLeod, en cuya carrera hallamos frecuentes incursiones en la comedia –Pistoleros de agua dulce (Monkey Business, 1931) y Plumas de caballo (Horse Feathers, 1932), a mayor honra y gloria de los hermanos Marx; La pareja invisible se divierte (Topper Takes a Trip, 1938); Rostro pálido (The Paleface, 1948) y La gran noche de Casanova (Casanova’s Big Night, 1954), estas dos últimas al servicio de Bob Hope–, y que también cuenta en su haber con una notable adaptación de Lewis Carroll –Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 1933) (1)–, se encargó de poner en solfa La vida secreta de Walter Mitty siguiendo las pautas establecidas previamente en la citada Un hombre fenómeno dentro de lo que podríamos denominar “comedia-con-Danny Kaye”.



Esas pautas, básicamente, consistían en recrear el arquetipo del personaje tímido, introvertido y algo pusilánime, pero de buen corazón, creado alrededor de Kaye, enfrentándolo a frecuentes situaciones de “peligro”, como pudieran ser los ambientes mafiosos de Un hombre fenómeno o los gánsteres que también hacen acto de presencia en Nace una canción, el boxeo en El asombro de Brooklyn o las aventuras medievales que vive en El inspector general y El bufón de la corte. Las excepciones las constituirían, entre las citadas, la comedia musical y familiar El fabuloso Andersen, y Yo y el coronel, adaptación de la obra teatral de Franz Werfel que, quizá por tratarse de una producción para Columbia y estar rodada en blanco y negro, se aleja del patrón de los films en color de Kaye para la Metro-Goldwyn-Mayer (Un hombre fenómeno, El asombro de Brooklyn, La vida secreta de Walter Mitty, El fabuloso Andersen y, en parte, Navidades blancas); patrón que, no obstante, se repetía con escasas variaciones en otras películas de Kaye para otros estudios, tal es el caso de El inspector general, una producción para Warner, y El bufón de la corte, producida por Paramount. Dentro de ese patrón solía ser frecuente la inserción de números musicales y cómicos que estaban en la línea de los que habían hecho famoso al actor en su primera etapa profesional como estrella de Broadway. De ahí que, aun siendo muy fiel a ese patrón, lo cierto es que La vida secreta de Walter Mitty es uno de los blasones más logrados del mismo junto con el título que oficialmente lo inauguró, el repetidamente mencionado Un hombre fenómeno. La película, que se beneficia enormemente de la fotografía del gran Lee Garmes, y de la siempre viva paleta de colores en Technicolor proporcionada por la en esa época indispensable Natalie Kalmus, ofrece sus mejores bazas en su estilización visual, a tono con la trama de un film que hace de la fantasía, la ensoñación y el delirio imaginativo su principal interés.



El protagonista del relato, Walter Mitty (Kaye, of course), es un hombre soltero e introvertido que todavía vive con su madre, la Sra. Mitty (Fay Bainter), la cual intenta casarle con una chica insoportable, Gertrude (Ann Rutherford), dueña de un molesto perrito lanudo empeñado en gruñirle a Walter e intentar morderle el dedo cada vez que se le acerca, e hija de una mujer todavía más insoportable, la Sra. Griswold (Florence Bates), una vieja amiga de su madre. Walter trabaja para la editorial Pierce, propiedad de Bruce Pierce (Thurston Hall), un autoritario editor especializado en la publicación de novelas pulp de aventuras, misterio, románticas o “del Oeste”. No resulta de extrañar, en este sentido, que el trabajo de Walter como corrector en esta editorial alimente sus propios “sueños”, en los cuales se ve a sí mismo protagonizando formidables hazañas en compañía de una bella mujer que, inesperadamente, adquirirá rasgos reales en la figura de la hermosa Rosalind van Hoorn (la siempre simpática Virginia Mayo). De este modo, resulta frecuente que a lo largo del relato Walter se abstraiga de una realidad que se adivina a simple vista aburrida, gris y convencional hasta la médula “viviendo” en su mente fabulosas peripecias en las cuales adopta la apariencia del heroico timonel de un barco de vela en medio de una furiosa tempestad, un valeroso cirujano que se atreve a llevar a cabo una (burlesca) intervención quirúrgica a vida o muerte, un audaz piloto de la II Guerra Mundial cuyo caza está decorado con las incontables esvásticas adhesivas que indican el ingente número de aviadores alemanes que ha derribado en combate, un romántico jugador de cartas que navega por el Mississippi y, finalmente, un temido cowboy que le ajusta las cuentas al matón de un pequeño pueblo del Far West y que no por casualidad tiene los mismos rasgos de Tubby (Gordon Jones), el repelente amigo de Gertrude que anda rondándola desde hace tiempo y que, de paso, ridiculiza a Walter con sus bromas pesadas a la primera ocasión que se le presenta. La única “ensoñación” de Walter que no es “heroica” es aquella en la cual se ve a sí mismo como un sofisticado diseñador de moda de París, lo cual da pie, cómo no, a un número musical donde no faltan a la cita las celebérrimas “chicas Goldwyn” luciendo modelitos.



A pesar de su fidelidad a ese “patrón Danny Kaye” que hemos descrito líneas arriba, La vida secreta de Walter Mitty es una comedia muy simpática y harto agradable de ver, que basa buena parte de su eficacia, por un lado, en su divertida ironía sobre ciertos géneros clásicos del cine de Hollywood que se permite parodiar evocando algunas de las convenciones más archisabidas de, como hemos señalado, el cine de aventuras, el melodrama, el bélico y el western. De hecho, los “paréntesis” oníricos representados por las fantasías de Walter vienen a ser una gráfica representación de la inocencia y el candor del protagonista, de tal manera que dichas fantasías siempre guardan una cuidada relación con las peripecias de Walter en el así llamado mundo real. En este sentido, uno de los aspectos más atractivos de La vida secreta de Walter Mitty reside en la singular confusión que acaba dándose entre los ensueños del protagonista y las rocambolescas peripecias “auténticas” en las que acaba viéndose casualmente involucrado tan pronto como la atractiva Rosalind entra por accidente en su vida, y de su mano se introduce en un mundo lleno de peligros tan increíbles como los que Walter revisa a diario en las páginas que le suministra la editorial Pierce. La amenaza de una banda de criminales cuyo misterioso jefe se apoda “La Bota”, y entre los cuales hallamos a un sicario de turbia mirada a cargo del genial Boris Karloff (cuyas apariciones se cuentan entre lo más brillante de la función), acaba creando un extraño vaivén entre las aventuras “imaginarias” y las “reales” de Walter, sobre todo a partir del momento en que, por medio de un astuto ardid, la banda de “La Bota” intenta convencer al protagonista de que sus “ensoñaciones” no son sino alucinaciones provocadas por un trastorno mental, todo ello con la finalidad de averiguar el paradero de una agenda que contiene una información valiosísima para los delincuentes.



Precisamente uno de los méritos de la puesta en escena de Norman Z. McLeod reside en su sencillez y mirada directa sobre el absurdo de las situaciones, de tal manera que, a pesar de que tiene mucho cuidado de mostrar el inicio y el final de las ensoñaciones de Walter (por lo general, mediante un primer plano de Danny Kaye iluminado con una irreal luz azulada, que da paso por encadenado a la fantasía), acaba en cierto sentido unificando el delirio “imaginario” del protagonista y el delirio “auténtico” de sus aventuras reales, de manera que las peripecias de Walter en el mundo real acaban resultando casi más fantásticas que sus fantasías. Ello da pie a secuencias excelentes y muy divertidas, tales como la de los grandes almacenes, en la cual los movimientos del protagonista huyendo disimuladamente de un matarife armado con una navaja da pie a un encadenado de disparates que hace pensar en posteriores logros del dúo Jerry Lewis-Frank Tashlin (entre ellos, por ejemplo, ese hilarante momento en el cual, para disimular, Walter compra un bozal para un perro…, y no se le ocurre nada mejor que decir: “Me lo llevo puesto”, ¡y, a continuación, colocárselo!); otra, asimismo divertidísima, la de las aventuras de Walter por la cornisa del edificio donde está ubicada la editorial Pierce, interrumpiendo ¡dos veces! un consejo de redacción entrando por la ventana abierta del despacho de su jefe, y provocando una cadena de destrozos en la que tampoco cuesta ver otro precedente del futuro humor de Tashlin y Lewis; o la secuencia en la que Rosalind se esconde subrepticiamente en el hogar de Walter, dando pie a otro delirante encadenado de equívocos y extrañas maniobras del protagonista destinadas a despistar a su madre, Gertrude y la Sra. Griswold, estas dos últimas invitadas suyas que están pasando allí la noche, a fin de impedir que se den cuenta de que Rosalind está allí, semidesnuda y secándose en la cocina la ropa que le ha empapado la lluvia.
  

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2010/04/norman-z-mcleod-y-tim-burton-la-sombra.html

 

 


Anexo. “LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY”: el original literario

El estreno de la nueva versión de La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, The P2013), dirigida y protagonizada por Ben Stiller, sirvió de acicate a la editorial Acantilado para difundir de nuevo, dentro de su colección Narrativa del Acantilado (núm. 71), el cuento homónimo de James Thurber que dio pie tanto al film de Stiller como a la primera versión cinematográfica del mismo, La vida secreta de Walter Mitty, dirigida por Norman Z. McLeod y protagonizada por Danny Kaye. Decíamos que Acantilado difundió nuevamente este ejemplar de la obra de Thurber porque la primera edición a cargo de la editorial se remonta a julio de 2004 y ya con el título del que probablemente es el relato más famoso de Thurber en España, pero, dada la brevedad del mismo, el volumen, de poco más de 150 páginas, se completa con nada menos que otros veinticuatro cuentos de su autor:  Té en casa de la señora Armsby, El talante imperturbable, El señor Monroe engaña a un murciélago, La lastimera seducción del señor Monroe, El señor Monroe se queda de guardia, Edad madura, La partida de Emma Inch, Hay una lechuza en mi cuarto, El misterio de los gemelos de topacio, Instantánea de un perro, Algo que decir, El sorprendente caso del señor Bruhl, La velada comienza a las siete, Uno es soledad, La vida privada del señor Bidwell, Casualidades de los cayos, Elogio de los perros, Cargos contra las mujeres, El alcaudón y las ardillas listadas, La polilla y la estrella, El búho que era Dios, El unicornio en el jardín, Un paseo con Olympy y La señora del 142.



La vida secreta de Walter Mitty
, el original literario, es representativo del estilo de James Thurber, escritor norteamericano nacido en Columbus (Ohio) el 8 de diciembre de 1894 y fallecido en Nueva York el 2 de noviembre de 1961, que debe su notoriedad al tono satírico que desarrolló tanto en sus novelas y cuentos como en sus caricaturas gráficas (una de ellas ocupa la portada de la edición de Acantilado), forjado en sus años como periodista para la edición francesa del Chicago Tribune y el New York Post, y consolidada a partir de 1927 cuando se convirtió en dibujante, escritor y director de The New Yorker, del cual fue uno de sus máximos puntales literarios junto con Dorothy Parker y Truman Capote. Veintisiete libros, nueve obras publicadas póstumamente, obras de teatro y una enorme cantidad de relatos cortos son el legado de un escritor que está considerado uno de los mejores analistas de las frustraciones y la mediocridad de la clase media estadounidense, habitualmente bajo el prisma de un humor disolvente. Salvo error del que suscribe, su obra en España es escasamente conocida: aparte del libro aquí mencionado (y que ya tuvo una primera edición a cargo de Versal en 1990), me consta que existen ediciones españolas de ¿Es necesario el sexo? (1929), una de sus primeras obras de prestigio y coescrita con E.B. White (Anagrama, 1986), Los trece relojes (1950; Ático de los Libros, 2010), La maravillosa O (1957; Ático de los Libros, 2013) y el recopilatorio de cuentos Carnaval (también a cargo de Acantilado, 2007).



El relato de Thurber que da título a este libro y que ha inspirado ya dos largometrajes no ha sido el único de su autor que ha conocido adaptaciones en imágenes, por más que siga siendo el más conocido. Dejando aparte un buen puñado de versiones para televisión y centrándonos en las cinematográficas, su libro My Life and Hard Times (1933) se encuentra en la base de la comedia de Allan Dwan Rise and Shine (1941); junto con su viejo amigo de la escuela, el actor, guionista y realizador Elliott Nugent, escribió una obra teatral de gran éxito en Broadway, The Male Animal (1940), que dio pie al film homónimo realizado por Nugent en 1942 y protagonizado por Henry Fonda y Olivia de Havilland; otro cuento suyo, The Catbird Seat, se encuentra en la base de otra comedia, en esta ocasión realizada por Charles Chrichton e interpretada por Peter Sellers, The Battle of the Sexes (1959); y otro film humorístico, Guerra entre hombres y mujeres (The War Between Men and Women, 1972), dirigido por Melville Shavelson y con Jack Lemmon, Barbara Harris y Jason Robards en los papeles principales, se inspira en diversos textos de Thurber, y del cual recuerdo en particular una hilarante secuencia que combina imagen real y animación, en la cual Lemmon y Robards rechazan el ataque de docenas de diminutas mujeres de dibujos animados que intentan acabar con ellos (sic).   



Centrándonos ya en el cuento La vida secreta de Walter Mitty, su lectura nos revela que ninguna de las adaptaciones al cine que hasta la fecha ha conocido han sido completamente fieles a su trama argumental, algo bastante lógico habida cuenta de que el original literario apenas llega a las nueve páginas de la edición de Acantilado, insuficientes a todas luces para dar pie a un largometraje completo. En el cuento, Mitty es un hombre casado con una mujer que le agobia constantemente con sus exigencias; recordemos que, en las películas, Mitty es soltero, si bien en la versión de McLeod el protagonista vive con su madre, la cual es tan agobiante como la esposa del relato original, clarísima inspiración de aquélla. En el cuento, Mitty va en coche con su mujer y se deja llevar por sus ensoñaciones (lo que se conoce, precisamente, como “síndrome de Walter Mitty”), pero el lector no advierte que está inmerso en un sueño del protagonista hasta que, en virtud de un sencillo cambio de frase, lo percibe. La primera mitad de los dos films basados en él coinciden con el cuento en ese vaivén onírico entre realidad y fantasía, de tal manera que, en el original literario, Mitty se evade de la mediocridad de su existencia creyendo que es el capitán de un barco en medio de un temporal, un cirujano a punto de acometer una arriesgadísima operación quirúrgica a vida o muerte, un abogado a punto de desenmascarar públicamente a un gánster en medio de un juicio, o un capitán del ejército a punto de emprender una peligrosa misión aérea sobre cielo enemigo; todo ello narrado por Thurber con un estilo ligero y conciso, donde se percibe la ironía del autor entre líneas; cabe anotar que su uso de las onomatopeyas, a modo de contrapunto humorístico de ciertas descripciones, sería recogido puntualmente en la adaptación al cine de McLeod dentro de las reflexiones mediante voz en off del protagonista.



Las películas difieren del cuento en su segunda mitad: Thurber no pretendía otra cosa que lo que finalmente consigue, trazar una pequeña pero aguda caricatura de un personaje descontento con la realidad que le rodea, mientras que en los films de McLeod y Stiller la anécdota inicial de Thurber se alarga con vistas a urdir, en el caso de la cinta protagonizada por Danny Kaye, una auténtica intriga criminal alrededor del protagonista que parece surgida de su imaginación febril, y en la realizada por Stiller, introduciendo una ruptura con el tono satírico del original literario para convertir al nuevo Walter Mitty en un hombre que decide dejar de soñar y hacer realidad esas “fugas” mentales. Desde este punto de vista, creo que la versión de McLeod, con todos sus añadidos y a pesar de su condición de vehículo para el lucimiento de Kaye, se mantiene más fiel al espíritu de Thurber en lo que tiene de irónica digresión sobre los sueños y, sobre todo, las frustraciones de un hombre de clase media que en el fondo sabe que su vida jamás será tan maravillosa como le gusta imaginársela.


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