[NOTA
BENE: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN
ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTE MISMO FILM PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM.
495, ENERO 2019, SECCIÓN CINEMA BIS (1).]
Como recuerda con acierto Luigi Cozzi en la edición italiana en DVD de Il mulino delle donne di pietra (1960) a
cargo de la firma Sinister Film (sic), esta película dirigida y en parte
escrita por Giorgio Ferroni (1908-1981) guarda claro ecos estéticos del cine de
terror de Hammer Films: su excelente fotografía, firmada por Pier Ludovico
Pavoni, hace gala de una brillante paleta cromática que certifica la reputación
del film como primera película del cine de terror italiano rodada en color.
Pero no es esa la única referencia que podemos rastrear en Il mulino delle donne di pietra: nada más empezar el film, en su
primera secuencia, un barquero a la orilla de un río llamando a la embarcación
usando una campana hace pensar, fugazmente, en una célebre imagen de La bruja vampiro (Vampyr, 1932, Carl
Theodor Dreyer). La trama guarda indiscutibles ecos de los célebres “crímenes
del museo de cera”, populares sobre todo gracias a las adaptaciones firmadas
por Michael Curtiz en 1933 y por André de Toth en 1953. Por otro lado, y
siguiendo aquí al especialista transalpino Roberto Curti, parece ser que,
aunque en sus títulos de crédito consta que Il
mulino delle donne di pietra está basada en un relato del escritor holandés
Pieter van Weigen “publicado en el libro
“Flemish Tales”” (sic), lo cual resulta plausible a simple vista dado que
la película está ambientada en la Holanda de finales del siglo XIX, la realidad
es que ni ese autor ni ese volumen han existido nunca (2). Eso explica que en la mayoría de las fuentes no figuren con
claridad sus guionistas, si bien hay cierta coincidencia en señalar entre estos
a Remigio Del Grosso, Ugo Liberatore, Giorgio Stegani y al propio Ferroni, a
los cuales se añade Louis Souvat como responsable de los diálogos de la versión
francesa, dado que Francia era país coproductor. A pesar de ello, y más allá de
su condición de exploit de éxitos
anteriores del cine de horror, dado su carácter de modesta producción bis, a la película de Ferroni no le
faltan méritos en sí misma considerada.
Como
digo, Il mulino delle donne di pietra
transcurre en los últimos años de la Holanda decimonónica, una elección de
escenario alejado de Italia característica del cine de terror italiano en esos
primeros años de existencia –y de otros géneros populares cultivados en Italia
por esa misma época, como el western o la ciencia ficción–, como bien demuestran
los títulos seminales del género firmados por Riccardo Freda –I vampiri (1957)–, Mario Bava –La máscara del demonio (La maschera del
demonio, 1960)– y Antonio Margheriti –Danza
macabra (1964) e I lunghi capelli
della morte (1964)–, o imitaciones, no por ello despreciables, como las de
Camillo Mastrocinque –La maldición de los
Karnstein (La cripta e l’incubo, 1964) y Un angelo per Satana (1966)–, o como 5 tombe per un medium (Massimo Pupillo, 1965), que también comenté
en la sección Cinema Bis de Dirigido por…
(3). La trama de Il mulino delle donne di pietra roza lo
delirante. El joven estudiante Hans von Armin (Pierre Brice) es enviado a la
vivienda del reputado profesor de arte y afamado escultor Gregorius Wahl
(Herbert A.E. Böhme) para que estudie un carillón de la propiedad de este
último. Wahl vive en un enorme molino rehabilitado que conserva intacto el
mecanismo, ahora utilizado para poner en funcionamiento un extraño espectáculo
con las tenebrosas esculturas de figuras femeninas de Wahl, que se desplazan
automáticamente sobre un carril, lo cual provoca que la vivienda del escultor
sea conocida como “el molino de las mujeres de piedra”. Una vez allí, Hans
conoce a la hija de Wahl, la bella Elfie (Scilla Gabel), de la cual se enamora.
Pero la joven muere en circunstancias misteriosas, cuando no macabras, lo que
obliga a Hans a abandonar el molino, so pena de perder la razón. Finalmente,
descubriremos que todo ha sido un complot organizado por Wahl y el médico que
vive también en el molino y atiende a Elfie, el Dr. Loren Bohlem (Wolfgang
Preiss), quienes han asesinado impunemente a jóvenes mujeres de los alrededores
con vistas a extraerles la sangre, vía transfusión, a fin de paliar la extraña
dolencia sanguínea de Elfie –un poco como en la magistral Ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960, Georges Franju)–, la
cual no solo no ha muerto, sino además que es cómplice del complot. Las
esculturas del espectáculo de Wahl no son sino los cadáveres de sus víctimas
recubiertos de cera, con vistas a deshacerse de los cuerpos sin levantar
sospechas. Hans y su amigo Ralf (Marco Guglielmi) llegarán justo a tiempo para
salvar a su amiga Liselotte (Dany Carrel), quien a punto está de morir a manos
de los habitantes del molino porque su sangre es la que proporcionaría la cura
definitiva para Elfie.
Los
principales méritos de Il mulino delle
donne di pietra y de otros films de terror italianos de su misma época y
circunstancias residen en su lograda atmósfera. En este sentido, a pesar de lo
delirante de su trama y de la labor más bien mediocre de sus intérpretes, la
película brilla con notable intensidad gracias a Giorgio Ferroni, realizador
que suele ser invocado, sobre todo, gracias a su contribución al péplum –entre
la cual destaca la agradable La guerra de
Troya (La guerra di Troia, 1961)–, quien supo dotar a Il mulino delle donne di pietra de una excelente cualidad plástica,
apoyándose en un sólido trabajo de elaboración de unos encuadres donde los
detalles van impregnando la trama y le confieren una gran densidad. Resultan
inolvidables momentos como la primera vez que Elfie se aparece ante Hans: las
manos de la muchacha apartan, lentamente, una cortina; antes de que Hans tenga
tiempo de reaccionar, Elfie ha desaparecido tras ese mismo cortinaje, y al
rato, sus gritos desesperados atronarán detrás de los muros. Wahl advierte a
Hans de que Elfie está gravemente enferma y que cualquier sobresalto es capaz
de provocarle la muerte; desde el punto de vista de Hans, enamorado de la
muchacha, Elfie es una especie de muerta
en vida, o al menos alguien que parece existir en un plano intermedio entre
la vida y la muerte, lo cual justifica los toques macabro-necrófilos de sus
memorables apariciones posteriores: cuando Hans la ve en lo alto de la escalera
de caracol, la muchacha parece un fantasma (o, mejor dicho, una de las “mujeres
de piedra” que esculpe su padre); Hans entra en el dormitorio de Elfie y
descubre a la joven con un provocativo vestido rojo y echada en la cama, de tal
manera que a primera vista parece muerta;
a continuación, Ferroni emplea una elipsis para mostrar la escena en la que
hacen el amor, no tanto para eludir la visualización del acto sexual como acaso
para evitar el mostrar a la joven haciendo nada que pueda hacerla parecer
humana (ergo, viva); más adelante,
Elfie sufre un ataque en presencia de Hans y, aparentemente, muere; en una extraordinaria secuencia
onírica propiciada por una droga que el Dr. Loren ha vertido en su bebida, Hans
sufre una macabra alucinación en la cual ve o cree ver a Elfie regresando de
entre los muertos, y que incluye un par de imágenes antológicas: el rostro
fantasmal de Elfie asomando en la oscuridad detrás de aquel mismo cortinaje, y
el hallazgo de su cadáver en la cripta familiar por parte de Hans. Si bien es
verdad que, tras este magnífico bloque puramente fantastique, la película incurre en la consabida “explicación
racional”, desembocando en un clímax más convencional, incendio purificador
incluido, queda para el recuerdo la imagen de las “mujeres de piedra” de Wahl
quemándose y dejando al descubierto bajo sus rostros de cera las calaveras de
las víctimas del escultor.
(2) En su libro «Italian Gothic Horror
Films, 1957-1969» (2015). McFarland. Jefferson, Carolina del Norte. Pág. 50. El
dato se cita en la página en inglés dedicada al film en Wikipedia:
https://en.wikipedia.org/wiki/Mill_of_the_Stone_Women#cite_note-FOOTNOTECurti201550-2.
(3) DIRIGIDO POR...,
núm. 385 (febrero 2018), pág. 90.
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